miércoles, 6 de febrero de 2013

Camino

Camino entre brotes de silencio
en la búsqueda incesante
de cada momento, de cada instante.

La indecisión

―¡Espera! ¿Estás completamente seguro? ―la advertencia del padre martilleó su cabeza.
―No quiero pensarlo de nuevo, dudaría. Déjame hacerlo ―el hombre dejaba caer las palabras de su boca arrítmicamente.
―No cometas mi mismo error.

martes, 5 de febrero de 2013

Secuencia III-IV (corrección)

III - IV
El día de la graduación de Elena, Elías la invitó a cenar en un restaurante que le había recomendado su amigo Jorge: «Metro Bistró, en la calle Evaristo San Miguel. Es el sitio perfecto: comida clásica con un toque moderno, un entorno cuidado y de trato cercano. Lo pasaréis genial».
Tomaron un Muga de crianza y brindaron por el futuro. Cuando dejaron la cuenta sobre la mesa, Elías tomó la bandejita.
–Te dije que invitaba yo –le recordó el muchacho.
La camarera volvió a la mesa con las vueltas y dos copas de champán.
–Espero que hayan disfrutado de la cena –guiñó cómplice el ojo a Elías y sonrió antes de marcharse.
Elena tomó la copa y se la acercó a la boca.
–Espera, tengo algo para ti –le pidió Elías.
Sacó de la chaqueta un paquetito bien envuelto. Ella descubrió la caja y abrió la tapa.
–Elena, cásate conmigo –le pidió ilusionado.
Ella se quedó sin palabras. Él sacó el anillo de la caja y se lo puso en el dedo índice.
–Te queda perfecto.
Apartaron las copas y se besaron con cariño.
–Bueno, ¿qué me dices? ¿Aceptas?
–¿Acaso puedo negarme? –Ambos rieron ilusionados y volvieron a besarse bajo la atenta mirada de la camarera que les dio la enhorabuena cuando se marchaban.
Volvieron a casa dando un paseo, entre arrumacos y constantes muestras de cariño.

Cuando llegaron, se sirvieron una par de copas para celebrar el compromiso. Bebieron y rieron recordando viejos tiempos, esperanzados por los que estaban por venir. El alcohol hizo su efecto y antes de darse cuenta, la charla dio lugar a los besos y a las caricias en el sofá. Elena, por primera vez en mucho tiempo, se dejó llevar. Elías la tomó en brazos y atravesó la jamba del dormitorio como si fueran una pareja de recién casados. La tumbó sobre la cama con cuidado y empezó a bajar la cremallera de su vestido. Ella le detuvo. El cuerpo le pedía a gritos entregarse a la pasión, pero su mente le jugó una mala pasa. Los recuerdos volvieron como una ráfaga.
–Ahora no –dijo Elena.
Elías hizo un movimiento negativo con la cabeza y soltó un suspiro.
–Espera, necesito, dame un segundo.
Ella se levantó y fue al baño. Se refrescó la cara y se miró al espejo.
–Olvídalo de una vez. Elías no es él, ni tú aquella niña tonta –reflexionó el voz alta.
–¿Estás bien? –preguntó el novio desde la habitación.
Elena sacó el neceser el bolso y se retocó el maquillaje. Se entretuvo unos minutos más.
Elías permanecía sentado sobre el colchón, esperándola, repasando lo que había pasado, intentando encontrar el momento en el que había fallado. Para su sorpresa, ella apareció por la puerta. Había cambiado su vestido de gala por un salto de cama que dejaba adivinar sus curvas. Se acercó despacio hacia su ahora prometido.
–No te rías, ¿vale? Solo quería que la primera vez fuera especial.
Elías la tomó de la cintura y se besaron apasionadamente.

Secuencia II (corrección)

II
A media mañana recibió un whatsapp de su novio, Elías: «Tenemos que hablar, pásate por el piso antes de comer. Tengo academia a primera hora». No añadió más, no hacía falta. Elena sabía perfectamente qué le preocupaba. Ya habían hablado del tema en más de una ocasión. Él echaba de menos la falta de detalles, necesitaba entenderla mejor, quería ayudarla pero no sabía cómo. Ella, lo contaba como una anécdota casi olvidada, pero sus ojos la delataban siempre.
Se presentó en su casa después de la última clase, a la que casi nunca asistía. Eran casi las tres. Apuró todo lo que pudo forzando así una charla más corta de lo que él desearía. Al entrar al piso, dejó los libros sobre la silla que hacía de mesilla improvisada y colgó el abrigo en el único brazo útil del perchero. Al llegar a la cocina, el olor a salsa cuatro quesos despertó su apetito. En el fregadero, junto a los cacharros utilizados para hacer la pasta, esperaban aún los del desayuno y la cena de la noche anterior. La sartén todavía humeaba.
–Coge lo que quieras, he hecho comida de sobra –comentó Elías sin levantarse de la mesa.
Elena tomó un plato del escurridor y se sirvió una ración escueta, con la salsa fue más generosa.
–Perdona que no te haya esperado. Llegas un poco tarde.
–Tenía una clase importante, la semana que viene tenemos un examen final.
–¿Cuándo empiezas las prácticas?
–No tengo ni idea, supongo que nos avisarán. ¿Era de esto de lo que querías hablar? –preguntó mientras se sentaba a su lado.
–Sabes perfectamente que no.
De nuevo la misma historia: el encuentro con Pablo. Todas sus parejas se quejaban de lo mismo: no se dejaba tocar. Llevaba casi cuatro meses saliendo con Elías y en ese tiempo no habían pasado de inocentes besos y algún que otro intento de rollo –con la ropa puesta– que siempre acababa en discusión. Era experta en inventar todo tipo de excusas para evitar acabar en la cama. Él hacía alarde de una inmensa paciencia.
–¿Tienes que contarme algo? Me refiero a algo más, algún detalle que se te haya escapado –preguntó el novio.
–Ya te lo conté en su día –dijo ella sin apartar la mirada del plato.
Sintió un escalofrío al recordar aquel encuentro. Le pasaba siempre. Se quedaba paralizada. el mero hecho de desear a alguien, de despertar su sexo, la hacia odiarse a sí misma. Sentía miedo, no quería pasar por la misma experiencia o siquiera parecida. Elías notó su reacción. Se levantó para dejar el plato en la encimera y volvió a la mesa. Se acercó a ella.
–Vamos cariño, no pasa nada –le dijo con cariño.
Elena se abrazó a él y comenzó a llorar.
–Te quiero, lo sabes –afirmó ella.
–Lo sé. Tómate tu tiempo, esperaré lo que haga falta. Pero hazme un favor, confía en mí.
Elena le miró a los ojos.
–Primero tengo que aprender a confiar en mí misma.

Secuencia I (corrección)

I
–Ya sabes dónde está la puerta –le dijo Pablo molesto con la reacción de Elena.
Le habló con el mismo tono con el que pediría un café en el bar, sin sentimiento alguno. Solo se movió para colocar un par de cojines a su espalda. Se recostó sobre ellos y sacó un cigarro del paquete. Su actitud chulesca contrastaba con la inquietud de la muchacha.
–¿Me dejas el encendedor? –habló de nuevo.
Ella siguió recogiendo su ropa con cierta prisa sin prestarle atención. Pablo rió despreciando su gesto de falsa indiferencia. Aún podía notar su nerviosismo, su cuerpo tembloroso. Buscó en la mesilla de noche. Bajo la caja de condones sin abrir, localizó el mechero.
El olor a tabaco, unido al del sexo que aún permanecía en el anticuado dormitorio de matrimonio, espesó el ambiente. Elena sintió náuseas. Lo único que deseaba era marcharse de allí. La escasa luz de la calle que entraba por la ventana del dormitorio le obligó a utilizar el móvil a modo de linterna. Se agachó para alcanzar un calcetín que estaba debajo de la cama. Pablo aprovechó el momento y le dio un azote en el culo aún desnudo.
–¿Qué haces? ¡No vuelvas a tocarme! –le reprendió.
–Vamos nena, no seas mojigata. Aún podemos hacerlo mejor.
Elena se levantó rápidamente y comenzó a vestirse de espaldas, intentando ocultar su deshonra. Él volvió a reír, esta vez con más fuerza. Le dio una larga calada al cigarro y dejó caer la ceniza en el suelo marcando la alfombrilla. Ella deseó que la pequeña quemadura en la tela prendiera, que el chico ardiera por su pecado.
–¿Nos vemos mañana? Lo hemos pasado bien, ¿no? –preguntó Pablo.
Elena no respondió. Hizo una bola con el jersey y lo metió en el bolso. Salió sin mirar atrás. Podía oír las carcajadas del muchacho resonando por el pasillo. En cuanto cerró la puerta del piso, rompió a llorar. Allí, en el descansillo, pensó que había sido un error, el peor que había cometido hasta ahora. Solo tenía diecisiete años, él diecinueve. De camino a casa, repasó los motivos que la habían llevado a aquel dormitorio. Quería conocer mejor a Pablo, le gustaba. Él supo engatusarla con piropos y buenas formas. Ella se dejó llevar por la inexperiencia. Del enamoramiento pasó a la vergüenza. ¿Cómo le diría a su familia que la habían violado?