sábado, 30 de julio de 2011

Vigilia en mis pesadillas

Desperté de un mal sueño; recorrí a tientas la distancia entre el dormitorio y el baño. Prácticamente dormida, abrí el grifo y me despejé echándome agua fresca. Cuando levanté la mirada y vi mi reflejo en el espejo, no me reconocí, no era yo. Volví a la alcoba de mal humor, los cuadros, los espacios, las puertas no correspondían. Encontré al fin la habitación, la cama se me antojó más grande, más a la derecha. Me recosté al lado de mi marido, pero no era él. Esa no era mi familia ni mi casa. Me desvelé en mi propia pesadilla.

viernes, 29 de julio de 2011

Hijo de la tierra y de los sueños

Cuando Inés perdió a su hijo de apenas dos años empezó a hacer cosas raras. Un día la vi enterrando en su pequeña huerta un papel doblado varias veces. «¿Qué haces?», le pregunté; ella dijo sonriendo «plantando un deseo». Día tras día bajaba a su porción de tierra cargada de ilusiones y pasaba las horas leyéndole poemas como quien lee un cuento a un niño. Para sorpresa de todos los que la consideramos loca, una mañana nació un brote que creció con rapidez. Después de algunos meses, Inés volvió a ser madre de un pequeño que nació llorando en verso.

martes, 26 de julio de 2011

Mi vida

Paso mi vida escribiendo una letra tras otra, dando vida a personajes que experimentan todo aquello que solamente soy capaz de imaginar, creando seres con coraje suficiente para reconocer sus errores, sus pecados y, sobre todo, su amor.
Paso horas, minuto tras minuto, sentada en esta incómoda silla, trasladando cada una de mis ideas a la pantalla del ordenador, haciendo anotaciones en cualquiera papel que luego pierdo, como mi memoria.
¡Qué vida tan triste! Supeditada a mis miedos, añadiendo una pizca de locura a esta realidad marchita cada vez que creo cruzarme con cualquiera de mis protagonistas por la calle.

Antihistamínicos para acabar con los sueños

―Doctor, dígame si esto que me pasa tiene nombre... Me preocupa no distinguir entre realidad y sueño. De un tiempo a esta parte empiezo a tener la misma sensación que cuando espero impaciente el final de un libro o una película, pero es mi vida, real o imaginaria, no sé cuál. Eso me preocupa, ¿debería seguir soñando? Es la única forma que tengo de ser feliz, pero, ¿no es peligroso alejarse de la realidad? Es que...
―¿Es alérgica a algún medicamento?
―No, que yo sepa.
―Bien, empezaremos con antihistamínicos, ahora con la primavera ya se sabe.

lunes, 25 de julio de 2011

Seres difuminados

Te difuminas.
Eres grafito disperso en lienzo.
Palabras indefinidas,
confusas,
que dicen mucho
en breve espacio y tiempo
viviendo entre presentes
pasados y futuros
de tiempos inconclusos
dedicándome versos
en silencio.
¿Qué somos, dime?
Solo desconocidos,
desdibujados,
sobre terreno inseguro,
caminando a la par
y separados por el ancho mar
del desierto ibérico.
Agonizas por los deseos
entre grises diseminados
pues no sabes lo que tengo
entre cada palabra,
entre cada secreto.
Ahora eres inspiración,
personaje de mis cuentos
que habré de escribir
con final incierto.
¿Me ayudarás a encontrar
la palabra con que rubricar
cada uno de estos sentimientos?

Despedidas en felino

Escribiendo al ritmo de la «Lejanía» de Mónica Molina recordé donde había guardado tu última carta. La rescaté de su refugio donde permanecía acurrucada en la mesita de noche.
Habían pasado apenas unos meses desde que te fuiste y solo la compañía de la gata consolaba tu ausencia. Cogí a Gris con cuidado, la coloqué sobre mi regazo y ambas compartimos el cariño de tus letras una vez más. Entre ronroneos y caricias acabamos rompiendo en sollozos el finalizar con tu adiós.
A día de hoy, la carta sigue donde estaba, pero con las líneas finales desdibujadas, despidiéndote en felino.

domingo, 24 de julio de 2011

Carta de amor frustrado

¿Dejarías de considerarme si te confesara mi amor? ¿Admitirás este sentimiento que intuyo mutuo? ¿Despertaría algo en tu interior si reconozco mi deseo? Hemos pasado demasiado tiempo separados y, ahora, en la madurez de los años y la experiencia de nuestros cuerpos me bastaría una señal tuya para iniciar un nuevo camino a tu lado. ¿Seríamos capaces de borrar un presente sereno para atarnos a un futuro incierto? ¿Harías eso por mí, por ti? Soy una cobarde, ni siquiera te dejé un beso la última vez que te vi; si aún lo quieres ―yo sí― responde a esta carta.

jueves, 21 de julio de 2011

Seres alborotadores


Me crecen palabras como enanos,
al menos ellas guardan silencio.
Y es que entre seres de fábula,
hadas, elfos y otros engendros,
han decidido ponerse de acuerdo
para alterar las ideas en mi cabeza
como si fuera una caja de grillos.
Pero no sacarán números al azar
cual bombo de la lotería
pues todo está pensado y repasado
para que cada letra que vomite,
ya sea en prosa o verso,
tenga algún sentido en mi vida.
Así que a estos seres imaginarios
les daré cada noche una valium
a ver si de una vez por todas
se callan un rato.

martes, 19 de julio de 2011

Ahogamiento por tristeza

Se ahogó en su propia tristeza más rápido de lo esperado, ni siquiera le dio tiempo a pedir ayuda. Sus gritos se asfixiaban irremediablemente entre lágrimas. Nadie se dio cuenta del desconsuelo que la consumía y aquel último golpe terminó por romperle el corazón en demasiados trozos, imposible recomponerlo. Y ante tal angustia buscó el final más certero sin importarle el dolor ni las consecuencias. Llegó el momento en el que se centró únicamente en ella y su desenlace: se metió en la bañera y lloró con amargura hasta la deshidratación de su alma y la inundación de su cuerpo.

Queriendo sin querer

Habíamos quedado en Atocha, tú llevarías un ramo de rosas rojas y yo un vestido azul. Pero el miedo al rechazo me hizo permanecer a un lado como un simple testigo, expectante. Llegó puntual un muchacho con las flores en el brazo, pensé que eras tú y algo dentro me empujó a acercarme, pero pudo más mi vergüenza; me contuve. Después de casi una hora, se acercó un hombre, tú; le diste las gracias y tomaste el relevo del ramo. No eras alto ni guapo como dijiste, pero me sentí irremediablemente unida a ti por el mismo sentimiento, de pavor.

Soy palabra

Soy...
... palabra en silencio,
... ronroneo felino,
... sueños y recuerdos,
... en tristeza constante.

Pero soy y no soy.


Quiera ser...
... poeta entre versos,
... escritora de vientos,
... verdad ante todo,
... creadora de vidas.

Pero quisiera y no puedo.

De momento, solo quiero y soy intento
de poesía como alimento
pues mamé cuentos y versos
de madre escritora.
Ahora quiero entre rimas
devolverle el favor
y dedicaros a todos
un poco de mi amor,
en palabra o silencios
de todo aquello que nunca nos dijimos,
que jamás nos diremos...

lunes, 18 de julio de 2011

Yo apunto, tú disparas

Salió detrás del atracador a pesar de saber que iba armado. Le persiguió a través de avenidas y callejones hasta que al final se detuvieron a tomar aliento.
―Devuélveme al anillo―, suplicó.
El ladrón se volvió despacio y miró al muchacho a los ojos. Lentamente se echó mano al bolsillo y en lugar de sacar la alianza, sacó su pistola. El chico se echó a temblar.
―¿Realmente crees que merece la pena cambiar tu vida por una alhaja?―, le preguntó impasible el delincuente.
El muchacho se abrió la camisa, se apoyó contra el arma y le dijo: «Dispara».

Cariño gatuno

Java se acerca la primera todas las mañanas a darme los buenos días. Arquea el lomo mientras dibuja con el rabo lo que se me antoja un corazón y se concentra en cariños; ronronea con tal fuerza que anula cualquier ruido que haya cerca. Solo se la oye a ella, diciendo en su idioma lo mucho que me quiere. Llevo un par de días tomando nota en mi diario de la diversidad de tonos en los que manifiesta su cariño. Espero poder hablar pronto el gatuno para decirle con algo más que mimos y arrullos que el sentimiento es mutuo.

domingo, 17 de julio de 2011

El final se acerca

Dime que estarás siempre a mi lado,
aunque apenas me conozcas,
aunque no quieras saber más de mí.

Dime que esta locura mía
es el definitivo final del camino
unida a mi corto hilo de vida.

Porque se agota mi tiempo,
porque jamás tuve el tuyo,
comparte mi último aliento.

Dime que me quieres al fin,
aunque sea piadosa mentira,
que siempre fui solo tuya.

Dime que portarás en tu corazón
mi voz triste de palabras rotas
porque llegué tarde a tu vera.

Dime, a qué saben mis susurros
cuando es lo último que dejaré
para ti como humilde legado.

sábado, 16 de julio de 2011

Soy de sueños, soy de mar

Soy océano en calma
cuando visto silencios
y oleaje agitado
cuando rompo el corazón.

Soy inmensidad
de inquietos añil salinos
que partiéndose contra mí
descubren el desconsuelo.

Pero son tus cadenas
que me atrapan, someras,
mentiras encauzadas
de antiguas rameras.

En barcos naufragados,
fantasmas embargados
recurren a sus cantos
para hacerme enloquecer.

Quisiera acabar con todo,
estoy harta de marejada,
cansada de agua en calma,
agotada de humedad.

Sueño volver al secano,
trigo, vid o almendro,
dando frutos a la tierra
olvidando abismos.

Pero solo son sueños.
Estoy atrapada en ellos.
Y ahora no distingo
en qué mundo me encuentro.

«... siempre»

Pensó que jamás volvería a leer aquella carta, pero la consideraba la única salida a su prisión. La recibió hacía ya veinte años y desde entonces la había leído en dos ocasiones: el día que llegó y cuando murió su madre. Aunque tenía familia, una bonita casa y un trabajo fijo, no era feliz. Se levantaba cada mañana pensando en qué habría sido de ella si hubiera elegido otro camino, pero era cobarde, sabía que no era capaz de cambiar la seguridad que tenía por la incertidumbre de un futuro incierto. Abrió el sobre por última vez: «Te esperaré siempre».

La calma

Sé del dolor, me tiene atrapada,
avisando del principio del fin.
Mi parte izquierda, la del corazón,
empieza a perder fuerza, sensibilidad.
Algún día, en algún momento
dejaré de amar con pasión,
permaneceré definitivamente en el silencio
y llegará la calma tras mi tormento.

miércoles, 13 de julio de 2011

Ciega

Adela había pasado varias veces al lado del desconocido camino de su despacho. Aquel hombre, vestido con un mono azul, se dedicaba desde hacía días a la limpieza de las terrazas de su edificio. No se había fijado en él hasta esa tarde cuando, cargada de formularios y carpetas, tropezó con la manguera de agua a presión. No llegó a caer porque él la sujetó por la cintura.
―¿Está bien?―, le preguntó el muchacho mientras se agachaba a recoger los papeles.
Ella, colocándose la chaqueta del traje, terminó de recoger la documentación y tomó el resto de entre las manos del trabajador. No dijo nada, solo le miró a los ojos y sonrió tímidamente. Él se despidió de ella con un «hasta luego» entre dientes.
Ya hacía un rato que había terminado la jornada laboral, pero Adela debía acabar algunos informes. A última hora se acercó al baño para retocarse el pintalabios. No quedaba nadie en el edificio, salvo el personal de limpieza y seguridad en distintas plantas a la suya. No solía asustarse en estas circunstancias, pero oía ruidos que no le eran familiares. Al pasar delante del despacho de Lucía, la responsable de Recursos Humanos, le sorprendió verla acompañada. No fue capaz de reconocer a su acompañante, tampoco le importaba demasiado; pero no era habitual la situación. Se marchó a casa inmediatamente después.
Al día siguiente, cuando Adela llegaba al edificio, le sorprendió ver en la puerta una ambulancia y varios policías. No se detuvo a preguntar. En el ascensor oyó que alguien comentaba el terrible descubrimiento del cuerpo de una mujer en muy mal estado...
―Sí, creo que era de Recursos Humanos, ¿Laura o Loli?―, dijo un administrativo de la planta cinco.
―Lucía―, aclaró Adela.
El resto de pasajeros se volvió a mirarla.
―Aún está viva, pero jamás podrá reconocer a quien le hizo eso―, siguió relatando el muchacho captando de nuevo la atención del resto.
―¿Por qué?―, preguntaron a la vez los demás.
La puerta se abrió en la planta de Adela, pero no se bajó, no descendió nadie.
―Fuera quien fuera su agresor, le arrancó los ojos. La única prueba que tienen es algo que escribió ella antes de perder el sentido, con su propia sangre.
El hombre relataba con todo lujo de detalles la horrible escena: «azul» era la palabra clave.
Adela bajó dos plantas más arriba, temblando. Seguro que fue él, podría haberlo evitado; pensó que debía bajar y hablar con la policía, pero, ¿qué les iba a contar? ¿Qué oyó ruidos? Pasó todo el día encerrada en su despacho, cualquiera podría ser el violador y casi asesino. Ella sabía que era un hombre, pero no tenía más pistas que una simple palabra.
Aquel día las órdenes de empresa eran dejar la oficina a la hora adecuada. Pocos minutos antes del cierre, Adela recogió sus cosas y cuando se disponía a salir por la puerta el desconocido del mono azul pasó por delante de ella. El hombre la miró con cierto descaro y le sonrió. Ella se estremeció, algo le decía que podía ser él quien agredió a su compañera. Se volvió para cerrar la puerta y justo antes de que pudiera dar siquiera media vuelta a la llave sintió un empujón. Cayó al suelo. Antes de que pudiera darse la vuelta sintió un cuerpo fuerte sobre ella, sujetándola por los brazos mientras intentaba forzarla.
―Azul―, pronunció casi sin fuerzas.
Él se detuvo y se apartó despacio del cuerpo dolorido de Adela.
―No te di las gracias, lo siento―, añadió la mujer.
Terminó de descolocarlo. Se subió el mono y cerró la cremallera subiéndola hasta arriba.
―Si vuelves a mirarme a los ojos, te mataré. Solo sobrevivirás a mí si permaneces ciega a mis actos.
Desde entonces Adela es tan cómplice como él cada vez que aquel limpiador de terrazas comete una violación. El miedo no justifica su silencio, solo su ceguera.

Se busca espectador

Se sentó a mi lado. Cada uno llevábamos nuestro propio acompañante, pero los asientos contiguos nos convirtieron en un solo público con un mismo interés. Durante la película rozamos las manos en más de una ocasión disculpando solo las tres primeras; compartimos algunas miradas cómplices y al final acabé ofreciéndole mis palomitas. Solo cuando se encendieron las luces nos descubrimos. Intentamos retrasar la salida lo máximo posible buscando una excusa para presentarnos, pero acabamos abandonando la sala invitados por el vigilante. Desde entonces he vuelto todas las semanas a la misma sesión y sala, pero no he vuelto a encontrarle.

martes, 12 de julio de 2011

Entre la vigilia y la narcosis

Sobran palabras, explicaciones.
Faltan halagos y disculpas...

Hoy es un día perfecto para despedirse o que te despidan.

Porque algunos estamos de paso por un camino sin fin, que no lleva más que a otra parte,
... y de ahí a otra más, pero sin ver un destino claro es difícil decidir, ¿sigo adelante o me planto? Porque las dos a la vez no se puede, porque depende del día e, incluso, del minuto
por el que ese pensamiento atraviese tu cerebro.

... ¡Y qué más da si siempre nos quedan los sueños!
( ) Y soñar el gratis, eso es bueno,
( ) no necesitas presentar
( ) ni solicitud ni fotocopia del DNI;
-> Marque la casilla adecuada

Simplemente te sientas a esperar a que esas palabras, las que sobran, lleguen disfrazadas de otras.
...
No importa que hoy sea un día de mierda ni que lo fuera ayer ni si lo será mañana. Siempre me queda la noche rebosante de esperanza y ese momento, justo entre la vigilia y la narcosis, donde encontraría el valor para ser lo que quiera ser.
... Solo me falta saber lo que quiero ser.

Y
quiero
ser
poeta,
escritora,
silencio,
palabra
... pero no de la que sobra. Quiero ser...
leída,
esperada,
publicada,
amada.
... quiero estar presente. Quiero tomar...
cuerpo,
forma,
sentido,
presencia.

... Pero, solo queda eso: esencia de lo que quiero y no sé.

¿Se puede pasar directamente al sueño? Presente la solicitud adjunta.

lunes, 11 de julio de 2011

A tu vera

Es caprichosa la perspectiva
que nos invita a mirar fijamente
a la línea del horizonte
y todas las líneas nos dirigen
hacia el mismo punto y final.
Porque es allí donde todo acaba
y nada empieza.
Por más que algunos se empeñen
en hacernos creer que es el lugar
donde nacen las esperanzas,
donde hallaremos el beso perfecto,
es mi deber desengañaros
porque es solo una ilusión,
una conspiración urdida
por el plano y nuestra retina.
Si crees que mirar hacia adelante
es el único camino,
prueba a mirar a los lados;
igual me encuentras cerca,
cogiéndote de la mano.

sábado, 9 de julio de 2011

La cura para la humanidad

No son las terribles enfermedades, el odio o las armas... El cáncer que amenaza la evolución humana son los secretos. Una vez que empiezas a guardarlos ya no hay solución. Creerás que no causan daños, pero es al revés; cada que vez que creas uno, el resto se acoplan y acomodan para hacerle sitio, y en tu corazón se muere algo de lo que te unía a la realidad. Si tu propio nombre es un enigma, pierdes la identidad y todo se acaba. Si solo tienes secretos estás perdido porque aún no se ha encontrado cura para descubrir la verdad.

viernes, 8 de julio de 2011

Bajo la lluvia

Nos encontramos al mismo lado de la acera, esperando a que el semáforo se pusiera en verde. Llovía. Yo llevaba paraguas mientras tú te colocabas bajo las ramas del árbol para guarecerte, pero servía de poco. Aquel minuto transcurrió más lento de lo habitual. Me sentía fatal viéndote empapado; me acerqué a ti y te ofrecí protección. Justo cuando te colocaste a mi lado, la señal nos dio paso. Cruzamos despacio, disfrutando ambos de la compañía, sin mediar palabra. Al llegar al otro lado te despediste y saliste corriendo. Me quedé allí observándote hasta que te perdí bajo la lluvia.

Estos versos no son un cuento

En cada comienzo escribía tu nombre.
Aparecías cada día en cada verso.
Fuiste la razón de todos mis relatos.
Te inventé en cada declaración de amor
donde todos los personajes al final
cenaban en festines de perdiz.
Pero algo se nos debió indigestar.
Ya no huelen igual los colores.
La tormenta se ha adosado en mi jardín.
No hay damas, caballeros ni hadas,
solo brujas malvadas y troles.
Sea como fuere, ha cambiado el cuento.
Ya no termina con fiesta y algarabía,
ahora solo quedan silencios en los rincones.
Y tras tantas y tantas ilusiones,
detrás de cada uno de los inicios,
solo quedaban dos posibles conclusiones:
tomar caminos separados o la muerte.
Como para ninguno llegó la parca,
entendimos que se alejaron ambas sendas.
Jamás podré desandar lo ya andado,
para eso te necesitaría a mi lado.
Así que ahora inicio mis narraciones
de un modo distinto, justo al revés
pues sé que así siempre acabaré feliz,
diciendo con la esperanza de antaño:
«En cada comienzo escribo tu nombre».

jueves, 7 de julio de 2011

Las lágrimas de mi reflejo

Me he cruzado con ella esta mañana, hacía años que no la veía. Apenas la conocí, ha cambiado mucho. Fuimos juntas al instituto y ya entonces marcaba diferencias. No era especialmente guapa, ni especialmente lista, pero tenía algo en la mirada y un cuerpo algo adelantado a su edad que le daba la oportunidad de tener al chico que quisiera. Los años y los hombres la han tratado mal. Sé que se dio a la bebida. Empezó a lo tonto, con los licorcitos después de las comidas y las cervezas con los amigos. Es fácil que pensara que era la mejor forma de olvidar las penas, yo también lo pensé en su día. Después, convirtió las salidas diarias en normalidad; lo sé porque me la encontré en más de una ocasión. Y cuando al fin bebía cualquier cosa a cualquier hora del día, entonces se convirtió en una alcohólica. Pero no lo hizo porque sí, tenía una razón: jamás lloraba en su estado natural. No importaba que su marido la maltratara ni que llevaran una vida de miserias. Llevaba escrito en su piel más de una tristeza que jamás cicatrizaba: el abandono de su padre, la muerte de su madre, las humillaciones de su hombre... Se sentía tan sola, tan vacía, que las lágrimas se convertían en un lujo que solo se permitía en los estados embriaguez.
Hoy la he visto, de pasada; cuando he pronunciado su nombre se ha detenido frente a mí y ha roto a llorar. Era mi reflejo frente al espejo. He dejado de ser tanto tiempo yo misma ocultando mis miedos, que a penas me he reconocido. Lloraba, pero no sentía cada lágrima como mía. Es una sensación extraña esto de verse atrapada en un cuerpo sabiendo que es el tuyo. He querido volver al pasado, a aquellos quince en el que aún tenía la posibilidad de ser alguien. He cogido un botellín vacío que había sobre la mesilla y lo he arrojado contra el espejo que se ha hecho mil trozos en un momento. Ahora me arrepiento de haber cogido ese cristal y haberme cortado las venas, no tanto por el dolor sino por lo que a lo largo costará sacar las manchas de la alfombra. Debía haberme tomado otro trago antes del arranque de justicia para, al menos, llorar mi ausencia.

martes, 5 de julio de 2011

Carta exculpatoria

Todos lo tacharon de loco, pero yo sé que no lo estaba. Doy fe de ello pues fui testigo junto a algunas otras en más de una ocasión, de su intención por librarse de una voz que habitaba en su interior. Y no, eso tampoco es síntoma de demencia, sino de una enfermedad que no tiene cura salvo la liberación.
Aquella mañana, harto de escucharle, decidió poner fin a su amplia y exitosa carrera de escritor. «Estoy cansado de tus historias, prefiero volver al anonimato que seguir contando tu ficción», dijo convencido, y se dirigió a la azotea del edificio más alto. Una vez allí, gritó con todas sus fuerzas: «¡¡Fuera, fuera de mí!!», pero solo consiguió el eco de una risa malvada del ser que lo poseía, que lo inspiraba. Visto que solo con la potencia de su voz no servía para librarse de él, echó un pie atrás para impulsarnos con más violencia... «¡¡¡ Fuera !!!». Aquel grito desgarrador casi lo dejó sin aliento a la vez que todos los que se encontraban cerca se percataron de su presencia. La suya y la de la ligera brisa que parecía transporta una extraña risa.
Volvió a intentarlo por última vez cogiendo carrerilla desde el otro extremo de la terraza mientras corría iba gritando como un loco (y digo «como» porque serlo no lo era): « ¡¡¡¡ He dicho que F U E R A !!!!»...
Por desgracia no pudo frenar a tiempo y cayó en picado hacia su muerte.
No daré más detalles, pero esta vez no hubo risotada de fondo, solo la repetición difusa de su deseo de autonomía.
Así que no, no estaba loco.
Firmado: SUS PALABRAS

Para mi epitafio



Compuse tu nombre con las hebras de mi sangre.
Desahucié los recuerdos que no portaban tu rostro.
Porque en el momento en que se acercaba la muerte
quise tenerte aún más presente, sin más a lo que amarrarme.
Pero no existe Dios, ni la vida pasa toda por delante.
No hay luz al final porque no hay túnel en el camino.
Solo obscuridad, silencio, ruina y destrucción.
Y un último aliento, desgarrado de absurda evocación
de lo que no fue y pudo haber sido nuestro.
Que escriban alto y claro en mi epitafio:
«Aquí yace en sepulcro una mujer enamorada».

A luz del lambrusco

Le mandé un mensaje avisando de mi visita a la capital por motivos de trabajo. Él inmediatamente hizo un hueco en su agenda y reservó en un italiano para comer. Allí nos encontramos, hablando de nimiedades. En un momento me alargó su mano como hace muchos años, entonces le ofrecí la mía y pasamos la tarde amarrados compartiendo mesa con otra que deseaba ser su amante y una tercera que después sería su novia. No quise repetir la sensación. «¿Qué hago, te perdono?». A día de hoy mis sentimientos y yo hemos hecho las paces; no por ello mis sueños.

lunes, 4 de julio de 2011

El dulce olor de la muerte

El vaso cayó y en cuestión de segundos se dispersó por el suelo confundiéndose con el agua que portaba. Adela miró hacia abajo, apenas le dio tiempo a reaccionar. Tampoco tenía claro si quería salvar aquel ridículo vaso, uno de los tres supervivientes ―ahora dos― de un juego que tenía impreso en distintos colores mensajes de amor.
Se quedó allí inmóvil, apoyada sobre la encimera. Abrió la mano derecha y dejó sobre un platillo las pastillas de las cinco. Pensó, porqué no, dejar de tomar el tratamiento aunque solo fuera una vez. Tenía una excusa, absurda sí, pero para ella prácticamente todo lo que había pasado en su vida durante los dos últimos años resultaba poco real.
Algo iba mal, empezó a sentir un extraño calor en la pierna. Miró hacia abajo y vio un estrecho hilo rojo descendiendo poco más abajo de la rodilla hacia los restos del líquido. No se asustó, no reaccionó como cualquiera de nosotros lo hubiéramos hecho. Simplemente se dirigió hacia el baño a paso lento, dejando en cada pisada derecha una pequeña marca de su sangre.
Cuando llegó buscó el origen de la herida y sin pensarlo dos veces arrancó el cristal de su pierna. En el trozo se podía leer «Ti amo» escrito en tinta azul, Adela sonrió tímidamente al darse cuenta y pensó en lo caprichoso que es el destino. El corte empezó a sangrar profusamente, pero ella seguía sin sentir dolor, solo ese calor que le subía cada vez con más intensidad. Poco después, a ese calor se unió un ligero temblor que quiso justificar por miedo, pero sabía de sobra que se debía a que había dejado las pastillas en la cocina en lugar de tomárselas puntualmente. Odiaba esa sensación, la odiaba profundamente porque sabía que la medicación la había vuelto dependiente de un horario que no podía saltarse bajo ningún concepto.
Tenía que relajarse sin químicos, debía intentarlo. Se acercó a la bañera y abrió el grifo, eligió una temperatura algo templada. Mientras se llenaba, buscó en los cajones del mueble algo con que frenar la hemorragia. Encontró una toalla blanca de mano, no le importó el color poco adecuado para esos menesteres, y se la ató taponando la incisión. Pareció funcionar.
Se sentó en el borde y rozó el agua, estaba perfecta solo le faltaba un detalle. Cogió un frasco de sales de baño que tenía sobre la repisa y las esparció a lo largo. Aquel complemento de fresas y frutas silvestres tintó el líquido de escarlata. Se desnudó despacio, doblando con cuidado cada prenda. Mientras se metía en el agua, su gata Luna entró en el baño y se subió a la banqueta que quedaba justo a la altura de su cabeza. Adela perdió la noción del tiempo, la temperatura, el olor dulzón y el ronroneo felino, le hicieron caer en un profundo sueño.
Una hora después, justo antes de que la puerta sonara, Luna saltó del taburete y se dirigió hacia el hall donde ya se encontraba Luis. La felina insistía una y otra vez, restregándose contra las piernas del hombre, empujándole hacia el baño. Él, sorprendido de la actitud de la gata, la cogió entre sus brazos y la dejó sobre el comedero confundiendo sus intenciones. Los enseres del animal estaban a la entrada de la cocina y solo cuando se volvió vio los restos del vaso y las huellas de la herida de Adela. Se estremeció.
«¡Adela!», gritó con fuerza mientras salía al pasillo siguiendo su rastro. Cuando llegó al baño se quedó mudo. Sus ojos se empañaron al ver a su mujer bañada con su propia sangre; rompió a llorar mientras se acercaba a ella sin dejar de repetir «Pero..., ¿qué has hecho?». La abrazó y ella sintió su calor. La hizo reaccionar abriendo suavemente los ojos. Le sonrió. Cuando Luis se dio cuenta trató de sacarla del agua, pero se le escurría. Tiró del tapón y volvió a la entrada corriendo para coger su móvil y llamar a urgencias.
Durante ese breve tiempo, Adela pensó en lo absurdo de su muerte. «Es falso», se dijo. No vio pasar su vida por delante, no recordó a nadie de su pasado ni su presente, ni tampoco vio la luz al final del tunel. Simplemente esperó la obscuridad.
Luis volvió con ella. «No te vayas», le dijo. Y Adela, en un último suspiro dejó escapar su vida con un dulce olor a fresa.

domingo, 3 de julio de 2011

Mi último ligue

Se acercó con su mejor sonrisa, copa en mano y colocándose el flequillo con la otra. Adiviné sus intenciones desde el primer momento. El sitio, la hora y el menú propiciaban el encuentro. Debió pensar que era presa fácil porque estaba sola. Se detuvo a mi altura, tomó una ridícula postura de ligue y abrió la boca para pronunciar la frase que habría estado masticando durante el trayecto. Le miré con ojos cómplices y antes de que pudiera emitir un solo sonido coloqué sobre su mano libre mi botellín ya vacío, me di media vuelta y me marché para siempre.