jueves, 23 de diciembre de 2010

El problema de la construcción

El dolor tiene forma, es tangible, pesado y tiene forma de ladrillo; al menos, el mío es así. Llevo varios días con un terrible dolor de espalda que vino con el frío y debió encontrar la puerta abierta en algún momento entre el dormitorio y el baño, o quizá cuando abrí el armario para escoger la ropa. El caso es que este ladrillo que tengo alojado a la altura de..., bueno, como suele decir mi madre: «donde la espalda pierde su casto nombre»; este dolor, ya sea ciática o lumbago, me ha dejado atrapada varios días entre el sofá y la manta eléctrica.
Esta tesela, que se me antoja de la clásica arcilla roja, me hace saber de sus picos cada vez que me muevo y como si de un corredor de fondo se tratara, recorre mi cuerpo en todas direcciones un dolor incansable que me deja baldada.
Pero por fin superé el fin de semana y visité a don médico que amablemente me recetó calmantes. Ojalá me dieran una solución que no tuviera forma de pastilla, una forma de acabar con este fenómeno del ladrillazo.
Y siguiendo con este símil... Estoy yo pensando que quizá el día que deje de pagar hipoteca, deje de dolerme la espalda. Lástima que me haya casado con Caja Madrid durante un tercio de mi vida, tendré que seguir recurriendo a las drogas para limar los picos del ladrillo.

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