De haberlo sabido no habría abierto la puerta. Cuando sonó el timbre me levanté con prisa y, como siempre, olvidé la mirilla.
Allí
estaba él. Sólo una mirada me bastó para recuperar la fe. Algo despertó
súbitamente en mi cuerpo, recorriendo cada pensamiento, cada intención. Sentí
miedo, alivio, pasión, tristeza… Fueron unos segundos complicados, como una
tormenta de verano. Con su mirada llegaron los nubarrones, con su sonrisa
empezaron los truenos, con el tacto de su mano comenzó la lluvia copiosa y con
su abrazo la paz.
Lo
sé, no hay despedidas más tristes que las que no se esperan. Te juro que no lo
tenía planeado.
Fui
corriendo al cuarto. Abrí el armario y los cajones. Saqué inútilmente la maleta
y empecé a recoger. Fotos de familia, el prendedor de mi abuela, el anillo con
el sello familiar… Tanto guardé que luego no cabía la ropa. Decidir qué llevarme
y qué dejar fue lo más difícil. Nuestra casa está llena de recuerdos, pero
apremiaba la partida. Al final opté por no coger nada salvo mi anillo de boda y
lo metí en el bolsillo derecho del vaquero.
Después
fui al baño, quería estar presentable para él que, paciente, seguía aguardando
en la puerta. Tardé un poco en peinarme, no me veía bien con nada. Me puse
rubor en las mejillas y pinté mis labios, quería tener buena cara.
Salí
despacio por el pasillo, de pronto olvidé la premura. A cada paso que daba
necesitaba contar las baldosas, recorrer cada forma del gotelé en las paredes y
poner rectos los cuadros. Hasta quité el polvo de algún marco. Llegué cabizbaja
al salón. Me detuve en la jamba. Su mirada, antes dulce, se había tornado
desconfiada y gris.
―Sinceramente, creo que no
estoy preparada.
―¿Y quién lo está?
Aguanté
las lágrimas y me escondí en la cocina. Pensé que debía dejarte, al menos, la
cena hecha. Ya, me dirás que precisamente cocinar nunca ha sido mi fuerte, pero
te dejé el sándwich especial. Todo
preparado en su sitio y hasta el vaso con agua. Y de postre, un bombón, aunque
sé que lo dejarás ahí muerto de risa.
Al
salir me quedé por un instante quieta en medio de la sala. Todo comenzó a girar
a mi alrededor. Todo este cambio de repente y yo… yo no estaba preparada. Metí
la mano en mi bolsillo y busqué mi anillo, recorrí la inscripción con la yema
de mis dedos ¡Ha pasado tanto tiempo! ¡Te sigo queriendo como el primer día!
―Ahora estoy segura, no es
el momento.
―¿Acaso crees que depende
ti? La vida sigue su curso. Nadie es imprescindible para nadie.
―¡Lo soy para mí!
―¿Y quién eres?
Cuando iba a responder no
recordaba mi nombre. Entonces lo vi con claridad, había llegado el momento,
supe que todo ese amor que sentí al principio era tuyo, sólo tuyo.
Hermes vino a hacer su
trabajo y lo único que lamento es no poder despedirme de ti como me hubiera
gustado.
Tuya siempre.