Justo en el momento en que ambos
entraban corriendo a la oficina temblando de frío, pasaba por allí
mi amiga Lola.
―Chica, qué mala cara tienes.
―No sé qué me ha dado, un bajón o
algo.
―Vamos, anda, te invito a una
Coca-Cola.
Cuatro
me tomé en menos de veinte minutos y ni así me espabilaba. Toñi, otra
amiga de la infancia que trabaja de camarera en el bar, salió de
la barra preocupada. «Tú lo que necesitas es un porro», dijo
sentenciosa; nos fuimos las tres a la despensa del local. Allí con
nuestra poca práctica en el tema acabamos fumándonos lo más
parecido a un churro o una trompeta, depende de a cuál de las tres
preguntaras.
No
tardaron en aparecer las risas tontas, los bucles infinitos de
carcajadas y viejos recuerdos de travesuras, pero nada, no se me
pasaba el mal cuerpo. Antes de que ninguna pudiera darse cuenta caí
desmayada sobre unos sacos de patatas viejas. Mis amigas, sumergidas
en la hilaridad de la inexperiencia, me sacaron como pudieron a la
entrada y, aún no sé cómo, me llevaron a urgencias. Después de
pruebas, analíticas y alguna placa, el médico preguntó:
―Señora,
¿consume usted drogas?
No
supe qué responder, jamás bebía alcohol ni tomaba nada. Espera,
creo recordar... Solté una carcajada. Me levanté de la camilla,
tomé al doctor de la mano y lo llevé a la sala de espera. Allí me
acerqué a Lola y le susurré al oído.
―Tía,
que me ha preguntado que si tomo drogas.
―¿Y
qué le has dicho?
―Pues
que no. ―Dije alargando el final casi entre dudas.
―¡Eres
tonta! Eso lo verán en los análisis.
Me
erguí lentamente y me dirigí al médico:
―¿Me
preguntó que si tomo drogas? Se refiere a un porro, ¿no? Pues sí,
estoy colocada. Yo y todos estooooooos. ―Dije levantando el brazo y
señalando con el dedo a todos los allí presentes cómo quien marca los límites de su linde.
La
gente, que no entendía lo que estaba sucediendo, guardó silencio.
Las únicas que rompieron a reír a carcajada batiente fueron Lola y
Toñi. Seguramente llevaban aguántandose la risa desde que llegamos
al hospital.
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