A mi señor don Quijote,
Aquí sigo en mi hacienda, paciente,
esperando a que vosa merced vuelva a pesar del paso de los años y
los malos agüeros que se empeñaron durante largo tiempo en predecir
que habíais muerto. Pero el otro día mi esperanza despertó de
nuevo cuando se acercó a la posada un viajero que juraba y perjuraba
que os había visto por tierras de Salamanca. Y con aquel juramento
firme, que bien recompensé con una jarra de vino, mi corazón empezó
a latir de nuevo con la misma fuerza que antaño.
Inmediatamente mandé un mensajero con
escuetas palabras a nuestra hija. Sí, nuestra Isabelica que está
hecha una moza y que hace solo unos meses contrajo nupcias con un
joven caballero de Albacete. Se han casado enamorados, como Dios
manda, como yo hubiera querido para vos y para mí, pero me conformé
con guardar en secreto nuestro amor y casarme con el Mateo para
esconder nuestro pecado. La joven pareja es valiente, con la cabeza
en su sitio, y aunque él no posea más que unas pocas tierras,
llevan los bolsillos llenos de esperanza. De momento, me han brindado
la oportunidad de ser abuela de un nieto que viene en camino. Espero
que lleguéis a conocerlo.
La avisé de que su padre sigue vivo y
enseguida que recibió mi misiva, decidió volver a casa a esperaros.
Ella, más que yo, siempre ha deseado teneros a su lado, pues en el
fondo sabía que por muy bueno que fuera el Mateo, ese hombre no era
su padre. Oyó mil historias sobre vos y soñaba con encontraros, con
ser rescatada por el gentil y valiente don Quijote de la Mancha.
Siempre tuve miedo por ella, no quería que tuviera lo peor de ambos:
mi fealdad y vuestra locura. Pero mi temor fue recompensado por el
buen Dios que la dotó de todo lo mejor de la mujer que vos amasteis,
la señora Dulcinea del Toboso, la belleza y la bondad; y de vos, don
Quijote de la Mancha, del que jamás conocí vuestro verdadero
nombre, heredó la valentía y el honor.
En pocos días estaremos juntas de
nuevo; empezaremos los preparativos para recibiros a vos. Sí, para
recibiros a vos y a Sancho, si fuera necesario. Porque envié varios
emisarios en vuestra busca con intención de entregaros esta carta y
haceros saber que aún os amo, que mi corazón es vuestro y que si en
algún momento de la vida que os queda decidís volver, sabed que os
estamos esperando.
Aprendí a hacer oídos sordos a los
insultos y desprecios de aquellos que no confiaban en nosotros; al
ama de llaves y a vuestra sobrina, la Antonia, las convencí de que
vos habíais muerto para que os dejaran en paz de una vez porque,
según las malas lenguas, estaban empeñadas en daros caza y
encarcelaros para siempre como a un loco. Los vecinos ya os han
olvidado pues tienen siempre a otros con los que ocupar sus espíritus
maldicientes. Así que, como veis, solo quedamos nosotras, vuestra
esposa por derecho y vuestra legítima hija, esperándoos a que
volváis para conformar la que siempre fue vuestra familia.
Si aún os quedan andanzas por vivir y
damas que rescatar que os retengan en tierras lejanas, entenderé que
retraséis vuestra vuelta, pero devolvedme al menos, aunque sea una
fantasía, esta carta con la respuesta clara que a continuación os
dicto.
Antes de transcribir vosas palabras,
dejadme recordaros que os amo y que os esperaré siempre,
incondicionalmente, vuestra señor, Dulcinea del Toboso.
«A mis señoras, Dulcinea e Isabel,
Sabed que no he muerto, que continuo
firme en mi empresa de defender mis ideales y hazañas
caballerescas.
Dulcinea, decidle a mi hija que la amo,
que estoy orgulloso de ella y que ese hijo que espera será digno y
noble caballero, como corresponde a nuestro linaje.
Esperadme ambas a que vuelva a vuestro
lado pues es mi último propósito.
Con amor, vuestro esposo y padre,
Don Quijote de la Mancha»