lunes, 28 de febrero de 2011

Rosquillas por correo

Ha llegado esta mañana, pasadas las 11, justo para este desayuno tardío al que se ha hecho mi cuerpo desde que estoy de baja. La repartidora de correos ha tenido la amabilidad de subirme el paquete hasta casa y yo, que sabía lo que era, ya andaba frotándome las manos y salivando. «Rosquillas...», repetía en mi cabeza y me veía como Homer cada vez que recuerda los donuts.
¡Qué buenas están! Es una receta antigua, aprendida de mi abuela. Saben dulce, a cariño, a todo el que le pone cuando las hace para los suyos. Tienen ese color de horno, tan cálido como sus abrazos. Saben a Gloria :-)
Con los dulces, ha mandado también una cuartilla con poemas; de todos, os dejo el que más me ha gustado, el que mejor la describe:

Ser normal
es muy aburrido,
yo no quiero ser normal,
ser raro es más divertido.

Cuando sea mayor, quiero ser como ella. Quiero cocinar y escribir versos con el mismo cariño, con ese talento que la hace tan cercana.
Hoy ha sido un día especial. Me mandó las rosquillas por correo porque esta tarde le tocaba pasar por quirófano y no podría venir este miércoles, como teníamos planeado.
Con la publicidad que le ha dado «la Aguirre» a su cáncer de mama, que ni mucho menos ha sido siquiera parecido a lo que está pasando mi madre, no hago más que rememorar todos esos momentos que hemos pasado a lo largo de estos 18 meses desde que nos dio la noticia. Han pasado muchas cosas, algunas buenas, otras no tanto. Y ahora, con el pie escayolado y en alto, no puedo estar con ella y eso me duele mucho, pero pienso en las ganas que tiene ella de cerrar este capítulo mientras me como una de esas rosquillas y... No me queda otra que esperar con paciencia a recuperar la normalidad para volver a estar a su lado. Y cuando llegue el momento habrá una pequeña diferencia: ambas estaremos recuperadas.
Una recuperación con rosquillas por correo siempre es mejor.

domingo, 27 de febrero de 2011

Querida Joaquina

Estoy segura de que en toda regla hay, al menos, una excepción y en esa de «todas las suegras son malas», tú eres un buen ejemplo. Habrá quien piense que miento, exagero o simplemente te hago la pelota para caerte bien, pero gracias a tu forma de ser no me ha hecho falta ninguna triquiñuela para mantener una buena relación durante estos años.
Tu experiencia me ha servido en muchas ocasiones, tú hombro, más aún; y es que aunque no haya llorado en él, sí que me ha servido de apoyo en muchas ocasiones. Has entendido bien las razones de algunos sentimientos y resentimientos que venían golpeando mi corazón desde hacía mucho, me has escuchado cada vez que la rabia me hacía escupir esta desazón y, al fin, seguías ahí después de la tormenta.
De un tiempo a esta parte, desde que te uniste al gremio de los escritores, nos une algo más que las conversaciones habituales. Te atreviste a coger el papel y el boli, a destapar tu particular caja de los truenos y dejar salir mucho de lo que tenías dentro. Ahora que has mejorado notablemente tu redacción y caligrafía, escribes cuentos y versos, y hasta te has animado a escribir una novelilla.
Me siento orgullosa de ti, de tu valentía y de tu empeño. Tengo suerte de tener a gente de tanto talento cerca.
Te dejo, que tengo que preparar la cena. Disculpa si no es una carta al uso, es la primera que te escribo, espero que no sea la última.
Con cariño.

sábado, 26 de febrero de 2011

Mi reflejo


Déjame que confiese mis pecados, todos mis errores.
Déjame que te diga que no soy la que ves en el espejo.
Déjame mostrarte porqué mi reflejo engaña.
Y es que no me gusta lo que veo al otro lado.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Querida Rosa

¿Cómo va la vuelta a la normalidad? El camino no es fácil, ¿verdad? Supongo que es cuestión de tiempo y, sobre todo, de paciencia.
Creo que no nos vemos desde septiembre u octubre del año pasado; en mi última visita os conté lo de mi padre y ahí se paró el tiempo en nuestra relación. En mi memoria, últimamente más de pez chico que de ballena, guardo la imagen a modo de instantánea, pero asociada a sentimientos, sonidos, olores. Es curioso cómo funcionan las cabezas.
A lo largo de todo este tiempo que nos separa han ocurrido muchas cosas, entre otras, lo de tu enfermedad y tu ingreso en el hospital. Cómo siento no haber ido a verte, pero mi ánimo no estaba precisamente en todo lo suyo en esos días. Os avisé a todas cuando mi padre murió y fuiste de las pocas que respondió a mi mensaje. Es curioso cómo funcionan los corazones...
Y ahora cuando parece que las aguas vuelven a su cauce, me veo postrada en el sofá, con las ganas que tenía de verte. Tenemos ese café pendiente, ya lo sabes, pero, si no te importa, podíamos pactar previamente de lo que no hablaremos: de enfermedad, de muerte y de tristezas varias, que bastante hemos tenido, ¿no te parece? Además, si como dices «quieres recuperar tu vida», espero de buen grado que me mandes a la porra en cuanto me veas :-)
Ayer mismo estaba pensando en la primera visita que mi marido y yo hicimos a tu consulta. Llevábamos a Gris, ¿recuerdas?, después de pasar su primer celo y con intención de que nos salvaras a los tres de aquel suplicio. ¡Menuda bronca nos llevamos! Y sobre todo, ese comentario tan tuyo mientras recogía al animal de la mesa: «Qué guapa es la gata, pero qué mala leche tiene la jodía»; eres quien mejor la ha definido siempre.
No sé si sabrás que este nexo que me une a ti, este hilo invisible (como mi madre lo llama) tiene fecha de inicio ―espero que no de fin―, el 11 de Agosto de 2009, cuando Peque se durmió para siempre. Hay algo en mi interior que me dice que en aquel momento se creó un vínculo entre las dos; después de un año de lucha constante para que mi gatín saliera adelante, ese día en el que ambas escribimos su final, sé que era la Rosa «persona» además de la «veterinaria» la que me agarraba de la mano mientras salía de la clínica para volver a mi casa con el trasportín vacío. ¡Cuánto te agradezco aquel gesto! No sabes lo importante que fue para mí.
Bueno, eso que había dicho que no tocaría ciertos temas, perdona. Tienes permiso para, cuando me veas, mandarme a la porra y darme un cachete, lo tengo merecido por ingrata.
En fin, que ya sabes lo que te dije en mi anterior mensaje: que te queremos, que te esperamos y que toda esa paciencia que no gasto en mis dolores de cabeza, la reservo junto con mis animales hasta que vuelvas a estar en guardia, porque ¿a quién mejor podría confiar sus vidas que a ti? ¿en qué manos mejor que en las tuyas pueden estar? Si hasta te confié mi integridad cuando fui a que me quitaras los puntos que me dieron en la pierna que, por cierto, sí que dolió, pero poco.
No me alargo más, no voy a darte consejos ni directrices, esta carta solo es para recordarte lo mucho que vales, lo mucho que me importas. Creo que conozco a pocas personas que se tomen su trabajo con tanta intensidad, con tanta fuerza y que, además, sean PERSONA con todas las letras.
Descansa amiga mía, que tienes a otra buena persona cubriendo tu baja, y descuida que los demás estaremos ahí cuando vuelvas al combate.
Un abrazo fuerte, tu amiga.

martes, 22 de febrero de 2011

Querida mamita

Cuánto tiempo, ¿verdad? Esto no es exactamente igual que abrir el buzón y sacar un sobre, pero espero que la sensación, el sabor de boca el final de la lectura, sea al menos parecido.
¿Sabes que tengo todas tus cartas guardadas? Sí, llevo años acumulando tus palabras y de vez cuando, cuando me entra la morriña, saco tu caja y las releo. Ya son muchos años separadas, desde el 98, cuando me vine a estudiar a la capital; y aunque he vuelto los fines de semana y los veranos, tu casa dejó de ser mía por aquel entonces, y más ahora que tengo la mía propia. Pero volver es importante para mí, estar contigo, sentadas en la mesa camilla de la cocina compartiendo tantas ideas mientras el cielo se torna en colores al atardecer.
No sabes lo que te echo de menos, eso que hablamos prácticamente a diario. Lo de poner el fijo en casa fue un acierto y más Internet. El teléfono es muy útil sobre todo cuando el proveedor te regala las llamadas a otros fijos, y la conexión a la red nos permite mantener otro tipo de comunicación, más íntima, compartiendo secretos que quedarán entre nosotras y Gmail. Pero no solo eso, las clases particulares que te doy cuando estoy por allí, esas que tanto te gustan y de las que siempre te quejas porque dices que no eres capaz de asimilar tanta información. ¿Qué no? Ya quisieran muchos tener tu iniciativa y tu capacidad de adaptación a ese sistema operativo llamado Debian que los windoseros solo ven como rarezas de frikis. Has aprendido a manejar su entorno, sus programas y el navegador; y con él, has aprendido a manejar el correo electrónico y has creado tu propio blog. ¿Te parece poco?
No te preocupes si olvidas algún detalle, es normal, a mí me pasa a diario. Ya sabes que para cualquier duda puedes llamarme a casa cuando quieras, además con mi lesión sabes que me pillas seguro; recuerda tener paciencia en los tonos que me cuesta moverme y tardo un poco en llegar al aparato.
No te voy a hablar de mi pie porque hay pocas novedades, te hablaré de mí en general. Sigo postrada en el sofá, cansada de no poder salir y con dolor de culo por no poder coger otra postura que no sea la de estar sentada. Me duele el tobillo, no tanto como al principio, pero sigue molestando para que no me olvide de él. Ya son 22 días así, con alti-bajos, es inevitable. Cada vez que tengo médico pienso que saldré de la consulta andando, pero después de la visita al especialista mis expectativas no están en su mejor momento.
Gracias, no sé si te las di el otro día, creo que no. Muchas gracias por venir con nosotros al hospital. No sabes la falta que me hacía vuestra compañía en ese momento. Y es que aunque mi lesión no sea cuestión de vida o muerte, me tiene a ratos sí a ratos no atrapada en la tristeza. Ya sabes que suelo tender al pesimismo y esto ayuda bastante. Aunque últimamente le he sacado un par de chistes a mi letargo, eso de: «aquí estoy con la pata estirada, que no estirando la pata». Hay que mirar el lado positivo, si es que lo tiene.
Escríbeme pronto, quiero saber cómo estás, pero sin disimulos y palabras justas. Ya sabes que estoy contigo en todo lo que hagas, salvo los deportes de riesgo que ya tienes una edad. Los recitales de poesía, las maratones de lectura, las charlas de filosofía y, sobre todo, las actividades en las amas de casa; asiste a todo eso y a más, si puedes. Aprovecha ahora que no te espera nadie en casa, ve a todo lo que te guste, a todo lo que te haga feliz; disfruta de la vida que para eso está. Y escribe, saca tus libretas improvisadas, esas que te montas con papel reciclado y un poco de lana; prepara el boli y empieza, yo estoy impaciente por escuchar cualquier nueva idea que se te ocurra.
Lo malo de escribir aquí es que no se acaba el folio... Y no es que quiera acabar ya la carta, pero espero visita, así que, de momento, lo dejamos hasta que me respondas o mi pie dé síntomas de dejarme volver a andar ;-)
¿Recuerdas cómo acababan tus cartas sobre papel? Con besos, muchos besos, pequeños y apretados por falta de espacio.
Tu hija que te quiere...

Cartas. Justificación

Sigo en el sofá de casa, con el pie derecho en alto. Aún me quedan otras dos semanas como poco...
Una lesión que te paraliza, que te deja anclado entre cuatro paredes, da mucho que pensar.
Hablo a diario con mi madre y algunos días con mi hermana, chateo con mis amigos e intercambio correos con contactos a los que hace más tiempo que no veo. Y escribo, escribo mucho, sobre todo «tontás», que no «tontadas» (no aspiran a tanto mis ideas).
Así que he decidido escribir cartas porque me gusta y creo que es una de las mejores costumbres que llevo tiempo sin poner en práctica, lástima que no pueda reflejar mi letra tal y como es, tal y como soy; cómo aprovecho el folio y tuerzo muy recto.
Candidatos para el primer destinatario tengo algunos, son todas esas personas a las quiero y admiro incondicionalmente, pero no son muchos, la verdad. Quiero a mucha gente, admiro a otros tantos, pero que aúnen ambos sentimientos...
La primera no podía ser otra que mi madre, la que me indicó el camino hacia las palabras y despertó mi interés por plasmar en tinta cuentos e historias que puedan conmover a otros.
Justificación.
La quiero por muchas razones: es mi madre, mi mejor argumento. Quien la conoce, me entiende perfectamente. Si por cada muestra de cariño que recibe arrojara un vaso de agua a una balsa, esta se transformaría en océano antes de acabar de escribirle. La quiero con todo mi corazón.
La admiro por muchas razones: es una artista, creativa, actriz, intérprete, tiene ese talento genial de llegar al corazón de la gente a través de todos sus sentidos. Es valiente, una superviviente. Es hija, hermana, madre; todas las relaciones que puedas establecer y por las que muchos firmaban para estar al menos una vez cerca de ella.
Podría escribir largo y tendido sobre ella, pero esto no es más que una justificación.
Después vendrá Él, mi compañero, amigo y amante. A quien quiero y admiro en otros sentidos, pero con la misma intensidad.
Y después de él podrías ir tú...

domingo, 20 de febrero de 2011

La lluvia


Me gusta oír la lluvia, casi la siento cayendo sobre mi cara.
Abro la ventana, pero no miro hacia fuera, solo hay un patio cerrado de tristes paredes.
Prefiero cerrar los ojos y volar, dejarme llevar por el sonido del agua golpeando sobre los cristales, navegar por el dibujo sinuoso que deja la estela de cada gota y esperar la caída.
Llegar al final, a lo más profundo, atravesar la tierra y alimentar las raíces.
Y me siento privilegiada, saciando su sed.
Soy agua, el elixir de la vida.
Soy fresca, nueva, como estrella naciente.
Y transformaré la luz en arcoiris cada vez que me sonrías.

jueves, 17 de febrero de 2011

La alegría de la huerta



No sé porqué la mayoría de la gente insiste en que «la alegría de la huerta» es esa persona optimista y alegre cual tomates o pimientos en pleno desarrollo, con su color y su aroma en todo lo mejor... Yo más bien prefiero el sentido irónico de la expresión, ese en el que el susodicho es un ser aburrido que solo genera tristeza, cual espantapájaros en el centro del edén, siempre en la misma postura, vigilando y cuidando de las hermosas verduras.
Pero, ¿por qué no ambos aspectos en un mismo ser? Y es que últimamente me siento como ese pobre mamarracho: siempre en la misma postura, con la pierna estirada y el pie en reposo, vigilando de mis bichos y cuidando que estén bien; y a la vez, soy la alegría, la que le da vidilla a este reino mío de 67 metros cuadrados :-)
Debo encontrar la parte positiva de mi lesión, ¿no?

lunes, 14 de febrero de 2011

Cuánto habré de esperar...

Lo sé, intento asumir mi condena. Los días se alargan como sombras tenebrosas y las horas, pesadas como años, cuentan dos veces cada segundo. La espera, eterna, me indigna, me cansa, me agobia. No estoy hecha a la inutilidad; debo hacer algo, por insignificante que sea. Pero estoy aparcada como un trasto viejo, haciendo el hueco del sofá a mi medida.
Me siento como un tiesto de flor ornamental, regada de vez en cuando con algo de cariño y el calor de mis gatas para recordarme que sigo viva. Se acoplan sobre mi lecho, caminan a mi paso y duermen acompasando nuestras respiraciones. Pero eso no me alivia el corazón.
Quisiera que alguien me dijera qué demonio se ha acoplado a mi tobillo, ese tan caliente y redondo... Quizá sea un pequeño astro, incubando en el sitio equivocado. Lo único seguro es que me sigue manteniendo atada a mi sombra y postrada en el recuerdo, sin saber cuándo podré recuperar mi altura.

jueves, 10 de febrero de 2011

No quiero seguir lloviendo


Maya se asomó a la ventana; la tarde estaba gris, fresca y algo removida por el viento. Apoyó ambos brazos en el alféizar evitando la pintura levantada por la humedad y dejó caer la barbilla sobre sus manos cruzadas.
―Maya, hija, cierra la ventana, entra frío.― Indicó la madre mientras terminaba de estirar el edredón de la pequeña cama.
―Mamá yo sé lo que hay más allá del cielo, más lejos que las estrellas...
La mujer se detiene un momento y se sienta en el borde del colchón con cuidado. Observa a su hija que, mientras juega con el vuelo de su falda, no cesa de mirar hacia fuera.
―Dime cariño, ¿qué crees que hay allá en lo alto?
―No lo creo mamá, estoy segura. Allí está papá y nos mira todo el tiempo.
La mujer saca un pañuelo del bolsillo y limpia las lágrimas en silencio, evitando que su hija perciba su tristeza.
―Es posible, todo es posible...
Comienza a llover; es una lluvia fina y suave que llevada por el céfiro termina sobre la niña. Maya imagina las manos de su padre acariciándola y sonríe, pero no es más que el agua recorriendo sus mejillas. Después de un rato bajo la llovizna, cierra la ventana y se queda allí, mirando hacia el infinito, secando la mezcla salada del agua y las lágrimas que se le han escapado.
―Papá te echo de menos, te quiero y te querré siempre, pero no quiero seguir lloviendo.

miércoles, 9 de febrero de 2011

El peso de mi dolor

Llevo doce días encerrada entre las cuatro paredes de mi casa. Doce días con la única salida a la consulta del médico que más que esperanzas solo aportó desaliento a mis medios pasos. Mi tobillo sigue resentido conmigo por el abatimiento al que lo sometí; al menos ya he hecho las paces con mi rodilla izquierda y el morado se dispersa al mismo tiempo que curan mis heridas.
Pero, ¿cómo se cuantifica el dolor? ¿Cómo se mide la tristeza que provoca?
Podría medirse en tiempo: doce días de reposo, con el pie en alto y aguantando el roce de la escayola que ha provocado otras moraduras nuevas. Doce días con todas sus horas aguantando esta condena que por ahora no concreta su fin.
Quizá en espacio: todo ese que ha quedado libre de puertas para fuera. Todo este espacio que ahora ocupo en mi casa: el sofá y la cama.
Y el dolor: hormigueo, puntazas, escozor; la agresividad de mis terminaciones nerviosas tienen muchos nombres, pero es peor el dolor subjetivo, ese que relaciona al individuo con el tipo de lesión. Intento modular mi dolor percibiendo el sufrimiento como algo pasajero, pero estoy aquí y ahora, y en este preciso instante mi dolor pesa como tanto como mi desesperanza.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Poemas de escayola

Lo dijo Cristina: «Escríbete un poema en ese pedazo de escayola», y me puse a ello. Llevaba desde el sábado pasado atrapada en mi sofá, con la pierna escayolada y los ánimos entre las vendas, tiesos y blancos, encajados en el tiempo y la tristeza de saberme tan torpe.
Solo habían pasado unos días desde mi absurdo accidente, desde la caída que me había confinado en el encierro de mes y medio de rotura. Seis semanas con suerte, según mis amigos, porque esas cosas siempre suelen alargarse.
¿Alargarse? ¿Más aún? Solo pensarlo me ponía los pelos de punta y notaba como chocaban con mi carcelero. Tenía que haberme depilado, pero claro, cómo le decía al técnico de emergencias que me diera unos minutos para arreglarme cuando el tobillo se me hinchaba por momentos.
Total, que allí me encontraba sin muletas, moviéndome por el piso con la silla de despacho que tiene ruedas y lavándome a lametazos, como los gatetes. Con tanto tiempo libre, decidí meterme en este espacio indeterminado que es Internet y navegar hasta ahogarme. De todas las cosas que aprendí fue a hacerme un perfil en Facebook y en pocos días ya disfrutaba de la «compañía» de cientos de amigos. La verdad es que en persona solo conocía a diez o doce, el resto era como aquella canción de Objetivo Birmania en la que rezaba: «los amigos de mis amigas son mis amigos».
Obviamente el tema central de todos los comentarios era mi caída, mi torpeza y mi escayola. Y cuando Cristina dijo aquello del poema, me puse a escribir como una loca, pero no directamente sobre el lienzo; primero debía redactar el borrador. Así que abrí el editor de textos, a la vez que compaginaba mis tareas de amistad y búsquedas en Google, y empecé a escribir todo aquello que se me venía a la cabeza. Escribí sobre mi caída lo primero, con mi desacierto como protagonista; versos sobre el amor que le profeso a mi madre; palabras de desafío, miedos, risas, recuerdos. Salió una extraña y extensa amalgama de ideas que, para mi sorpresa, cuando estaba dispuesta a perfeccionar mi letra, ya había llegado la fecha de retirar la cobertura así que me quedé sin muro donde desnudar mi alma pero gané algo a cambio: tiempo y un millón de versos.