lunes, 29 de agosto de 2011

El baño


Cerré los ojos solo un instante. Me rendí al cansancio, al peso de la tristeza, y caí en los brazos de Morfeo.
Soñé que despertaba desdibujada, sin perfil definido, en matiz de Degas. Me acerqué al baño y abrí el grifo para llenar la tina. Mientras se llenaba el recipiente fui desprendiéndome de mi ropa con la ayuda de una goma de borrar. Cuando toqué el agua, con un simple roce, se consumió al calor de mi cuerpo y me quedé sola con mis pensamientos.
Y es que para ciertos dolores del alma, ni en sueños se calma la sed.

Las dudas de la labor


Con los hilos invisibles que nos unen a lo que consideramos más nuestro, amarré a mis niñas a mi cuerpo. Las felinas permanecieron a mis pies y las pequeñas quedaron dormidas sobre mi regazo.
Con la tranquilidad que da el sueño, cogí entre manos la labor de mi vida, una larga red tejida con agujas de coser a la que fui soltando los puntos uno a uno como quien deshace un jersey.
Del ovillo que aún está por ser, cogí el extremo que pensaba perdido y lo até fuertemente al último nudo de mi torpe costura.
Con movimientos lentos, pausados, fui tirando de la hebra dejando al descubierto los nudos que ahogaron lo nuestro, las malas artes que necesitamos para ocultar los zurcidos y calados que fueron minando el camino.
No ajustaba bien el cuello ni los hombros ni el largo de los brazos, no tomamos bien la medida ni supimos compartir la responsabilidad de una tarea bien hecha.
Al final, cuando solo quedó un montón de lana revuelta asemejándose al estado de mis ideas y del contenido de mi corazón, decidí reiniciar de nuevo la labor.
Retomé las agujas y surgió la duda: ¿Debería utilizar el mismo material a sabiendas de que encontraré nódulos que entorpecerán mi recorrido? ¿O debería empezar una nueva trama desde donde lo dejé?

domingo, 21 de agosto de 2011

Palabras

Palabras.
Sucesión de letras en vocales y consonantes
de vestidos sentimientos.
Muestra inequívoca de nuestro interior,
en verdad o mentira disfrazada,
que escapa en sonidos controlados
por nuestra boca,
por nuestra mano.

viernes, 19 de agosto de 2011

Una imagen vale mil vidas

Me pediste una foto y repasé todos mis álbumes sin encontrar la adecuada. Tuve que remontarme varios años atrás para encontrar a la Adela feliz, para dar con una imagen de mí que me gustara, que pudiera gustarte. Me sabía mal enviarte una foto de hacía tanto tiempo, pero si te mandaba la más reciente, la que me hice para el DNI, «saldría huyendo», pensé.
Cómo decirle a alguien que un día fui especial cuando ahora no lo soy, se enamoraría de la otra Adela, de la que apenas recuerdo, la única que tendría posibilidades de iniciar una nueva vida.

jueves, 18 de agosto de 2011

Las cuatro estaciones

Como el dios Eolo en sus buenos tiempos,
agitamos con violencia las ramas del silencio
obligando a las palabras a descolgarse
y, como hojas, una tras otra fueron cayendo
marcando el inicio del otoño en las emociones.

Pues tras las mariposas de primavera
y las pasiones del verano,
solo quedaron los reproches en estación tardía
avisando de que el frío invierno helaría
lo que quedara de nuestros sentimientos.

Esperamos impacientes tras arruinar los cimientos
que dieron vida a nuestra vida,
y ahora entre las miserias buscamos
los restos de nuestros corazones dolientes,
cómo iniciar un nuevo camino por destinos diferentes.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Moriré

Moriré porque soy silencio,
porque no soy nada,
y aunque fuera palabra pronunciada
mi vida sería aún más breve,
tan corta como un suspiro.

Moriré siempre, porque soy «fin».
Y fui «principio» hace tiempo,
tanto que ya no lo recuerdo.
Soy término indeterminado
sin cuerpo, tamaño o fuente.

Moriré pues soy «destino»,
sin dirección ni rumbo fijo,
acabaré en horizonte lejano
de sombras caducas y obscuridad,
agonizando cual día tras la noche.

Moriré, no hay posible absolución
para el pecado de mi pensamiento:
acabar con mi inexistencia,
con la triste búsqueda de la verdad
que daría sentido a mi presencia.

¿Dios o la suerte?

A cada paso, en cada pequeña decisión, sobreescribimos nuestro destino. Elegir por dónde acortar o alargar tu camino, decidir si cruzar por el paso de cebra o cualquier parte de la calle, mirar a un lado o a ambos antes de cruzar, y en un instante... Puede acabar tu vida, quizá continuar. Todo depende de si el conductor tiene un buen o mal día, si tiene prisa o no, si está atento o va más pendiente del móvil, si la llamada que espera es urgente o puede esperar... ¿Qué más? ¿Quién decide si vives o mueres? ¿Dios o la suerte?

lunes, 15 de agosto de 2011

Borrachas de rutina

Los sentimientos están sobrevalorados.
Sentir es sencillo, disentir es lo complicado.
¿Cómo iniciar un nuevo camino cuando
el bache a superar es mayor que la esperanza?
¿Cómo, si quiera, plantearse respirar aire fresco
cuando el miedo te oprime hasta ahogar?
Quisiera vaciar mi corazón de sentimientos,
dejar de desear lo que no tengo,
y borrar de la memoria lo que duele,
y lo que no también, olvidarlo todo.
Amarrarse a la rutina es más fácil
que aventurarse a vivir lo que nos está vetado
por ser simples amas de casa amarradas a las labores
como a la botella los borrachos.

viernes, 12 de agosto de 2011

¿Qué estás pensando?

1 simple duda, 3 palabras y 500 caracteres para expresar todo lo que en este momento pasa por mi cabeza.
Empiezo por este calor que aturde hasta las ideas
sigo por lo nublado del cielo y las 4 gotas que han querido refrescarnos
y envidio las casi 20 horas de sueño de mi gata Gris
recuerdo los cacharros que sí, aún están por fregar
y la ropa por planchar.
Y a pesar de todo eso no me decido, ¿que en qué pienso yo?
Porqué no mejor, ¿«qué deseo»?
En 2 palabras y en 1 respuesta:
solo pienso que deseo escapar.

jueves, 11 de agosto de 2011

Llegará la esperanza

De cuando en cuando la tristeza llamaba a su puerta. Ella, que ya la conocía, abría sin reparos y la invitaba a pasar. Compartieron mesa y cama, hablaron de cosas nimias, rieron y lloraron ―pues la tristeza tiene esas cosas― alimentando su amistad. Y pasados algunos días, con sus noches y pesares, llegó el momento de la despedida.
―¿No puedes quedarte un poco más? Me siento tan sola.
―Si permaneciera más tiempo a tu lado, morirías de pena. ―Aseveró el desconsuelo.
―Moriré de todas formas.
―Entonces, mantén la esperanza. Pronto llamará a tu puerta.

miércoles, 10 de agosto de 2011

40 en cuadrante

Hoy hace exactamente 40 días comenzó mi enfermedad. Ningún médico ha sabido explicarme el origen, el tratamiento ni, por desgracia, la solución; no hay cura para esto de lo que adolezco.
El primer día no le di importancia. Empezó como una pequeña mancha negra, perfectamente definida en cuadrado perfecto. El primer cuadrante de mi cuerpo casi me dio risa, pensé que me habría manchado con algo, pero no salía ni con alcohol; «la tinta es persistente», pensé.
En los días sucesivos, la mancha se fue extendiendo matemáticamente por mi pierna, desde la planta hacia la rodilla. Su perfección, sus ángulos de 90 grados bien determinados, en una progresión impecable levantaron las sospechas. Mi médico de cabecera pensó que me lo había pintado yo misma y ante tal ofensa le invité a restregar con algodón la dichosa mancha. Nada, no salía.
―Ya se lo dije, he probado con alcohol y agua oxigenada, pero no hay efecto ninguno.
―¿Seguro que no te lo has tatuado? ―Preguntó mi médico incrédulo ante la visión.
―Que no, ya le he dicho que empezó hace unos días. No me duele, no me pica, no me nada de nada. Solo crece.
―No sé qué puede ser. Igual una alergia, un herpes o quizá un hongo... ―Decía mientras no dejaba de mirarme la pierna.
Me bajé de la camilla y coloqué la pernera del vaquero. «Usted dirá», añadí sentenciosa. Me mandó una pomada y me dijo que volviera en unos días. Y así, transcurrida una semana, volví a la consulta con ambas piernas dibujadas en perfecta simetría. El problema no cesaba. Mi médico, quizá previendo el tema, se hizo acompañar de un par de colegas. Diagnóstico: visita urgente al dermatólogo.
Habían pasado 25 días cuando acudí al especialista. Este «extraño tetris», como yo lo llamo, llegaba ya a la altura de mi vientre, dibujando cual serpiente una espiral en dirección a mi ombligo.
―Además de ser un fenómeno ciertamente extraño, es caprichoso ―Aseveró el doctor.
A la vista de varios facultativos, enfermeras, auxiliares y algún administrativo del hospital, mi cuadrante epitelial empezó a tomar fama casi a la misma velocidad a la que se iba extendiendo.
Hace apenas 10 días recibí una llamada inesperada. Ingenieros de la NASA querían consultar mi estado, vamos, «verme el culo cuadrado», como le gustaba bromear a mi hermano. Cuando se acercaron a casa, con la presencia de prácticamente toda mi familia, los sabelotodos sacaron de sus maletas negras extraños artefactos con los que empezaron a estudiar el efecto cuadrático. Después de un largo rato de deliberación tras estudiar las muestras me dieron un veredicto: «Lo que usted tiene es muerte».
«¿Muerte? No sabía que fuera una enfermedad», pensé en alto. Se hizo un silencio pesado. Justo en el instante en el que mi madre se acercaba a abrazarme surgió otro de esos odiados cuadrados justo en la boca haciendo perder a mis labios su forma cuasi-perfecta. Uno de los técnicos de la agencia aeroespacial se lanzó a por mi madre arrojándola al suelo. «Señora, acabo de salvarle la vida».
Demasiadas películas ha visto esta gente. Los eché a todos y me quedé sola en casa.
Han pasado 40 días desde que empezó mi viaje hacia el destino final. Mi enfermedad: la muerte. Ni antibióticos ni antiinflamatorios ni siquiera antidepresivos han conseguido frenar este proceso; aunque con la cantidad de pastillas que he ingerido a lo largo de esta cuarentena bien podía haberme quedado en el sitio por una indigestión.
Esta noche, a las 11:59 en punto es mi cumpleaños. Solo queda un espacio en blanco en mi cuerpo, está en la frente. Llevo un rato sentada frente al espejo, desnuda, solo mi cuerpo y los malditos cuadriláteros. En los momentos de desasosiego vuelvo a hacer repaso por si entonces comí algo que me hubiera sentado mal, después, cuando me recupero, pienso en mis seres queridos y me arrepiento de todo, o casi, el daño que he hecho.
Las 11:40. Hace un rato llamé a mis padres y a mis hermanos para despedirme; el final de mi enfermedad he decidido pasarlo en soledad. No necesito calmantes, pues no me duele nada. Ni consuelo porque no lo hay.
Las 11:58. En cuestión de un minuto todo habrá acabado. El marco restante empieza a oscurecerse. ¡Qué tonta! ¡No probé con una goma de borrar!

Rompiendo viejas costumbres

Como casi siempre, cogió su bolso y salió a la calle. Tomó la primera a la derecha en dirección al parque y, como casi siempre, se paró en el estanco a comprar un paquete de cigarrillos. Al llegar al cementerio, sacó un pitillo y lo encendió. Fumó despacio, «como las artistas de cine, aquellas de las películas en blanco y negro», solía decir su difunta madre. Cuando llegó a la tumba, se sentó sobre un pico de la lápida y con la mano apartó los restos secos de un ramo de flores dejando al descubierto el epitafio de su progenitora.
―Mamá, hoy lo voy a hacer, me voy a ir. He venido solo a despedirme de ti, no sé cuándo volveré, pero antes...
Acabó de fumar, sacó un libro y leyó las últimas páginas que le quedaban, poniendo énfasis en algunos versos:

Los años ¡ay! de la ilusión pasaron;
Las dulces esperanzas que trajeron,
con sus blancos ensueños se llevaron,
y el porvenir de oscuridad vistieron;
las rosas del amor se marchitaron,
las flores en abrojos convirtieron,
y de afán tanto y tan soñada gloria
sólo quedó una tumba, una memoria.


Antes de marcharse anotó algo en la primera página y dejó el libro sobre el mármol.
Jamás volvió a saberse de ella, ni su marido ni sus hijos la encontraron a pesar de remover cielo y tierra. Uno de los trabajadores del camposanto hizo correr por el pueblo el rumor de que la mujer se había suicidado. Cuando me lo contó le pregunté porqué estaba tan seguro si no tenía pruebas...
―El poemario era de Espronceda y le dedicó unas palabras a su madre antes de irse al otro barrio.
―¿Qué ponía? ―Pregunté curiosa.
―«No quedará ni la memoria de nuestro paso por la tierra».

lunes, 8 de agosto de 2011

La mariposa-corazón

Ana abrió la ventana de su dormitorio. La primavera había llegado antes de lo esperado iluminando su habitación con colores nuevos; después de varios meses de convalecencia aquello era como un soplo de aire fresco. De pronto oyó un ruido que se le antojó el latido de un corazón; su ritmo, su pulso, se acercaba despacio. Frente a ella se detuvo una mariposa roja con una extraña figura que al aletear dibujaba un corazón. Se posó sobre su mano, con mucho cuidado la niña se la acercó para verla mejor. «Sigue latiendo», le dijo, y la mariposa reanudó su vuelo.

Escribiendo sobre la muerte

Seré uno de los escritores negros de poemas malditos,
de versos baldíos e intenciones yermas
inseminando sentimientos de palabras muertas
de las que nacerá veneno en flor dejando
que las abejas transporten su semilla infecta.
Porque hablé de la muerte con la misma pasión que la vida,
pariendo historias de personajes que nacían y siempre morían,
porque solo hay un final conocido, no deseado, irremediable,
del que quisiera escapar con cada sensación ajena, imaginable,
impreso en promesas discretas tintadas de negra parca.
Términos que son, en silencios rotos, la esencia del dialecto
de lenguas muertas que volverán armadas de guadañas.

jueves, 4 de agosto de 2011

16 versos

Compartimos en silencio las palabras rotas
aumentando la distancia entre tu cuerpo y el mío.

Pasamos entre versos los tiempos perdidos,
los últimos momentos de tu amor y el mío.

Porque nunca fue un querer compartido,
salvo el camino que anduvimos juntos.

Siempre fuimos dos vagando al unísono
una travesía hacia un confín desigual.

Y ahora, con la verdad sujeta entre hilos,
iniciamos un nuevo camino, opuesto destino.

Espero impaciente liberar mi boca
de verdades escondidas, no dichas.

Encontrar un lienzo en blanco nuevo
donde escribir los sentimientos callados.

Y rescatar el sonido de mi voz
por tanto tiempo silenciada.

martes, 2 de agosto de 2011

«Lo siento»

Abrí el correo esperando encontrar un email suyo, una respuesta a la pregunta que le formulé antes de marcharme de su vida. Nada, solo publicidad, gastos de envío gratis y algún correo con chiste incluido. Pinché en el botón «Redactar» tantas veces como lo hice en «Descartar»; no encontraba las palabras adecuadas. Busqué el historial de nuestra última conversación y lo repasé un par de veces, solo sirvió para recordarme una vez más que me había equivocado. Abrí su último mensaje y respondí con un simple: «Lo siento», mientras pensaba que antes de Internet tenía más estilo cortar por teléfono.

Seguiré amándote a través de la distancia, del tiempo, de la tristeza, de mí...

En el muro deshilachado de la vieja fábrica rezaba desde hacía algunas noches una declaración que me inquietaba:

«Seguiré amándote a pesar de la distancia, del tiempo, de la tristeza, de mí».

Cada vez que pasaba por delante lo hacía a cierta distancia, observando a todo aquel que se paraba a leerla. Esperaba, quizá, encontrar al destinatario o, en el mejor de los casos, al autor, pero jamás se descubría.

Aquella noche bajé cargada de buenas intenciones y un spray rojo decidida a cambiar el destino de los desafortunados amantes. Solamente substituí una palabra.