lunes, 27 de diciembre de 2010

Su séptima vida


No sabía cuánto tiempo más aguantaría, hacía mucho frío y las noches cada vez se hacían más complicadas en la calle. Mamá me había dicho que volvería, que no estaría solo en mi primera Navidad, pero por más que buscaba no daba con ella. Decidí que aquella sería la última puerta a la que llamaría esperando encontrarla.
Una niña de unos diez años abrió la puerta. Yo puse la mejor cara que tenía para estas ocasiones, estaba bien aleccionado:
* Regla número 1: girar ligeramente la cabeza hacia la izquierda.
* Regla número 2: agachar las orejas lo máximo posible.
* Regla número 3: dilatar las pupilas hasta hacer mis ojos tan redondos como la luna llena.
―Mamá, ¿puedes venir?―, gritó la niña sin dejar de mirarme.
Al instante apareció ella, la reconocí desde el primer momento: su pelo negro y esos ojos dulces. Empecé a temblar de emoción, casi no podía tenerme en pie y cuando quise reaccionar caí desmayado allí mismo. A pesar de mi inconsciencia pude notar sus manos cálidas recogiendo mi cuerpo del felpudo. Sí, estaba seguro, había vuelto a su lado...
―Mamá, ¿podemos quedárnoslo? ¿Podemos?
―Cariño, no sé, habrá que esperar a que llegue tu padre, a ver qué opina. De momento le prepararemos una cama y un plato de leche para cuando despierte.
Mamá me envolvió en una mantita y me tuvo en brazos un largo rato; yo me hice el dormido, quería disfrutar de ese momento todo lo posible. Madre me mecía, no sé si intencionadamente, y canturreaba algo que me era familiar, era su nana-ronroneo que tantas veces me cantó de bebé. Humedeció un paño y me lavó suavemente como solía hacerlo. Desperté, no tuve más remedio, no pude evitar sonreír durante el baño.
―Elena ven, ya ha despertado.
La niña se acercó y me tomó entre sus brazos... «¿Podemos quedárnoslo? Porfa, porfa», insistió.
Madre me recogió y me acercó a su cara, rozó su nariz con la mía y dijo: «Sí, se queda».
Aquella fue la primera vez que dormí en casa, que volví con mi familia. Mamá en su séptima vida se había reencarnado en la mujer que desde entonces cada noche al acostarme me susurra al oído: «Nunca más te dejaré».

jueves, 23 de diciembre de 2010

El problema de la construcción

El dolor tiene forma, es tangible, pesado y tiene forma de ladrillo; al menos, el mío es así. Llevo varios días con un terrible dolor de espalda que vino con el frío y debió encontrar la puerta abierta en algún momento entre el dormitorio y el baño, o quizá cuando abrí el armario para escoger la ropa. El caso es que este ladrillo que tengo alojado a la altura de..., bueno, como suele decir mi madre: «donde la espalda pierde su casto nombre»; este dolor, ya sea ciática o lumbago, me ha dejado atrapada varios días entre el sofá y la manta eléctrica.
Esta tesela, que se me antoja de la clásica arcilla roja, me hace saber de sus picos cada vez que me muevo y como si de un corredor de fondo se tratara, recorre mi cuerpo en todas direcciones un dolor incansable que me deja baldada.
Pero por fin superé el fin de semana y visité a don médico que amablemente me recetó calmantes. Ojalá me dieran una solución que no tuviera forma de pastilla, una forma de acabar con este fenómeno del ladrillazo.
Y siguiendo con este símil... Estoy yo pensando que quizá el día que deje de pagar hipoteca, deje de dolerme la espalda. Lástima que me haya casado con Caja Madrid durante un tercio de mi vida, tendré que seguir recurriendo a las drogas para limar los picos del ladrillo.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Soñadora de vidas

Sé que no soy una soñadora cualquiera, mi madre me lo decía desde niña, me hablaba de un don que se hereda de generación en generación. Soy «soñadora de vidas». Todo el mundo ha oído hablar del significado de los sueños, pero pocos saben que la interpretación está sujeta al origen de los mismos. No tiene igual valor un sueño soñado por cualquiera vosotros, que uno soñado por las mujeres de mi familia porque ―para más inri― esta «maldición» solo persigue a las féminas.
Hasta hacía poco solo había tenido un par de experiencias muy breves, sueños tan ligeros que apenas recordaba al despertar, pero con la reciente muerte de mi padre la sensación se ha agudizado. Anoche mismo, en el duermevela que precede al sueño nocturno, mis gatas que llevaban un tiempo enredándose a los pies de la cama, se detuvieron de pronto. Oí a Java gruñir, las dos se agazaparon al mismo tiempo y empezaron a temblar de miedo. Sus sentidos me avisaron, abrí los ojos y lo vi allí, en mi habitación, en la esquina de siempre. Todos se aparecen en el mismo rincón...
Ahí estaba él, era un muchacho joven, demacrado, con los ojos inyectados en sangre. Jadeaba al mismo ritmo que se agitaba de un lado a otro. Clavó su mirada en la mía y antes de que pudiera reaccionar se lanzó sobre mí. Me volví hacia un lado y me tapé con la manta como si pudiera protegerme de algo. Me despertó mi propio grito de terror, las gatas ya no estaban allí, no había nadie.
Quisé que mi marido hubiera oído mi quejido, pero debía tener la puerta del despacho cerrada. Pensé incluso en levantarme, contarle lo sucedido y buscar algo de consuelo en sus brazos, pero me pudo el sueño y con el poco valor que me quedaba mullí mi almohada y eché un vistazo más a la habitación antes de apagar la luz.
Volví a dormirme y comencé un nuevo sueño. Recuerdo un jardín y un mirador con balacines de madera y cojines bordados. Yo era más joven, llevaba un vestido a lo Mariquita Pérez; todo acompañaba: el sitio, la luz, el ambiente y el resto de las personas. Llevaba un rato jugando con otros niños cuando se acercó él. Me tomó de la mano y me llevó hasta el banco más cercano, uno que miraba hacia los rosales de los que ahora, después del día entero, aún soy capaz de percibir el olor.
Al principio no lo reconocí, estuvimos un rato sentados, mirándonos sin mediar palabra. Cuando por fin se atrevió a hablar, lo primero que hizo fue darme las gracias. No entendía a qué venía aquello, pero para qué, simplemente era un sueño. Y él, que pareció percibir este pensamiento, enseguida reaccionó:
― ¿No me reconoces?
― Pues no, lo siento, ¿debería?
― Siento haberme presentado así en tu habitación, no pretendía asustarte. Alguien me habló de ti, de tu poder y necesitaba volver aquí, reencontrarme con los míos.
Soy «soñadora de vidas», debería acostumbrándome, lo único que espero es que no se hayan enterado muchos más espíritus y, sobre todo, que el próximo que venga no me dé otro susto como el de anoche.

jueves, 25 de noviembre de 2010

La leyenda de doña Inés de Albizu y Martín de Vera

Sabed vosas mercedes que aquella, doña Inés de Albizu y Martín de Vera, natural de Valencia, fue la dama más hermosa jamás conocida en este reino. Se dice de su belleza que sobrepasaba lo natural, tanto que quizá fue la razón por la que jamás halló el amor verdadero ni caballero alguno que se desposara con ella. Cuentan las malas lenguas que vivía presa de un hechizo que la atrapó para siempre en su propia hermosura, que fue joven hasta su muerte y sobrevivió a todas sus hermanas que sí desposaron y tuvieron familias numerosas.
¡Cuan grande sería su desdicha al verse siempre tan sola...!
Sabed de doña Inés que, aparte de belleza, poseía otras grandes cualidades. Era distinguida y honrada en su carácter, educada en sus formas y digna hija de linaje y condición por su ascendencia noble.
Pero lo que alimentó la leyenda de esta dama no fueron sus virtudes ni su fama, sino su tendencia a vestir siempre de luto. Y es que algunos desvergonzados se empeñaron en asociar su nombre a una leyenda negra: todo caballero que la pretendía, caía muerto a sus pies. Y no estaban faltos de razón porque así era; durante sus años mozos todo aquel que osaba cortejarla yacía finalmente bajo su balcón. Algunos deslenguados pretendieron acusarla de tal despropósito, pero todos la defendían porque, ¿qué razón tendría para acabar con la vida de sus pretendientes sin tan siquiera haber amado?
Fueron muchos los que tomaron la iniciativa de asomarse a su balcón cual caballero parte a la batalla portando armas y escudos, quizá para defenderse del lado desconocido de la belleza de doña Inés. Pero toda armadura fue en vano y uno tras otro fueron cayendo cual flores marchitas en su jardín.
Fue así como se forjó la leyenda de doña Inés de Albizu y Martín de Vera.
...

Pero un humilde servidor conoce toda la verdad, así que dejadme que os desvele el gran secreto que ocultaba aquella dama.
Supimos de su belleza por lo que algún trovador anónimo se empeñó en convencernos.
Nadie se preguntó jamás porqué ni su propio padre, que tanto la amaba, presumía de un retrato de ella al igual que de las otras hermanas. Dicen los rumores que era para salvaguardar su belleza, pero os aseguro que había un motivo más oscuro tras esa decisión.
Nadie jamás osó siquiera apartar el velo negro de su rostro para asegurarse de la leyenda.
Y es que no existía tal belleza; la pobre Inés era fea, pero fea fea y es muy probable que fuera su padre ese trovador desconocido que con intención de proteger su linaje ocultara la feúra de su hija.
Pero, ¿cómo habrían de morir todos aquellos caballeros? Porque es bien cierto que hasta su balcón trepaban y ella, deseosa de amar y ser amada, se dejaba agasajar hasta que en un arranque de locura se destapaba el rostro y los jóvenes ante tal sorpresa perdían el equilibrio y erraban al intentar agarrarse a la baranda acabando con el fatal desenlace que todos conocemos.
Pobre doña Inés, acabó siendo hermosa sin serlo y más sola que si hubiera sido fea como era.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Vuelvo en breve

Adela salió de casa sin un destino concreto, simplemente empezó a caminar en la misma dirección que llevaba la primera persona con la que se cruzó. Era una tarde desapacible, fría; una tarde típica de otoño. Llevaba solo una chaqueta fina que se empeñaba en estirar esperando que abrigara algo más, pero no era suficiente; bajaba la vista y seguía caminando hacia ninguna parte.
Nada presagiaba su fin. El día había sido como otro cualquiera: rutinario. Madrugar, llevar a los niños al colegio, recoger la casa, hacer la compra... Todos los días las mismas tareas, todos los días los mismos sentimientos. Y es que Adela se sentía sola a pesar de su matrimonio y su familia. Su marido se había vuelto silencioso y pasaba más tiempo fuera que dentro, y cuando compartían mesa parecían auténticos extraños. Sus hijos, ya en la E.S.O., empezaban a necesitarla cada vez menos.
Adela se sentía fuera de lugar. Salió de casa sin destino, ¿o quizá sí? Después de un rato de calles sin nombre, de plazas vacías bajo una lluvia fina que calaba hasta los huesos, levantó la mirada y sonrió. Decidió a dónde ir y casi corriendo se dirigió hacia el puente peatonal que cruzaba la vía del tren. Según se iba a cercando iba acelerando el paso, inconscientemente, hacia su fin. Ya en lo alto, se detuvo. Miró al infinito y sin pensarlo dos veces se arrojó a la vía justo antes de que pasara el regional con destino Madrid.
Nadie la vio, nadie se dio cuenta de su decisión. En su casa no la echaron de menos hasta el día siguiente.
Adela se fue sin decir adiós, pero antes dejó las camas hechas y la cena preparada, y sobre la mesa, una nota que rezaba: «Salgo a dar una vuelta, vuelvo en breve».

lunes, 8 de noviembre de 2010

Silencio, se ha ido.

Silencios forzados que nos recuerdan su ausencia...
La muerte se lo llevó al fin el miércoles pasado obligándonos a perder el rumbo de los días, apagando nuestras risas por un tiempo prudencial. Hicimos un esfuerzo por recordar lo bueno, sentándonos todos juntos a la misma mesa. Pero todo fue en vano, a día de hoy seguimos callados.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Creía de la muerte...


La pensaba humilde, la esperaba comprensiva. Siempre la imagino agridulce, regalándonos un final sin dolor, paliando la falta del ser amado o llevándoselo para aportar «nuevos» argumentos.
Pero no, la muerte es cruel, es egoísta y maliciosa. Ayer la vi, junto a su cama, agarrándole el corazón con fuerza, soportando su dolor hasta el último aliento que, mientras no llega, alarga una agonía insoportable.
Él ya no conoce, no responde, no cavila. Se remueve sobre el lecho con palabras no dichas, masticando recuerdos que se escapan de su aliento, consumiéndose entre un dolor oculto por las drogas.
«Ese hombre de ahí no es mi padre». Dije en alto y mientras todos se volvían hacia mí castigándome con la mirada, distinguí los ojos de la muerte, satisfechos, convenidos, orgullosos... Y la odié.

domingo, 31 de octubre de 2010

Como la noche

Se apaga su vida al mismo ritmo que el atardecer se impone.
Llegará como la noche, esperada, oscura y silenciosa.
Aguardamos el momento entre llantos y miradas huidizas,
sin querer reconocer que llega su final.
Tememos la hora en que todo termine,
en que su reloj se detenga y retrase los nuestros por un instante
el tiempo necesario para ajustar de nuevo las agujas.
Y la muerte, en su decisión irrevocable,
se lo llevará al fin sin miedo, sin dolor.
Quedaremos velando su cuerpo, recordando su memoria
a pesar de los pesares.

martes, 19 de octubre de 2010

La decisión de la parca

Dejamos la inocencia a un lado para cubrir nuestros corazones de tristeza y bajamos la mirada hasta clavarnos la barbilla en el pecho con tal de no mirarla.
Apagamos las luces de la casa mientras la muerte siguiera rondando para evitar llamar su atención, si tenía que llevarse a alguien, que solo se llevara a uno, pero ¿cómo decidir a cuál?
Optamos por echarlo a suertes, pero el destino quiso que todos eligiéramos el mismo número.
Razonamos por experiencias y edad, pero todos queríamos seguir aprendiendo.
Debatimos largo rato sobre los motivos de la supervivencia, pero de nada sirvió; la muerte ya había tomado una decisión.
Resumiendo, solo perdimos un tiempo precioso discutiendo por un veredicto que no estaba en nuestras manos, en lugar de disfrutar de la compañía cada uno de nosotros.
La muerte nos llevo a todos por idiotas.

449

«Morí por la Belleza y me acababan
de ajustar a la Tumba
cuando Alguien que murió por la Verdad
fue recluido en la habitación de al lado.

Preguntó suavemente «¿Por qué has muerto?»
«Por la Belleza», dije
«Y yo por la Verdad ―Ambas son Una ―
Hermanos somos, pues», me contestó.
.
Y así, como Parientes que una Noche se encuentran
hablamos entre dos Habitaciones
hasta que el Musgo nos alcanzó los labios
y nos cubrió los nombres.»

Poemas a la Muerte, Emily Dickinson
Traducción de Rubén Martín

martes, 5 de octubre de 2010

II. Veranos de plaza y bocadillo de tortilla

Nos trasladamos a vivir al Pasaje, justo en frente de mi abuela Gloria.
Supongo que esta «memoria selectiva» de la que vengo haciendo gala ya algún tiempo se ha quedado solo con lo que realmente importa, con lo que aportó algo a mi vida.
Aquellos años de esa infancia «retardada» que para mí duró hasta los 16 quedó marcada para siempre por los veranos de plaza y los bocadillos de tortilla. No recuerdo ni las penalidades ni las carencias que entristecen a mi madre al recordarlas, solo me vienen a la mente 3 cosas: los juegos de plaza, mi abuela y el fin de mi infancia.
Los juegos de plaza, cuando era una plaza con setos, rosales y laurel; con árboles frondosos de los que siempre recogíamos algún gorrión de vuelo precoz, o de los que emergían auténticos batallones de caracoles tras la lluvia... Aquella plaza llena de padres y niños, de grupos de jóvenes, donde a mi entender cabíamos todos, aquel era el lugar más estupendo del mundo (os recuerdo que solo tenía 8 ó 9 años). Pasábamos los veranos jugando hasta que iban a buscarnos, organizando a todos los chavales que allí había. A veces éramos pocos, entonces tocaba escondite; pero en ocasiones llegamos a juntarnos más de 20, entonces tocaba pañuelo. Y entre carrera y carrera: bocadillo de tortilla. Recuerda madre: a mí con ajito picado :-)
Y mi abuela, falleció hace ya 7 años y todavía sigue muy presente. Hay quien dice que era como una abuela de cuento. Era tan dulce al hablar y sus manos pequeñas, tan suaves. Tan rítmicos sus andares y ese tang que nos preparaba en las visitas me estaba más rico cuando lo hacía ella.
Lo mejor, lo que aún rememoro cada vez que paso por delante de la ventana de su comedor era en esas noches de juegos en las que, a modo de tregua, nos íbamos todo el chiquillerío a su ventana y la llamábamos a voces: «abueli, abueli». Ella, casi de puntillas, se asomaba y nos dedicaba una de esas sonrisas que tanto alimentan, y nos echaba caramelos y bolillas de anís...
Tengo muchos, muchísimos recuerdos de ella, y la añoro mucho. No conocí a ninguno de mis abuelos, y a mi abuela paterna apenas la recuerdo. Ella, la Gloria «al Padre» fue una de las personas más importantes de mi vida, me siento orgullosa de todos sus logros y siempre será para mí un ejemplo a imitar en lo que a la iniciativa se refiere. Os podría contar mil cosas de ella y no solo desde el punto de vista del amor de una nieta, sino desde la admiración a una persona que crió sola a 7 hijos y sacó estudios por el placer de formarse.
Bueno, que me voy del tema...
Y el último recuerdo de aquella etapa, el que deja ese sabor amargo donde pierdes la inocencia de creerte querida. Mi hermana Marieta, para el que no lo sepa es una artista increíble, desde bien pequeña dio muestras de su don así que se apuntó a pintura. Supongo que ese fue el inicio de su autodestrucción como artista y el mío como la «oveja negra de la familia».
Una tarde, estando en Herencia de paseo con mi padre, se acercó un señor y le preguntó cuál de las dos era la pintora; mi padre señaló a Marieta, y el otro, muy educado, volvió a preguntar. «Y la otra, ¿qué sabe hacer?», a lo que mi padre respondió un despectivo «Nada». Nunca hubiera pensado que una palabra tan insignificante, solo 4 letras pudieran atravesar como cuchillos, hacer ese daño tan profundo. Aquel «nada» quedó grabado a fuego para siempre en mi recuerdo. Ojalá mi «memoria selectiva» fuera algo más eficaz y borrara todo lo que duele, aunque supongo que siempre deja la muestra para recordarnos porqué somos como somos.
Hasta los 14 años siempre deseé haber nacido chico. Me vestía y me comportaba como tal porque veía más atención de mi padre hacia mis hermanos varones que hacia nosotras, bueno, hacía a mí que no sabía hacer nada porque ya estaba mi hermana cargada de talento. Os juro que lo adoraba, lo quería con toda mi alma. Siempre estaba dispuesta a irme con él, lo admiraba porque todo el que pasaba a su lado tenía una palabra amable, debía ser una bellísima persona. Debía.
Mi decepción fue enorme, es enorme.
Ahí se acabó mi infancia. Se rompió el lazo de cariño que le había lanzado, que mantenía unida nuestra relación padre-hija.
Ahí empecé a ser yo misma, todavía con la lengua sin partir en dos, sin sacar el sarcasmo (supongo que aún no sabía ni lo que era eso). Creo, pienso, que fue entonces cuando empecé a hacer lo que me venía en gana, lo que me apetecía porque no veía que nadie se preocupara por mí.
Obviamente sé que no es así.

Qué le importa a los demás lo que lleve a mis espaldas

―¿Te has fijado en esa chica? La que llevaba el pañuelo atado en el bolso.
―Sí, iba cargada de melancolía.
―¡Qué mirada! ¡Qué andar tan pesado tenía!
―Da la sensación de que portara una gran carga.
―Ha dejado un reguero de tristeza a su paso, ten cuidado no vayas a pisarlo y te escurras.
―No bromees así, se la veía tan...
―Tan muerta.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Retomo antiguas cartas

He releído algunos de mis textos, muchos lejanos, que me han traído de nuevo un dolor que creía olvidado. Un miedo terrible que se ha adueñado de mi cuerpo cayendo sobre mí como manta cálida en invierno. Y tiene gracia que me sugiera calor cuando lo único a lo que me invita es a abrir otra vez esa carta de despedida, ese diario de mi suicidio que un día abandoné para seguir viviendo.
Han vuelto esos sentimientos y la muerte a estar muy presentes. Reconozco una vez más mi cobardía, mi silencio, mi ausencia. Porque en ocasiones ―tantas― quisiera estar tan lejos...
No soy capaz de hilar, de continuar una conversación. Me pierdo tras la ventana, esperando el infinito. Y últimamente me embarga una sensación aún más rara: cada momento es un recuerdo, lo vivo trasnochado, me veo fuera de contexto y quisiera parpadear y que al volver a abrir los ojos no hubiera nada a mi alrededor. Deseo sin saberlo, deseo estar sola. Lo que no sé, lo que de verdad temo es saber si habré encontrado en lo más profundo de mi alma ese valor que entonces me faltó para acabar con mi vida.
Para cuando vuelvas no sé cuánto quedará de mí...

En ruinas


Estoy en ruinas, cual casa vieja,
desahuciada por el tiempo y los recuerdos.
Me siento hundida, manteniendo la fachada,
pero hueca por dentro.
Atrás quedaron las despedidas
que anidaron como golondrinas.
Ya no hay espacio ni para la tristeza,
solo silencio, solo vacío.
Desalojé a mis sentimientos,
eché a mi corazón por dolerme,
me quedé solo con unas pocas fotografías
con rostros que no recuerdo.
Fluye por mis venas el agua fría
que aún riega unos pocos latidos
y cuento los segundos, los minutos,
las horas... Espero que no más
para que vengan al fin a dejarme a caer,
perderme por fin en el olvido.

lunes, 20 de septiembre de 2010

I. Infancia fugaz

Mi nombre es... ¿acaso importa? No es más que un detalle que podría cambiar en cualquier momento porque esta, la historia que aquí os escribo, podría ser la historia de cualquiera.
Nací hace treinta y tantos años en el pueblo de mi madre, pero fue más por necesidad que por casualidad ya que donde vivían mis padres no había ni hospital. Vine a este mundo acompañada de mi hermana, Marieta, con la que he compartido mucho en estos años, de la que os hablaré más adelante y con la que comparto todos mis recuerdos porque quien me conoce sabe que siempre que relato algo de mi pasado, empiezo de la misma forma: «Cuando éramos chicas...».
Mis primeros años los dibujo en una casa grande, vieja y oscura. Las imágenes que guardo de ella son como forjadas en algún sueño y rellenadas después con detalles sacados de las pocas fotografías que conservan los álbumes de fotos. La casa de Herencia, la de mi padre, de sus hermanas, de su madre..., todo «su» porque siempre fue, ha sido y es así. De aquel lugar, conservo apenas dos recuerdos claros: la tortuga congelada y mi hermana cayendo por las escaleras.
La pequeña tortuga que se quedó dentro del cubo de agua en una noche que heló y al día siguiente apareció conservada en el centro de hielo. Recuerdo cómo mi hermano nos mostraba el cubo cogiéndolo del asa con cuidado e inclinándola el ángulo justo para que pudiéramos verla. Y mi hermana, Marieta, cayendo por las escaleras que subían al primer piso. Creo que estaba en la parte de arriba viéndola caer desde el quinto o el sexto peldaño, y al final, a mi madre con cara de susto. Es extraño recordar todo esto como si fuera un simple espectador, supongo que esta situación, el propio recuerdo está fabricado con las anécdotas que hemos oído contar tantas veces.
El resto de mis recuerdos de aquellos cuatro primeros años no son más que pinceladas: la cocina pequeña y llena de trastos, con el mueble de puertas azul y verde; una habitación alargada con varias camas y, quizá, una cuna al fondo. No conservo más.
Después nos trasladamos a Manzanares, creo que estuvimos un año o así, no tengo muy claras las fechas. Y de allí conservo también pocos recuerdos, pero sé que estos no son inventados porque están frescos, tienen luz y, si me apuras, hasta olores. El problema es que el piso en el que vivíamos se parecía mucho al siguiente en el que estuvimos en Alcázar, así que algunos de aquellos momentos no sé situarlos con claridad. Tendría que consultar.
De Manzanares guardo los primeros recuerdos nítidos de mi madre: apurada, nerviosa, siempre corriendo. Su gesto triste, su mirada, ya se quedó clavado en mi alma para siempre; pero entonces no caía yo en las razones de su estado. La recuerdo corriendo por el pasillo y un mal paso en un escalón que había en medio la hizo caer, se rompió una muñeca. Solo recuerdo verla caer, ojalá hubiera tenido entonces iniciativa suficiente para controlar la situación, haber ido yo a abrir la puerta y haberle ahorrado el disgusto. De aquel tiempo recuerdo también una nevada enorme que cayó y tener solo un par de botas de agua, así que nos turnamos mi hermana y yo para salir junto a mis hermanos y poder disfrutar de aquel momento... Cómo son las cabezas, pienso en aquel instante, me veo por la calle de la mano de mi hermano, es como si pudiera tocar la nieve, sonrío, no puedo evitarlo.
Y es allí también donde guardo el primer recuerdo amargo de mi padre. Tras la nevada, Marieta y yo habíamos hecho dos muñecos, que se me antojan perfectos, de nieve, en la ventana del pasillo; tenían todos los detalles, me veo junto a ella disfrutando del juego. Aquel día íbamos a alguna cita familiar, no recuerdo si era boda o comunión, y mi padre ante el juego rompió la cercanía de nuestras manos tirando de mí, y ahí se quedaron los muñecos, supongo que llorando. Cuando volvimos se habían derretido casi enteros y el disgusto fue tremendo, él se limitó a insultarnos. Por entonces teníamos cinco años. Aún intento encontrarle la gracia a su insulto favorito: «la tonta de los peines», supongo que sería por evitar decir «de los cojones».
Y de nuevo nos trasladamos, esta vez a Alcázar. Del primer piso en el que estuvimos, muy parecido al anterior, solo recuerdo colarme al dormitorio de mis padres y asomarme a su terraza porque era el mejor sitio para ver los arcoiris. Y el traslado al siguiente piso, el que ha sido nuestra vida. En la escalera de abajo, esperando a los porteadores de los trastos, estábamos mi primo Mariano y yo, compartiendo un chupachups ―cosas de niños―, él me lo quitó de un tirón y me arrancó un diente de cuajo. Bonito recuerdo para despedir aquel sitio.
La vida en el pasaje fue el inicio de mi vida. Esta infancia mía, esos primeros cinco o seis años, están, han pasado, pero apenas los recuerdo. Una infancia fugaz, entiendo que feliz, como debiera ser la de todos los niños. Y supongo que por cada día que pase, se irán borrando lentamente de mi mente todo lo que un día viví.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Camino de nuestro propio Oz

Preguntas, mujer, por mis palabras que últimamente se esconden tímidas. Están deshojando las últimas margaritas antes de que empiece el otoño, arrancando sentimientos a ver si de una vez por todas agotamos las saladas y descubrimos la coraza que falta me va haciendo.
Nos esperan tiempos aciagos, plagados de brujas... Ya oigo los graznidos, los pájaros de mal agüero que tiempo a volaban en círculos sobre nuestras cabezas dibujando la tormenta que nos espera.
Y esto no es un cuento más, no. Es un camino que habremos de recorrer sin baldosas amarillas, pero con un hombre de hojalata que jamás conoció corazón. Tampoco somos Dorothy, pero sí buscamos Oz, en el fondo yo habría deseado encontrar a ese gran mago. Quien sabe, igual al final el truco estaba simplemente en golpear tres veces los talones de mis botas y repetir tres veces mi deseo

Te irás solo

Si mi corazón alvergaba aún esperanzas,
algún atisbo de despertar sentimientos,
con la llegada de la tormenta
todos mis sueños se han quebrado.

Llevaba demasiado tiempo esperando
caminando hacia ninguna parte,
fabricando recuerdos de tu ausencia
para justificar este dolor que siento.

Ya no queda nada por hacer, nada que decir.
Porqué hablar si nunca escuchaste.
Porqué escribir si nunca leíste.
Porqué sentir si nunca quisiste.

Qué vida tan triste has llevado,
a la que nos has arrastrado sin más
por no estar solo en este fango
que ahora te atrapa sin remedio.

Pensé que al final tu dios te daría el valor
para mirarnos a los ojos y al alma
para confesarte y pedirnos perdón,
pero te irás como llegaste, solo.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Fin

Ha venido la muerte a recordarnos que no hay tregua, que no hay perdón, que no hay remedio... Que lo único que hay seguro es FIN.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Dualidad

Hoy me siento cual margarita,
deshojando mis sentimientos:
«te quiero, no te quiero».
No comprendo la dualidad
de estos pensamientos
que comparten espacio
en mi cabeza, corazón y verso.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Rutinas

Odio mi trabajo, si los sindicatos supieran que mi jornada es de 20 horas lo llamarían «explotación» o algo peor. Nunca veo la luz del sol, llevo tantos años realizando la misma tarea que ya ni recuerdo haber hecho otra cosa, mi vida es «nocturna» a pesar de trabajar durante el día. A diario soy testigo de mil historias: amigos que se reencuentran, parejas que se rompen, otras que comienzan... Más de una vez han dejado versos escritos cerca y desde mi sitio los releo hasta gastarlos, con la inestimable ayuda de la señora de la limpieza.
Podría decirse que soy el empleado perfecto. Desde el primer día he sido puntual, siempre al pie del cañón, jamás he pedido una baja ni he dejado de cumplir con mis obligaciones. Aun así nunca he recibido un ascenso o un incentivo, ni siquiera ese traslado que tanto deseaba. Me hubiera bastado una palabra de ánimo o, al menos, de agradecimiento. Pero nada, para los jefes no somos más que números en un listado.
No hace mucho se les ocurrió la brillante idea de contratar a un «experto en eficiencia». Como resultado de ese fantástico plan hubo unas cuantas clases de inglés para todos, nos dieron unas normas absurdas para aumentar nuestro «rendimiento» y, como era de esperar, prejubilaciones para los más veteranos y la llegada de sangre nueva, una panda de novatos, todos igualitos, como cortados por el mismo patrón. Llegaron más preparados y supongo que su soberbia ante alguien como yo era lo que les impedía ―y les sigue impidiendo― dirigirme la palabra.
Mi vida es una rutina insoportable. En la hora punta no me da tiempo ni a escuchar a los viajeros ―mi principal hobby para relajarme en los momentos de estrés― y en las horas de menos tránsito la gente sigue teniendo la misma prisa, va corriendo a todas partes y tampoco se paran a decirme nada. Me siento solo, nadie se percata de mi presencia. Ese es el principal problema: no me ven, no se dan cuenta de que siempre soy el mismo, en mi puesto, cada día durante años, el que les da paso a los andenes como quien abre una puerta hacia su destino.
―¡Buenos días! Good morning! ¿Qué tal se encuentra hoy? How are you? ―para algo tenían que servirme las clases de inglés.
―Buenos días a usted también. Pues bien, aquí estoy, trabajando un día más.
―Eso está bien, hay que levantar España.
―Sí, bueno, con el sueldo que me pagan.
... Invento conversaciones insulsas, establezco monólogos con mi sombra. Quien me oiga pensará que estoy loco, aunque con la fauna que normalmente frecuenta la estación seguro que paso desapercibido; ni cuerdo ni loco se fijan en mí.
Suma y sigue, again and again. Me da la sensación de que cada día soy más impersonal, menos humano. He dejado de prestar atención a las conversaciones ajenas. Las pintadas y los poemas me parecen vacíos y repetitivos y más bien se me antojan vandalismo que la expresión artística que se les atribuye.
Y así todos los días, la misma rutina. Para cada viajero compruebo su billete, el billete es correcto, «Puede usted pasar, que tenga un buen viaje».
Pensándolo despacio no está tan mal, podría decirse incluso que es un chollo: sin tener que moverme del sitio, sin grandes complicaciones, ideal para el pecado del perezoso: un trabajo fácil, Easy!
Es posible que alguno de los usuarios del metro me conozca. El día después de la última huelga mis compañeros y yo ocupamos un lugar destacado en la primera plana de los periódicos más importantes. Haga memoria, yo era el cuarto por la derecha en la foto de portada del ABC. ¿El motivo? Bien sencillo: nuestra estación se convirtió en el campo de batalla entre piquetes y policía. Debido a las consecuencias de la «contienda» uno de mis compañeros estuvo de baja durante bastante tiempo; sin embargo, nadie le dio importancia y al día siguiente todo siguió como si nada. Aquello me hizo pensar en el valor real de mi compromiso con la empresa; por suerte o por desgracia, soy de los que da muchas vueltas a las cosas. Este pensamiento recurrente me lleva atormentando desde entonces, ocupando mi mente, así que he tomado la determinación de hacer mi trabajo sin ocuparme de nothing more.
Y así todos los días. Para cada viajero, check the ticket, su ticket es correcto, «Puede usted pasar, que tenga un buen viaje».
Probablemente usted no lo sepa, pero la comprobación que hacemos de su ticket (o, mejor dicho, título de transporte, como lo llamamos en la jerga técnica del metro) podríamos decir que es bastante deficiente. Cualquier usuario espabilado podría engañarnos fácilmente con poco más que seguir un sencillo experimento de física de primaria. Basta con meter el billete unos minutos en el congelador y ni yo mismo podría darme cuenta de que es usado. Desde que los jefes han descubierto este pequeño truco, han estado pensando alguna forma de darnos el equipo necesario para que podamos detectarlo. En lo que a mí respecta no tengo especial interés en implicarme en el tema, pero bueno, el tiempo que les lleve darnos las instrucciones para el nuevo lector será al menos un descanso en el trabajo, que siempre es de agradecer.
Para cada viajero, with the new reader, check the ticket, si el ticket es correcto, «Puede usted pasar, que tenga un buen viaje».
Un nuevo día, inicio del sistema, diagnóstico de los periféricos, comprobación de la conexión con el servidor establecida, autenticación satisfactoria, todo correcto, iniciando rutina principal:

reader = new Reader();
for (Traveler traveler : travelers) {
   if (reader.check_is_OK(traveler.ticket)) {
       tourniquet.grant_access()
       System.out.println("Have a nice journey " + traveler);
   }
}

martes, 31 de agosto de 2010

Se fue, este es mi fin

Se fue, lo decidió así, sin más. No tuvo en cuenta mis ruegos ni mis lágrimas. De nada sirvió que me arrodillara frente a él, que le jurara una y otra vez que no sabría qué hacer con vida si se marchaba.
Se fue y ya está. Y me quedé sola, tirada en suelo como un trapo viejo, cansada de llorar su ausencia que, apesar de seguir oyendo sus pasos por las escaleras, sabía infinita, sabía que nunca volvería. Gris vino a sentarse a mi lado. Me miró a los ojos, locos de tristeza, y empezó a ronronear; se acurrucó junto a mí. No sé cuánto tiempo permanecimos allí tumbadas.
Se fue y con su marcha todo mi mundo se derrumbó. Ya no había motivo para continuar y decidí poner fin a mi vida. Pasé mucho tiempo dándole vueltas a la forma más efectiva, más rápida, más indolora..., pero ninguna de ellas reunía todas las condiciones. Además, morir suponía dejar solas a mis niñas, a mis gatitas que en parte también eran mi vida, pero él... siempre él. Metido en mi cabeza, en mi corazón; se había convertido en una obsesión hasta el punto de no poder seguir.
Se fue, y con él se llevó mis sueños y mis esperanzas, mis ganas de mirar hacia delante. La vida se hizo lenta, pesada, triste, y pasaron los días, los meses, los años y esperé. Esperé con paciencia a que ellas vivieran, disfrutaran de la vida como yo no había podido hacerlo. Y cuando mi pequeña expiró, cuando ya mis canas asomaban, decidí que era el momento.
Se fue. Ya apenas recordaba su rostro, pero no había conseguido borrar de mi memoria todo el dolor, no había conseguido curar la herida que había quedado en mi corazón tras su marcha.
Anoche dejé en un diario bien detallado qué debían hacer con mis pocas pertenencias, el piso recogido y la cama hecha con las sábanas recién puestas. Llené la bañera de agua caliente y dejé la cuchilla con la que pondría fin a mi vida en la repisa; todo estaba dispuesto.
Se fue, y ella, la parca vino a buscarme. Cuando preparaba mi vestido favorito sobre la cama, se sentó a mi lado y me dijo:
―¿Por qué te has empeñado en sufrir de este modo?
―Sufro así desde que él se fue.
―Has tenido toda una vida para olvidarlo.
―No he sido capaz, lo quiero demasiado.
―He venido a recompensar tu cariño hacia él y tu lealtad hacia mí.
Me ayudó a tenderme en la cama, colocó mis manos sobre mi pecho. Yo le sonreía dulcemente mientras ella cerraba mis ojos con la palma de su mano.
Me voy, sé que este es mi fin.

lunes, 30 de agosto de 2010

No padre, no

Me has convertido en tristeza.
Yo, disimulo entre sonrisas
y enjugo con mis lágrimas,
entre silencios y soledad,
el sufrimiento que me causas.
De haber tenido otra cuna
no habría conocido a mi madre,
la tierra bendita de la vida
que nos dio raíz a todos
por eso no puedo desearlo
y asumo mi destino.
Mas adolezco de falta de cariño
y lamento tu insolencia,
incapacidad paterna,
que no es más que tu pérdida,
descarada ocurrencia.
Y es que hay cosas que no se perdonan;
me has convertido en tristeza...

jueves, 26 de agosto de 2010

Soy Gris


Soy Gris.
Felina, gatuna.
Nací hace cuatro años y llevo casi toda mi vida aquí, viviendo entre cables y letras, entre la cabeza y el corazón, la razón y el absurdo.
Adoro al hombre, quiero a la mujer.
Tengo a mi Java, compartida, porque jamás tendré mis propios hijos. Ella es casi mía, pero no se parece a mí en nada: es bruta, supongo que por su juventud, su origen, su carácter.
Soy gris.
Felina, señorita, la princesa de mi casa.
Todos dicen de mí lo hermosa que soy, la genética me ha tratado bien.
Soy hembra dominante, jefa en mi terreno, dócil cuando quiero. Vigilo a todo el que llega de nuevo, adoro al que ya respetaba y mantengo a ralla al resto.
Deberíais verme dormir. Soy el sueño, la paz, la belleza.
No tengo ni modestia ni abuela, no las conocí ni las necesito.
Soy Gris.
Mirada felina, andar sinuoso. Educados movimientos, calculados en todo momento.
No soy interesada como algunos se empeñan en decir. Doy cariño porque quiero, me gusta y también lo necesito.
Nosotros, los gatos, inventamos el ronroneo, expresión máxima del amor, ¿qué tienen los humanos que se equipare a esta muestra de cariño?
Soy Gris.
Felina afortunada, haciendo sentirse afortunados a mis amos.

Somos

Somos, sin más.

Oscuridad en noches de luna llena

Había luna llena; lo sé porque su luz iluminaba todo mi cuarto. Hacía un rato que solo reinaba el silencio. El día había sido muy largo; su dolor, su enfermedad, cada momento escondiendo sus temores en cualquier rincón, hacían crecer mi miedo a perderlo. Repetía la misma sensación de incapacidad que hace un año cuando perdí a mi Pequeño...
Sentí a Gris acurrucada a mis pies, sin moverse apenas para que no percibiera su presencia y acabara echándola de nuevo de la cama. Me levanté y la recogí con cuidado; preparé un cojín en la silla del dormitorio y la acomodé allí. Me miraba con la carita hinchada de sueño como dándome las gracias ―aunque sé que en el fondo sigue prefiriendo dormir con nosotros en la cama―, dio dos vueltas al relleno y se acopló rápidamente para seguir durmiendo.
Antes de volver a la cama me acerqué a ver cómo seguía Bichito. Dormía profundamente. Lo cogí con todo el cuidado del mundo para no despertarlo, para no apartarlo de los brazos de Morfeo. Lo acerqué a mi cara y lo acaricié despacio, quería sentir su respiración, me tranquilizaba saber que seguía respirando. «Mañana será otro día, mañana seguiremos luchando por la vida, por tu vida», pensé mientras lo colocaba en su cama.
Volví al dormitorio. Mi gata había vuelto a colocarse a los pies de la cama, disimuló, disimulamos las dos y reanudamos el sueño.
Había luna llena o eso pensaba porque cuando volví a abrir los ojos solo había oscuridad. La persiana estaba a medias y la cortina sin echar, no había cambiado nada y, sin embargo, la luz había desaparecido. De pronto, empezaron a iluminarse pequeños luceros, pasando por delante de mi ventana. Eran las estrellas del cielo que habían bajado a buscar a mi pequeño.
―¿Se puede saber dónde vais?
―Venimos a por él, ha llegado su momento.
―De eso nada...― Salí corriendo hacia el comedor donde dormía mi «niño» y allí estaba, despierto, jugando con ellas, feliz, persiguiéndolas sobre el sofá y riendo cómo hacía tiempo que no lo veía. Me eché a llorar y él se dio cuenta de que estaba allí, se acercó hasta el borde y me habló.
―¿Qué te pasa mami? ¿Por qué lloras?
―Eres feliz con las estrellas, ¿acaso te quieres marchar con ellas?
―Dicen que es mi momento, que debo acompañarlas.
―¿Eso dicen? Yo preferiría que te quedaras porque... porque... Aún no es mi momento.
―¿Qué quieres decir? ―preguntaron las estrellas al únisono.
―No estoy preparada para perderte, te quiero demasiado, te quiero a mi lado.
El pequeño se acercó a mí, secó mis lágrimas y se acurrucó en mi vientre. Al poco tiempo se había quedado dormido. Las estrellas empezaron a marcharse despacio, una a una, despidiéndose de él con un beso. La última me advirtió de que volverían, era inevitable.
«Lo sé, esperaré de nuevo la oscuridad en las noches de luna llena; la próxima vez sabré que es el momento».

lunes, 16 de agosto de 2010

Anclados en la tristeza



Vivimos anclados en la tristeza,
como almas en pena compartiendo
nuestro particular purgatorio.
Somos como fantasmas,
sombras de nuestra sombra,
personajes desdibujados
de nuestra inacabada historia.
Utilizamos el silencio como arma,
la indiferencia como destino,
miradas perdidas al fondo del pasillo,
para intentar no descubrirnos.
Hasta cuándo durará este castigo,
hasta cuándo seguiremos sangrando.
Vivimos anclados en la tristeza.

jueves, 12 de agosto de 2010

365 días de tu ausencia


Te fuiste, llegó tu final, inevitable, y el silencio se apoderó un poco más de mi corazón; la tristeza lo agarró con fuerza y lo apretó hasta que ya no me quedaron lágrimas que llorarte.
Ha pasado un año repleto de tu ausencia. En la tinta de mis versos quedaron aquellos 7 días en los que fui fantasma recorriendo cada rincón de tu historia.
Disfruté de ti 365 días y por cada uno de ellos he sufrido una agonía recordándote, tendido en mi pecho, oculto bajo mis rodillas, buscándome en cada uno de tus descansos. Tú lo sabías desde el principio, sabías que te irías pronto y apesar de tu pesar, te entregaste a mis cariños, a las palabras dulces que con tanto amor te dediqué. Sigo adorando tus ojos, tu mirada, tus suspiros... Te echo de menos.
Y ahora, ahora vuelvo a llorarte un mar porque no me acostumbro a este corazón aún arrugado de dolor.

lunes, 9 de agosto de 2010

Cambio de personalidad

Me presento nuevamente: hoy vengo vestida de su dolor de cabeza. Sí, hoy no cabe otra explicación otro personaje de su vida, solamente él. Y es un dilema, soy femenina por ser (y no) ella, pero a la vez me siento él, tan masculino, tan fuerte.
Ahora, metida en este macabro papel os puedo hablar objetivamente de su «persona». Para empezar no tiene rostro, está borrado por el dolor, supongo que todas las lágrimas que derrama Ariola por su culpa son su maldición. Se siente fuerte cuando la toma entre sus brazos, es como un amante malvado, obsesivo, celoso. Ella es para él como el droga, la necesita constantemente; él es para ella como el veneno, matándola lentamente.
Lleva días sumergida en el silencio. Creo que tanta búsqueda ha despertado los peores instintos de su cruel asesino. A pesar de todo, en el tiempo en que los químicos esconden a su obscuro pasajero, se ha decidido a dictarme estas palabras, aunque no sabe que yo también pongo de mi parte...
Al fin y al cabo soy él, su dolor, intenso, insistente, y por mucho que quiera revelarse jamás diré aquí ni en ninguna parte que lo único que desea.

domingo, 8 de agosto de 2010

Soy tú

Me presento: soy su ausencia. Podría ser muchas cosas más: su recuerdo, sus sentimientos, sus palabras... Pero de todo lo bueno ―o malo, depende de cómo se mire― elegí su ausencia.
Ariola está absorta buscando en su interior algo que no entiende, un objetivo desconocido, un sueño que perseguir. Cree que ya dibujó un boceto por eso busca hacia dentro, repasando su pasado, en lugar de mirar hacia fuera, hacia el futuro.
En mi humilde opinión creo que se equivoca, está obcecada y esta ceguera no la llevará a nada bueno. He tratado de hablar con ella, pero no se deja; dice que necesita estar sola, no pensar en nada, relajarse, centrarse, pero cada vez la veo más perdida.
Estoy preocupada por ella.

jueves, 22 de julio de 2010

El mercado de abastos

Regreso al mercado de abastos. Majestuoso gigante compartiendo la plaza junto al Ayuntamiento y el Pasaje, y al frente, cerrando el cuarteto, a Don Quijote y Sancho.
Ese lugar, aunque renovado, sigue siendo uno de los vínculos a mi infancia...
Regreso como respuesta a la llamada de un amigo preguntando por los sentimientos que aquel lugar me infunde. Atravieso sus puertas y algo cambia: su luz, el decorado, la pintura en las parades..., pero la esencia permanece. Avanzo por los pasillos viendo las mismas caras, ―más viejas y ajadas―, pero amarradas a la misma mirada, a la misma sonrisa... Los olores, los colores, las voces de oferta. Y me miro y soy yo con 8, 9 ó 10 años, con la lista de la compra en una mano y apretando las perras en la otra para no perderlas.
Visitar este lugar es volver a mi pasado y, a veces, es necesario.

Se nos ve en la cara

Lucas y yo quedamos esa mañana para ir juntos a la oficina de trabajo a solicitar las prestaciones por desempleo. Íbamos a primera hora para evitar las eternas colas que se formaban a la hora de pasar el control del paro.
Cuando llegamos al edificio ya había bastante gente esperando en la puerta y como si se tratara de las rebajas, en cuanto abrieron las puertas, todos corrimos hacia dentro como desesperados. Buscamos la ventanilla correspondiente; según los carteles luminosos, había una donde rezaba: «Prestaciones por desempleo aquí», y para allá nos fuimos.
Éramos los primeros en la cola. Justo cuando una señora habría la ventanilla, el texto del cartel cambió: «Prestaciones por desempleo, ventanilla 2». Obedientes, nos trasladamos a la ventanilla 2. Allí el funcionario nos pidió un documento que no teníamos y automáticamente la indicación volvió a cambiar: «Prestaciones por desempleo incompletas, ventanilla 6». Medio refunfuñando nos trasladamos a la ventanilla. «A la tercera va la vencida», pensé. Pero no, ni tercera ni cuarta ni nada; estuvimos toda la mañana allí, de funcionario a funcionario, de ventanilla en ventanilla... Y es que la frase cambiaba cada vez que la leía; está claro, el luminoso debía tener trampa.
Después de tanto rotar, de tanto esperar, nos cansamos y nos fuimos a casa.
―Estoy seguro de que había alguien observándonos, cambiando los mensajes.
―Sí, se nos ve en la cara que íbamos a pedir las ayudas. Ya lo dice el refrán: «Contra el vicio de pedir, está la virtud de no dar».

Aprender jugando

La semana pasada murió Carlitos, mi hermano pequeño. Mi madre, en un vano intento de quitarle importancia al asunto, me contó la historia de que se había ido volando por el balcón con su disfraz de Superman, ―detalle que a mí me vino estupendamente―. Creo que alguien debería decirle a mamá que, aunque tenga solo siete años, me entero de las cosas.
Ya lo dice mi profe del cole: «También se aprende jugando», y a mí esto de experimentar me está empezando a gustar. La semana anterior oí en la tele una noticia que hablaba de la resistencia de los niños ante grandes caídas. Casualmente vi de pasada una película que iba de algo parecido, se llamaba «Piel dura». En la peli un niño se caía desde un noveno piso y salía completamente ileso del accidente.
Aquella tarde fatídíca, Carlitos corría pasillo arriba, pasillo abajo, con su recién estrenado disfraz. Le propuse un juego y accedió, pero algo salió mal: murió. Está claro que algo falló en mi experimento. He llegado a la conclusión de que el próximo «conejillo de indias» debe ser menor de tres años; de momento, la altura del piso se cumple sin problemas.

Juan y Juanito

A Juan le resultaba agradable salir de paseo hasta en los días más desapacibles. Esa mañana hacía mucho frío, pero necesitaba salir a dar su vuelta diaria, cumplir con la rutina para no verse siempre encerrado entre sus cuatro paredes. Se colocó el traje de los domingos y dispuso al ama de llaves para que preparara a Juanito, su mascota.
Ya en el parque, la poca disposición de su «pupilo» a continuar con la marcha llamó la atención de los que allí estaban. Juanito había parado el paso y no dejaba de quejarse de lo cansado que estaba.
Al otro lado del jardín, discutían las dos policías que desde el fondo observaban la escena con cara de incredulidad.
―¡Qué descaro tiene el loco del pez! Sacar así a su mascota, con el frío que hace hoy. No sé en qué estaría pensando.
―Hija, todos tienen derecho a salir a la calle.
―Y míralo, así sin tapar ni nada, metido en su pecera con el agua a temperatura ambiente. Y el otro con gorro y abrigo, ¡qué exceso!
―Para que luego digan que se parecen las mascotas a sus dueños, no será en la igualdad de condiciones a la hora del paseo.
―Pues no sé si habrá fijado, pero a la entrada del parque hay un cartel donde dice bien claro: «Prohibida la entrada a humanos».
―Entrar, lo que se dice entrar, no ha entrado. De momento solo están dando la vuelta por fuera.
―Bueno, tú estate pendiente por si nos toca ir y llamarle la atención.
Las dálmatas, miembros de la ley y el orden, no terminaban de acostumbrarse a los caprichos de las mascotas humanas.

martes, 20 de julio de 2010

Los pilares de la amistad

Sinceridad.- de los términos «sin» y «ceridad», dícese de la relación que no desea cera para corregir sus imperfecciones.
Humildad.- del latín «humilis», dícese de la persona baja, cercana, sin más aspiraciones que llegarnos a la altura de los talones.
Generosidad.- dícese de la persona que muestra completo desinterés por los demás.

AMISTAD.- del latín «amicus», relación entre dos personas o más derivada del esfuerzo por corregir las irregularidades, las bajezas y el desinterés de los unos por los otros.

A la cuarta va la vencida

Sabes que te quiero, lo sabes, ¿verdad? Pero debes entender que nuestra relación está basada únicamente en la amistad, y te juro que para mí eres mi mejor amigo, el mejor que se puede desear. Yo es que era muy joven cuando te conocí, cuando nos casamos; tenía la cabeza en otro sitio, estoy segura, y confundí la amistad con el cariño, por eso te digo...
Esta es la última vez que te soy infiel, te lo aseguro. Tú eres la mejor persona del mundo, quien mejor entiende mis problemas, mis necesidades, y sabes que yo sigo, a pesar de ti, buscando a mi «príncipe azul».
No te enfades, si yo te quiero, te lo juro, pero es que no eres del color indicado. La primera vez que te puse los cuernos lo hice para probarme a mí misma lo mucho que te amo... y no hicieron más que confirmar lo que ya sospechaba: eres mi mejor amigo. La segunda debo reconocer que fue porque me picó el gusanillo y es que Gaspar está muy bueno, lo siento, es así, tú serás mi mejor amigo pero hace ya algún tiempo que asoma barriga cervecera, poco estética para mi gusto. La tercera vez pensé que sería para siempre, pero el muy idiota está casado. Y ahora, a la cuarta, va la vencida.
Perdona, pero he de reconocerte que te he sido infiel.

Casa con vistas

Álvaro llevaba mucho tiempo dándole vueltas a una idea: quería independizarse, se había cansado de vivir con sus padres y es que ya con 45 años iba siendo hora de vivir por su cuenta.
Miró y remiró ofertas en inmobiliarias, la web, los anuncios de particulares... y nada, todo se salía del presupuesto. Además él no quería cualquier cosa, estaba acostumbrado a amplios espacios y habitaciones con mucha luz.
Un día de playa empezó a escarbar en la arena sin una idea concreta, simplemente sacaba arena del mismo sitio y le daba forma en otro. Pensó entonces, «¿Por qué no construirme un castillo de arena a mi medida?», porqué no. Allí había mucho espacio, mucha luz, sería el primero en ver amanecer y el último en ver llegar la noche. Tendría brisa fresca todos los días y siempre el mejor sitio en la playa.
Empezó por el salón para poder invitar esa misma noche a sus padres a cenar en su nueva casa.

Lemuel Polo o Marco Gulliver

Marco Polo, el famoso explorador veneciano, tras viajar por la ruta de la seda a China y volver contando fantásticas historias, fue apresado y llevado a prisión tras diecisiete años de aventuras. El encierro fue terrible para él y tras varias semanas decidió escapar de la cárcel.
Un buen día, mientras los guardias andaban despistados, Marco aprovechó para arrastrarse entre los barrotes de la puerta del huerto y echó a correr campo a través. Al llegar al acantilado, sin pensarlo dos veces, se lanzó al mar.
Hay quien lo dio por muerto, pero muchos dicen que tomó el nombre de Lemuel Gulliver y volvió a embarcarse con rumbo hacia nuevas aventuras. Incluso hay quien asegura que fue él quien encontró el Dorado...

El extraño caso del vuelo JK 450


Oscara era una gatita blanca de un año con penetrantes ojos azules que un buen día apareció en el avión de Spanair que cubría el trayecto Madrid - Barcelona, alguien debió olvidarla y como nunca conseguían atraparla, la tripulación decidió adoptarla mientras no molestara a nadie.
Rafa, el azafato, le puso el nombre de aquel gato del geriátrico de Rhode Island por su extraordinario parecido; como resultó ser hembra, le añadió la «a» al final para zanjar el problema. Y fue precisamente él el primero en caer en la maldición... La misma tarde de su muerte, Oscara había estado durmiendo plácidamente sobre su regazo; cuando Rafa bajaba del avión, tropezó en el tercer escalón y la caída fue fatal.
Todos pensaron que quizá se repetiría la historia de aquel extraño gato, pero también podía ser casualidad. El pasado sábado leí en el periódico que el vuelo JK 450 tuvo un accidente donde el único superviviente fue una gata de penetrantes ojos azules.

De paseo por Ikea

Ese sábado no teníamos nada que hacer y decidimos coger el coche e irnos «de excursión» a Ikea. Me encantan los grandes centros comerciales y, sobre todo, este que tiene de todo y a buen precio, del que siempre sales comprando algo de lo que necesitas y mucho de lo que no.
Nos encontrábamos paseando cual domingueros por el pasillo número 4, en la sección de muebles de baño marca Godmorgon, ideal para aseos por los que pasa un alto índice de tráfico humano. Mi marido, Manuel, como buen ingeniero que es, se acercaba a los muebles y abría todos los cajones, observaba los detalles de la instalación y, si podía, hasta lo desmontaba para volver a montarlo después y saber así si era o no el ideal.
En una de estas «pruebas de resistencia» ―y lo digo más por mí que por el mueble―, Manuel se quedó paralizado mientras miraba al frente cual espejo inexistente. Alguien, al lado opuesto del expositor, también se había quedado perplejo al verlo. Eran como dos gotas de agua, altos y delgados. Llevaban el mismo corte de pelo, modelo de gafas y una ropa muy parecida. Ambos levantaron lentamente la mano y se saludaron amablemente.
De las muchas ideas que me rondaron es que podrían ser hermanos, separados al nacer en plan «peliculero», o quizá un doble de esos que dicen que circulan por el mundo. Los dos sonreían como niños hasta que al fin Manuel rompió el hielo y empezó a hablar:
―Hola, mi nombre es... es. ―Arrancó entre balbuceos y antes de que pudiera acabar el otro hombre empezó a hablar en un idioma incomprensible.
Automáticamente los dos callaron, se saludaron de nuevo y continuaron con sus quehaceres con si nada hubiera ocurrido.

domingo, 18 de julio de 2010

Tu poesía me alimenta


Sabes que tus besos me saben a versos,
tu cariño a poesía que me alimenta
y en cada caricia, en cada abrazo,
escribes el soneto más perfecto.

Tú, escritora de sentimientos,
eres madre de todas mis rimas,
eres la elegía más hermosa,
hasta en la tristeza me consuelas.

Caminas entre olas de palabras,
eres la sal de la mar dando sabor
a todo lo que nos rodea, a cada línea
que dictas con tu inspiración divina.

Alimentas mi espíritu en madrigal
y regalas las miradas más profundas
en cada juramento definido,
en cada punto y aparte,
en cada nuevo alejandrino.

Dedicado a P. Shada

jueves, 15 de julio de 2010

De porqué os quiero y no os quiero

A mi señor Don Quijote,
Hoy y aquí, mi señor, desde la aldea del Toboso, que no es Reino de Caballeros como vos os empeñáis en decir ni yo princesa de cortes encantada por un hechizo... Desde aquí, con estas palabras, solicito vuestra atención.
Desde la misma tinta de esta misiva os suplico sobre mis intenciones hacia vos, mi amante, ―que no mi amado―, que son más para predicaros sobre un amor que hacia vosa merced se profesa. Y no os confundáis mi señor, que yo no soy esa a la que tan alegremente llamáis «la señora de mis pensamientos»; una servidora se llama Aldonza Lorenzo y, en secreto, vive prometida desde hace algún tiempo con un buen mozo del pueblo.
Quizá os habréis confundido, quizá tantas aventuras tildadas de locura caballeresca os hayan nublado la mente porque la que aquí os escribe, aunque os agradece en el alma tanto halago, debe reconoceros que tiene poco de la tal Dulcinea; vosa merced ama a un fantasma.
Es cierto que tras la segunda carta que vuestro escudero Sancho Panza me trajo os convertí en mi «amante», pero entendido desde el que dice de las cosas en que se manifiesta el amor, y es que, como a cualquier moza, empezó a gustarme eso de hacerme sentir doncella atrapada, protagonista de historias hasta que la fama rebasó fronteras. Pero os recuerdo que de linajes nada, no soy más que una humilde posadera.
Tras su última visita, después de unas pintas en la posada, Sancho y yo hermanados por las circunstancias compartimos ciertos secretos.
Dejadme ahora, por un momento, ser yo quien dicte vuestra historia y leed con alma de poeta esto que a continuación os relato. Situaros por un momento en vuestro lecho, una de estas noches de estío, con la única luz de la vela en la mesilla. Cerrad los ojos e imaginad que vuestro amante se acerca al catre; estáis de espaldas, solo podéis percibir su silueta recortada al fondo y su olor dulzón. Cuando al fin llega hasta vos se sienta a vuestro lado, ¿no sentís el calor de una caricia suave? Todo el cariño del mundo reunido en un único toque... ¿No detendríais la historia? ¿No pararíais el tiempo para que ese amor fuera eterno? Vuestro corazón late con la fuerza de cien caballeros en combate, sois un dios en vuestro terreno.
Ahora, abrid los ojos. Vuestro amante, señor mío, no soy yo, sino Sancho.
No os sorprendáis mi señor, sabed que el amor no entiende de edades y, a estas alturas, tampoco de religión; y mi patrón dice muy a menudo que sabe de otros para los que el amor tampoco distingue de sexo. ¿Acaso importa si el amor más puro es del mismo color?
No hace falta ser muy diestro para percatarse de la mucha admiración que Sancho siente hacia vos, un sentimiento íntimo que ha hecho más profunda su amistad. Y ésta, unida a la verdad, a sus palabras, lo ha convertido en vuestro héroe complementario hasta el punto de abandonar el sentido común para entregarse a la sinrazón de vuestras andanzas, participando de vuestras locuras. Él es el amante perfecto: os es leal, os respeta y venera, os ama incondicionalmente, a pesar de que sabe que jamás será gobernante de ninguna ínsula tal y como vos le prometisteis; si no, pensad, ¿de qué iba a seguir a vuestro lado?
Pero no es mi intención romperos el alma, como os digo solo soy mensajera. Sancho de esto nada sabe, y entiendo que no permanecerá lejos mientras leéis mi carta. No nos odiéis a ambos, si esa es vuestra decisión, repudiadme a mí por rechazaros y por destapar el gran secreto de voso escudero. Él os ama como hermano, como amigo, pero sobre todo, como hombre valeroso y sincero.
Siempre fiel a vosas palabras, vuestra «amada».
Aldonza Lorenzo
Si así lo preferís, Dulcinea del Toboso

¿De qué color eres?

Aquel día el paseo resultó extraño, por alguna razón todas las personas con las que me cruzaba fijaban su mirada en mí con cara de asombro, con los ojos abiertos como platos y la boca abierta exhalando un pequeño suspiro a modo de grito reprimido.
No creo que fuera terror... No soy tan fea ―creo―. Tampoco podía ser tristeza porque a nadie vi llorar...
A cada encuentro yo me miraba hacia abajo, de un lado a otro, esperando encontrar lo que provocaba esa reacción en los demás y por más que busqué no encontré nada. Observaba mi reflejo en los escaparates y nada, no había nada raro en mi indumentaria y tampoco tenía ojeras que entristecieran mi rostro, así que no entendía lo que estaba pasando.
Cuando llegué a casa lo primero que hice fue mirarme en el espejo y lo entendí todo. Iba desnuda, desnuda de apariencias y malos sentimientos, mostrándome como realmente soy: blanca, libre, feliz... Era mi transparencia y mi sonrisa de plenitud lo que sorprendía al resto que, hasta ese momento, no me había dado cuenta de que eran grises.

lunes, 12 de julio de 2010

Doña Quijota y Sancha Panza

Dicen las malas lenguas que de don Quijote y Sancho Panza nada, que «ambos» eran «ambas», que se cansaron de estar metidas en sus casas y obedecer a sus maridos, aunque claro, de doña Quijota no se conoce varón, se entiende que la tal Aldonza Lorenzo sería más bien Lorenzo Aldonza, porque haberlo lo había...
Y no es tan descabellado que aquellas buenas señoras se lanzaran a la aventura siendo dignas precursoras del movimiento actual feminista, ¿por qué no? ¿Alguien puede demostranos lo contrario? Pues en un mundo de hombres, escrito, inventado y dirigido por ellos no quedaba más que el tal Cervantes fuera también una «manca» en lugar de un «manco», Princesa de Ingenios, ya que dicen las mismas malas lenguas que su padre no tuvo varón y crió a su hija como tal.
Quién sabe, si de momento ni siquiera se ponen de acuerdo con su lugar de nacimiento.

La inteligencia de Bimbo

Es bien sabido que un primo lejano de Bambi con el que guarda buena relación, viviendo de niño en la selva, un día se vio atrapado entre dos felinos cuya intención era merendárselo.
Bimbo, que así se llama el ciervo en cuestión, tuvo que echarle imaginación al asunto...
―Antes de hincarme el diente, deberíais saber que cuanto más limpio más rico estoy.―Les dijo Bimbo a los dos guepardos.
Ambos se miraron y sin pensarlo dos veces se pusieron a lamer al animalillo hasta que quedó reluciente. Tanto tiempo estuvieron aseándolo que al final se quedaron sin saliva...
―Vamos a beber agua a la charca, estamos sedientoss. ―Dijo uno.
―Ni se te ocurra alejarte porque te encontraremos rápido, somos los más veloces. ―Dijo el otro.
Y se fueron tranquilamente, con la lengua colgando como un trapo a saciar su sed. Justo cuando estaba fuera del alcance de su vista, Bimbo echó a correr hasta perderse en el horizonte. Cuando los felinos volvieron se lamentaron de haberlo lamido con tanto ahínco, ahora sin su olor natural era imposible rastrearlo...

El día después

Después de la victoria del equipo español en la final no quedaba otra que celebrarlo a lo «Noche-vieja», bebiendo y bailando hasta el amanecer.
Yo juraría que había vuelto a casa, de hecho recuerdo entrar a gatas hasta el dormitorio y dejarme caer en la cama con intención de dormir toda la semana, pero al despertar no reconocí el sitio.
Me acerqué a un espejo de pie enorme que había junto a la ventana del cuarto mientras desperezaba mi cuerpo, aún llevaba la ropa de ayer, y me miré en él. No podía creer lo que estaba viendo... ¡Me había convertido en una rubia macizorra de largas piernas y pechos prominentes. El espejo reflejaba todos mis gestos, todos mis movimientos hasta que al fin me pregunté cómo era eso posible y mi supuesto reflejo contestó con sonrisa picarona: «¿Desea algo más el caballero?»

martes, 29 de junio de 2010

Qué seré de mayor




La niña seguía pensando en la pregunta que un rato antes le había formulado su madre: «¿Qué quieres ser de mayor?». Paseaba pensativa acariciando las flores y haciéndose preguntas en alto, suponiendo cómo sería ser veterinaria o maestra... Después de un rato sentada a la sombra de un gran árbol, la niña se levantó y echó a correr hacia el porche donde su madre tejía.
―Mamá, ya sé lo que quiero ser de mayor, ―dijo la niña llena de emoción mientras se apoyaba en las rodillas de la mujer.
―Sorpréndeme.
―Quiero ser palabra ―dijo firmemente la pequeña.
―¿Palabra? Eso no es una profesión.
―Sí, definiré cada acto, cada acción que las personas lleven a cabo y mi voz se oirá en todo el mundo. Llevaré la palabra «paz» a lo más alto y «respeto» a su pleno significado.
―Pero, cariño... ―la madre acaricia la barbilla de su hija y dirige su mirada hacia ella―, no se puede ser palabra.
La niña se separa por un momento, medio enfurruñada y a modo de reto le dice «ponme a prueba». La mujer duda un momento mientras busca algún ejemplo que descuadre a la futura profesional del léxico.
―Bien, veamos, ¿cómo sería «beso»?
La niña sonríe, se acerca a su madre y le da un beso en cada mejilla.
―Veo que controlas el tema, ―dice la madre mientras le dedica una sonrisa pícara―, probemos con otra... ¿Y «abrazo»?
―Jo, mamá, me las pones muy fáciles, búscame algo más difícil.
―Bueno, mientras se me ocurre algo, ven y dame ese abrazo.
La niña se acerca a su madre y ambas se funden en un momento de esos a los que acompaña un somero contoneo al ritmo de sus latidos.
―Dime, futura «palabra», ¿cómo definirías este cariño que acabamos de darnos en silencio?
La niña titubea, son demasiados sentimientos para englobarlos en un solo término.
―No puedo mamá, no hay única palabra que defina todo lo que te quiero. ―Sonríe mientras se sienta sobre las rodillas de su madre―, creo que seré «silencio», así podré decir mucho más sin tener que emitir un solo sonido.

Mi muerte, su salvación

Se ha acabado la tormenta de tormentas
dejando paso al silencios de silencios.
Suena el eco de los recuerdos y
las palabras «bien-sonantes»
se empeñan en ser tinta de teclado.
Pero no puedo...
Hoy solo siento rabia e impotencia
por eso dejo sitio a todos los desalmados...
Entrad, malditos, entrad todos en mis sueños
y en el culmen de vuestros pecados
pondré fin a mi vida para llevaros.
Y después...
Solo habrá paz para los que fueron maltratados,
obligados a la inmundicia y la tristeza.
Volverán a anidar en nuestro pecho
y declararnos su lealtad incondicional.
Ellos, los de siempre, los olvidados
unirán su canto de sirena al unísono
para recordarnos que están ahí antes que nosotros,
que merecen todo nuestro respeto.
Sí, mi muerte será su salvación
porque limpiaré el mundo de odio,
me llevaré todos los malos sentimientos.

martes, 22 de junio de 2010

El sonido de mi voz

Anclada en el silencio, tras varios días encerrada entre mis cuatro paredes, mi voz ha decidido mudarse. Se ha rebelado porque desoí sus quejas, hice oídos sordos a sus lamentos, utilicé mi armadura ante sus gritos hasta que prácticamente la anulé. Se ha cansado de su soledad y de la mía, ha cogido su maleta, repleta de las palabras aún no dichas, y se ha ido sin avisar...
Soy la única responsable de haber silenciado mis sentimientos y ahora temo que también decidan marcharse. Dejaré de sentir, de ser quien soy. Y podría pasar, porqué no, que mis ojos, por temor a descubrir esa cruel realidad, se apagaran para siempre sumiéndome definitivamente en la obscuridad.
Debo poner remedio a la tormenta, debo encontrar las sonrisas que antaño decían tanto de mí. Debo volver a pintarme de colores y barrer bajo la alfombra este cúmulo de siniestras tentaciones. Hay un futuro, no muy lejano, donde mi voz se levantará orgullosa sobre el resto para gritarle al mundo: aquí estoy yo.
Lo que me preocupa, ciertamente, es que no sé es ni la reconoceré cuando la encuentre :-/

miércoles, 16 de junio de 2010

Como un mal sueño

Tengo dos miradas que ofrecerte. La que no dice dice nada, que está cansada de sobrevivir a este recuerdo, y la que lo da todo sin esperar más que tu sonrisa a cambio.
Y cuando te vas prefiero cerrar los ojos para no enfrentarme a la indecisión, al miedo de no controlar lo que mis ojos puedan decir... o no decir. Así que, anclada en el silencio, ahora he decidido abrazar la oscuridad y esperar a que todo pase, como un mal sueño.

Despedidas

¿Sabes? He inventado una nueva despedida. Esta vez no llorábamos ninguno de los dos, no había tristeza porque el amor es más grande que la distancia... Y aún sabedora de esta abrumadora verdad, ni la más ingeniosa de mis ideas, ni el más lírico de mis escritos han conseguido engañar a mi corazón: las despedidas son tristes las pintes como las pintes.

Dime

De todos los silencios espero con sensación agridulce aquellos que ya conozco, que ya saboreamos tristemente tantas veces. Espero con quietud porque llegarán irremediablemente a cubrir de nuevo con su manta caliente las noches y a ocultar las sombras de día convirtiéndonos en personajes planos de mirada perdida.
Y vosotros, los que respiráis por costumbre, por rutina, seguiréis siendo del mismo color, mientras, yo, desdibujándome de nuevo, lucharé por cada bocanada de aire.
Vivo en la incertidumbre, rodeada de vacío, dejando que la distancia crezca aún contigo a mi lado.
Qué será de mí, dime.

domingo, 6 de junio de 2010

Cambio de color

No entiendo porqué nos empeñamos en vestir a la parca de negro cuando el final del trayecto es claro, cuando el último suspiro se escribe en blanco, el color de la paz.
Somos nosotros, los vivos, los que disfrazamos de tristeza las despedidas, los que nos ataviamos de oscuro y lloramos salado a nuestro seres queridos, los que ya nunca volverán a sentarse a nuestra mesa ni a compartir nuestro pan.
Insistimos una y otra vez en nublar esos días en los que ya no volveremos a verlos, y guardamos silencio en su memoria cuando hay muchas cosas hermosas que recordar. Deberíamos redecorar las funerarias, iluminar bien los tanatorios y cambiarnos de color, vestir sonrisas y compartir con todos los momentos que disfrutamos en vida. Nada de frías lápidas de mármol, porqué no usar pizarra para que cualquier día del año pudiéramos escribir con una tiza aquello que queramos, cambiar el epitafio en cada visita...
La muerte no debería ser algo sombrío sino hermoso.

jueves, 3 de junio de 2010

miércoles, 2 de junio de 2010

Conversación a la luz de la luna


Anoche no podía dormir, hacía mucho calor.
Me senté frente a la ventana de mi dormitorio y levanté la persiana. A las cuatro y media de la madrugada la única luz que había era la de una luna llena que aún asomaba, casi tímida. Me acerqué con la vana esperanza de que correría algo de aire, pero solo había calor en el ambiente, así que volví de nuevo a mi asiento.
Hubiera querido pronunciar algún sortilegio que me hiciera caer en un sueño profundo, pero nunca he creído en la magia. Pensé en tomar algún brebaje, alguna infusión, pero a quién le apetece un caldo caliente con esta temperatura...
Miré el reloj casi desesperada pensando en lo lento que pasa el tiempo hasta que llega la hora de levantarse, pero «¿y si me levanto ya y me voy a trabajar?». ¿A dónde iba a ir a esas horas? Empezaba a desanimarme más aún, ya no sabía cómo colocarme, ninguna postura propiciaba el sueño. Entonces oí a mi Gris llamando a la puerta. Ella no suele pedir permiso para entrar, siempre llama a la puerta y espera en silencio a que le abramos. Y allí estaba, la sentía al otro lado de la puerta pidiéndome con una voz suave, casi susurrando, que la dejara entrar.
Le abrí y entró. No sé qué pasó, pero cuando se tendió a mi lado, justo sobre el reflejo lunar, comenzó a hablar con una fluidez pasmosa... Habrá a quien esto no le sorprenda, pero ¿qué pensarías si tu gata te mira a los ojos y te pregunta con toda claridad qué te pasa? Imaginad mi cara de asombro. Ella me miró fijamente y me volvió a preguntar: «¿Qué, qué pasa?».
No me froté los ojos, no me hacía falta aclarar nada, ni la mente, me pellizqué para asegurarme de que no dormía.
―¿Qué te ocurre que estás inquieta? Te he sentido de levantarte desde el sofá del comedor. ―Me dijo tranquilamente y cuando acabó, mientras esperaba mi respuesta, empezó a acicalarse el pelaje.
―No sé mi niña, que no me duermo, este calor... ―respondí sin mirarle simulando naturalidad.
―Oye, tranquila, tiéndete que yo velaré tus sueños...
Me volví a mi sitio, en el lado derecho del colchón; ella se acercó con cuidado y empezó a ronronearme suavemente al oído. Ya no recibía el influjo de la luna, supongo que por eso no volvió a dirigirme la palabra, aunque en su intenso consuelo percibí todas las palabras de cariño que se sabe...

lunes, 31 de mayo de 2010

Presunción de inocencia

¿Qué tenemos ahora, en este momento? Tenemos una sociedad enferma que martillea al que reclama paz.
Estamos contagiados de una ira que, oculta, nos niega la presunción de inocencia y odiamos al prójimo por el simple hecho de mirarnos más de la cuenta... ¿Por qué no ofrecer una sonrisa a cambio? ¿Por qué nos empeñamos en fruncir el ceñó y rechazar por norma?
Hoy, entre muchas otras palabras, expresé un deseo a alguien que como yo comparte una pasión y solo obtuve miedo y un portazo como respuesta.
He releído una y mil veces mi mensaje y por más que me empeño no encuentro más que un sentido directo, una expresión honesta y sincera de lo que pretendo. Será que yo me miro con buenos ojos... Y aunque me he disculpado en una segunda misiva a pesar de que en ningún momento ofendí, mis palabras han caído en saco roto.
Me siento triste porque he perdido algo que aún no tenía, una amistad que quizá nos hubiera alimentado a ambos, y es que este odio infundado que contagia al que lo respira ha engendrado ―como no― más silencio, una distancia innecesaria y todo por rechazar mi presunción de inocencia.

viernes, 28 de mayo de 2010

Con la misma intensidad

Hay ideas con las que convivo desde que me levanto hasta que me acuesto y retomo la inconsciencia.
Ideas que me asustan como la muerte,
que me atormentan como el suicidio,
que me persiguen como el silencio,
que se acostumbran como esta soledad.
También tengo recuerdos que palian mis miedos y me recuerdan que sigo aquí...
Llevo siempre a mi madre en el alma,
a mi amante en mi corazón,
a mi familia en mis manos,
a mi abuela y su sonrisa,
despertando otra sonrisa en mí.
Y así, a lo largo del día, de mis horas de realidad, repaso cada uno de mis sentimientos, y temo y amo con la misma intensidad.

Un poco de mí...



Hoy me he levantado calzando pasos firmes y decididos, abordando cada instante con una claridad inexperada.
No sé si será el agua fría con la que me lavé la cara esta mañana, pero mis ojos ven con otra luz los mismos rostros.
Todo tiene una extraña musicalidad, todos mis movimientos siguen el mismo ritmo que, al contrario que en días anteriores, van acompasados con los latidos de mi corazón.
Hoy no me siento como la «Ofelia» perdida por mis sentimientos, no cuento días ni años y esa locura de silencios parece haberse quedado bajo las sábanas al levantarme. No siento frustación ni miedo, ya no me desdibujo.
He dejado de ser invisible, al fin... y todo porque repasé mi agenda y me di cuenta que en pocos días volveré a tener a mi lado. Retomaremos nuestras vidas donde lo dejamos cuando te marchaste.

jueves, 27 de mayo de 2010

Empieza de dejar de pesarme tanto esta soledad, a ser parte de mí sin extrañar nada de ella...

miércoles, 26 de mayo de 2010

De paso por el silencio

Soy invisible, nadie percibe mi presencia. Recorro mi camino despacio, sin prisa, observándolo todo y a todos, nadie me ve.
La gente pasa a mi lado sin mirarme a los ojos, sin oler mi perfume, sin fijarse en mis ropas. No estoy, no existo.
Camino entre ellos escuchando sus conversaciones, observando sus movimientos, con descaro, pero a nadie le importa porque no estoy presente.
Estoy de paso, soy silencio entre el barullo, entre el ruido de su realidad. Una barrera nos separa: mi inesixtencia, mi transparencia.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Ofelia

Soñé que andaba descalza. Llevaba un vestido ligero, claro, y el entorno me recordaba mucho al «ecosistema pictórico» de sir John Everett Millais; me había convertido en Ofelia. Y como ella, el delirio me empujaba a batirme contra el bosque, a luchar en contra de los miedos que me hacían perder el juicio. Pero si la locura es así de hermosa, aunque sea en sueños, quizá merezca más la pena que la cordura a la que nos obliga la realidad.
Quizá debería encerrarme en esta ensoñación y ser para siempre la Ofelia que enloqueció de amor, que murió joven y hermosa, que quedará para siempre, como Gertrude la definió «incapaz de su propia angustia», la muerte más poética de la literatura.


lunes, 17 de mayo de 2010

Solo son 10

¡Qué son diez años en una vida entera! Empezamos como niños, a dar nuestros primeros pasos, unos torpes otros acertados, en esta vida unidos como un solo ser.
Hemos formado una familia que, aún en la distancia, sigue unida por los lazos del amor, de la amistad, de la confianza... Y aunque a las «abuelas» no les guste reconocerlo, nuestras niñas Gris y Java, nuestro pequeño Bicho, son parte de ella.
Sabes que no hay palabras para decirte cuán agradecida te estoy, sin ti no creo que hubiera logrado ser ni sombra de lo que soy ahora. Y aunque nuestro hogar sea pequeño y esté lleno de trastitos, sabes que no hay metros suficientes, ni aunque sea tarima flotante, para dar cabida a este futuro que labramos juntos, superando todos los martes, todos los treces.
Tenemos la suerte de habernos encontrado, la paciencia suficiente para sobrevivirnos y, sobre todo, un corazón enorme en el cabe todo lo mutuo.
Te quiero, te quiero por diez y por todos los que vayan viniendo.

Sentimientos

Me quedé toda la noche escuchando canciones de amor y de desamor, esperando a que reconsideraras la idea de regresar a mi lado porque...
Hoy me sentía extraña entre los míos, en mi casa, hasta el camino al trabajo me resultaba distinto. No sé si es que, por fin, el sol se ha dignado a dedicarnos su calor, su luz y después de tantos días de tormenta apenas reconocía mi entorno.
Hoy he tenido la sensación de estar encogiendo, envolvíendome sobre mí misma intentando ocultar mi tristeza, convirtiéndome en ser, sin forma definida, como un capullo en flor ocultando la belleza de mis sentimientos. Porque hasta la tristeza se torna bella cuando es motivada por el amor...
Mis sentimientos, extraños para el mundo, son intensos, tanto que duelen.
Mis sentimientos están ahí, como la caja de Pandora, esperando a que alguien los libere.
Hoy salí de mi casa, de esas cuatro paredes que me aprisionan, en un intento deliberado de mostraros a todos el alcance de mi pena; y lloré, lloré durante el camino hasta el final del mundo y al llegar allí, volví sobre mis propios pasos recogiendo cada una de mis lágrimas, esas que nadie percibió. Vuelvo a mi hogar, con los bolsillos llenos de pesar, con la sensación de seguir siendo un fantasma en mi propia vida.

martes, 11 de mayo de 2010

Loca de silencios

He aprendido a reconocer tu ausencia a golpes de realidad porque sé que jamás podré hablar de ella en términos de comprensión, asunción o entendimiento. Quiero convencerme de que es necesaria para un futuro mejor, pero no puedo acostumbrarme a esta soledad, a esta «no-presencia» que transforma mis sueños sueños en pesadillas, los días en años y las palabras en silencio. Y todo eso, sumado a un dolor de cabeza, se convierte en el peor de los castigos.
Ahora soy dos colores en mi pensamiento: la roja que lucha por seguir adelante convenciendo a la otra parte de que no necesito a nadie; y, la azul, que sigue llorando en silencio cada noche, esperando como Gris, en la puerta, tu regreso. Es complicado decidirse por alguna de ellas, no sería definitivo, porque cuando casi alcanzo el tono más vivo, oigo la otra voz a lo lejos diciendo «no te engañes, esa no eres tú», y es justo en ese momento cuando palidezco y redecoro mi mundo.
¡Quién dijo que estar separados tiene sus ventajas! Yo me estoy volviendo loca de silencios.

jueves, 6 de mayo de 2010

Frustración

«Frustración», no encuentro una palabra mejor para definir el estado en que me encuentro. Mi intención al embarcarme en mi nueva aventura era la de ayudar a mis iguales, pero hay fuerzas poderosas, vientos viejos y resabiados, que tratan de envolver las esperanzas renovadas que la juventud ofrece.
Discutimos, arrojamos palabras contra nosotros mismos, avitamos miradas que descubrieran las verdaderas intenciones y al final no llegó la calma sino que continua la tormenta.
Y aunque volví vencedora en la batalla, arruina mi ánimo el caer en su bajeza, el despreciar los tonos altos que, como cuchillos, lanzaron contra mi persona, pero qué debía hacer, ¿agachar la cabeza y aceptar una derrota aún no lograda? No, mi espíritu es luchador y me hice fuerte en el convencimiento de que debía mirar hacia delante, sin volver la vista atrás, pero aprendiendo de los antiguos errores.
Quiero negar esa parte de mí que, poderosa, convenció al resto de que los «sabios» también se equivocan, que es mejor estar de mi lado. No sé si hice lo correcto al negar incluso su existencia, pero ahora me arrepiento porque aunque soy perro ladrador, jamás se me ocurrió morder...

miércoles, 5 de mayo de 2010

...

No es cuestión de esperar a que vuelvas, ahora mi vida solo tiene un objetivo: sobrevivir a tu ausencia...

Desdibujándome

Tengo un nuevo síntoma de tu ausencia, de mi proceso hacia la invisibilidad, hacia mi propia destrucción; hoy me he dado cuenta de que estoy perdiendo color.
Empecé fijándome en el pelo, las raíces blancas asomaban sin piedad; hice cuentas, no hacía tanto de mi última visita a la peluquería para taparlas, no podía ser que en tan poco tiempo volvieran otra vez a descubrir que ya no soy tan joven...
Lo de mirarse en un espejo no es buena idea, si una se fija acaba encontrándose más defectos de los que quisiera, pero insistí no sé porqué y empecé a recorrer mi reflejo incrédula al ver que mi imagen empezaba a desdibujarse. Me froté los ojos creyendo que todo era causa de mi cansancio ―desde que te has ido no he conseguido dormir maś de 3 horas seguidas―, pero volví a fijarme de nuevo. ¡Qué horror! Mi cara, mis manos... Las partes de mi cuerpo que no estaban cubiertas delataban mi nuevo estado incoloro, desdibujado, sin líneas definidas, estoy desapareciendo.
El ascensor paró en la segunda planta y salí como una exhalación, casi como si alguien me hubiera arrojado fuera. Debía ser ese espejo, ese ascensor, el espacio cerrado, alguna concentración del ambientador que hizo que mi vista se nublara. Pero cuando entré en el laboratorio nadie se dio cuenta, alguno levantó la mirada como el que se despierta de una cabezada, otros simplemente se colocaron el flequillo como si una brisa hubiera venido juguetona a entorpecer su trabajo.
Nadie dijo nada, nadie. Pensé que mi silencio era la causa y es que ―desde que te has ido― pocas palabras cruzo. Pero no, simplemente no estaba. Miré mis manos y todo seguía igual que antes; al quitarme la chaqueta descubrí mis brazos, casi transparentes, pero aunque me acerqué a mis compañeros pidiendo ayuda nadie me oyó, nadie se percató de mi miedo y mi dolor.
Ahora son casi las 12 de la noche, apenas queda un resquicio de mí. Solo mis gatas perciben mi presencia, aún debo expeler algún olor que me identifique; solo ellas saben que sobrevivo a pesar de mi silencio, de mi transparencia, de mi invisibilidad...

martes, 4 de mayo de 2010

Pasos de gigante a ritmo de tortuga

Pasos que, a pesar de estar orientados, de ir uno tras de otro, no van a ninguna parte.
Hoy ha tocado dar pasos de gigante, avanzando grandes distancias ayudada por la Tierra que, mientras giraba, colaboraba en mi camino, pero a pesar del avance nada ha impedido que el tiempo frenara mis intenciones...
Hoy ha tocado ser tortuga, viendo pasar el día lentamente sin poder impedirlo porque la tristeza pesaba más que la realidad y, queriendo huir de ella deprisa me he visto atrapada en sus manos...
A cada paso de gigante, mi torpeza de tortuga solo confirmaba lo que queda de mí: invisibilidad.

lunes, 3 de mayo de 2010

Invisible no, gracias

Entraste en el control del aeropuerto y aunque me pediste que me fuera me quedé esperando tras el cristal para mandarte un último beso... No podía creerlo, te marchabas de nuevo sin más remedio. Estuve suplicándote que te quedaras aún después de haber facturado la maleta, pero las cosas son así, hay que aceptar y acatar cuando la meta, aunque lejana, merece la pena.
Y allí me quedé, esperando a solo unos metros, intentando encontrarte entre la gente a través de los tabiques invisibles. Cuando por fin se cruzaron nuestras miradas, nos delató el reflejo de las lágrimas que ambos aguantamos durante la despedida tratando de disimular un valor que se vuelve ridículo cada vez que nos separamos. Te quedaste quieto y yo no supe que hacer; rompí a llorar y me fui para que no me vieras así, para que tu último recuerdo mío no fuera el de esta tonta llorona que te echa de menos a cada segundo...
Empecé a andar, recorriendo el camino de vuelta a la estación de Atocha, pero esta vez el camino era más largo, infinito, pensé que me había perdido porque hasta las estaciones me parecían disintas. Las voces de la gente en el vagón, cada curva que tomaba, las miradas furtivas... Todo empezó a desdibujarse, a perder su esencia y yo creí volverme invisible.
Supongo que es el síntoma habitual de esta soledad que queda cada vez que te vas. Silencio y más silencio. Hasta mi voz se hace extraña; han crecido telarañas en mi garganta y me cuesta emitir el más mínimo sonido.
Una vez me preguntaste porqué hablaba con las gatas, ¿lo entiendes ahora? No quiero volverme invisible, si así lo hiciera desaparecería y no quiero. Quiero estar aquí para cuando vuelvas, de hecho te esperaré en el mismo sitio, al otro lado de las paredes de cristal, a pocos metros entre tu futuro y mi opacidad, aguardando a que vuelvas de nuevo conmigo.

viernes, 9 de abril de 2010

Navega hacia el futuro

¿Has pensado qué harás cuando todo esto termine? Volverás a tu vida de siempre, sencilla, sin más pretensiones que sobrevivir un día tras otro...
Creo que te equivocas: la vida es algo más. Has descubierto que es más fácil perderla que mantener el barco a flote con toda su tripulación, que si tú te hundes, los demás vamos detrás, sin remedio. Así que deja de remar sin rumbo, de tratar únicamente de mantenerte, de mantenernos a todos a flote.
Preocúpate de ti misma, de disfrutar la vida, esta nueva oportunidad que se te ha dado y olvídate de viejas costumbres que ya no tiene sentido mantener. Deja que aquellos que viven anclados en el pasado se poblen de coral que esa será la única vida que les quedará: el silencio de una compañía ajustada y sin palabras.
Tú te mereces mucho más que eso y ahora es cuando debes echar las velas y dejar el viento te lleve allá donde quieras, que disfrutes a cada momento de todos los latidos de tu corazón; navega hacia el futuro y sigue prestado atención a las sirenas que te guiarán a la hora de escribir los más hermosos versos, pondrán ritmo a tus rimas, serán inspiración de nuevas historias...
Vive de nuevo, vive con ganas, que nosotros, tus hijos, tu tripulación, velaremos tus sueños.

El final

Solo tengo lo que llevo en mis bolsillos,
la miseria de mis pensamientos y un atisbo de paz.
Llegué al final del camino sin más necesidades que
un bocado de mar y tus besos para seguir viviendo.
Y qué será de mí, dime, cuando no haya otros pasos,
cuando ya no haya más baldosas amarillas que pisar.
Decidí esperar a que el tiempo pasara, sin más,
sin esperar nada a cambio, salvo la muerte,
una paz, esa que aún guardo en el bolsillo
en el mismo lado en el que aún late mi corazón.
Contaré cada latido hasta que se detenga,
y en cada uno deshojaré de mis ajados pensamientos
hasta que las agujas se cansen de marcar mi pasado,
hasta que al fin solo quede eso, nada, el final.

miércoles, 7 de abril de 2010

El vacío de nuevo...

Te marchas otra vez convirtiendo la paz en derrota y mi vida en obscuro.
No encuentro palabras para describir lo conocido, este sentimiento mío,
que vuelve de nuevo a ser el mismo espacio vacío, mi día a día sin ti,
y la rutina de despertar sola, de seguir adelante sin levantar la mirada,
de volver a ser gris, ente inanimado, una simple burla de mí...
Y es que te vuelves a ir y yo me quedo sola, como distraído recuerdo.
Volverán a anidar las lágrimas en mi pelo, cubriendo de humedad mi silencio,
y tus niñas tenderán su cansancio al sol, esperando como yo, a que vuelvas...