sábado, 11 de abril de 2015

Desenlace

El mejor desenlace es que nuestro amor no tenga fin.

Efímero

Caminando por la calle, me encontré con tu mirada. Fue entonces cuando me sentí la mujer más bella del mundo. Juraría que me acariciabas con el azul de tus ojos. Me ruboricé y te diste cuenta. Remataste la faena con la más dulce de las sonrisas y casi caí desmayada, podía notar esos labios recorriendo mi cuerpo, lamiendo cada recoveco. Me detuve para gozar del momento. El error fue parpadear; en ese preciso instante, pude ver tu mano en el culo de la que te acompañaba. Y es que el amor, ese amor que siento, siempre es así de efímero.

Maltratador

El escritor, orgulloso de su obra, fue a una editorial a solicitar que la publicaran. Días después recibió un aviso para que asistiera a una reunión urgente con el responsable de Edición.
Sentados en una enorme mesa oval, uno en cada extremo, el autor comenzó a hablar entusiasmado pensando que iba a firmar su primer contrato. El otro hombre le cortó de inmediato. «Disculpe, no estoy aquí para eso. Necesito saber si ha sido usted quien ha escrito esto para tomar una decisión». Un «sí» rotundo, una llamada al interfono, y la sala se llenó de agentes uniformados que detuvieron al escritor.
«Se le acusa de maltrato a las letras. Ahórrese los formalismos, aquí no hay juicio, es culpable y debe pagar su pena. Se le condena a completar los veinticuatro cuadernos de Escritura y los seis de Evolución de la Lengua de Rubio, así como ha completar el manual de Ortografía en Casa de Enrique Fontanillo, incluyendo su libro para colorear. Si después de esto vuelve a presentarnos su obra con una sola falta de ortografía, me encargaré personalmente de que no vuelva a escribir en su vida. ¿Lo ha entendido?».

Por lo que sé, ha reescrito su libro unas cuantas veces; después de leerlo he de reconocer que es una de las mejores historias que he leído nunca. El problema es que siempre se le olvida la tilde de su segundo apellido.

miércoles, 8 de abril de 2015

Serendipia

Era la hora oportuna. Salí al parque y me senté en el banco de siempre. Un minuto de silencio y... Me mimeticé con el viento.
Perseguí la estela de las mariposas y las derribé en pleno vuelo.
Jugué a saltar entre las olas de la maderada en la pérgola.
Me escondí en los nidos ocultos entre las ramas.
Volé a ras del césped dejándome acariciar el vientre.
Hurgué los hormigueros hasta hacerlas correr despavoridas.
Y subí lo más alto que pude hasta perder el sentido, entonces caí sin remedio.
Sesenta segundos bastaron.

... Buscando el silencio me encontré a mí misma.

miércoles, 1 de abril de 2015

La pluma

El escritor estuvo trabajando durante horas delante del ordenador sin percatarse de la presencia de la pluma. Cuando iba a hacer clic sobre la opción «Apagar», reparó en ella. Blanca, canija y sin fuste, había estado todo el tiempo bajo la barra espaciadora. La cogió con curiosidad, giró un par de veces los dedos a ambos lados para inspeccionarla bien y la dejó a su izquierda sin más. Volvió a fijar su atención en la pantalla; fue entonces cuando recordó que le faltaba algo al último documento editado. Lo abrió y firmó al final de la página:

«El Patito Feo»