martes, 31 de agosto de 2010

Se fue, este es mi fin

Se fue, lo decidió así, sin más. No tuvo en cuenta mis ruegos ni mis lágrimas. De nada sirvió que me arrodillara frente a él, que le jurara una y otra vez que no sabría qué hacer con vida si se marchaba.
Se fue y ya está. Y me quedé sola, tirada en suelo como un trapo viejo, cansada de llorar su ausencia que, apesar de seguir oyendo sus pasos por las escaleras, sabía infinita, sabía que nunca volvería. Gris vino a sentarse a mi lado. Me miró a los ojos, locos de tristeza, y empezó a ronronear; se acurrucó junto a mí. No sé cuánto tiempo permanecimos allí tumbadas.
Se fue y con su marcha todo mi mundo se derrumbó. Ya no había motivo para continuar y decidí poner fin a mi vida. Pasé mucho tiempo dándole vueltas a la forma más efectiva, más rápida, más indolora..., pero ninguna de ellas reunía todas las condiciones. Además, morir suponía dejar solas a mis niñas, a mis gatitas que en parte también eran mi vida, pero él... siempre él. Metido en mi cabeza, en mi corazón; se había convertido en una obsesión hasta el punto de no poder seguir.
Se fue, y con él se llevó mis sueños y mis esperanzas, mis ganas de mirar hacia delante. La vida se hizo lenta, pesada, triste, y pasaron los días, los meses, los años y esperé. Esperé con paciencia a que ellas vivieran, disfrutaran de la vida como yo no había podido hacerlo. Y cuando mi pequeña expiró, cuando ya mis canas asomaban, decidí que era el momento.
Se fue. Ya apenas recordaba su rostro, pero no había conseguido borrar de mi memoria todo el dolor, no había conseguido curar la herida que había quedado en mi corazón tras su marcha.
Anoche dejé en un diario bien detallado qué debían hacer con mis pocas pertenencias, el piso recogido y la cama hecha con las sábanas recién puestas. Llené la bañera de agua caliente y dejé la cuchilla con la que pondría fin a mi vida en la repisa; todo estaba dispuesto.
Se fue, y ella, la parca vino a buscarme. Cuando preparaba mi vestido favorito sobre la cama, se sentó a mi lado y me dijo:
―¿Por qué te has empeñado en sufrir de este modo?
―Sufro así desde que él se fue.
―Has tenido toda una vida para olvidarlo.
―No he sido capaz, lo quiero demasiado.
―He venido a recompensar tu cariño hacia él y tu lealtad hacia mí.
Me ayudó a tenderme en la cama, colocó mis manos sobre mi pecho. Yo le sonreía dulcemente mientras ella cerraba mis ojos con la palma de su mano.
Me voy, sé que este es mi fin.

lunes, 30 de agosto de 2010

No padre, no

Me has convertido en tristeza.
Yo, disimulo entre sonrisas
y enjugo con mis lágrimas,
entre silencios y soledad,
el sufrimiento que me causas.
De haber tenido otra cuna
no habría conocido a mi madre,
la tierra bendita de la vida
que nos dio raíz a todos
por eso no puedo desearlo
y asumo mi destino.
Mas adolezco de falta de cariño
y lamento tu insolencia,
incapacidad paterna,
que no es más que tu pérdida,
descarada ocurrencia.
Y es que hay cosas que no se perdonan;
me has convertido en tristeza...

jueves, 26 de agosto de 2010

Soy Gris


Soy Gris.
Felina, gatuna.
Nací hace cuatro años y llevo casi toda mi vida aquí, viviendo entre cables y letras, entre la cabeza y el corazón, la razón y el absurdo.
Adoro al hombre, quiero a la mujer.
Tengo a mi Java, compartida, porque jamás tendré mis propios hijos. Ella es casi mía, pero no se parece a mí en nada: es bruta, supongo que por su juventud, su origen, su carácter.
Soy gris.
Felina, señorita, la princesa de mi casa.
Todos dicen de mí lo hermosa que soy, la genética me ha tratado bien.
Soy hembra dominante, jefa en mi terreno, dócil cuando quiero. Vigilo a todo el que llega de nuevo, adoro al que ya respetaba y mantengo a ralla al resto.
Deberíais verme dormir. Soy el sueño, la paz, la belleza.
No tengo ni modestia ni abuela, no las conocí ni las necesito.
Soy Gris.
Mirada felina, andar sinuoso. Educados movimientos, calculados en todo momento.
No soy interesada como algunos se empeñan en decir. Doy cariño porque quiero, me gusta y también lo necesito.
Nosotros, los gatos, inventamos el ronroneo, expresión máxima del amor, ¿qué tienen los humanos que se equipare a esta muestra de cariño?
Soy Gris.
Felina afortunada, haciendo sentirse afortunados a mis amos.

Somos

Somos, sin más.

Oscuridad en noches de luna llena

Había luna llena; lo sé porque su luz iluminaba todo mi cuarto. Hacía un rato que solo reinaba el silencio. El día había sido muy largo; su dolor, su enfermedad, cada momento escondiendo sus temores en cualquier rincón, hacían crecer mi miedo a perderlo. Repetía la misma sensación de incapacidad que hace un año cuando perdí a mi Pequeño...
Sentí a Gris acurrucada a mis pies, sin moverse apenas para que no percibiera su presencia y acabara echándola de nuevo de la cama. Me levanté y la recogí con cuidado; preparé un cojín en la silla del dormitorio y la acomodé allí. Me miraba con la carita hinchada de sueño como dándome las gracias ―aunque sé que en el fondo sigue prefiriendo dormir con nosotros en la cama―, dio dos vueltas al relleno y se acopló rápidamente para seguir durmiendo.
Antes de volver a la cama me acerqué a ver cómo seguía Bichito. Dormía profundamente. Lo cogí con todo el cuidado del mundo para no despertarlo, para no apartarlo de los brazos de Morfeo. Lo acerqué a mi cara y lo acaricié despacio, quería sentir su respiración, me tranquilizaba saber que seguía respirando. «Mañana será otro día, mañana seguiremos luchando por la vida, por tu vida», pensé mientras lo colocaba en su cama.
Volví al dormitorio. Mi gata había vuelto a colocarse a los pies de la cama, disimuló, disimulamos las dos y reanudamos el sueño.
Había luna llena o eso pensaba porque cuando volví a abrir los ojos solo había oscuridad. La persiana estaba a medias y la cortina sin echar, no había cambiado nada y, sin embargo, la luz había desaparecido. De pronto, empezaron a iluminarse pequeños luceros, pasando por delante de mi ventana. Eran las estrellas del cielo que habían bajado a buscar a mi pequeño.
―¿Se puede saber dónde vais?
―Venimos a por él, ha llegado su momento.
―De eso nada...― Salí corriendo hacia el comedor donde dormía mi «niño» y allí estaba, despierto, jugando con ellas, feliz, persiguiéndolas sobre el sofá y riendo cómo hacía tiempo que no lo veía. Me eché a llorar y él se dio cuenta de que estaba allí, se acercó hasta el borde y me habló.
―¿Qué te pasa mami? ¿Por qué lloras?
―Eres feliz con las estrellas, ¿acaso te quieres marchar con ellas?
―Dicen que es mi momento, que debo acompañarlas.
―¿Eso dicen? Yo preferiría que te quedaras porque... porque... Aún no es mi momento.
―¿Qué quieres decir? ―preguntaron las estrellas al únisono.
―No estoy preparada para perderte, te quiero demasiado, te quiero a mi lado.
El pequeño se acercó a mí, secó mis lágrimas y se acurrucó en mi vientre. Al poco tiempo se había quedado dormido. Las estrellas empezaron a marcharse despacio, una a una, despidiéndose de él con un beso. La última me advirtió de que volverían, era inevitable.
«Lo sé, esperaré de nuevo la oscuridad en las noches de luna llena; la próxima vez sabré que es el momento».

lunes, 16 de agosto de 2010

Anclados en la tristeza



Vivimos anclados en la tristeza,
como almas en pena compartiendo
nuestro particular purgatorio.
Somos como fantasmas,
sombras de nuestra sombra,
personajes desdibujados
de nuestra inacabada historia.
Utilizamos el silencio como arma,
la indiferencia como destino,
miradas perdidas al fondo del pasillo,
para intentar no descubrirnos.
Hasta cuándo durará este castigo,
hasta cuándo seguiremos sangrando.
Vivimos anclados en la tristeza.

jueves, 12 de agosto de 2010

365 días de tu ausencia


Te fuiste, llegó tu final, inevitable, y el silencio se apoderó un poco más de mi corazón; la tristeza lo agarró con fuerza y lo apretó hasta que ya no me quedaron lágrimas que llorarte.
Ha pasado un año repleto de tu ausencia. En la tinta de mis versos quedaron aquellos 7 días en los que fui fantasma recorriendo cada rincón de tu historia.
Disfruté de ti 365 días y por cada uno de ellos he sufrido una agonía recordándote, tendido en mi pecho, oculto bajo mis rodillas, buscándome en cada uno de tus descansos. Tú lo sabías desde el principio, sabías que te irías pronto y apesar de tu pesar, te entregaste a mis cariños, a las palabras dulces que con tanto amor te dediqué. Sigo adorando tus ojos, tu mirada, tus suspiros... Te echo de menos.
Y ahora, ahora vuelvo a llorarte un mar porque no me acostumbro a este corazón aún arrugado de dolor.

lunes, 9 de agosto de 2010

Cambio de personalidad

Me presento nuevamente: hoy vengo vestida de su dolor de cabeza. Sí, hoy no cabe otra explicación otro personaje de su vida, solamente él. Y es un dilema, soy femenina por ser (y no) ella, pero a la vez me siento él, tan masculino, tan fuerte.
Ahora, metida en este macabro papel os puedo hablar objetivamente de su «persona». Para empezar no tiene rostro, está borrado por el dolor, supongo que todas las lágrimas que derrama Ariola por su culpa son su maldición. Se siente fuerte cuando la toma entre sus brazos, es como un amante malvado, obsesivo, celoso. Ella es para él como el droga, la necesita constantemente; él es para ella como el veneno, matándola lentamente.
Lleva días sumergida en el silencio. Creo que tanta búsqueda ha despertado los peores instintos de su cruel asesino. A pesar de todo, en el tiempo en que los químicos esconden a su obscuro pasajero, se ha decidido a dictarme estas palabras, aunque no sabe que yo también pongo de mi parte...
Al fin y al cabo soy él, su dolor, intenso, insistente, y por mucho que quiera revelarse jamás diré aquí ni en ninguna parte que lo único que desea.

domingo, 8 de agosto de 2010

Soy tú

Me presento: soy su ausencia. Podría ser muchas cosas más: su recuerdo, sus sentimientos, sus palabras... Pero de todo lo bueno ―o malo, depende de cómo se mire― elegí su ausencia.
Ariola está absorta buscando en su interior algo que no entiende, un objetivo desconocido, un sueño que perseguir. Cree que ya dibujó un boceto por eso busca hacia dentro, repasando su pasado, en lugar de mirar hacia fuera, hacia el futuro.
En mi humilde opinión creo que se equivoca, está obcecada y esta ceguera no la llevará a nada bueno. He tratado de hablar con ella, pero no se deja; dice que necesita estar sola, no pensar en nada, relajarse, centrarse, pero cada vez la veo más perdida.
Estoy preocupada por ella.