miércoles, 24 de junio de 2009

La pena de su mirada

Se levantó de su silla, lentamente, casi como si el tiempo se hubiera detenido; no fue más que un instante pero se me hizo eterno. La belleza de sus manos iguales que las de su madre, apoyadas sobre la mesa, contrastaba con el color de su vestido de luto riguroso. La tristeza se leía en su rostro. El cansancio de los años había hecho mella en su cuerpo y su ánimo, pero seguía teniendo un algo que la hacía especial aún estando en la tesitura de haber enterrado a su marido aquella misma mañana.
Se levantó de su silla y se apartó de la mesa. Todos callamos esperando oír algo de su boca, pero no dijo nada. Permaneció allí de pie, sin mediar palabra, mirándonos uno a uno... finalmente rompió a llorar. No había derramado ni sola lágrima en el tiempo que mi padre estuvo ingresado, le asistió día a día no solo durante esos días, sino durante toda su vida, nunca le faltó al respeto y aguantó viento y mareas... y tormentas y tempestades; aguantó todo lo que se puede aguantar y supongo que más cosas que jamás nos contará.
Lloró durante un instante, lo justo para enjuagar la pena de su mirada.

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