jueves, 29 de diciembre de 2011

En el limbo de los sentimientos

En el borde de la nada, entre el cielo y el infierno, las ideas vuelan alrededor sin dejarse atrapar. La inspiración está de vacaciones, se las ha tomado sin decirme cuándo volverá, siquiera si piensa hacerlo. Estoy agotada de forzar las ideas, de mirar a cualquier parte y no ver nada más que un espacio desierto. Me tomaré un descanso. Escribiré para mí sola pues ahora me encuentro en el limbo de los sentimientos. Me quedaré con Bécquer, vagando sin rumbo fijo en ese espacio misterioso entre la vigilia y el sueño hasta que vengan a despertarme diciendo «te quiero».

(RIMA LXXI, de Gustavo Adolfo Bécquer)

miércoles, 28 de diciembre de 2011

La palabra adecuada

Puedes encontrar más de 100000 palabras en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, eso sin contar derivados y demás. Pero, ¿cómo hallar la secuencia concreta, la que responda a todos los gustos? Te lo digo: no la hay.
Escriba lo que escriba habrá a quién le parezca triste, aburrido, sin sentido o quizá todo lo contrario. Acomodarse a todos los públicos es complicado, ¿cuál es el tema más neutro, aquel del que todos hablan? Para niños, adultos y ancianos, déjame pensar... Lo único que puede arrancar unas carcajadas sería el clásico «caca-culo-pedo-pis», y el que piense lo contrario que lo diga. Pero tendrás a aquellos a los que ni eso les parezca correcto.
Descartemos el tema del amor ―por aquello de ponerse moñas―, el de la muerte (no se vayan a pensar que voy a suicidarme), la tristeza está muy manida, tanto como el silencio y el vacío, ¿y la alegría? ¿Qué escribo, un monólogo y nos reímos todos? Seguro que alguien se ofende con alguno de mis chistes.
Así que casi mejor guardo silencio hasta que propongas un tema concreto, sé mi muso exigente, pide por esa boca, a ver si tienes suerte y das con la palabra adecuada.

domingo, 25 de diciembre de 2011

Supervivencia

Otra vez sentimientos en el tintero.
A pesar de negarme a reconocerlo,
A pesar del frío del largo invierno,
Han surgido como primavera en flor.

Han regresado las mariposas
A revolver mi vientre dormido
Despertando de nuevo la inspiración.
Tanto es el tiempo perdido...

No hablaré más del silencio,
Del vacío o la obscuridad.
Ahora solo quiero tu risa dibujada,
Todo lo que dices y lo que callas.

Seremos la luz serena y dulce,
Habitantes de un futuro incierto
Caminando a la par sin perdernos
Una sola palabra, una sola mirada.

Mientras siga habiendo amor
Juro que sobrevivirá mi poesía.

sábado, 24 de diciembre de 2011

La cara oculta de la Luna

Me pediste la Luna y me quedé sin palabras, ¿cómo hacerte similar ofrenda? Consulté con astrónomos sobre su movimiento, y a físicos sobre la gravedad del evento, pero ninguno me dio la solución al problema. Después de mucho pensarlo he decidido que la próxima vez que te vea esperaremos juntos la noche, pero no una noche cualquiera, la primera de luna llena. Cuando esté en lo más alto la miraré fijamente hasta memorizar cada orilla de su Mar de la Tranquilidad, entonces cerraré mis ojos capturando la imagen y dejaré que beses suavemente mis párpados para entregarte su cara oculta.


Me niego a escribir un cuento navideño

No, me niego. Nos negamos mis palabras y yo. La Navidad es para quien la celebra; ellas prefieres dedicarse a otros menesteres y yo ya perdí la ilusión. Me falta gente, me faltan ganas, me falta la Navidad simplemente.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Hambre de cariño

Cuánto silencio, cuánto vacío.
Mirar hacia fuera en invierno
Es conocer mi interior:
Marchito, yermo y frío.

Los días pasan insondables.
Mi esperanza es la mar infinita
Excitada en olas albinas,
Profunda y negra de arte.

¿Me acostumbraré a morir en vida,
A las noches de insomnio?
Me anclaría al cálido otoño,
Al cobrizo de sus hojas caídas.

Tan difícil la palabra, la sonrisa.
Querer sin querer estar sin estar.
En la espera traicionera
Que susurra a voces la brisa.

Solo el sueño infranqueable,
El que siempre evita la paz.
Dejemos de ser quienes somos
Para no pasar más hambre.

martes, 20 de diciembre de 2011

A mis palabras

Qué extraña sensación... Mis palabras han enmudecido, parecen indecisas, no saben en qué orden salir. Es la primera vez en mucho tiempo que no sé qué ni cómo decir lo que siento. He intentado forzarlas en prosa y en verso, pero cada vez que quiero echar mano de ellas, huyen de mi boca. Es algo inusitado, estaba acostumbrada al revuelo y al desorden, ahora perecen haberse aliado con el silencio.
Para vosotras este post pues sois mis mejores aliadas; os debo el reconocimiento y muchos sentimientos compartidos. Así que, queridas mías, no tardéis en decidiros, necesito vuestra guía, vuestro consuelo.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Muda

¿Dónde estáis palabras? Siempre deseando salir de mi boca y ahora os escondéis obligándome al silencio... Caprichosas, me mantenéis muda.

La larga espera

Lo supo desde el primer instante, dudaba de si tendría otra oportunidad. No creía en la suerte ni en el destino, solo en la gente y en sus intenciones, y ahora creía en él pero le seguía faltando fe en ella misma. Algo le impulsó a tomar la decisión, quizá el miedo, quizá la esperanza, pero, como siempre, le fallaron las palabras... Se quedó en silencio, muda, solo supo decir «te quiero» con un abrazo intenso, rozando sus mejillas, acompasando los latidos al ritmo de un ligero contoneo. Al final, él le susurró al oído: «¿Por qué has tardado tanto?»

Tu corazón es mío

Te vas y me dejas sin palabras, sin letras en el tintero, sin más que decir. Vuelvo al silencio, a tu ausencia que es mi vida hasta el instante en el que te reencuentro.
… ¿Dónde has estado todo este tiempo, dime?
… ¿Qué harás el resto de mi vida?
Decirte que eres, en definitiva, lo que esperaba encontrar, y ahora que (no sé si) te tengo, siento un horrible miedo. Experta en declaración de intenciones, te diré que seguiré a tu lado, no tengo nada que perder ¿Harás tú lo mismo? Dejo mi corazón en tus manos, es tuyo.

domingo, 18 de diciembre de 2011

sábado, 17 de diciembre de 2011

Volvamos a estar vivos

¿Qué tal si dejamos a los muertos de lado
Y volvemos a estar vivos?
Si retomamos los sentimientos olvidados
En un mismo rumbo fijo.

Despertemos todos los sentidos,
Utilicemos todas las palabras del diccionario,
Gritemos a los cuatro vientos por capricho
Agitemos los instintos primarios.

Esta noche yo soy tuya y tú eres mío.

viernes, 16 de diciembre de 2011

De tu voz...



Hoy me han hecho un regalo muy especial... Eternamente agradecida a Clarisa Leal; siempre la llevaré en mi corazón.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Borrando nuestro recuerdo

No, que no digan que no supimos amarnos, se equivocarían siempre. Dejemos que mientan, que digan lo que quieran, pero que no nieguen que hubo algo grande entre los dos pues quisimos alcanzar el cielo en nuestra particular torre de Babel construida con cariños. Mas, como en el Génesis, acabamos destruyendo todo aquello con los silencios, confundiendo nuestros caminos y alejándonos sin remedio.
No, no permitamos que borren nuestro recuerdo. No olvidemos nuestra capacidad de amar aunque el destino nos lleve a otros. El pasado es nuestra historia y los recuerdos el legado.
Que no digan que no nos amamos...

sábado, 10 de diciembre de 2011

Poemas en flor

Déjame ser tu voz,
Engañemos al silencio.
Dejemos que fluyan las palabras
En prosa o en verso.

No importa el tema, motivo u oración.
Rompamos las cadenas que nos atan
A la página en blanco,
A la tinta seca y al borrador.

Déjame ser tu voz
Tantas veces como nos haga falta.
Déjame amarrarme a tu garganta
En trueno aterrador.

Acabemos con esta paz incauta
Que nos separó en dos.
Volvamos a la unidad tan ansiada
Que no quiero morir sin dicción

Déjame ser tu voz
Y gritemos a los cuatro vientos
Quienes somos tú y yo:
Poemas en flor.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Inspiración, expiración

¿Qué haría yo sin ti?
Sin tu ausencia, sin tu silencio, sin tus palabras huecas,
Sin esa sonrisa atorada y esos ojos muertos de sueño.
¿Me quedaría sin inspiración,
Sin motivo por el que escribir?
¿O quizá no?
Mi inspiración viene con lo más inesperado.
Verás...
Empiezo a no echarte de menos, tampoco te echo de más.
Es solo que la vida continúa contigo o sin ti.
Lo siento, querido, eres prescindible,
Aunque seguirás siendo blanco de mis versos,
Quizá algún personaje en mis cuentos.
Quién sabe.
Ahora sé lo que haría sin ti:
Lo mismo que contigo:
Inspirarme, expirarte.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Tras la tormenta llega la calma

Aún recuerda cuando la tristeza era una opción y no una constante en su vida, cuando aún tenía fe en que tras la tormenta llegaría la calma. Lo recuerda con nostalgia, con la sensación de haber perdido la capacidad de levantarse de nuevo a pesar del esfuerzo. Sabe que nada volverá a ser igual, que el futuro se presenta tintado en un color desconocido. No sabe de mezclas, jamás se le dio bien elegir el tono adecuado para nada que tuviera ver con ella misma.
Ahora, sentada frente al ordenador, solo lee. Repasa todos sus escritos intentando rememorar la sensación de tibieza, pero no lo logra. «¿Cuándo me perdí?», se pregunta una y otra vez intentando hallar la respuesta que no llega. Se detiene ante una lectura inesperada, unas palabras que no le pertenecen, una dedicatoria antigua que pasó por alto en su día.

«Adoro todas y cada una de tus palabras. Si tus sentimientos son sinceros, déjame que tome tus manos para siempre.»

No sabe quién escribió aquello. El enlace del autor lleva a una página caducada y hacer la búsqueda por el pseudónimo es imposible. Mira la fecha: 8 de octubre de 2009. Han pasado más de dos años. Sabe que se agarraría a un clavo ardiendo si ello supone su salvación, y a la vez siente una mezcla entre curiosidad y miedo. «Jamás sabré quién fue». Se rinde y vuelve a la lectura de sus post.
Después de tantos años escribiendo, el tiempo pasa despacio mientras en cada cuento, en cada verso, trae a su memoria cada sentimiento sobrevivido: el amor, el desamor, la muerte de un ser querido, la esperanza, la decepción... y otra vez el amor, y con él, otra vez el desamor.
Se detiene de nuevo, le resulta duro masticar de nuevo esa sensación amarga. Abre otra pestaña en su navegador y revisa el correo; tiene un nuevo comentario en su última publicación. Justo en ese momento llaman al teléfono. Es su primera conversación del día, rozando las once de la noche; su madre, preocupada, le pregunta cómo está, si quiere que vaya a verla... «Mamá, solo he cogido frío, debo estar incubando algo. No te preocupes, ya está aquí mi minino para hacerme compañía. Mañana voy a verte sin falta. Te quiero, lo sabes, ¿verdad?» Odia mentirle, ojalá tuviera el valor suficiente para decirle que está cansada de esperar, de que todos los días sean iguales y de acabar cada jornada más triste que la anterior; pero no puede. Para ella fabrica su mejor sonrisa.
Antes de volver al ordenador, se prepara un café caliente y un par de galletas, su cena más frecuente. La noche será tan larga como el día, dormir lo hace solo por aburrimiento, apenas tiene sueño, apenas tiene sueños. Cuando se reincorpora a la red, recuerda el comentario pendiente y lee.

«Sigo adorando todas y cada una de tus palabras. Sé que tus sentimientos son sinceros, estoy seguro de ello. Déjame pues que tome tus manos para siempre.»

Yesterday


De volver al silencio me encuentro cansada,
Derrotada en las mil mareas en las que nado
Con la espalda dolida por el peso que cargo.
Y a pesar de todo eso, no me queda nada.

De encontrarme otra vez con ella, mi sombra,
Enraizada a la cordura que perdí con el tiempo,
Se burlan de mi locura golpeando contra el viento
Todo lo que siento y, sin querer, vomito por mi boca.

¡Alejáos, insensatos, no merezco vuestra ayuda!
Dejadme morir en paz reviviendo mi pasado,
Aquel tan lejano que apenas he llorado
Cuando era feliz, el de la infancia huesuda.

Reflexiones de última hora

«Solo necesito tiempo...» Le he dicho a mi tocaya totalmente convencida. Ojalá hubiera sido capaz de confesar que mi lista de necesidades es interminable, pero no puedo. Me resisto a negociar la felicidad conmigo misma, pero lo sigo haciendo. En este trance de indeterminada paciencia llevo más de tres meses, y aunque me he recuperado en algunos aspectos, sigo atrapada en muchos otros.
A pesar de la seguridad que ahora me domina, sigo arrepintiéndome en pequeñas dosis de palabras no dichas, de actos contenidos y deseos impronunciables. ¿Se puede continuar una vida anclada a esos defectos? Segura estoy de que el camino no es fácil, que todavía tengo mucho por descubrir.
Un buen amigo me decía el otro día lo que me queda por aguantar... Ni imaginarlo quiero, pero me siento preparada para hacerle frente a todo lo que venga porque de todo lo que compartimos el otro día en la comida, dijo algo más que me llegó al alma. Me describió en una palabra: «fiel». Fiel a mí misma, a mi gente, a mis ideas y valores, incluso a mis contradicciones. Casi me avergoncé, pero se lo agradezco.
Ahora, rozando la una de la madrugada y después de un día agotador, entre risas y caminata, no puedo evitar repasar en global mi vida. Y a pesar de los cambios a mejor, creo que sigo retenida por mis miedos. Con mis niñas dormidas, todas en el sofá-cama, la mochila en la cocina y el paquete de tabaco vacío, creo que mejor me voy a dormir, no quiero pensar más, ni en lo ínfimo ni en lo eterno. Me entregaré a los brazos de Morfeo que, de momento, es el único varón con el que comparto mi cama.

Por orden de llegada...

Por mi hermana y mi amiga,
los policías con los que compartimos el riego,
porque la vida es bella,
la Gran Vía, ida y vuelta, vuelta e ida,
los amigos reencontrados,
el restaurante cerrado,
por el abierto y su tarta de zanahoria,
mi déjà vu,
el Parque del Retiro y su Palacio de Cristal,
los recuerdos imborrables,
todas las risas compartidas,
para el malqueda y los dejados en el tintero,
por el/lo que pudo ser y no fue,
las despedidas,
las horas de tren,
el placer de volver a casa,
y mis niñas...

Por todo eso, ¡me voy a la cama!

martes, 6 de diciembre de 2011

Los cuatro elementos

Soñó que era fuego, caliente y seco,
Amando con pasión a Prometeo.
En rojo ardiente de perdidos deseos
Y silencios encondidos.

Soñó que era tierra, seca y fría,
Creció en melancolía de adversidades
Amamantando a quien dio luz
De alma yerma y marchita.

Soñó que era agua, fría y húmeda
Y se dejó llevar por las mareas
Víctima de las emociones en superficie
Ocultando de invierno su feminidad.

Soñó que era aire, húmedo y caliente,
Sangre viscosa en sustancia pura,
Inspirando la muerte, expirando la vida.
Bebiendo los vientos por Eros.

En la indecisión de los elementos decidió ser Vida.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Vida por vida

Aquel invierno había empezado antes de lo esperado. El otoño duró lo que un suspiro dejando paso al frío, a la noche temprana y el brasero de la mesa camilla. Elena se había trasladado hacía poco a la casa de su abuela. La vivienda, pendiente de muchos arreglos, tenía un patio en la parte trasera al que apenas salía; su suelo, vencido por el tiempo, necesitaba un repaso y con el hielo se hacía especialmente peligroso.
Por las noches miraba por la ventana de su dormitorio helado, cubierta por un mar de mantas gruesas. Deseaba que su destino fuera otro, pero el paro y las deudas con el banco, la habían obligado a volver al pueblo. Vivía aquella casa como su vergüenza última, se sentía igual: achacosa y desvencijada, haciendo un esfuerzo por sobrevivir. Dejaba pasar los días entre los quehaceres de la casa sin hacer un solo ruido, ni radio ni televisión. No leía ni escribía, apenas encendía luces y tampoco salía a hacer la compra, prefería que se la trajeran a casa con tal de no hablar con nadie, ―«Olvidaré mi voz», se decía―; tampoco cantaba, como solía hacerlo cuando era joven. Sus únicos compañeros de fatigas eran los crujidos constantes de las vigas que se quejaban de la humedad.
Una tarde, poco después del café, oyó un ruido fuera. Se asomó al patio, pero no vio nada. De vuelta a la cocina volvió a escuchar como si alguien rascara la puerta trasera. Dudó que fuera un ladrón, qué se iban a llevar si solo tenía miseria. Ante la insistente llamada, dedició abrir la puerta de madera no sin esfuerzo pues estaba hinchada tras la última nevada. Frente a ella, tiritando de frío, había un gatito negro. Ambos se quedaron un rato quietos mirándose. El felino no se atrevió a dar un paso y ella no supo cómo reaccionar. No quería compañía, apenas tenía para mantenerse ella sola, pero el estado del animal, desnutrido y canijo, conmovió su corazón. Con la puerta aún abierta, pasó al aseo a buscar una toalla con la que recogió al pequeño entre sus brazos. Lo secó con cuidado, repasando su frágil cuerpo para asegurarse de que no viniera acompañado. El gatito se quedó dormido con tanto mimo. Cuando empezó a ronronear, Elena dejó escapar la primera sonrisa después de mucho tiempo.
Cuando llegó la primavera todo en aquella casa había cambiado: La mujer había recuperado las ganas de vivir, de hacer cosas, había encontrado trabajo y reformado el tejado para acallar sus protestas; soló el suelo del patio y colocó allí una sombrilla y una mecedora con unos cojines cómodos donde ella y Vida, su gato negro, se echaban la siesta a diario.
La gente pensó que aquel cambio se debía a que Elena se habría hecho novia con algún muchacho del pueblo; pero no, solo ella sabía que el amor incondicional que su gato le entregaba a cambio de haberle salvado la vida era lo que había salvado la suya.

sábado, 3 de diciembre de 2011

En sonrisa constante

Soy en sonrisa constante. No recordaba que ser feliz fuera tan fácil. Ahora todo me resulta agradable y lo que me molesta, lo obvio y a otra cosa. Los primeros meses de cambio fueron complicados, se me juntó demasiado, pero ahora, simplificando, todo toma un aire nuevo. He de reconocer que de entre todos mis sueños mantengo solo uno, pero lo guardaré en secreto, de momento.
Me gustaría contagiarte de esto que me empuja a caminar hacia delante sin miedos ni apreturas, sin pensar en el pasado ni las consecuencias. Cuando al fin nos amemos, querido mío, lo haremos sin medida.

Soñar de tu recuerdo

Quiero olvidarte y no puedo,
Tendría que olvidarme de mí primero.
El amor tiene estas cosas,
Va y viene haciendo renacer la llama,
Abriendo las heridas de nuevo.

Quisiera ser mariposa
Ligera en la nebulosa.
Escapar del sentimiento
Que ahora me tiene atrapada
Marchitando entre las rosas.

Quisiera que me llevase el viento,
Olvidar cada momento
Que nos unió para siempre.
Pero tengo un ala rota,
No puedo levantar el vuelo.

Quedaré dormida en tu regazo
Sin dar un ruido siquiera.
No te molestaré jamás,
No percibirás mi presencia.
Seré invisible ante tus ojos.

Solo déjame soñar de tu recuerdo.

viernes, 2 de diciembre de 2011

4 minutos



Podía haber cumplido con cualquiera de sus tareas diarias, pero aquella mañana decidió salir a pasear de nuevo; a pesar del frío, el día había amanecido claro y soleado. Se calzó las zapatillas de deporte y cogió el reproductor de música. Con el volumen bien alto para aislarse de los ruidos de la calle, salió sin dirección concreta. Anduvo un buen rato hasta terminar en su sitio favorito: el parque; le encantaba disfrutar de las risas de los niños jugando en los columpios, pero a esas horas y un martes no se cruzó con ningún pequeño. En la zona del fondo aún permanecía la antigua pista de patinaje, rodeada de árboles, casi oculta, y poblada por hierbajos. Como en cada escapada matutina, miró en todas direcciones, ―no vio a nadie―, y pasando por debajo de la baranda accedió al cemento pintado en rojo teja. Se entretuvo un momento buscando en el aparato una canción concreta, nunca sabremos lo que escuchó (ni siquiera yo).
Cuando la música empezó a sonar, comenzó a contonearse lentamente, con los ojos cerrados. Allí, escondida entre las sombras de los pinos, estaban ella, la melodía y su improvisada pista de baile. Sus hombros contagiaron el ritmo a sus brazos y levantándolos despacio, inició una coreografía para la que no había espectador. Sus movimientos suaves, su sonrisa tibia y la punta de sus dedos dibujando lazos invisibles, marcaron el inicio de unos pasos tímidos que poco a poco la convirtieron en la dueña de aquel espacio. Desde el centro de la superficie fue desplazándose hasta cada rincón, regalando con sus manos todo lo que la letra le inspiraba. Durante cuatro minutos no hubo nada más en el mundo...
En el silencio que daba paso a la siguiente pista de audio, se detuvo en seco y abrió los ojos volviendo a la realidad. Comprobó de nuevo que no hubiera nadie cerca; se moriría de vergüenza si alguien la viera. Nadie, de nuevo esa soledad que tanto la consolaba. Salió del recinto sin mirar atrás y volvió a casa con cierta prisa; se acercaba la hora de comer y aún tenía que hacer la compra.
Por la tarde, cuando salía hacia la clase de piano, coincidió en el ascensor con un muchacho. Ella, tímida, como siempre, le sonrió y volvió a perder la mirada en los botones de cada planta. Él, que ya la conocía de vista, se atrevió a iniciar la conversación. No hablaron del tiempo ni de la crisis; el muchacho simplemente sacó de su mochila el mp3, activó el minúsculo altavoz y dejó que sonara «No ordinary love», de Sade.
―¿Son tus cuatro minutos? ―Preguntó sin rodeos.
Ella se quedó cortada, no pudo evitar que sus mejillas se sonrojaran, no sabía qué decir, solo que la próxima vez que fuera a bailar al parque ―si se atrevía― debía comprobar mejor los alrededores.
―Yo... ―No encontraba las palabras adecuadas.
―No te preocupes, guardaré tu secreto. A cambio, concédeme un baile.

Por los cerros de Úbeda

Saturnino Compostizo, natural de La Alameda, siempre quiso ser escritor. Sus padres, de campo de toda la vida, vieron poco productivo que el niño dedicara su infancia a los libros en lugar de jugar o ayudar en casa. Ser el pequeño de siete hermanos y su naturaleza enclenque le libraron de las tareas más pesadas pudiendo dedicar casi todo su tiempo a lo que más le gustaba: las palabras.
Con los años, el muchacho se atrevió por fin a escribir de su puño y letra. Comenzó, como todos, plasmando en ridículas poesías sus desengaños amorosos; por suerte no fueron muchos dado que Satur, como solían llamarlo en el pueblo, era poco agraciado. Sabiendo que lo tendría complicado en el plano personal, decidió pasar a temas más profundos. Las ovejas y la labranza poco le inspiraron, a pesar de ello consiguió reunir en un poemario más de mil versos. Se esforzó mucho, pero el talento no era algo que, a primera vista, había heredado.
Convenció a sus padres para que le dejaran marchar a la capital a estudiar una carrera. Después de casi una década, en la que su esfuerzo principal fue integrarse con sus compañeros, Saturnino se graduó en Hispánicas. Contaba ya alguno más de treinta y sentía un ansia terrible por empezar a escribir a nivel profesional. Volvió a su tierra con la intención de encerrarse en su cuarto y narrar todo aquello que le viniera a la cabeza, pero a los pocos días, con solo un par de folios escritos y el resto del paquete en la papelera, Saturnino empezó a desesperar. Sus padres, ya mayores, se preocuparon por su hijo, todo hombre, sin familia propia ni ingresos. «Soy un escritor maldito», les decía... Escribió prosa y poesía, cuentos y alguna novela, todo lo mandaba a concursos literarios, pero nunca consiguió ningún premio importante, ni siquiera una mención; a pesar de su fracaso nunca se rindió.
Cuando poco le quedaba en la vida, decidió actualizarse y comprar un ordenador, por fin había llegado la era de Internet a su casa, y si antes salía poco, entonces menos. Algo que tampoco ayudó fue su enfermedad: cáncer de estómago. Poco a poco se fue encerrando en sí mismo, concentrándose en su dolor y, a pesar de resultarle bastante inspirador, jamás escribió ni una sola queja acerca de su suerte. Un amigo suyo le recomendó consumir marihuana para controlar las molestias. Saturnino pensó que nunca había probado el sexo ni el alcohol, pero no era tarde para las drogas.
Al primer porro, pues conocía otro medio, las palabras empezaron a fluir con una intensidad desmesurada. Él, que no acertaba a coger el bolígrafo, quiso apuntarlas todas, pero se le escapaban. Fue entonces cuando se dio cuenta de que solo bajo el efecto de la droga conseguía por fin escribir algo de calidad. Su última novela «Por los cerros de Úbeda» recibió los máximos galardones de este año, pero Satur no llegó a disfrutar de las mieles del éxito; murió de sobredosis.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Rojo

Se me olvidó que soy rojo,
Puro y brillante desde el origen,
Honesta en composición,
Cálida en sentimientos,
En pasión ardiente y desbordada
Imperceptible al ojo humano.

Soy rojo carmesí
En transparencia de mi corazón.
Soy bermellón
En la naturaleza de mis palabras.
Soy encarnado
Cuando las heridas no cierran.
Soy púrpura
Cual soldado de terracota.
Soy en rufo
Tras la oxidación de mi alma.
Cereza, guinda o frambuesa
Según te apetezca.

Fortaleza Roja como la Alhambra,
Sangre derramada por los héroes
Tintando la historia.
Incandescente, impetuosa,
Ígnea como el sol.
Escondida tras una faz
De inocente y virtuoso blanco.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Amada

Entradas, salidas,
Idas y venidas de los desventurados
Que esperan heredar la tierra.
Somos pasajeros del tiempo
Evadiendo las salidas,
Porque la muerte ha de llegar,
Espera en cada esquina.
¿Quién será el siguiente, dime?
¿No tienes curiosidad?

Te quedaste quieta y se paró mi alma.
Respirar despacio no alivia,
Solo enrojece a los que no saben mentir.
Y habrá palabras, siempre palabras,
Que nos guíen hacia el vacío
De cada estrofa,
De cada verso vertido sin medida,
Sin rima ni anexo.
Perderemos letras en cada silencio
Que ahora dicten estas líneas.

¿Qué mezcla hay peor
Que la impaciencia y el deseo?
Se golpean contra el viento
Agitados por las olas.
Se arrojan a los espacios en blanco
Queriendo cubrirlos por completo.
Si queda algún hueco,
Alojaré mi corazón en ese obscuro desierto.
Habrá manadas de lobos hambrientos.
Defenderé mi vida hasta el último aliento,
Evitaré las heridas y gritaré
Que fui un loco enamorado
De lo poco que me diste.
Tu aroma, tu frescor,
Esa sonrisa que guiaba el tono de mi voz.
Verte dormir enroscada
Como un gato de siesta,
Ver tu cuerpo de sinuosa estampa
Y el ritmo de tus latidos consonantes.

¿Acaso te dije «te quiero» en exceso?
¿Pequé de inconsciencia?
No desveles mi secreto.
Jamás digas que fui un objeto,
Tu mirada me decía que era bien amado
Y hubiera claudicado, lo juro,
Si me hubieras dejado.
Pero me olvidas y muero.

¿Quién me obliga a seguir adelante?
No quiero ser caballero andante.
De triste figura en boscosa soledad.
Me conformaba con ser hormiga
Y pasarme la eternidad en hiriente rutina.
Que si salgo de ella,
Olvidaré el camino de vuelta
A tus manos tan queridas.
Pero, ¿me aceptarás de nuevo en tu vida?

¿Cómo...?
¿Has olvidado mi nombre?
No oíre la llamada.
Me perderé de nuevo
En la temida esperanza
Creyéndome tuyo y tú mía
Sin tenerte cerca.
Enredaré mi pelo para cegarme,
Arderé en el infierno si hace falta
Con tal de arrancar las heridas
Que me diste en regalo.
Y seguiría esperando presentes
Hasta que acabara esta calvario.

Mas el destino de inseguro paso
Se empeña en guiarme hacia delante.
Habré de ser fuerte,
No esperar más tarde de la una
Para amarrarme a tu senda
En tenue y frágil dependencia.

Gírate, necesito verte.
Pronúnciame otra vez, despacio,
Que disfrute de tu boca.
Dame la oportunidad de seguirte
Más allá del espacio de extraños.
Descúbreme en la niebla
Que ahora ciega tu juicio.

Enormes perras nos persiguen.
Deben alimentar a sus crías.
Desconfían de las sombras frías
Que dejamos al contrario.
En la última batalla
Me desraizaron dos dedos.
Perdí la guía hasta tu casa y la paz.
Ahora solo bebo cascadas.

La tinta de mi pluma escasea
Y mi falta me delata.
Acabar cada fragmento
De esta vergüenza póstuma
Me cuesta el último esfuerzo.
Antes de acabar de leerme
Me habré perdido en olvido,
Borrado de tu recuerdo.
Pero antes de marcharme
En compañía de la parca
Déjame decir «te quise».

La receta

―Eucaliptus y berenjenas. ―Dijo completamente convencida.
―¡Venga, hombre! No te lo crees ni tú.
―Que sí, te lo aseguro, que lo he leído en un blog.
―¿En cuál, en el de la bruja Lola?
No le importaba lo ridículo que sonara, ni siquiera que se convirtiera en el blanco de todos los chistes de su mejor amiga. La información la había encontrado en un post con muchísimas visitas; claro, que tampoco se paró a indagar en la veracidad de los datos, el autor o la base científca que mantuviera aquella cuestión.
Había apuntado en una hoja todos los ingredientes: eucaliptus y berenjenas, un poco de agua para cocción y paciencia. El mejunge requería su maña, el tiempo adecuado para cada momento y mucha, mucha paciencia. Lo más ridículo de aquel ritual era la lectura en alto, una vez detrás de otra, de la leyenda en cuestión a la vez que se santiguaba en cada punto y final. Casi dos horas de conjuros y magia en la escasa cocina del apartamento con la única iluminación de veinte velas rojas de un tamaño considerable. «Con lo que ha costado la cera bien podía haber comprado un par de bombillas de bajo consumo», pensaba entre líneas.
Coló aquel caldo de color un tanto extraño. La mezcla de aromas le parecía vomitivo, solo pensar en comer aquello le resultaba complicado, pero haciendo de trispas corazón y una pinza en la nariz, consiguió homogeneizar la mezcla con la ayuda de la batidora. Hubiera jurado que cuando metía el acero, mil mariposas salían volando; aunque más bien era su conciencia la que disimulaba los gotazos de la papilla que estaba fabricando.
El siguiente paso era guardar las gachas en tres tupper de distinto color: uno rojo para el corazón, otro verde para la esperanza y el tercero en discordia, negro para la muerte. Este último jamás debía abrirlo así que lo aseguró con loctite y lo escondió al fondo del armario que menos usaba. Los otros dos debía conservarlos durante un mes en el frigorífico cambiándolos a diario de orden, uno arriba y otro abajo.
Cada vez que su amiga la visitaba sentía la tentación de abrir los recipientes, pero como un rayo la propietaria se abalanzaba y los protegía como una fiera cuida a sus cachorros.
―Chica, que no te los voy a quitar...
―Los defenderé con mi vida, si hace falta. ―Argumentaba exaltada.
Treinta jornadas pasaron y su suerte no cambió ni un ápice. El último día volvió a encender los cirios y a preparar todo el repertorio de tonterías. El momento decisivo había llegado. Los nervios la tenían en tensión, su corazón latía descontrolado y tras tanta esperanza invertida en la solución, decidió ser valiente y abrir las tapas de plástico.
―¡Mierda!, ―exclamó a voz en grito―, la mezcla se ha estropeado, no puede ser...
El olor era insoportable y solo la visión de la vida emergente era desoladora.
―¡Denunciaré a Tupperware!

martes, 29 de noviembre de 2011

Entre los dos

Resuenan tus palabras
En eco desgarrador.
Soy, seremos siempre,
Uno más unos, dos.

No más pasos que nos miren
Ni lenguas maliciosas
Pues somos amantes
Tatuados en rosas.

Que corran los insensatos
Que huyen del amor.
Ciegos de rabia y miedo
A sentirnos en calor.

Porque somos invisibles.
No habrá domador
Que domine los caballos
De nuestro corazón.

Desnúdame despacio.
Sintamos en silencios
El pulso descontrolado
en cada gesto, en cada abrazo.

Y olvídame despacio
Tanto como te quiero yo.
Escucha la música
Que nos dicta el no amor.

Somos marionetas
Del silencio abrasador.
Seremos libres
En el último adiós.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Mi estresante vida como ama de casa


Entre todas las obligaciones de casa, la que más pereza me da es fregar los cacharros. Tengo pocos: seis cubiertos de cada y un juego de platos de distinto tamaño, sin contar las escasas cazuelas que apenas utilizo, y mis tazas de gatos, imprescindibles para el café de cualquier hora. Agoto las herramientas hasta que no me queda más remedio que sacar el estropajo y el lavavajillas; siempre suele ser el viernes, rozando el fin de semana. Me consuela pensar que el sábado y el domingo solo fregaré las tazas pues siempre como fuera o me acoplo a la cena en casa de mi hermana.
Esta tarea se convierte desde el primer momento en todo un acto planificado hasta el último detalle. ―La NASA debería ficharme, se me da genial jugar al tetris ―, y es que entre colocar los platos por tamaño, los vasos por forma, los cubiertos por tipo y las tazas por color, el entretenimiento está asegurado. Llenar la pila de agua bien calentita consuela las manos con este frío, eso es lo único que me gusta. Una vez iniciado el proceso, en el momento de aclarado, debo determinar el sitio adecuado en el escurreplatos. «El tamaño importa, claro que importa», me digo siempre. Los vasos abajo, los platos por orden volumétrico arriba, y el resto en el escurridor comprado para el caso; y una vez terminado, el ritual de enjuagado del estropajo y la bayeta, todo un arte, aprovechando cada movimiento para dejarlo todo perfecto, sin muestra alguna de mi paso por la cocina. Todo en su sitio, correctamente estructurado.
El problema es que la limpieza nunca acaba ahí, siempre hay unas migas que recoger o una bolsa que doblar. Así que, como todo en esta vida, es cuestión de empezar; así, el resto de la tarde del viernes la dedico a recoger, barrer, colocar, fregar, secar... Y cuando quiero darme cuenta, llega la hora de planchar.
¡Planchar! Siempre me pregunto porqué la investigación se dedica a generar sandías cuadradas pudiendo inventar el teletransportín (esas máquinas del diablo) o una máquina que te deje la ropa impecable nada más sacarla de la lavadora. No se puede tener todo... Además es la excusa perfecta para ver cualquier película de la sobremesa. Y de nuevo el ritual: mover el sofá, sacar la tabla ajustándola a la altura adecuada, preparar el agua destilada y la plancha. ¿Y la ropa? Primero las camisetas de manga corta, luego las de larga, jerseis y chaquetas, después los pantalones y para el final, sábanas y toallas. Como poco me esperan un par de horas de escuadra y cartabón para dejarlo todo matemáticamente doblado, y eso contando con que la programación sea de mi agrado.
Todo un viernes de tareas domésticas para acabar rendida en el sofá, escuchando la radio o leyendo algún libro. «Tengo que meterle mano al puzzle... Qué pereza, con el frío que hace, mejor mañana cuando saque un hueco». Si alguien quiere visitarme, el día perfecto es en fin de semana.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Para mi Pollo particular

Lo reconozco, me ha gustado volver a verte :-)
Ver tu cara de sueño, tu sonrisa y esa camisa de cuadros... Me he sentido cómoda ―ya no tengo nada que perder, de eso me encargué hace tiempo―, aunque hayan sido apenas unos minutos.
Pero es algo extraño; justo después de la despedida tu rostro se ha borrado de mi mente. Supongo que es esa pared invisible que hemos construido entre ambos, ese algo que no surgió y que sigue atolondrado, disperso entre las horas que convivimos. Y, sin embargo, compartimos ventanas y mensajes en una verbosidad confusa, sin entrar en detalles de cada tema y hablando de todo un poco, ¿no es eso lo que hacen los amigos?
Pregunta siempre, lo que quieras; tengo respuesta para casi todo y si no, «Burgos».
Te guardo en mi cajón desastre de recuerdos, en la parte de los buenos, pues tras el examen de conciencia asumo mi responsabilidad y el consiguiente aflojón de lo que no terminó de ser. Ya... Me dirás que no lo repita, pero no lo puedo evitar. Me pillaste en mal momento; ahora te invitaba a una caña encantada si me dejaras, si te dejaras. De hecho, dejaría de fumar para el evento :-P
Y en este pedacito de amor delirante, en los restos de aquel «te quiero un poco», agoto cada minuto que pasa la esperanza, pues en la inmensidad de mi estupidez sigue quedando un ínfimo hilo que me atará a ti siempre. Has sido el primero, el único, que me ha dicho ciertas cosas; me diste el empujón que necesitaba para volver a ser persona, a valorarme y a quererme un poco más. Por eso y otras cosas, te estaré siempre agradecida.
Así que, lo reconozco, eres lo que más he querido durante un breve espacio de mi vida.

Modestia a parte

Lo confieso, soy mejor escritora que persona.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Volver a la soledad

Silencio...
No digas nada, no hables.
Quisiera olvidar tu voz.
No me mires, cierra los ojos.
Ahora solo quiero rescatarme,
Volver al silencio que es tan mío
A mis ojos de verde olivo.
Sentir de nuevo el frío
de mi corazón valdío.
Parte raudo hacia mis recuerdos.
Déjame alojarte en mi álbum
Como las olas que se lleva la mar,
Con el silencio de tus palabras,
En los años que quedaron atrás.

Agotaré la esperanza
Pues no tengo más nada
Que esperar a la parca.
Y entre tanto, entre versos,
Verteré las pocas saladas
Que aún nacen de mi alma.

Rendición

He recuperado la triste idea de acabar con mi vida. Creía superado el miedo a mi propia existencia, pero me he visto de nuevo pequeña, insignificante y con las manos vacías. He rescatado la lista de suicidios que entre una amiga y yo elaboramos hace años; muertes sin dolor hay pocas. Consultaré en Google e iré planificando. Haré repaso de mis cosas, dejaré por escrito lo que deberían hacer con ellas y, porqué no, con mi cuerpo deshabitado.
Se me agota la esperanza, me he cansado de no encontrar lo que añoro, abandono la búsqueda, me rindo a la evidencia.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

La memoria de las piedras


Desde que llegó al pueblo, Andrea solo veía aburrimiento por todas partes. Había dejado lejos a sus amigas y las compañeras del colegio. No le entusiasmaba nada tener que ayudar todas las tardes a su abuelo en el huerto, pero después de los deberes no le quedaba mucho más que hacer. Cuando terminaba de recoger los libros y cuadernos, se preparaba la ropa de campo y las botas de plástico. Era otoño y en aquella zona la lluvia no cesaba en todo el día. Los primeros viajes los hizo en coche hasta que sus padres supieron de un camino más corto que la niña podía hacer ella sola.
La primera vez que Andrea recorrió el muro fue acompañada, estuvo todo el tiempo quejándose: que si está muy lejos, que si estaba cansada, que si tenía frío... Cualquier excusa era buena para intentar convencer a los mayores de que la llevaran en coche o, mejor aún, a cuestas. A la vuelta la acompañó su abuela aprovechando que tenía que recoger un puchero para preparar la comida del día siguiente. Tuvo suerte, con la llegada del fin de semana y la visita de la familia, se ahorró la pesada tarea de recoger patatas ahorrándose el primer viaje sola. Pero llegó el lunes y tras la tarea tuvo que colocarse la ropa adecuada y abrigarse más de la cuenta.
―Andrea, deja de quejarte y ponte el gorro de lana.
―Pero mamá, no me gusta, hace frío, no quiero ir...
De poco valieron todos sus lamentos. Su madre la acompañó para cruzar la carretera. «Te espero aquí mismo a las siete y media»; sin añadir más la mujer la besó con cariño en la frente y esperó a que la niña iniciara el camino. Romoloneó, dudó, anduvo casi a tientas; se volvió una única vez para comprobar su «la Jefa», como le gustaba llamarla, seguía allí. Ya se había marchado; pensó en desandar lo avanzado, pero cruzar sola le daba miedo. «Tendré que ir irremediablemente a casa del abuelo».
Bordeando todo lo largo del muro de piedra de la antigua fábrica de harina que ahora estaba abandonada, se llegaba en un periquete al huerto. Al otro lado del camino, se habría un bosque de tímidos árboles al principio, pero que más allá de tres o cuatro metros impedían ver el fondo. El camino era una antigua calzada romana que el tiempo había respetado bastante. Entre las huecos nacían margaritas y otras flores que no conocía, recogió todas las que le cupieron en la mano y ya un poco más relajada, fue canturreando el resto del viaje. A la altura en la que pared dejaba parte de las ruinas al descubierto, Andrea se detuvo y observó una piedra que era distinta al resto: pequeña y redondeada, del tamaño de su puño cerrado. Le dio una patada y fue a parar entre los árboles. Se sentó un rato a deshojar las flores: «Me quiere, no me quiere, me quiere... ¡No me quiere! La próxima vez pensaré en papá». Cuando apenas le quedaban un puñado, decidió guardarlas para la vuelta.
Llegó al fin a su destino. La tarde pasó rápido, su abuelo le tenía preparadas varias tareas que, a su pesar, le resultaron divertidas. Cuando dieron las siete su abuela la avisó para que fuera recogiendo y volvió de nuevo al camino a encontrarse con la Jefa. Aún no había caído la tarde del todo, pero con la lluvia amenazando se veía más bien poco. Andrea sacó la linterna que su madre le había metido en el bolsillo y empezó a caminar. A la misma altura que la ida, la niña volvió a encontrar la piedra... «Qué raro, parece la misma de antes», y volvió a puntearla yendo a caer de nuevo a la espesura. No le dio más importancia.
Durante los viajes de esa semana, entre la lluvia y las flores, dedicándole cada día una nueva canción al muro y pintando sobre la superficie alguna que otra sonrisa, la piedra aparecía siempre en el mismo sitio a la ida y la vuelta. La niña, extrañada, miraba siempre alrededor temiendo que alguien la espiara y siempre la misma rutina: patada y continuar el camino sin volver la vista atrás. El viernes, decidió coger la piedra y echársela al bolsillo. «¿Igual son los duendes o las hadas? La abuela me dijo que antiguamente había seres fantásticos que habitaban estas tierras», le hacía ilusión pensar que se trataba de eso, se sentía como protagonista de un cuento. No volvió a acordarse de su «tesoro» hasta que, de vuelta a casa, apareció en el suelo de nuevo, entonces se echó mano al bolsillo... ¡No estaba! Por primera vez sintió miedo, echó a correr dejando caer las flores que había recogido hasta el momento. Cuando llegó a casa les contó a sus padres, no sin dificultades hasta que hubo recuperado el aliento, de todos sus viajes durante esa semana a casa de los abuelos. En su narración intercalaba canciones, las dudas que despertaba el deshojar de las margaritas, las caras pintadas con ceras sobre las paredes y los muchos charcos que tenía que sortear en cada viaje y, sobre todo, sus encuentros constantes con la piedra.
―Papá, de verdad, te juro que es la misma. Hoy me la eché al bolsillo y a la vuelta...
―Cariño es imposible, serán otras parecidas movidas por el viento, o quizá alguien que pase por allí que la golpee en dirección contraria volviendo a su sitio inicial.
―No te rías de mí, sabes que en el bosque solo hay hadas y duendes.
Sus padres no entendían su historia, pero el miedo que Andrea transmitía en la mirada les hizo tomar la decisión de volver a llevarla en coche. A la mañana siguiente la piedra apareció sobre su mesita sujetando un trozo de papel con una nota escrita; la niña, indecisa entre la sorpresa y el miedo, leyó en alto:
«Si tú no vuelves, no habrá quien nos recuerde. Las piedras.»

La futilidad del tiempo

¿Qué es una vida entera
Cuando de un tiempo a esta parte
Solo nos importan las horas?

Y si solo son minutos
En suma y descontando
Hablaré de la futilidad del tiempo.

Pues es inútil esperar,
Algo nimio o importante.
Ya no habrá cambio de hora.

Disfrutemos de cada segundo
Que nos regala el momento
De sabernos y encontrarnos.

Y mientras tanto, porqué no,
Déjame que te dedique
Otras cuantas sonrisas.

Ya no hay quien detenga
Las agujas del reloj empeñadas
En marcar los latidos del corazón.

No mires más el calendario.
Es innecesario, inevitable,
Habrá de llegar el momento.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Día de Reyes


Alicia esperaba con impaciencia la llegada de los Reyes Magos, pero no la Noche sino el día, lo tenía claro desde hacía tiempo, el día clave es el 6. Tenía ya un ritual instaurado: levantarse la primera, ir sin hacer ruido al salón, asegurarse de que en la bandeja quedaba algún polvorón, encender las luces del abeto y abrir los paquetes.
Cualquiera de estas pautas que fallara podía dar al traste con la alegría del evento. Madrugaba mucho, preparaba las zapatillas delante de la cama y, por si acaso, escondía algún dulce en el bolsillo de la bata; las luces funcionarían perfectamente, siempre hacía la prueba justo antes de acostarse y para terminar, llevaba con ella un par de lazos preparados por si alguno de los paquetes no estaba adecuadamente envuelto.
Este año sería especial. Se había portado el doble de bien, así que en lugar del típico número de regalos, esperaba 6. Su madre se lo prometió, además conocía su secreto: los Reyes Magos no existen, son los padres. Si no cumplía ya había planeado no volver a comerse los cereales del desayuno hasta que le pidieran perdón.
Miró el despertador. Tenía la alarma preparada para sonar justo antes de que cantara el gallo. «¡1 hora entera todavía!», se empacientó. Todavía recuerdaba la decepción que se llevó a los 9 años: 8 paquetes bajo el árbol y ninguno era para ella, NINGUNO. Sus familiares pensaron que era más adecuado destinar el dinero a comprarle ropa y zapatos. Ella no estuvo de acuerdo, un regalo es un regalo y a esa edad siempre tocaban juguetes. Este año no le pasaría, era la «pequeña» oficial, sus hermanos necesitaban más la ropa ahora que estaban en pleno estirón.
Llegado el momento, se levantó con cuidado, todo estaba en silencio. Se calzó despacio y cogió la bata, faltaba algo; en el pasillo encontró a su perro mordisqueando la bolsa del almendrado que había reservado. «¡Dichoso chucho!», pensó. Ahora tendría que ir a la cocina a buscar más víveres, pero salirse de lo establecido no estaba en el plan. Lo dejó para después, sabía que su madre siempre tenía una caja de dulces escondida para estas emergencias. Cuando llegó al comedor lo primero que hizo fue encender las luces. «¿Solo 8? ¡Pero si anoche funcionaban todas!», Alicia empezó a temerse lo peor, las cosas no iban como ella esperaba.
Sonrió mientras se frotaba las manos satisfecha, la Reina Maga se había portado muy, pero que muy bien. Encontró 9 regalos alegremente adornados. Esta vez había una novedad: cada uno llevaba una etiqueta con un nombre escrito. «Bueno, puede que todos no sean para mí. Veamos: Luis, Abuelo, Carmen, Juanito, Papá y Mamá (qué descaro), Abuela, Brandy (¡si hasta el perro tiene regalo!)... ¿Solo 1? ¿Para mí solo un regalo?». Se sentó en el suelo decepcionada. «Y además es bien pequeño...». Al fin se decidió a abrirlo. En la cajita acolchada encontró un colgantito de plata con una inscripción que rezaba: «Te doy mi corazón».

domingo, 20 de noviembre de 2011

Los tatuajes invisibles


Sincronicé nuestros relojes y varié mis horarios para coincidir con ella, ahora la veo cada día en el crepúsculo y al alba. La ventana de su dormitorio, a escasos metros de la mía, coexisten a la misma altura del patio interior del edificio. La única diferencia que nos separa es que a ella no le importa desnudarse con la persiana subida. No tiene cortinas, no tiene nada que ocultar.
Su cuerpo, pasados los treinta, es aún más perfecto que en la juventud primera. Altura, 1,70. Peso, calculo, unos 65 kilos repartidos en correcta armonía. Su piel pálida como la nieve destacando el rosado de sus labios. Unos ojos negros en los que me perdería. Sus pechos firmes y redondeados marcan el inicio de la curvatura del resto de su anatomía.
En las noches en las que duerme sola, antes de meterse en la cama, repasa despacio su figura con aceite de almendras. En una única caricia recorre cada rincón de su cuerpo. No tiene ni una sola marca, lunar o cicatriz; jamás ningún artista retrató similar belleza. A la mañana siguiente aún permanece su aroma, dulce e intenso, marcando la hora del despertar de mi sexo. Oculto tras el estor, la observo desnuda frente al espejo. Dice algo entre susurros, siempre las mismas palabras, pero aún no he sido capaz de entenderla.
El resto del día es una completa desconocida. Nunca me la he cruzado por la escalera ni he coincidido con ella en el ascensor. Las vecinas hablan con sus lenguas maldicientes, movidas por la ignorancia y la envidia. Nadie sabe a qué se dedica, ni siquiera su nombre pues en el buzón aún rezan los datos del propietario de la vivienda. No tiene horarios fijos ni única compañía. Eso lo sé bien, conozco a sus amantes, siempre distintos.
En las noches en las que duerme acompañada la rutina es bien distinta. Es la pareja quien la desnuda y recorre cada curva, quien en apasionado afán la toma entre sus brazos y en desbocado frenesí la hace suya. Quisiera decir que entonces evito mirarla, pero no puedo. Quisiera ser cada uno de ellos y amarla cada noche hasta que nos rindiera el cansancio. La odio tanto como la deseo... A la mañana siguiente, ella se levanta cuando el hombre ya se ha marchado, pero hay algo que me confunde: su cuerpo ya no es lienzo en blanco, en cada aventura queda marcado por diferentes tatuajes. En líneas perfectamente definidas su piel descubre los anhelos de quien la conquistó y en su espalda, en terrible profecía, su muerte. Es entonces cuando vuelve a huntarse con el aciete, haciendo desaparecer las marcas, transformando su maldición en tatuajes invisibles.
Esta mañana me descubrió observándola y se quedó quieta, manteniendo la mirada. Un segundo después, sobre su pecho, a la altura del corazón, apareció su rostro esbozado. Supo entonces que yo la amaba sin haberla tocado nunca, conoció mi más profundo deseo que es ella y recé porque no se diera la vuelta.

Lo insípido de las palabras trasnochadas

Dime, ¿A qué saben las palabras
Cuando solo se mastica silencio?
Dime, ¿A qué sabe el silencio
Si solo se consume soledad?

Dicen de la soledad
Que es el peor de los males,
Que su sabor es amargo
Cuando no tienes más.

Dicen del silencio
Que es el peor castigo,
Que su sabor es amargo
Cuando no oyes más.

Si sumas amargo y amargo
¿Qué obtienes, más amargura?
¿O la suma de ambas
es quizá igual a la nada?

Las palabras no tienen sabor.
Si sumas nada más nada
Dime, ¿Qué obtienes entonces,
más vacío o el dolor más intenso?

sábado, 19 de noviembre de 2011

La casa de las sombras. Capítulo II

Por primera vez en mucho tiempo dejó la ventana abierta. Las mariposas que dibujaba la luz del día a través de las cortinas, revoloteaban por el dormitorio al mismo ritmo que latía su corazón. Lo tenía todo preparado, las maletas esperaban en la puerta de casa. Le costó despedirse de cada aroma, de cada rincón. Aún permanecían las sombras pintadas en las paredes, pero debía empezar de nuevo; anclarse a la tristeza no era solución.
Los muebles cubiertos con sábanas, los pequeños detalles empaquetados y apilados en la habitación del fondo y en cada caja, una nota: «SUS PAÑUELOS», «SUS FOTOGRAFÍAS», «SUS DIARIOS»... No se llevaba nada de ella salvo el recuerdo.
Antes de marcharse le dedicó un último baile. Se acercó a la puerta del armario, donde aún colgaban sus trajes boda, y tomó sus manos. En su cabeza sonó su canción en despedida, tres minutos y cuarenta y tres segundos de pasos perfectamente sincronizados. «Te amaré siempre», suspiró. Las mariposas volaron sobre su silueta de negro pintada y se posaron sobre ella. Él la besó por última vez y se marchó.
«La casa de las sombras», como los empleados de la inmobiliaria la llamaban, permaneció durante años cerrada. Nadie vino a descubrir los muebles ni a recoger las cajas. Todo quedó como él lo dejó. Cada mañana de sol, las mariposas volvían a adornar la vivienda. Sin nadie que marcara fronteras, empezaron a anidar en cada hueco y con el tiempo volvió a llenarse de vida.
Antes del último día de puertas abiertas, la muchacha de la limpieza subió a adecentar la casa. Al entrar, le sorprendió no encontrar polvo ni telarañas. Todo estaba como el primer día. Un olor a primavera envolvía cada habitación y en el pasillo habían brotado flores a lo largo del zócalo. A cada paso, surgían mariposas en vuelo y en las sombras de antaño ahora respiraban de nuevo rosales en flor. Ya en la última habitación, la mujer, movida por la curiosidad, abrió la caja donde rezaban los diarios. Permaneció durante horas leyendo cada una de las páginas, de vez en cuando paraba para sacar el clínex y limpiar sus lágrimas nacidas de la emoción.
«Nadie debería comprar esta casa. Si él vuelve, todo debe estar en su sitio», pensó. El resto del día se dedicó a colocar cada uno de los detalles, hizo la cama con las mejores sábanas que encontró, colocó el cesto con las lanas junto a la mecedora del salón. Antes de marcharse se sentó a descansar un momento en la cocina, junto a ella. Las mariposas, ya dormidas, dibujaban una taza de café en las manos de la sombra florecida. «Debió quererla mucho. Espero que vuelvan a encontrarse». Cogió un rotulador negro que había sobre la encimera. En el exterior de la casa, sobre el cartel colgado en la ventana, escribió bien grande «no».
Al día siguiente sorprendió a todo el que pasaban por allí encontrar el cartel «NO SE VENDE» con un hermoso marco de rosas.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Quererte como te quiero

Quererte como te quiero, María, merece el propio título del post porque jamás se ha escrito un amor más grande por un hermano, una hermana en tu caso... No encuentro palabras, propias o ajenas, para agradecerte todo lo que haces por mí. Eres hermana, amiga, confidente, a veces desconocida y, sobre todo, la que mejor sabe alejar mis penas y dar vida a mis alegrías.
Ser dos es lo mejor que le ha pasado a madre, ser dos es lo mejor que nos podía pasar a nosotras. Nadie entenderá jamás ese hilo invisible que la genética tejió uniéndonos para siempre.

A Lucía, desde el corazón

La casa de las sombras

Ara Malikian & Fernando Egozcue - No te pido nada más
(Pincha el enlace de la canción, ábrelo en una ventana aparte y disfruta de la música mientras lees...)

Aún recuerda la primera mañana que despertó junta a ella. La tela solo le cubría hasta la cadera dejando al descubierto unas curvas perfectas y su espalda desnuda definida por sus largos cabellos. Permaneció allí un rato observándola, acariciando su piel con cuidado de no despertarla. Cuando el sueño llegó a su fin, ella se sentó sobre la cama contoneando su cuerpo y estirando los brazos para desperezarse. La luz que entraba por la ventana dibujó sobre la pared su sombra.
Aún recuerda la mañana siguiente, junto a ella. Haciendo el amor sin prisa, compartiendo el placer como solo la experiencia enseña; al final, las sábanas revueltas volvieron a dibujar su figura. Todo lo que le rodeaba parecía amarla. Él no quería que se escapara ningún detalle, siempre pensó que el amor, aunque fuera tardío, debía conservarlo en todos sus matices.
A partir de entonces llevó siempre encima un rotulador negro con el que fue dibujando los contornos que el cuerpo de su mujer indicaba. No importaba la superficie: pintura, madera o cristal. La dibujó en las paredes, las puertas y los armarios, en la mampara de la ducha... Cualquier postura era buena: sentada, bailando o simplemente dormida aparecía en todos los rincones de su casa. Para completar su juego, ella rellenaba sus siluetas con flores de colores. Y así, los dos, entre risas e ilusiones, fueron descolgando cada día un cuadro hasta llenar su vida de alegres viñetas. Pero el destino es caprichoso y cuando más se amaban, vino la muerte a llevársela de su lado.
Aún recuerda la primer mañana... La primera sin ella. Abrió los ojos y miró hacia su lado de la cama, repasó despacio el vacío de su ausencia. Su dulce olor todavía sobre la almohada, la bata colgada en la percha y sus pendientes sobre la cómoda. Miró hacia la pared del fondo y recordó su primera sombra. Lloró... Quiso morirse en aquel preciso instante y se volvió intentando borrar el recuerdo. Pasaron los días sin saber qué hacer. Como un fantasma recorría los pasillos, las habitaciones, repasando cada trazo. Se sentaba a su lado en el salón mientras ella tejía una manta que nunca acabará, descansaba sobre las puertas tomando sus manos para volver a bailar el vals de su boda y por las noches amaba su espacio intentando recuperar antiguos aromas.
Una mañana sin saber cómo el rotulador apareció sobre su mesita y un tímido rayo de luz atravesó la habitación indicándole el punto exacto donde debía empezar a perfilar. Se levantó y con la mano temblorosa volvió a pintarla. Era tan fácil repasar cada curvatura de su cuerpo, lo conocía al detalle, y en una caricia la tuvo de nuevo frente a él. La hubiera abrazado si pudiera, pero solo pudo apoyarse sobre la pared para besar unos labios que ya no estaban. Durante varios días se dedicó a tapar las rosas y margaritas rellenando cada contorno de un negro intenso, pues ahora solo quedan las sombras de lo que fueron.

5 minutos



Tus cinco minutos de cortesía, mis cinco de tregua. Vernos en una pequeña cafetería para el primer encuentro.
Me gustan tus palabras.
―A mí tus sonrisas.
No hay habrá sitio para malos recuerdos, para experiencias pasadas, si acaso anécdotas que arranquen carcajadas.
―¿Te he dicho que me gusta reír más que nada?
Algo más habrá.
Solo frases cortas y entrecortadas. Mientras mantengamos la esperanza no habrá silencios que valgan.
Te diré...
―Yo tenía...
Tú primero, por favor.
―No, no importa.
Sin saber cómo romper el hielo ni quién de los dos iniciar la conversación agotaremos los segundos. Dejaremos pasar el tiempo, escucharemos la música, miraremos a nuestro alrededor para guardar en la memoria cada pequeño detalle.
―¿Qué hora es?
¿Tienes prisa?
―No, ninguna.
Ni yo.
¿Cuánto habrá pasado? Apenas unos minutos, dos, quizá tres. Seguiremos ensimismados, aislados en el pequeño mundo que entonces seremos tú y yo. No habrá distracciones más que manos inquietas.
¿Damos un paseo?
―Porqué no.
Pagaremos el café y saldremos a la calle. En la puerta ambos nos cederemos el paso «¿Salimos los dos a la vez?» Un primer acercamiento para aunar los latidos del corazón.
(Más sonrisas)
―(Más miradas calladas)
El suelo aún mojado por la última lluvia, el frío calando hasta los huesos y la noche, en alianza, nos regalará su mejor semblante. Caminaremos sin rumbo fijo. Compartiremos como lo hacen los amigos.
―¿Te apetece tomar algo?
Sí, claro.
Con la segunda cerveza llegarán oraciones más largas. Sabremos de nuestros nombres, deseos y añoranzas. Conciertos, teatros, visitas a otras ciudades... Y con cada historia compartida empezararán nuestros sueños.
Debo marcharme, ya es tarde.
―Sí, mañana me espera un día largo.
Te acompaño.
―No hace falta, estoy a un par de paradas de metro.
Otra salida compartida. Corazones que, por supuesto, ya latirán al mismo ritmo. Otro paseo, este más lento, queriendo alargar el tiempo. Y en mi parada bajaremos juntos las escaleras. El camino hasta el andén estará desierto, solo encontraremos un violinista tocando para sacar algo de dinero.
Y la despedida, siempre incierta. ¿Habrá más citas? ¿Seguirán nuestros corazones latiendo mañana al nuevo ritmo marcado?
Mirarás tu reloj, yo el mío. ¿Cuánto ha pasado? Dos minutos, quizá tres. La música lo envolverá todo.
―¿Qué hara tocando aún a estas horas?
Quizá nos estaba esperando.
Tu última sonrisa reclamará una palabra mía, pero ¿Cuál será la adecuada? Mientras consulte mi particular diccionario de tonterías, tú buscarás en tu bolsillo un par de monedas para el artista.
El tren llegará a la vía. La inquietud hará acto de presencia.
¿No dices nada?
―No tengo palabras.
El tren se irá, habrá más. El músico agradecido nos dedicará su última pieza.
Quizá...
―¿Te gustaría...?
Tú primero, por favor.
―No, no importa.
Cinco minutos bastarán, solo cinco para contener unas pocas horas que bien pudieran ser dos vidas.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Cometa

Palabras lanzadas al viento
Hiladas cual cometa
Tejidas de recuerdos
Agitadas por el vuelo.

Prenden mis sentimientos
Cambiantes como el tiempo
Ora en platas, ora en verdes
Tornando transparentes.

Hallarás en lo más alto
Mi corazón dirigiendo
Pues soy en prosa
Lo mismo que en verso.

No importan las tormentas,
Las lluvias o borrascas,
Volaré siempre en calma
A pesar de la adversidad.

¡Quién dijo miedo, dime!
Ya no volveré a tierra...
Me anclaré para siempre al cielo
Y derramaré mis poemas.

Seré lluvia fresca en verano
Y cálida en invierno.
Seré en cada rima
Lo que necesiten tus besos.

martes, 15 de noviembre de 2011

Noche de insomnio



No podía dormir. Tenía demasiadas cosas en la cabeza: pagar el seguro del coche, llevar los papeles del paro, llamar a los pintores, arreglar las humedades del baño... Cada día una tarea nueva que añadir a su «aburrida» vida de soltera, sin contar las habituales asociadas a la supervivencia.
Aquella noche lo había intentado todo. Contar ovejas no le funcionaba desde hacía bastante tiempo así que lo descartó directamente; uno de sus entretenimientos favoritos era repasar el alfabeto y pensar en alto lo más rápido posible cinco palabras que continuaran por cada vocal, pero llegando a la «ñ» siempre se rendía.
Se levantó y estiró la cama por enésima vez, cuidando de no dejar ni una arruga: la bajera, la sábana, la almohada, la manta y el edredón; todo perfectamente colocado. Volvió a meterse con cuidado de no desordenar nada.
Desenchufó el despertador, la radio y apagó la regleta con interruptor luminoso que, aun estando en el suelo, le molestaba. También bajó la persiana hasta abajo, corrió la cortina y cerró la puerta. Estaba en completa obscuridad y silencio.
«No puedo, no hay forma... Necesito dormir de una vez». Una sola noche de insomnio y empezaba a desesperar. «No lo entiendo: he comido bien, he hecho ejercicio, he salido a pasear al perro, no me duele nada. El seguro lo pagaré mañana, los papeles están preparados sobre la mesa del despacho, los pintores pueden esperar un par de días más y lo del baño tiene que secarse primero. No lo entiendo...». Por más que hiciera repaso y liberara su mente de preocupaciones, seguía sin pegar ojo.
Volvió a levantarse y abrió el cajón de la mesita. Siempre tenía aspirinas para el dolor de cabeza, pero de poco le servirían. Fue al baño y sacó el botiquín: antiinflamatorio, gasas, alcohol, algodón, mercromina y más aspirina, pero nada para dormir.
Intentó recordar algún remedio casero. Su madre siempre preparaba una mezla con hojas de naranjo y azúcar, pero no tenía ni lo uno ni lo otro, ella era de sacarina, de todas formas lo añadió a la lista de la compra que colgaba del frigorífico.
De pronto se acordó de un bote de valeriana que compró hace tiempo en el herbolario. Le costó encontrarlo. Cerca ya de las cuatro de la madrugada dio con él. «Caduca... ¡El año pasado! Bueno, tampoco puede ser tan grave, total, solo son hierbas». La duda era cuántas tomar. Hizo sus cuentas: si estaban caducadas no harían todo su efecto, así que decidió tomar ración doble. Se tapó la nariz y tragó hasta seis no sin esfuerzo.
Al día siguiente no fue al banco ni al paro, tampoco llamó a los pintores ni secó nada. Se levantó justo para la hora del café de sobremesa. Cuando llegó a la cocina lo primero que hizo fue tirar a la basura el bote del café. «A partir de ahora, descafeinado», y dicho eso, con el pijama aún puesto, se fue de nuevo al dormitorio a echarse una buena siesta.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Parque del Retiro




Adela se preparó para salir a pasear temprano, como hacía todos los domingos. Cogió la bufanda de lana y el tres cuartos que su madre le regaló el año anterior por su cumpleaños y sacó del monedero unos pocos euros y las llaves de casa, no necesitaba más. En el bolsillo derecho del abrigo llevaba el abono del metro. Se subió en Manuel de Falla, la parada más próxima a su casa; después de un transbordo y casi una hora de metro, llegó a Atocha.
Llevaba ocho años haciendo el mismo recorrido en el Parque del Retiro: entraba por la Puerta del Ángel Caído y se dirigía hacia la fuente, callejeaba por los jardines hasta llegar al Palacio de Cristal, visitaba el estanque y se marchaba por la Puerta de la Independencia. Le gustaba pensar en el contraste que ofrecía la singularidad de cada uno de aquellos puntos: la belleza en la desgracia de Lucifer expulsado del Paraíso y condenado para siempre, la aparente fragilidad del palacio de paredes transparentes y su frío esqueleto de metal, el estanque siempre bajo la atenta mirada de las estatuas capitaneadas por el rey Alfonso XII y su puerta de salida más por lo simbólico del nombre que por sus enormes columnas dóricas.
El sol asomaba tímido tras las nubes. A mediados de noviembre, el parque ya no estaba tan concurrido. El frío intenso de los últimos días solo dejaba hueco a los valientes y a los turistas. Adela no era nada de eso, más bien se definía como «un animal de costumbres». Salía siempre, sin importar el tiempo que hiciera; para ella el paseo era tan necesario como trabajar. Era su válvula de escape, su otra vida apartada del estrés diario. Le gustaba sentirse invisible entre la gente. Observaba a las familias jugando con los niños, a los ancianos que andaban cogidos de la mano, a los jóvenes amantes ocultos tras los árboles...
Aquella mañana se sentía más cansada que de consumbre. A pesar de la humedad, decidió sentarse en un banco y esperar a que se le pasara el mal estar. Se entretuvo contando a todo el que pasaba por delante: 37 corredores, la mayoría mujeres; 29 perros, siete de ellos de su raza favorita, pastor alemán; 12 parejas, la mitad con carrito, la otra paseando sin hablar; y cientos de personas caminando en soledad. Ese número le gustó más, aunque le hacía sentir menos especial. Cuando empezó a llover todo el mundo buscó refugio salvo ella; abrió su pequeño paraguas y se dirigió hacia la salida. Justo cuando tomaba el Paseo de México, alguien se acercó por detrás.
―¿Te importa si lo compartimos? Parece que no tiene intención de amainar.
Adelá miró al joven de ojos azul intenso y sin pensarlo le cedió el lado derecho.
―¿Hasta dónde vas? ―Le preguntó tímida.
―Contigo, hasta el fin del mundo.
Se le antojó algo ambicioso, pero, ¿Había algo mejor que hacer en un domingo de noviembre sin otro plan?