lunes, 14 de julio de 2008

Dedicatoria

El viento huele a tristeza y la lluvia cae cada vez más fría. No sé hacia donde dirigirme, me siento perdida, sin rumbo, camino entre la gente intentando evitar si quiera rozarlos, quiero pasar desapercibida entre el tumulto. Cualquier rincón es bueno, mejor aún si hay sombra durante el día y cobijo durante la noche.
Llevo ya varios días comiendo de lo poco que algunos me dejan, bebiendo del agua que dejó la tormenta. Me siento débil, estoy cada vez más flaca y este cansancio no me permite siquiera huir cuando algunos niños que se divierten tirándome piedras...
La vida es una mierda.
Apenas recuerdo mi infancia, pero sé que crecí feliz; y ahora, en apenas unos años he pasado a no ser nada, se olvidaron de mí, se fueron de casa y echaron la llave y mi corazón quedó rendido al olvido de los que un día fueron mi vida.
Mis pasos son casi tan lentos como el latido de mi corazón. Lloro, lloro cada noche anhelando el calor de sus caricias y juegos, a veces me pregunto si me recordarán.
Hoy he dejado que mi cuerpo sea el que mande porque ya no obedece mis órdenes. Muero, muero lentamente, y la agonía es lenta y dolorosa...
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Alguien se ha acercado a mí, lo sé porque aún tengo vivo el olfato, no reconozco su olor, pero es dulce, no me importaría morir con este sabor en mi boca...
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Despierto. Estoy en un sitio caliente, cómodo. Otros perros se acercan a olisquearme, no los conozco, siento miedo.
Después de varios días aquí, me siento casi como en casa. Estoy siempre acompañado y todos los días vienen voluntarios a echarnos una mano: nos alimentan, nos asean, nos curan y, sobre todo, nos quieren.

Creo que este puede ser el principio de una nueva vida, otra oportunidad.

Dedicado a los voluntarios de la Protectora "La Bienvenida" de Ciudad Real.

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