Ojalá me hubieras conocido a los ventitantos, fue mi mejor época.
Me liberé de unas cadenas que me habían mantenido atada a quien dejó de ser mío hacía mucho tiempo, a quien ya no despertaba en mí más que vacío. Fue un despertar de muchos años de silencio, de verme sola sentada en una silla al fondo de la habitación. Aparecieron sueños olvidados y sensaciones nuevas, y empecé a vivirlo todo con una intensidad desatada. Disfrutaba de cada instante sin importarme nada.
Sé que si me hubieras conocido entonces habríamos compartido el vicio del cigarro, - vicio que abandoné hace ya más de un año-; y, seguramente la copa, -también aparcada de mis fiestas-. Hubiéramos charlado toda la noche sin descanso, compartiendo los buenos y los malos momentos, contándonos todo tipo de anécdotas de la niñez... todo eso sin casi conocernos y sin perdernos la mirada.
Sé que a la mañana siguiente, compartiríamos el café en la cocina, nada más que eso, nada de sexo, -para eso necesito más confianza-. Nos haríamos promesas de futuros próximos o lejanos o, quizá inciertos. Te sonreiría como si fuera la última vez y te besaría en la mejilla como al amante que jamás vuelve.
Han pasado ya casi diez, ahora ando rozando los treinta y muchas cosas han cambiado.
Ahora soy más seria, más sentada; ahora sé lo que es la vida, el trabajo que cuesta mantener un techo, una casa semidigna en la vivir, y un estómago que llenar a diario. También he aprendido un par de lecciones sobre la gente, los amigos; a sobrellevar los cambios en la vida de aquellos a los que quieres, esas épocas en los que unos se van y otros nuevos llegan... a intentar encajar esos golpes que a veces hacen perder el equilibrio.
Sigo sonriendo y disfrutando de la vida, pero algo más cansada al final del día. Quizás no me inviten a muchas fiestas, es verdad, tengo que reconocer que mi humor, -cambiante, descarado, indiscreto, dolorosamente sincero...- , no es plato de gusto para todas las mesas. Pero quien me conoce me quiere como soy, en eso consiste la amistad, ¿no?
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