miércoles, 29 de septiembre de 2010

Retomo antiguas cartas

He releído algunos de mis textos, muchos lejanos, que me han traído de nuevo un dolor que creía olvidado. Un miedo terrible que se ha adueñado de mi cuerpo cayendo sobre mí como manta cálida en invierno. Y tiene gracia que me sugiera calor cuando lo único a lo que me invita es a abrir otra vez esa carta de despedida, ese diario de mi suicidio que un día abandoné para seguir viviendo.
Han vuelto esos sentimientos y la muerte a estar muy presentes. Reconozco una vez más mi cobardía, mi silencio, mi ausencia. Porque en ocasiones ―tantas― quisiera estar tan lejos...
No soy capaz de hilar, de continuar una conversación. Me pierdo tras la ventana, esperando el infinito. Y últimamente me embarga una sensación aún más rara: cada momento es un recuerdo, lo vivo trasnochado, me veo fuera de contexto y quisiera parpadear y que al volver a abrir los ojos no hubiera nada a mi alrededor. Deseo sin saberlo, deseo estar sola. Lo que no sé, lo que de verdad temo es saber si habré encontrado en lo más profundo de mi alma ese valor que entonces me faltó para acabar con mi vida.
Para cuando vuelvas no sé cuánto quedará de mí...

En ruinas


Estoy en ruinas, cual casa vieja,
desahuciada por el tiempo y los recuerdos.
Me siento hundida, manteniendo la fachada,
pero hueca por dentro.
Atrás quedaron las despedidas
que anidaron como golondrinas.
Ya no hay espacio ni para la tristeza,
solo silencio, solo vacío.
Desalojé a mis sentimientos,
eché a mi corazón por dolerme,
me quedé solo con unas pocas fotografías
con rostros que no recuerdo.
Fluye por mis venas el agua fría
que aún riega unos pocos latidos
y cuento los segundos, los minutos,
las horas... Espero que no más
para que vengan al fin a dejarme a caer,
perderme por fin en el olvido.

lunes, 20 de septiembre de 2010

I. Infancia fugaz

Mi nombre es... ¿acaso importa? No es más que un detalle que podría cambiar en cualquier momento porque esta, la historia que aquí os escribo, podría ser la historia de cualquiera.
Nací hace treinta y tantos años en el pueblo de mi madre, pero fue más por necesidad que por casualidad ya que donde vivían mis padres no había ni hospital. Vine a este mundo acompañada de mi hermana, Marieta, con la que he compartido mucho en estos años, de la que os hablaré más adelante y con la que comparto todos mis recuerdos porque quien me conoce sabe que siempre que relato algo de mi pasado, empiezo de la misma forma: «Cuando éramos chicas...».
Mis primeros años los dibujo en una casa grande, vieja y oscura. Las imágenes que guardo de ella son como forjadas en algún sueño y rellenadas después con detalles sacados de las pocas fotografías que conservan los álbumes de fotos. La casa de Herencia, la de mi padre, de sus hermanas, de su madre..., todo «su» porque siempre fue, ha sido y es así. De aquel lugar, conservo apenas dos recuerdos claros: la tortuga congelada y mi hermana cayendo por las escaleras.
La pequeña tortuga que se quedó dentro del cubo de agua en una noche que heló y al día siguiente apareció conservada en el centro de hielo. Recuerdo cómo mi hermano nos mostraba el cubo cogiéndolo del asa con cuidado e inclinándola el ángulo justo para que pudiéramos verla. Y mi hermana, Marieta, cayendo por las escaleras que subían al primer piso. Creo que estaba en la parte de arriba viéndola caer desde el quinto o el sexto peldaño, y al final, a mi madre con cara de susto. Es extraño recordar todo esto como si fuera un simple espectador, supongo que esta situación, el propio recuerdo está fabricado con las anécdotas que hemos oído contar tantas veces.
El resto de mis recuerdos de aquellos cuatro primeros años no son más que pinceladas: la cocina pequeña y llena de trastos, con el mueble de puertas azul y verde; una habitación alargada con varias camas y, quizá, una cuna al fondo. No conservo más.
Después nos trasladamos a Manzanares, creo que estuvimos un año o así, no tengo muy claras las fechas. Y de allí conservo también pocos recuerdos, pero sé que estos no son inventados porque están frescos, tienen luz y, si me apuras, hasta olores. El problema es que el piso en el que vivíamos se parecía mucho al siguiente en el que estuvimos en Alcázar, así que algunos de aquellos momentos no sé situarlos con claridad. Tendría que consultar.
De Manzanares guardo los primeros recuerdos nítidos de mi madre: apurada, nerviosa, siempre corriendo. Su gesto triste, su mirada, ya se quedó clavado en mi alma para siempre; pero entonces no caía yo en las razones de su estado. La recuerdo corriendo por el pasillo y un mal paso en un escalón que había en medio la hizo caer, se rompió una muñeca. Solo recuerdo verla caer, ojalá hubiera tenido entonces iniciativa suficiente para controlar la situación, haber ido yo a abrir la puerta y haberle ahorrado el disgusto. De aquel tiempo recuerdo también una nevada enorme que cayó y tener solo un par de botas de agua, así que nos turnamos mi hermana y yo para salir junto a mis hermanos y poder disfrutar de aquel momento... Cómo son las cabezas, pienso en aquel instante, me veo por la calle de la mano de mi hermano, es como si pudiera tocar la nieve, sonrío, no puedo evitarlo.
Y es allí también donde guardo el primer recuerdo amargo de mi padre. Tras la nevada, Marieta y yo habíamos hecho dos muñecos, que se me antojan perfectos, de nieve, en la ventana del pasillo; tenían todos los detalles, me veo junto a ella disfrutando del juego. Aquel día íbamos a alguna cita familiar, no recuerdo si era boda o comunión, y mi padre ante el juego rompió la cercanía de nuestras manos tirando de mí, y ahí se quedaron los muñecos, supongo que llorando. Cuando volvimos se habían derretido casi enteros y el disgusto fue tremendo, él se limitó a insultarnos. Por entonces teníamos cinco años. Aún intento encontrarle la gracia a su insulto favorito: «la tonta de los peines», supongo que sería por evitar decir «de los cojones».
Y de nuevo nos trasladamos, esta vez a Alcázar. Del primer piso en el que estuvimos, muy parecido al anterior, solo recuerdo colarme al dormitorio de mis padres y asomarme a su terraza porque era el mejor sitio para ver los arcoiris. Y el traslado al siguiente piso, el que ha sido nuestra vida. En la escalera de abajo, esperando a los porteadores de los trastos, estábamos mi primo Mariano y yo, compartiendo un chupachups ―cosas de niños―, él me lo quitó de un tirón y me arrancó un diente de cuajo. Bonito recuerdo para despedir aquel sitio.
La vida en el pasaje fue el inicio de mi vida. Esta infancia mía, esos primeros cinco o seis años, están, han pasado, pero apenas los recuerdo. Una infancia fugaz, entiendo que feliz, como debiera ser la de todos los niños. Y supongo que por cada día que pase, se irán borrando lentamente de mi mente todo lo que un día viví.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Camino de nuestro propio Oz

Preguntas, mujer, por mis palabras que últimamente se esconden tímidas. Están deshojando las últimas margaritas antes de que empiece el otoño, arrancando sentimientos a ver si de una vez por todas agotamos las saladas y descubrimos la coraza que falta me va haciendo.
Nos esperan tiempos aciagos, plagados de brujas... Ya oigo los graznidos, los pájaros de mal agüero que tiempo a volaban en círculos sobre nuestras cabezas dibujando la tormenta que nos espera.
Y esto no es un cuento más, no. Es un camino que habremos de recorrer sin baldosas amarillas, pero con un hombre de hojalata que jamás conoció corazón. Tampoco somos Dorothy, pero sí buscamos Oz, en el fondo yo habría deseado encontrar a ese gran mago. Quien sabe, igual al final el truco estaba simplemente en golpear tres veces los talones de mis botas y repetir tres veces mi deseo

Te irás solo

Si mi corazón alvergaba aún esperanzas,
algún atisbo de despertar sentimientos,
con la llegada de la tormenta
todos mis sueños se han quebrado.

Llevaba demasiado tiempo esperando
caminando hacia ninguna parte,
fabricando recuerdos de tu ausencia
para justificar este dolor que siento.

Ya no queda nada por hacer, nada que decir.
Porqué hablar si nunca escuchaste.
Porqué escribir si nunca leíste.
Porqué sentir si nunca quisiste.

Qué vida tan triste has llevado,
a la que nos has arrastrado sin más
por no estar solo en este fango
que ahora te atrapa sin remedio.

Pensé que al final tu dios te daría el valor
para mirarnos a los ojos y al alma
para confesarte y pedirnos perdón,
pero te irás como llegaste, solo.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Fin

Ha venido la muerte a recordarnos que no hay tregua, que no hay perdón, que no hay remedio... Que lo único que hay seguro es FIN.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Dualidad

Hoy me siento cual margarita,
deshojando mis sentimientos:
«te quiero, no te quiero».
No comprendo la dualidad
de estos pensamientos
que comparten espacio
en mi cabeza, corazón y verso.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Rutinas

Odio mi trabajo, si los sindicatos supieran que mi jornada es de 20 horas lo llamarían «explotación» o algo peor. Nunca veo la luz del sol, llevo tantos años realizando la misma tarea que ya ni recuerdo haber hecho otra cosa, mi vida es «nocturna» a pesar de trabajar durante el día. A diario soy testigo de mil historias: amigos que se reencuentran, parejas que se rompen, otras que comienzan... Más de una vez han dejado versos escritos cerca y desde mi sitio los releo hasta gastarlos, con la inestimable ayuda de la señora de la limpieza.
Podría decirse que soy el empleado perfecto. Desde el primer día he sido puntual, siempre al pie del cañón, jamás he pedido una baja ni he dejado de cumplir con mis obligaciones. Aun así nunca he recibido un ascenso o un incentivo, ni siquiera ese traslado que tanto deseaba. Me hubiera bastado una palabra de ánimo o, al menos, de agradecimiento. Pero nada, para los jefes no somos más que números en un listado.
No hace mucho se les ocurrió la brillante idea de contratar a un «experto en eficiencia». Como resultado de ese fantástico plan hubo unas cuantas clases de inglés para todos, nos dieron unas normas absurdas para aumentar nuestro «rendimiento» y, como era de esperar, prejubilaciones para los más veteranos y la llegada de sangre nueva, una panda de novatos, todos igualitos, como cortados por el mismo patrón. Llegaron más preparados y supongo que su soberbia ante alguien como yo era lo que les impedía ―y les sigue impidiendo― dirigirme la palabra.
Mi vida es una rutina insoportable. En la hora punta no me da tiempo ni a escuchar a los viajeros ―mi principal hobby para relajarme en los momentos de estrés― y en las horas de menos tránsito la gente sigue teniendo la misma prisa, va corriendo a todas partes y tampoco se paran a decirme nada. Me siento solo, nadie se percata de mi presencia. Ese es el principal problema: no me ven, no se dan cuenta de que siempre soy el mismo, en mi puesto, cada día durante años, el que les da paso a los andenes como quien abre una puerta hacia su destino.
―¡Buenos días! Good morning! ¿Qué tal se encuentra hoy? How are you? ―para algo tenían que servirme las clases de inglés.
―Buenos días a usted también. Pues bien, aquí estoy, trabajando un día más.
―Eso está bien, hay que levantar España.
―Sí, bueno, con el sueldo que me pagan.
... Invento conversaciones insulsas, establezco monólogos con mi sombra. Quien me oiga pensará que estoy loco, aunque con la fauna que normalmente frecuenta la estación seguro que paso desapercibido; ni cuerdo ni loco se fijan en mí.
Suma y sigue, again and again. Me da la sensación de que cada día soy más impersonal, menos humano. He dejado de prestar atención a las conversaciones ajenas. Las pintadas y los poemas me parecen vacíos y repetitivos y más bien se me antojan vandalismo que la expresión artística que se les atribuye.
Y así todos los días, la misma rutina. Para cada viajero compruebo su billete, el billete es correcto, «Puede usted pasar, que tenga un buen viaje».
Pensándolo despacio no está tan mal, podría decirse incluso que es un chollo: sin tener que moverme del sitio, sin grandes complicaciones, ideal para el pecado del perezoso: un trabajo fácil, Easy!
Es posible que alguno de los usuarios del metro me conozca. El día después de la última huelga mis compañeros y yo ocupamos un lugar destacado en la primera plana de los periódicos más importantes. Haga memoria, yo era el cuarto por la derecha en la foto de portada del ABC. ¿El motivo? Bien sencillo: nuestra estación se convirtió en el campo de batalla entre piquetes y policía. Debido a las consecuencias de la «contienda» uno de mis compañeros estuvo de baja durante bastante tiempo; sin embargo, nadie le dio importancia y al día siguiente todo siguió como si nada. Aquello me hizo pensar en el valor real de mi compromiso con la empresa; por suerte o por desgracia, soy de los que da muchas vueltas a las cosas. Este pensamiento recurrente me lleva atormentando desde entonces, ocupando mi mente, así que he tomado la determinación de hacer mi trabajo sin ocuparme de nothing more.
Y así todos los días. Para cada viajero, check the ticket, su ticket es correcto, «Puede usted pasar, que tenga un buen viaje».
Probablemente usted no lo sepa, pero la comprobación que hacemos de su ticket (o, mejor dicho, título de transporte, como lo llamamos en la jerga técnica del metro) podríamos decir que es bastante deficiente. Cualquier usuario espabilado podría engañarnos fácilmente con poco más que seguir un sencillo experimento de física de primaria. Basta con meter el billete unos minutos en el congelador y ni yo mismo podría darme cuenta de que es usado. Desde que los jefes han descubierto este pequeño truco, han estado pensando alguna forma de darnos el equipo necesario para que podamos detectarlo. En lo que a mí respecta no tengo especial interés en implicarme en el tema, pero bueno, el tiempo que les lleve darnos las instrucciones para el nuevo lector será al menos un descanso en el trabajo, que siempre es de agradecer.
Para cada viajero, with the new reader, check the ticket, si el ticket es correcto, «Puede usted pasar, que tenga un buen viaje».
Un nuevo día, inicio del sistema, diagnóstico de los periféricos, comprobación de la conexión con el servidor establecida, autenticación satisfactoria, todo correcto, iniciando rutina principal:

reader = new Reader();
for (Traveler traveler : travelers) {
   if (reader.check_is_OK(traveler.ticket)) {
       tourniquet.grant_access()
       System.out.println("Have a nice journey " + traveler);
   }
}