miércoles, 12 de noviembre de 2014

Indigestión

Su boca, dientes de ajo, despiden el hedor de la miseria al hablar. Sus palabras atraviesan mis oídos como pequeños alfileres retorciéndose en mis conductos auditivos. Y trato de tragarlas... Metal empobrecido llega hasta mi estómago. Me espera una larga digestión.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Inquietudes

Laura tenía inquietudes como cualquier chica de su edad, pero tenía una extraña costumbre a la que los suyos no terminaban de acostumbrarse: gustaba de consultar las esquelas. Cada día desde hacía años, primero a la vuelta del colegio y más tarde del instituto, examinaba las defunciones. Si sus tareas se lo permitían, se acercaba al tanatorio y se daba una vuelta entre los amigos y familiares del fallecido, observando sus caras, sus gestos, sus comentarios. Buscaba algo o alguien, aún no lo tenía claro.
Tampoco sabían que esa «inquietud» le había llevado a experimentar con la muerte. Con apenas ocho años arrojó al gatito de su hermana desde el balcón de su piso, un noveno. Justo en el momento en el que el animal iniciaba el vuelo, Laura corrió hacia el ascensor con la estúpida idea de que llegaría a tiempo al último estertor del desgraciado, pero no fue así. Primer intento fallido. Aquel «accidente» pasó desapercibido en casa. Después vinieron pequeños experimentos con insectos que se le antojaron triviales para la Parca. A los doce por fin tuvo su primer contacto; con su abuelo en cama, muy grave, le dejaron despedirse. Ella, fingiéndose compungida, se acercó al moribundo y le susurró al oído cosas terribles, tanto que no me atrevo a repetirlas. El hombre, que no podía pronunciar palabra, tomó la mano de la muchacha con firmeza, como queriendo llevársela con él al otro mundo. Laura empezó a chillar. Sus padres trataron de que el abuelo la soltara, pero la tenía fuertemente agarrada. El forcejeo duró solo unos segundos. De pronto, el silencio. Se sintió satisfecha al notar cómo el frío pasaba hasta sus dedos. «Cariño, el abuelo ha muerto», sentenció su padre. Lloró, era lo más adecuado. Después sintió rabia, no encontró lo que esperaba; tampoco en el tanatorio.
A Laura le gustaban las despedidas, pero más aún las bienvenidas; estaba deseando saludar a la muerte.

jueves, 24 de julio de 2014

La próxima parada

Resultas ridículo. ¿No te das cuenta de que estás asustando a la gente? Tus pasos torpes, tu mirada perdida, vas haciéndote hueco a golpes. Acabarás llamando la atención de los agentes.
¿Y ahora por qué te detienes? Sí, mírate en el escaparate, ¿qué ves? Sólo encuentro a un perdedor y no soy yo.
—¡Déjame en paz! —me gritas.
Reanudas tu marcha sin rumbo fijo. Aceleras el paso, pero lo único que consigues es que tu jadeo resulte grosero. Te golpearía sin dudarlo. ¡Reacciona de una vez! Caes al suelo —recuerda, yo no he sido—, te quedas de rodillas en medio del río humano. Enseguida se hace un hueco a tu alrededor, eres como la peste. ¿Lloras?
Eres un despojo, ¿por qué me fijaría en ti? Me has engañado completamente. Desde el primer instante me quedé prendada de ese cuerpo de Adonis perfectamente esculpido, de esa candidez que desprendían tu mirada y tu sonrisa, y tus manos… ¡Oh, Dios! ¡Esas manos que escribían poesía sobre el cuerpo de tu novia! Lo dejaste todo por mí, la dejaste a ella a pesar de tener planes de boda. No te creía tan imbécil. Pero esa fue tu decisión, dejarte llevar por el deseo, por la ambición. Jamás te prometí nada que no estuviera a tu alcance, pero te empeñaste en complicar la relación…
—¡Cállate de una vez! ¡Me vas a volver loco! —me recriminas.
Te apoyas en el carrito de un niño para levantar tu estupidez. La mujer grita asustada, se habrá pensado que vas a hacerle algo al pequeño, ¿o lo has hecho? Te acusa de haberle robado el caramelo, una piruleta. ¡Ja, no me lo puede creer! Yo no, pero los demás te siguen con mirada acusatoria, alguno hasta se ha atrevido a insultarte. Vuélvete, ¿no me ves? Lo reconozco, he sido yo, pero creerte culpable me da placer.
¡Corre! ¡Vamos, corre! ¡No pares hasta llegar al cementerio!
—¡Ayuda! —¡Socorro! —solicitas hacia un público que ya no se digna en escucharte.
Estás solo. Quizá deberías mirar dónde pisas. Tropiezas, Vuelves a caer de nuevo golpeándote con un banco de piedra. Te lo dije. Te encoges, posición fetal. Gimoteas como un niño. ¿Qué haces?
—¡Déjame en paz, por favor! —me ruegas.
¿Dejarte? Nada me gustaría más que eso…
Han pasado varias horas. Te quedaste dormido. Ni siquiera notaste la sangre tibia cayendo por tu ceja, te heriste. Un grupo de niños te observa. Uno de ellos saca la pistola de agua y comienza a dispararte. Te espabilas. Tratas de alejarlos haciendo aspavientos. Resulta cómico. Los chicos se van corriendo cuando ven tu cara desencajada. «¡Loco, mamarracho!», gritan mientras se alejan.
Vámonos a casa, anda. Me avergüenzas.
—Me rindo —afirmas quejumbroso.
En el portal te cuesta meter la llave, ¿sigues desorientado? Te ayudaría, pero prefieres evitarme, hacer como que no estoy. Sabes que no te servirá de nada. Subes por las escaleras. Seis plantas. ¿No estás suficientemente cansado? Yo iré en el ascensor, te espero arriba. Sé que no escaparás, ya no tienes fuerzas ni para eso. Déjame que abra.
—¿Por qué no te vas de una vez? —preguntas a pesar de conocer la respuesta.
En un arranque, entras corriendo y tratas de dejarme fuera, casi lo consigues. Tú mismo frenas el cierre con el pie, además te has hecho daño. Disculpa que me ría… Te quejas. En el pasillo te descalzas y te quitas el calcetín para ver si te has hecho algo. ¿No cierras? Me arrojas el zapato cabreado, con todas tus fuerzas. Lo esquivo fácilmente. Has conseguido alcanzar la puerta, ahora se ha quedado entornada. Tú mismo.
Te diriges al baño. Te desnudas. Adoro tu cuerpo. Buscas algo en el mueble, mientras me acerco sigilosamente, no quiero que vuelvas a apartarme de tu lado. Puedo percibir tu hedor, mezcla de sudor y sangre, pero me atraes igualmente. Te abrazo desde atrás para que puedas sentir mi calor. Llevo mis manos a tu sexo, no tarda reaccionar. Miras al espejo, la ceja se te ha hinchado, apenas ver por tu ojo izquierdo. No puedes verme, sigo detrás de ti.
—Porqué me haces esto…
Porque te deseo, así de simple.
Vacías el frasco de pastillas y las tragas sin masticar. Abres el grifo y bebes agua con ansiedad. Vas al dormitorio y te tumbas en la cama, boca arriba. Tu erección continúa, aparentemente es la única parte de tu cuerpo que responde a mis caricias. Cariño, dime que me quieres.
—Estoy tan cansado…
Vamos, dímelo. Me desnudo despacio. La escasa luz que proviene de la calle nos da la intimidad necesaria. Miro el despertador: las diez y media. Deja que te ame una última vez, después me iré para siempre. Suspiras. Me coloco sobre ti, a rítmicos movimientos conseguimos acompasar nuestra respiración. Ahora somos uno. Te dejas hacer, no tienes ganas de nada, pero yo te deseo ardientemente. Mordisqueo tus pezones. Sueltas un quejido leve, apenas perceptible. Lamo tu cuerpo hasta llegar de nuevo a tu verga, pero esta vez no despierta. Así no hay forma, no das la talla como amante.
Me aparto y me siento en la esquina de la cama, mirando hacia la ventana. Fumo. El humo se colorea con el neón recién encendido del restaurante chino. Puedo sentir cómo tu respiración se va haciendo más lenta, más pausada. En la silla pegada a la cristalera están tus prismáticos. ¿Aún sigues espiando a tu vecinita? Eres un cerdo. Tomo asiento y ajusto la lente. Allí está. Quince años desnudos, Una Venus en plena pubertad descubriendo su cuerpo. ¡Oh, dioses, cómo os adoro! Se mira en el espejo, repasa sus senos impacientes, los aprieta uno junto a otro. Su cadera, su viente estrecho me llaman a gritos. Se sienta sobre el colchón y acaricia sus partes, se prepara para el placer. Mi cuerpo vuelve a despertarse. Busco el caramelo que robé a tu costa y lo chupo ansiosamente pensando en ella. Creo que le haré una visita.
Me levanto y me visto impaciente. Cariño, me esperan al otro lado de la calle. Oigo crujir la puerta, alguien entra.
—Fran, ¿estás en casa? —es tu ex.
Déjame que te bese antes del último estertor. Escapo con cuidado de no ser descubierta. Desde la puerta puedo oír el grito desgarrado de la mujer.
Fue bonito mientras duró.

miércoles, 23 de julio de 2014

Corazón verde

Llevaba días sin poder dormir bien y cuando al fin conseguía descansar un rato, tenía pesadillas. Cada noche, en el plazo de pocas horas, todo mi mundo se desmoronaba. Los sueños eran tan vívidos que me devolvían al insomnio, encontrando alivio en mis ojeras. Los días se hacían largos y pesados, el cansancio empezaba a hacer mella, pero el miedo a caer en los brazos de Morfeo, aparentemente cabreado conmigo, era mayor que el de sobrevivir a mis propios delirios.
Anoche soñé que caminaba huyendo de la tormenta cuando un pequeño rayo de luz me atravesó, entonces me di cuenta de que era de cristal. El miedo me hizo volver a la obscuridad que traían la lluvia y el viento (podía oír el aire golpeando la persiana de mi dormitorio). Inevitablemente, empecé a resquebrajarme a cada paso que daba; traté de permanecer inmóvil (pude sentir mi cuerpo rígido contra el colchón). Mis pies empezaron a desintegrarse, esquirlas transparentes flotaban a mi alrededor (mientras un dolor agudo subía por mis piernas). Un remolino de hojas jugó con mi pelo deshaciendo la melena; una de ellas, la más astuta, vino a clavarse en mi pecho (llevé rápidamente mi mano derecha al corazón para protegerlo, pero no pude hacer nada). Ella puso fin al sueño; me atravesó haciéndome estallar en ínfimos pedazos…
Desperté. Estaba completa, en mi cama. El dolor había desaparecido. Mis pies estaban donde siempre, como mi trenza despeinada. Aparté mi mano del pecho y abrí el puño. En la palma tenía un trozo de cristal clavado. Al arrancarlo no brotó sangre sino un líquido espeso, casi transparente, era savia.

domingo, 22 de junio de 2014

Como la tormenta

La tarde prometía. Los niños jugaban en el parque. En los bancos, los mayores charlaban de tiempos mejores. Sobre el césped, había jóvenes jugando a las cartas y alguna pareja demostrando su amor. La tormenta no tardó en aparecer. Se levantó aire trayendo el olor de la inminente lluvia. Al poco empezó a tronar. Los pequeños lloraban asustados obligando a sus padres a marcharse. Con el primer rayo, los mayores y los muchachos se despidieron de los suyos. Con las primeras gotas, los amantes salieron corriendo… Me quedé solo esperando a la parca. La muerte es inevitable, como la tormenta.

jueves, 20 de marzo de 2014

Como cada día

Llegó, como casi siempre, después de trabajar, de tomarse unas cañas en el bar, de comer sus aperitivos y los de sus amigos, de tomar unas copas, de follarse a alguna puta, de, quizá, vomitar en el rellano, de maldecir por no encontrar el interruptor de la luz a la primera, de farfullar en la cocina, de entrar como un torbellino hasta llegar a nuestro dormitorio, de insultarme y golpearme por encontrar la cena fría…
Llegó sí, y después se arrojó por la ventana. Llegó para nunca más volver.

domingo, 9 de febrero de 2014

En el cuerpo, en la memoria

Llevo tres días sintiendo una extraña sensación. Al principio era tan leve que apenas le di importancia, pero en cuestión de horas empezó a complicarse. Las molestias se hacían más vívidas y concentradas durante los sueños. Cuando empezó, traté de controlar sus efectos. Era un dolor agudo, con horribles punzadas que atravesaban solo mi parte derecha mientras la izquierda permanecía dormida. Podía notar cómo hacían reacción las drogas que no había tomado. En las peores pesadillas, miraba a uno y a otro lado y veía agujas clavadas en ambos brazos. Fiebre, escalofríos, la tensión descontrolada. Más drogas. Oía mi nombre a lo lejos y en esos momentos de mi propia ausencia, ya no sentía ni las bofetadas. Sabía que el perdón era necesario porque no me agredían sin razón; de mi consciencia dependían mi vida y la de él.
Sí, ahora recuerdo… Ahora sé el porqué de esta sensación. Miro el reloj. Aún me quedan algunas horas de lucha. De pronto, el miedo se ha disipado;sé cómo acaba la historia y no puedo dejar de sonreír.  Lo único que no ha cambiado en estos casi 365 días es la asunción del peligro. Yo sigo aquí, él está con nosotros. Esta historia tiene un final feliz.


miércoles, 5 de febrero de 2014

El incidente

Fue apenas un segundo; un escalofrío. Sentí el aguijón clavándose en mi nuca. Rápidamente me llevé la mano a la zona y de un manotazo hice desaparecer a mi agresor. Mi acompañante, sorprendido por el golpe que yo mismo me había asestado, me preguntó:
—¿Te pasa algo? —No, no sé. Creo que ha sido un mosquito.
—Debió ser uno grande —afirmó con cierta sorna.
—No sé el tamaño, pero cabrón…
Nos despedimos. Avancé sólo unos pasos; el escozor se hizo insoportable. Volví a llevar la mano a la nuca, esta vez con suavidad. No noté nada, ninguna hinchazón que delatara la embestida. Me quité la bufanda y dejé que el frío me consolara.
En el siguiente cruce, me paré a esperar el paso para los peatones. Una mujer se detuvo a mi lado. Detrás de ella, asomó una niña que no dejaba de observarme.
—Mamá, ese señor suena —le dijo a su madre con voz chillona.
La madre se acercó a mí y empezó a olisquearme.
—Dijo «suena», no «huele» —corregí su actitud.
—¿Disculpe? —se hizo la ofendida.
El semáforo empezó a sonar. Cruzamos a distinta velocidad para no coincidir, pero la pequeña insistió: «Ese señor suena, mami. Ese señor suena…». Si hubiera podido, le habría dado una buena bofetada, pero me sentía taaaan cansado. Fue entonces cuando, al ver mi reflejo en un escaparate, me di cuenta de que algo no iba bien. Caminé a paso lento observando cada parte de mi cuerpo. Perseguí mi imagen —o lo que quedaba de ella— a lo largo de la vitrina; al girar la esquina, en los último cinco metros de exposición, conseguí oír el sonido al que se refería la mocosa. Toqué con mi índice detrás del cuello y cuando la cadencia varió me di cuenta de que me estaba desinflando. Corrí hacia mi casa con las escasas fuerzas que me quedaban. Solo dos calles, solo dos. Poco antes de llegar a mi portal ya me había convertido en una alfombra.
En la plaza, justo delante del banco donde solía sentarme a leer el periódico los domingos, un vagabundo recogía mis restos, los estiraba aireando con fuerza mis extremidades y se envolvía conmigo para acostarse sobre su improvisada cama.