miércoles, 29 de abril de 2020

Una familia feliz


Los granjeros volvían de la Feria de Comarcal de ganado donde habían comprado una vaca. El animal, que viajaba en la parte de atrás, no dejaba de suspirar. La mujer se volvía de vez en cuando para acariciarle la cara y tranquilizarle.
—Mujer, que solo es una vaca —se quejó su marido.
—Ya, pero la pobre está inquieta. Algo le pasa.
—Pues que estará mareada, ¿qué va a ser?
—No, a esta lo que le pasa es que… ¡Está preñada!
¡Qué ilusión! La granjera iba emocionada. Ellos no habían tenido hijos y, aunque estaba acostumbrada a ejercer de matrona en el parto de su cerda y de sus ovejas, esto era una novedad. Era su primera vaca, ¡y venía con sorpresa! «¡Qué ilusión!», no cesaba de repetir. «Tendremos un nuevo bebé en casa».
Por su parte, el granjero pensaba: «¡Qué suerte la mía, dos en uno! Si es un macho nos lo comeremos en cuanto esté rollizo y si es una hembra tendremos el doble de leche cuando crezca. Sea como fuere, ha sido una buena inversión».
Así, entre suspiros y caricias, entre ilusiones de todo tipo, llegaron a casa.
Desde entonces, todos las mañanas la mujer se levantaba pronto para ir a prepararle el desayuno al animal. La lavaba, la perfumaba y la peinaba. Todas las mañanas su marido se quejaba:
—La tratas como a una reina. La tratas mejor que a mí.
—Anda, calla, tú no estás preñado.
—Ni intención tengo —le respondía irónico.
—¡Qué ilusión! Mi primer ternerito, un bebé en casa. Si es niño le llamaré Guillermín y si es niña, Elvirita —repetía la mujer.
El hombre, observándola desde la puerta del establo, pensaba: «¡Qué suerte la mía, dos en uno! Si es un macho nos lo comeremos en cuanto esté rollizo y si es una hembra tendremos el doble de leche cuando crezca».
Todas las tardes, la mujer se iba a pasar el rato con la vaca y mientras hacía gorritos de lana para el bebé, le contaba historias de cuando era pequeña. Y antes de irse a hacer la cena, le daba un masajito suave en la barriga. Todas las tardes su marido se quejaba:
—La tratas como a una reina. La tratas mejor que a mí.
—Anda, calla, tú no estás preñado.
—Pero también agradezco los masajitos —le respondía celoso.
—¡Qué ilusión! Mi primer ternerito. Si es niño le llamaré Guillermín y si es niña, Elvirita —repetía la mujer.
El hombre, observándola desde la puerta del establo, pensaba: «¡Qué suerte la mía, dos en uno! Si es un macho nos lo comeremos en cuanto esté rollizo y si es una hembra tendremos el doble de leche cuando crezca».
Por las noches, justo antes de acostarse, la mujer iba a hacer su última visita a la futura mamá y le cantaba una nana para que se durmiera. Todas las noches su marido se quejaba:
—La tratas como a una reina. La tratas mejor que a mí.
—Anda, calla, tú no estás preñado.
—Pero también me gustan tus cuentos —le respondía cansado.
—¡Qué ilusión! Mi primer ternerito. Si es niño le llamaré Guillermín y si es niña, Elvirita —explicaba la mujer encantada.
El hombre, observándola desde la puerta del establo, pensaba: Si es un macho nos lo comeremos en cuanto esté rollizo y si es una hembra tendremos el doble de leche cuando crezca».
Todos los días el mismo ritual hasta que la vaca se puso gorda gorda y llegó el día del parto. La mujer preparó el mejor lecho, agua caliente y hasta toallas nuevas.
—¡Vete corriendo a buscar al veterinario! —ordenó la granjera a su marido.
Cuando el médico llegó ya asomaban las patas de la cría, las agarró con fuerza y en un par de resoplidos salió.
—¿Qué ha sido? —preguntaron al unísono los dueños del recién nacido— ¿Macho o hembra?
—¡Macho!
—¡Bienvenido, Guillermín! —le recibió la mujer con los brazos abiertos.
El marido, que observaba desde la puerta del establo, se emocionó al ver a la cría y más aún a su mujer que lloraba de alegría. En su cabeza, aún resonaba la promesa: «Si es un macho, nos lo comeremos cuando…», pero ahora lo único que deseaba era mecerlo.
—¡Un momento!— ordenó el veterinario— ¡Qué viene otra cría!
Los granjeros se miraron sorprendidos. Al poco, nació el segundo bebé.
—¿Qué ha sido? —preguntaron al unísono los dueños del recién nacido— ¿Macho o hembra?
—¡Hembra!
—¡Bienvenida, Elvirita! —exclamó la mujer.
El marido se emocionó al ver a la segunda cría y más aún a su mujer que lloraba el doble de alegría. En su cabeza, aún resonaba la promesa: «Si es una hembra tendremos…», pero ahora lo único que deseaba era achucharla.
A los pocos días, las dos crías y la vaca pastaban en el prado en compañía de los granjeros. Nadie se comió al macho, nadie se impacientó porque la hembra creciera. Se dedicaron a cuidar a la nueva familia, a verles crecer y todos tan felices.

viernes, 14 de febrero de 2020

La teoría del caos

Tendió su mano sin dejar de leer la prensa y tanteó torpemente. Cuando su índice se topó con el cartón, contuvo la respiración y alzó la vista de golpe. Como si de su último suspiro se tratara, por su mente cruzaron la extinción de los dinosaurios, el diluvio universal y hasta la erupción del Krakatoa… Y es que aquel podría haber sido un lunes cualquiera.
La alarma saltó cuando con el paso de las horas se empezaron a multiplicar las consultas a tarotistas y videntes. Los ayudantes de Esperanza Gracia no daban abasto a responder a preguntas de vivos y muertos que a través del chat discutían sin cesar por herencias, cuernos y otros menesteres. Hasta la bruja Lola se quedó sin velas que poner.
En las noticias de mediodía, un médico de urgencias declaraba acerca de un paciente que juraba haber vuelto de entre los muertos porque el túnel estaba hasta arriba. El camino hacia el más allá era un caos. Ni familiares, ni auxiliares y ni carteles orientativos. Los muertos se iban acumulando a modo de cola que no parecía acabar hasta que al fin ya no cupo ninguno más y dejó de entrar gente. A eso de las 8 de la tarde, hasta los jardines de los hospitales estaban atestados de vivos y muertos no muertos que trataban de arreglar sus diferencias antes de que se resolviera el incidente y todo volviera a su orden natural. Las primeras en quejarse fueron precisamente Esperanza y Lola, que se presentaron en el cuartel de la Guardia Civil a presentar una denuncia a todo aquel que decía haber muerto y no se moría; cada uno de esos era una tirada menos de cartas, una vela menos (que ya había repuesto existencias), vamos, que se les había estropeado el negocio tan fugazmente floreciente.
En las siguientes horas se reunión el Consejo de Gobierno para formar una Comisión de Investigación que encontrara la solución a esta extraña circunstancia que estaba desestabilizando los mercados a nivel internacional. Funerarias, floristerías, empresas de lápidas… Todos los negocios relacionados con la Parca reclamaban indemnizaciones a las aseguradoras que una tras otra iban declarándose insolventes. Planes de pensiones, seguros de vida, los préstamos; los bancos empezaron a bloquear todos sus servicios. Hasta las empresas de criogenización estuvieron a punto de desenchufar los congeladores.
La noche fue larga. Tablas de guija y sesiones de espiritismo se mezclaban con juergas de última hora. ¿Quién dijo que el último deseo de un moribundo era ver por última vez a la persona amada? Las únicas que hicieron el agosto fueron las prostitutas.
Al día siguiente, cual leve aleteo de mariposa, en la penúltima página del Diario Cristiano se publicó a modo de curiosidad el fin de la huelga de trabajadores del Grupo Faster Line, distribuidora oficial del papel higiénico del Vaticano.
Nadie dio crédito a la vidente de tres al cuarto Máxima del Real que dijo ver en las cartas a San Pedro abriendo las puertas del cielo par en par.