«Quinientas palabras al
día», ese fue el consejo de un gran filólogo y mejor escritor, de
un buen amigo, después de confesarle que en mi estado, que no sé
bien cómo definir, no soy capaz de escribir de nada. Siempre he
tenido una idea, una historia que contar, pero con tanto cambio en mi
vida ando un poco perdida. Intento poner orden en mis tareas, volver
a la rutina, pero no puedo. Todo ha cambiado, yo he cambiado. No soy
la misma de hace ni unos meses, ni siquiera de hace años. Cada día
intento buscar algo distinto, incluso pensé en dejar la escritura,
pero no puedo, es lo único que me anima a seguir adelante, aunque no
tenga nada que contar.
Estos últimos días han
sido difíciles, he pasado del desamor al amor y del amor al desamor
más rápido que nunca, y todo, por pequeño que sea, siempre deja
huella. A veces me odio a mí misma, queriendo protegerme levanto
barreras sin darme cuenta. No me gusta estar aislada, soy social por
naturaleza, pero tengo miedo, siempre lo he tenido. Entregarse por
completo es complicado porque pienso que habrá algo de mí que no le
gustará a la otra persona, y ahí empieza mi tarea de constructora.
Pero dejemos ese tema
ahora.
Esta mañana he estado
en el entierro de mi tío. Lo quería, claro que lo quería, pero la
tristeza de la despedida ha sido más dolida por tener a mi padre en
mi memoria. El jueves que viene hará un año que falleció. «No
debí ir al hospital a verlo...», no debí, me trajo demasiados
recuerdos, pero necesitaba despedirme porque no pude hacerlo de mi
padre. A los que queremos, estén o no, hay que recordarlos
siempre... No creo en el más allá, ni en Dios, ese recurso no me
vale. Ojalá tuviera fe, envidio a
quien la disfruta, ahora no creo en nada. Durante la misa no
he podido evitar coger el folleto de La Virgen del Rosario
y corregirlo; tres faltas de ortografía para acallar al cura que
besaba la biblia que leía.. Las despedidas, siempre eternas, el «Ya
nos veremos en mejores circunstancias», pero es tan difícil reunir
a tantos. Mi hermana dice que algunos primos quieren que nos juntemos
todos en el cumpleaños de mi abuela, pero ¿seguiremos todos en
abril?
Pero
dejemos ese tema también.
En
noviembre haré en curso en Madrid, en la Escuela de
Escritores. Seguramente mucho de
lo que me cuenten ya lo sabré, pero, lo reconozco, solo es una
excusa para salir de aquí, de mi vida, creerme que puedo hacer algo
distinto, al menos intentarlo. Tomar una hoja en blanco y escribir,
siempre tuve buena letra y a veces con esto de las teclas se me
olvida.
Me
parece muy triste dejar pasar los días llorando las heridas, no
cerrarán, pero al menos dejarán de doler. Utilizaré las palabras a
modo de tirita, intentando crear nuevas historias con fines más o
menos felices, dependendiendo del día.