Me dijiste hasta mañana desde la puerta, asomando discretamente el tirante caído de la camiseta. Lo supe inmediatamente, lo leí en tus ojos. Esperé unos minutos que se hicieron eternos a que dispusieras la cama y descansaras tu cuerpo sobre ella. Me levanté sin hacer ruido, sin apagar el televisor. Me encanta observarte a escondidas mientras colocas la almohada y luego estiras tus brazos en un último intento de alcanzar las mariposas que colgué del techo.
Sé que te hacías la dormida. En tu boca asomaba una sonrisa entre tímida y pícara. No hizo falta más, esa noche fuiste mía.
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