Aquella mañana algo distinto adornaba
la avenida principal, la gente con la que me cruzaba rebosaba
felicidad. ¿De dónde provenía aquel sentimiento? Todos parecían
estar contagiados por la misma enfermedad, manifestaban los mismo
síntomas: el brillo en la mirada, sonrisas inmensas y manos
entrelazadas. Parejas, padres e hijos, pequeños o mayores, todos
parecían estar infectados por el extraño virus.
Según bajaba hacia la plaza, un olor
dulzón fue haciéndose cada vez más intenso, hasta que al final di
con la fuente. Allí estaba ella, joven, hermosa, desprendiendo una
luz propia, el origen de todo aquello. El que se acercaba a mirarla
quedaba prendado de su belleza y, al instante, solos o en compañía
quedaban marcados por el don.
Sentía curiosidad, necesitaba verla,
preguntarle el porqué de esa alegría. Ella, adivinando mis
intenciones se volvió hacia mí y me dijo con voz cálida:
«Simplemente estoy enamorada».
No hay comentarios:
Publicar un comentario