martes, 28 de agosto de 2012

La niña-mariposa

Echó mano al bolsillo: un clínex usado imposible de desdoblar, un envoltorio de chicle de sandía que ni siquiera recordaba haber masticado y el dinero justo para el pan. Buscó con la mirada una papelera, no encontró ninguna; decidió volver a guardar sus «tesoros», pero cambiando de bolsillo creyendo que así se acordaría de dejar cada cosa en su sitio.
No había dejado de caminar en ningún momento. El camino a la panadería era tan rutinario que le valía con poner el piloto automático y dejarse llevar. Hoy, sin saber porqué, sus pasos caían sin querer hacia la derecha intentando desviarla hacia un rumbo no planificado. Miraba cada bocacalle intentando reconocer las caras, pero ninguna le era familiar. «No debería entretenerme, si no llegaré tarde».
Todavía sentía el peso de una carga en su bolsillo que juraba haber vaciado en su anterior incursión. Con su pequeña manita, buscó y rebuscó, solo halló un minúsculo hilo. Lo sujetó con sus dedos pulgar e índice y tiró hacia afuera haciendo salir el forro, mostrando a la niña la tela florida de la que únicamente había percibido su olor. Una mariposa que revoloteaba cerca fue a posarse sobre una de las margaritas que habían permanecido ocultas hasta ahora. Se detuvo y miró fijamente al insecto que con sus patitas había enganchado el hilo y empezado a tirar de él.
Jamás llegó a la panadería ni volvió a casa, solo se encontraron sus tesoros, sobre un banco del parque junto a una nota en la que rezaba: «Volveré cuando acaben las clases de vuelo».

lunes, 27 de agosto de 2012

Baile de despedida


Empezó a sonar «La Vie en Rose», ella subió el volumen del aparato. Durante los tres minutos que dura la canción bailó en el salón simulando tomar el cuerpo de su amante entre sus brazos, anhelando el tacto y el olor de su compañía. Casi al final, se escurrió con un líquido viscoso; se detuvo en seco. Se agachó hacia el cuerpo que yacía sobre el suelo y le levantó la cabeza tomándola del pelo con desprecio. La sangre de su marido todavía estaba caliente. Se acercó y le susurró al oído: «Ahora mi vida sí es rosa».