domingo, 30 de marzo de 2008

La carta

Querida mamita,
No sé qué pasa, no soy capaz de hilar más de tres frases seguidas. Y es que ni aún estando a tu lado me atrevo a contarte cómo me siento. No es miedo, es sólo lástima; lástima por mí misma.
No sé decirte cuándo empezó y mucho menos si acabará alguna vez. Recuerdo que ya te conté alguna vez que desde que murió la abuela no soy capaz de sacar de mi cabeza el rencor que siento hacia mí misma por no haber sido capaz de pasar más tiempo a su lado, sentía tanto miedo al verla consumirse que preferí huir, y eso jamás podré perdonármelo. Creo que fue a partir de entonces cuando comencé a sentir un temor cada vez más negro a perderte. Un temor que últimamente creo que ha empezado a tomar forma, casi puedo sentirlo correr por mis venas a sus anchas, se encuentra como en su casa, se adaptado a mis medidas y ahora no quiere irse.
Ese miedo, ese temor que crece poco a poco ha destintado mi iris y ahora todo se ha tornado en grises, incluso he dejado de percibir olores y todo lo que me rodea tiene un aroma rancio que me cala hasta los huesos.
Tengo miedo, tanto miedo, a no saber qué es esto, miedo a no saber combatirlo.
De un tiempo a esta parte pensé que la mejor forma de recuperar los colores era reconquistando el mundo, así que decidí hacer de todo, ayudar a quien pudiera, colaborar en mil sitios, y seguir trabajando; pero no ha resultado la medicina correcta y lo peor es que ahora siento que tengo doble ración de todo: grises, olor a rancio y esta soledad que se ha empeñado en echar a mi sombra y ocupar su lugar.
No quiero preocuparte. Ni siquiera quiero que leas esto, pero necesitaba escribirte...
Con todo el cariño del mundo, tu hija que te quiere.
Ariola

Diario de mi suicidio 4. Extraños.

Son solo palabras. Palabras que disfrazan intenciones. Miedos que no saben dar la cara, pero se empeñan en quedarse muy dentro. Instintos dormidos. Concesiones desconocidas.
Me encuentro perdida, y por más que me empeño en fijar un rumbo no sé por dónde empezar.
Os parecerá mentira, pero lo que más me ha sorprendido de estos días de atrás en los que inicié este absurdo diario de mi suicidio es que nadie de mi entorno se ha dado cuenta de nada. He invitado a algunos a visitar mi blog, pero nadie tiene tiempo para escucharme y menos para leerme.
Mi madre sí ha notado algo. A través del teléfono, en la última conversación que mantuvimos, algo debió de olerse porque le confesó a mi hermana que estaba preocupada, me notó triste. Es cierto. Suelo ser risueña, buscarle lo mejor a todo, sacar la parte cómica de cada situación, pero últimamente no soy capaz, es que todo se ha tornado gris y ha perdido el olor y no sé cómo arreglar esa situación...
Esta pena tan honda que tengo aún no ha dado la cara, aún no se ha manifestado físicamente, al menos, de cara a los demás, porque esos ratos en los que lo único que hago es llorar y llorar los dejo para la intimidad.
Soy una mierda, una cobarde que no merece vuestros ánimos. No soy capaz de decir a los que más quiero lo mal que me encuentro, que algo va mal y que creo que esto que aún no tiene nombre empieza a empeorar.
Los únicos que habéis dejado vuestro olor, vuestra esencia sois vosotros, los extraños, los desconocidos que habitáis es mi misma esfera, que entendéis el dolor que se derrama entre líneas (Mil gracias).
¿Qué es lo que hago mal? Necesito que alguien me diga en qué fallo, en qué me equivoco. Necesito... ¿ayuda? Y sobre todo, valor para pedirla.

Diario de mi suicidio 3. El momento.

Hoy, hoy podía haber sido el día en que acabara con mi vida. Todo habría sucedido tan rápido, sin pensamientos de por medio y, lo mejor de todo, es que yo no habría tenido nada que ver.
Es extraño.... Ahora, frente a mi ordenador, mientras el aire frío entra por la ventana con la suficiente fuerza para desordenarme el flequillo, me aparto el pelo y vuelvo al teclado para plasmar en palabras el NO fin de mi vida.
Eran las nueve y cuarto de la mañana y salía de la estación corriendo, como alma que lleva el diablo. Las calles estaban vacías y he aprovechado para caminar por donde mis pasos decidían pisar, no había nadie que dijera nada, ni bueno ni malo. Por un momento, me he visto como en un sueño, en mi propio mundo inventado de soledad y silencio. Corría como una exhalación deseando descubrir que cada metro a recorrer hasta mi casa era sólo mío, que ningún alma más vaga en este mundo gris.
Y en esa abstracción absurda de mis pensamientos no he sido capaz de verlo venir, ¿o quizá sí? Pasaba por el primer paso de cebra que hay nada más cruzar la ronda, he mirado a ambos lados de la calle, juraría que lo he hecho... Y en mitad de ese espacio, un coche ha aparecido de la nada frenando justo delante de mí. Me he quedado quieta, inmóvil, no he reaccionado, tampoco sé si quería hacerlo. El conductor ha sacado la cabeza por la ventanilla y se ha puesto a decirme de todo.
¡No estoy sola! No, no lo estoy. Pero odio esta compañía, prefería mi sueño a esta realidad que castiga a los ciegos de corazón, que me castiga aún en el caso de que el coche hubiera acabado con mi vida.
He seguido caminando, y no he parado de llorar hasta que he llegado a casa. Y es que no tengo tan claro que deseara morir en ese instante, ni si quiera en este, no sé cuándo pero ha de llegar el momento.

miércoles, 26 de marzo de 2008

Diario de mi suicidio 2. Algo no va bien.

No merezco nada. No quiero cumplidos. No quiero oír voces que me adulen si no me conocen....
Tampoco quiero que mis amigos se alerten, esto es inevitable. Estaría bien pensar que lo mío es como una enfermedad terminal, que estoy condenada sin remedio y que tampoco quiero que nadie lo busque porque, hoy por hoy, no lo quiero.
Algo no va bien desde hace tiempo e hice mal en callarme; ahora es difícil corregir ciertos errores porque hay heridas que no cierran y las lágrimas vertidas, queden donde queden, ya no hay forma de borrarlas.
Aún no tengo claro si estos post son una llamada de auxilio porque no sé si lo quiero. Tienen, como siempre, algo de verdad y algo de poético, pero es que me cuesta un mundo escribir todo esto sin que se me llene la cara de un río de agua salada.
No creo en el suicidio prematuro, debe ser algo muy bien pensado y por ahora no tengo tiempo, tendré que dejarlo para después de los exámenes. Igual para entonces ya he recuperado mi identidad.
Por favor, si me lees y después me reconoces por la calle, solo mírame a los ojos, no digas nada, no quiero que sientas lástima por mí, no quiero que te preocupes, no me preguntes, ¿por qué habrías de hacerlo? ¿quién soy yo para ocupar parte de tus pensamientos?
Estoy sola y algo va mal.
Por ahora no veo la salida. Es extraño caminar sin rumbo. Mis oídos han dejado de funcionar, así que de nada servirá que gritéis mi nombre porque apenas lo recuerdo y mucho menos cómo suena. Pierdo mi identidad y con eso, lo pierdo todo.
Algo no va bien, pero no me digas nada. Cuando necesite ayuda, la pediré. Por ahora pérmiteme el lujo de consolarme con el silencio de la noche, con las sombras de la nada, con la aspereza de esta soledad que me convierte en una estatua...

Diario de mi suicidio 1. Estoy sola.

Cada vez lo tengo más claro: no estoy bien, algo me pasa.
Antes pensaba que era esta vena de artista que tengo, la sangre poeta que corre por mis venas la que dictaba todo lo que escribo, todo lo que siento.
Pero sé que no. De un tiempo a esta parte, vengo viendo claros signos de que algo falla en mi persona, de que no soy normal, de que mi mundo no es como el del resto de los mortales, de que percibo cosas que otros no...
No son voces, en mi mundo sólo estoy yo, si no de qué le iba a dar tanta importancia a la soledad en todo lo que escribo...
Sé que estoy enferma porque mi mente inquieta no descansa, no para, no piensa, sólo actúa.
Llevo una temporada en la que todo se magnifica de forma exponencial, no controlo ni mis manos ni mi boca; ante una situación de estrés creo que voy a estallar, que mi cuerpo entero se acelera y necesito gritar porque la rabia prisionera se empeña en salir como sea y parece no importarle que en el camino yo resulte herida.
¿No lo ves? ¿No te has dado cuenta? Hablo de mí, de mis sentimientos, en tercera persona. ¡Dios, tengo tanto miedo!
A veces pienso que sólo estoy dictando, que debería escribir todo esto que me recorre por dentro, que una voz en off dicta lo que pienso, y aún así insiste en que estoy sola; pero es estraño porque esa voz es la mía, sigo siendo yo, sigo estando sola. Lo peor es que me lo estoy creyendo...
Tengo miedo. Es un miedo irrefrenable que crece día a día, que cambia, que muta, que toma formas distintas a cada momento. Es un miedo infundado por cosas muy nimias. Un miedo que se está apoderando de cada uno de mis movimientos y que me paraliza poco a poco.
Tengo miedo a que ahora sólo actúo y no pienso, porque me creo -aunque me parece increíble- capaz de todo, hasta de acabar con mi sufrimiento.