Un rincón para la palabra, el silencio, para todo aquello que nunca nos dijimos...
viernes, 21 de septiembre de 2012
La máquina del tiempo
Publicado por
Arioleta
Lo supe desde el mismo instante en que
me senté: el tiempo se detuvo y me vi envuelto en una extraña
combinación espacio-temporal, en una perversa alineación de planetas
que hicieron que sonara el teléfono, llamaran al timbre y saltara la
alarma del microondas, todo al mismo tiempo mientras me veía
atrapado en la maquinaria diaria. Debería ser más previsor y dejar siempre un rollo de papel higiénico disponible.
jueves, 20 de septiembre de 2012
El placer
Publicado por
Arioleta
Amarré su cuerpo en un perfecto equilibrio de fuerza y cariño, y lo recorrí disfrutando de cada una de sus curvas, de su olor, de su voluptuosidad hasta llegar a la entrepierna que me entregaba sin ningún tipo de pudor. Empuñé mi arma y en armónicos movimientos, sin aspavientos en los vaivenes, fui atravesándolo una y otra vez. No hubo dolor, solo un inmenso placer que en cuestión de cinco minutos, –mi mujer puede dar fe de mi precocidad–, llegó a su culmen...
–¡Ya podéis comer todos! –dije una vez terminado de trinchar el pavo.
jueves, 13 de septiembre de 2012
Hasta que la muerte nos encuentre
Publicado por
Arioleta
Llevas razón, como tantas
veces...
Porque nunca te digo ni te
diré que te quiero, simplemente lo doy por hecho, que te quiero y
que me quieres, pero quién sabe si me equivoco; a veces, ni yo mismo
lo sé. Las dudas, eternas, esas que me han rendido a la evidencia
del silencio, son las que impiden declararte lo que siento. No, nunca
te lo he dicho ni creo que lo haga por una simple razón: las
palabras pierden su esencia cuando se repiten constantemente; la
rutina es el peor de los pecados. No, el «te quiero» que tú
esperas habré de guardarlo siempre para mí, como un profundo
secreto.
Porque no te doy ni te
daré ni una señal de cariño, y a pesar de eso sigues a mi lado,
cosa que jamás he entendido ni entenderé. Desde el primer momento
de nuestro estúpido enamoramiento fuimos raros, tú empeñada en tus
excesos amatorios y yo perdiéndome en tu deseo cual víctima del
síndrome de Estocolmo participando de cada uno de tus juegos,
cayendo inevitablemente en tu trampa. No, ni un beso ni una caricia
motu proprio, y no es que no ambicione poseer tu cuerpo, todo lo
contrario, es simplemente la certeza de que estarás a cada momento.
Deberás seguir esperando, resignada a tus anhelos para obtener la
parte proporcional de los míos hasta que nuestros organismos se
rindan al paso de los años.
Porque tampoco estoy ni
estaré a tu lado en los malos momentos. Soy un insulso, carezco de
la gracia necesaria para generar sonrisas cuando te faltan; soy un
cobarde, no tengo la capacidad de añadir valor a las situaciones
fatales. De veras, no entiendo porqué me quieres... Quizá es porque
al llegar a casa, mi hombro permanece donde siempre y tú lo aceptas
de buen grado para derramar las pocas lágrimas que te restan. No es
voluntario mi apoyo, solo es la parte de mi anatomía que espera tu
lamento. En este caso seré yo el que te permita salar mi clavícula
hasta que oxides la llave que dé paso a mi inmortalidad.
Menos aún escucho nada de
lo que dices o dirás. Tus palabras caen en saco roto hasta que otros
las encuentran y me las hacen llegar. ¿Acaso creíste lo de mi
sordera? Crónica, sí, pero a tus sentimientos. Soy capaz de anotar
la lista de la compra y las facturas pendientes de pago, pero no he
procesado ni una sola petición tuya desde que te conozco, ni creo
que lo haga; me agota solo pensarlo. Ahora, arrancando el último
pliego del calendario, me doy cuenta de que hace tiempo que dejaste
de anotarme aquellos «Te ansío», «Me apeteces» y «Te echo de
menos, pero nunca de más». ¿Te has cansado de esperar respuesta?
Haces bien, así mi conciencia descansa tranquila y compartiremos
mejor el féretro cuando llegue el momento.
De veras que no lo
entiendo por más que me esfuerzo... Llevas razón, como tantas
veces: no sé confeccionar «te quieros», mimos, miradas cómplices
ni la atención que mereces; y apesar de mis defectos sigues ahí,
después de tantas primaveras olvidando los enamorados. Sabiendo
cercana la visita de la parca, sigo empeñado en mi obstinación, así
pues deberás seguir esperando, fabricando paciencia hasta el fin de
los tiempos porque sé que justo en tu postrero aliento, o quizá en
el mío, saldrán de mi boca las últimas palabras que pronunciaré:
«te quiero», y no porque quiera hacerlo sino porque entonces, y
solo entonces, habremos de merecerlo.
martes, 11 de septiembre de 2012
Como tú
Publicado por
Arioleta
¿No crees que deberíamos ponernos de
acuerdo? No es una decisión cualquiera, puede declinar la balanza a
su favor o en su contra en cualquier momento de su vida, podrían
concederle o denegarle un trabajo solo por eso. ¡Qué complicado! ¿Y
si lo echamos a suertes? Así no podrá responsabilizarnos. Podríamos
consultar una vidente o simplemente mirar un libro de Historia.
Repasar el censo, la lista de vecinos del portal o quizá la guía
telefónica... ¿Por qué nadie nos avisó de que lo más complicado
del embarazo era elegir el nombre de nuestro futuro hijo? Decidido:
se llamará como tú.
Buscado, encontrado
Publicado por
Arioleta
Espera un momento, juraría que se me ha caído. Creo haberlo oído romperse en mil pedazos... Dame un segundo que miro, no me alejaré demasiado. No te acerques, podrías cortarte. Si lo encuentro necesitaré tiempo para recomponerlo, ¿me esperarás? No hay suficiente luz, complica la búsqueda, tendré que
tentar mi suerte. No, no insistas; si realmente lo he perdido, debería encontrarlo, ¿cómo vivir sin él? ¿Cómo vivir sin ti, sin ambos? Confía en mí, no tardaré mucho, solo necesito... Solo necesito esperanza y algo de pegamento. ¿Has oído eso? Creo que he pisado algo, quizá sea, quizá no, voy a despegarlo de mi zapato. ¡Por
fin, mi mal humor!
jueves, 6 de septiembre de 2012
Sin palabras
Publicado por
Arioleta
Cuando acabó de repasar el borrador de su última novela, el escritor decidió destruir el manuscrito. Su editor, preocupado por los plazos, le preguntó la razón. El novelista frustrado le respondió sin dudarlo: «Después de tanto escribir, al final me di cuenta de que no tenía nada que decir».
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