sábado, 4 de octubre de 2008

Una mano de pintura

Poca literatura, ningún adorno, para decir esto de mi dolor de cabeza: Te odio porque en esta última visita me has privado de amar, me has arrebatado algo que quería con toda mi alma y me has hundido de nuevo en la miseria. Desearía tener suficiente valor para no dedicarte nunca más ni una sola palabra; recordarte es evitar perderte de mi memoria. Mi cabeza necesita urgentemente una mano de pintura para recordarme que hay otros caminos hacia la libertad.

Entre los dedos

Se me escapó, se me fue su vida sin que pudiera hacer nada.
Y su cuerpo..., tan pequeño, tan frío, inmóvil, empapado de muerte.
Y sus ojos..., que de azul de cielo intenso pasaron a noche cerrada.
Y su calor..., concentrado de un mes, pegado contra mis rincones, cabeza gacha y maullido escondido.
Y su vida..., vestida de siamés, con apenas días... Se me escapó, se me escurrió entre los dedos sin que pudiera hacer nada.
Ahora me arrepiento de haberlo obligado a vivir, de insistir en sus comidas diarias, de alargar su sufrimiento. Merezco este dolor tan suyo, merezco esta pena que moja mi corazón desde que empezó a irse.
Intentando hacer frente a mi castigo, he sacado fuera todo lo que me lo recuerda, solo he dejado colgado de una cadena un colgante que reza Dino.
Dejadme llorar su muerte que también es la mía...