Alicia seguía pensando en la pregunta
que un rato antes le había formulado su madre: «¿Qué quieres ser
de mayor?». Paseaba pensativa acariciando las flores y haciéndose
preguntas en alto, suponiendo cómo sería ser veterinaria o
maestra...
―Seré veterinaria; cuidé muy bien
de los gatitos de Mificú cuando nacieron y le echo de comer todos
los días a los peces del estanque, pero no me gustan los perros, me
ladran siempre al verme pasar. El san bernardo gordo de la señora
Aurelia ya me ha robado varias veces el bocadillo... No, creo que lo
de veterinaria no va conmigo.
Cambiaba de opinión al mismo ritmo que
caía la tarde.
―Ya lo sé, seré maestra y enseñaré
a otros niños como yo a jugar al pillar, a saltar a la comba y a
rezar a las cuatro esquinitas de su cama cada noche, pero no me
gustan las mates, se me dan fatal las restas y mi maestra dice que es
muy importante saber esas cosas... No, creo que tampoco seré
maestra.
A Alicia se le agotaban las ideas.
―¿Y policía? Llevan un uniforme muy
chulo y ayudan a las personas; el otro día un agente ayudó a mamá
cuando un chico muy tonto le intentó quitar el bolso, pero no me
gusta su cara, están siempre tan serios... ¡Jopé!
La niña golpeó el suelo con el pie
enfadada. No le agradaba verse atrapada en ese dilema. Debía decidir
algo ya, además siempre tenía una respuesta para cualquier pregunta
que le hacían. «Mamá siempre dice que soy muy ocurrente», pensó,
pero, ¿por qué no se le ocurría nada? Se dejó caer enfurruñada.
Después de un rato sentada a la sombra
de un gran árbol, jugando con un palito a desorientar a una hilera
de hormigas y deshojando margaritas, la niña se levantó sonriendo y
echó a correr hacia el porche donde su madre tejía. Atravesó el
amplio jardín sin percatarse de que el riego ya estaba encendido y
llegó a la entrada de la casa con sus pequeños zapatos manchados de
barro.
―Mamá, ya sé lo que quiero ser de
mayor, ―dijo la niña llena de emoción mientras se apoyaba en las
rodillas de la mujer.
Clara, que hasta ese momento trabaja
concentrada en su labor, levantó la vista y la observó.
―Pero niña, ¿dónde has estado?
¿Has visto cómo traes el vestido? ¡¿Y los zapatos?!
Alicia se quitó inmediatamente los
zapatos y los dejó en primer peldaño de la escalera, al tiempo que
se sacudía la falda del vestido.
―Mamá, no te enfades conmigo. He
estado toda la tarde pensando en lo que me has dicho.
La madre, que adoraba a su pequeña, le
pidió que se acercara y le dijo con una amplia sonrisa en la cara:
―¡Sorpréndeme!
―Quiero ser palabra ―dijo
firmemente la pequeña.
La mujer reaccionó sorprendida. Alicia
era la pequeña de sus cinco hijos y ninguno de ellos, cuando les
había planteado la pregunta, contestó algo similar...
―¿Palabra? Eso no es una profesión.―
Respondió Clara con cariño para evitar causar una decepción a la
niña.
―Sí, definiré cada acto, cada
acción que las personas lleven a cabo y mi voz se oirá en todo el
mundo. Llevaré la palabra «paz» a lo más alto y «respeto» a su
pleno significado.
Alicia estaba encantada, gesticulaba
exageradamente mientras relataba a su madre los argumentos que el día
de mañana la convertirían en una gran «palabra». Su madre apartó
la colcha de ganchillo en la que trabajaba y dejó las lanas en un
cesto de mimbre a su lado. La pequeña se acercó a ella buscando una
muestra de aceptación, sin dejar de sonreír, ilusionada. Clara la
recibió en sus brazos con todo el amor del mundo y la subió con
cuidado a sus rodillas.
―Pero, cariño... ―acarició la
barbilla de su hija y dirigió su mirada hacia ella―, no se puede
ser palabra.
La niña se separó por un momento,
disgustada y a modo de reto le dijo a su madre:
―Vamos, ponme a prueba.
Clara dudó un momento; empezó a
pensar en algún ejemplo que descuadrara a la futura profesional del
léxico.
―Bien, veamos, ¿cómo sería
«beso»?
Alicia le sonrió, se acercó a su
madre y le dio un beso en cada mejilla.
―Veo que controlas el tema, ―dijo
su madre mientras le dedicaba una mirada pícara―, probemos con
otra... ¿Y «abrazo»?
La niña, como ofendida, volvió a
ponerse en pie, firme y seria y le increpó a la mujer...
―¡Jo, mamá, me las pones muy
fáciles, búscame algo más difícil!
―Bueno, mientras se me ocurre algo,
ven y dame ese abrazo.
Alicia, haciéndose un poco la víctima,
se acercó a su madre con paso lento y apretando la boca. Ambas se
fundieron en un momento de esos a los que acompaña un somero
contoneo al ritmo de sus latidos. Verlas allí, cuando ya solo
quedaban en el cielo las últimas gamas de azul, era una hermosa
imagen que a Clara le hubiera gustado capturar en una foto. Abrazaba
a su hija con tanta ternura, y la niña suspiraba en su hombro
mientras suavizaba el gesto de su cara.
Por fin, se apartaron la una de la
otra. Alicia quedó frente a su madre y esta le dijo:
―Dime, futura «palabra», ¿cómo
definirías este cariño que acabamos de darnos en silencio?
La niña titubeó. El reto era
importante, eran demasiados sentimientos para englobarlos en un solo
término.
Se volvió despacio y caminó durante un rato por el
porche.
Micifú apareció por la baranda del
fondo, seguida de dos de sus pequeños. Alicia que aún no encontraba
la respuesta a la pregunta de su madre, se entretuvo con los
gatitos.
―Cariño, vamos dentro a preparar la
mesa.
―¡Espera mamá, por favor, esto es
importante!― Dijo mientras dejaba de nuevo en el suelo a la gatita
más pequeña de la familia.
Clara aprovechó para terminar de
recoger los ganchillos y las lanas. Justo antes de terminar de plegar
la colcha, Alicia se acercó a ella con paso firme.
―Lo siento, mamá, no puedo,― dijo
la niña un tanto compungida―. No hay única palabra que defina
todo lo que te quiero.
Sonrió a la mujer y volvió a sentarse
sobre sus rodillas. Estuvieron allí un rato, a pesar de ser la hora
de la cena. De pronto, el gesto de Alicia se tornó sereno, se ve que
al fin había encontrado la respuesta a la pregunta que su madre le
formuló a primera hora de la tarde. Y afirmó sentenciosa:
―Mamá, ya sé qué quiero ser de
mayor, ―volvió a sonreír―, seré «silencio».
Clara se quedó aún más extrañada
que antes, pero confió en su hija y la dejó continuar.
―Sí, seré «silencio», así podré
decir mucho más sin tener que emitir un solo sonido.