―Ven a casa. Cenamos
algo, te tomas un buen vaso de leche caliente y te acuestas. Mañana
verás las cosas de otra manera, vamos niña. Yo tengo que madrugar,
pero puedes quedarte el tiempo que necesites.
Las palabras caían en
saco rato. Elena había desconectado hacía rato, tenía la mirada
perdida en el empedrado de la plaza de Santiago. Siempre decía que
le gustaba contar las piezas que dibujaban la cuadrícula del centro
y ahora las repasaba incansable.
―Falta algo... ―Dijo
en un susurro.
Su todavía marido se
levantó quedando en pie frente a ella. Insistió, no podían
quedarse más tiempo. La tomó de las manos suavemente y tiró hacia
él levantándola del asiento. La abrazó en un último intento de
aliviar su dolor, pero ella seguía inmutable. El camino hacia el
piso se hizo lento; él tiraba de Elena casi como un peso pesado.
Cuando llegaban al portal, una vecina que volvía de echar la basura,
se dio cuenta del estado en que se encontraba la mujer, pero no dijo
nada, ni siquiera se acercó.
―Hablarán, lo sabes
¿Verdad? Vamos, nena, dime algo...
Ella bajó de nuevo la
mirada y buscó las llaves en el bolso. Abrió la puerta y entró al
rellano como siempre, tomando la barandilla y subiendo de dos en dos
los escalones. Álvaro la observaba desde abajo, recordando viejos
tiempos. Tomaron el ascensor recién estrenado.
―¿Recuerdas lo que te
costó bajar las escaleras cuando estuviste escayolada? Sentada por
miedo a perder el equilibrio. dejando caer los bastones en cada
descansillo. Mari Carmen, la del 2º B, pensó que te habías caído
de nuevo la primera vez que oyó el ruido. ―Álvaro rió
tímidamente, no sabía bien cómo reaccionaría, pero no consiguió
arrancarle ni una sonrisa, tampoco era un recuerdo grato para ella.
Llegaron a su planta.
Antes de entrar, ella sacó el tabaco del bolsillo de su chaqueta.
―Puedes fumar dentro,
si quieres. Haré una excepción.
Elena sacó el mechero y
encendió un pitillo. Aspiró despacio y echó el humo de la primera
calada en dirección al elevador ya vacío. La luz del descansillo se
apagó, en el espacio solo se veía el tabaco encendido y el vaho de
ambas respiraciones. El hombre volvió a tocar el interruptor.
―Como quieras... Yo
voy dentro ¿Te hago una tortilla? Creo que tengo queso, ¿te pongo
una loncha? No tardes, ¿vale?
No hay comentarios:
Publicar un comentario