martes, 22 de marzo de 2011

Déjame un beso

Hoy he pasado la peor noche de mi vida, entre sueños oía tu voz una y otra vez llamándome, interrumpiendo mis fantasías, pero no sabía hacia dónde dirigir la mirada. Resonaba como un eco en mi cabeza; hasta los personajes de mi irrealidad se volvían con tu llamada, pero no podía localizarte.
He amanecido inquieta, sola en la cama. No sé qué hora era, ya llevo varios días descuidando los horarios por causa de la escayola.
―¡Dichoso yeso! ¿Cuándo volveré a ser persona?― me digo cada mañana frente al espejo.
He agarrado las muletas y me he dirigido a la cocina. Queda la huella de tu desayuno: la taza vacía y las migas de la tostada. He recogido lo poco que había, arreglado a las gatas y vuelto un día más al sofá. Me he acoplado con cuidado porque ya empieza a dolerme la espalda de estar tanto tiempo sentada.
―¡Qué aburrimiento, por favor!―, desespero.
Las gatas me mira con cierto descaro, como sabiendo que no puedo correr tras ellas. Lo veo en la mirada de Java, que se acerca a las cortinas mientras me mira de reojo. Le he enseñado las zapatillas un par de veces y, de momento, parece que funciona la amenaza.
Las horas pasan despacio, tan lentas que casi puedo deletrear los segundos. Gris y Java se han acoplado una a cada lado de mi pierna inmovilizada y dormitan tranquilas, creo que me uniré a ellas.
De nuevo el mismo sueño: conocidos y desconocidos que se cruzan en conversaciones sin sentido, y de pronto tu voz. Esta vez suena más lejana, más pausada. Te oigo llorar, te oímos todos. Despierto. Los animales siguen durmiendo.
Hace ya un buen rato que no miro el reloj, no tengo ni idea de qué hora es y tampoco me importa, la verdad, no tengo prisa por ir a ninguna parte. Pero me gustaría que volvieras pronto a casa, este sueño me inquieta.
Gris levanta la cabeza y me mira.
―¿Crees que vendrá pronto a comer? ¿Pero qué hago hablando con la gata?
Ella me mira fijamente y emite un ruidito mientras bosteza.
―Ya, tienes razón.―Le digo convencida pues en su expresión he leído «Puedes esperar sentada».
¡Qué largo se hace el día entre la espera y la apatía! He intentado llamarte un par de veces, pero tu teléfono está apagado o fuera de cobertura, lo mismo que el de mi madre, el de mi hermana y hasta el de la cita del médico. Esto empieza a mosquearme. He mirado el correo y no hay nada nuevo desde hace un par de días, ni siquiera en Facebook. Nada, parece que el tiempo se hubiera detenido.
¿Estaré soñando? Esto cada vez se parece más a una pesadilla, y con los nervios he optado por tomarme alguna de las muchas pastillas que estoy acumulando desde hace algún tiempo. Sé que no debería, pero cada vez estoy más intranquila. A las gatas no parece afectarles mi estado, ¡qué envidia! Quisiera vivir como ellas, sin prisas ni obligaciones.
El relajante va haciendo efecto. Ha anochecido y no tengo ni hambre, ni siquiera recuerdo la hora de la comida; debe haberse pasado por efecto de las pastillas. Creo que hoy haré dieta obligada. Necesito dormir y olvidarme de ese horrible sueño con el que desperté esta mañana. Si llegas pronto, despiértame, quiero estar un rato contigo, necesito un abrazo de esos tuyos que tanto me gustan. Si no, ya te veo mañana. Pero déjame, al menos, un beso.
...

Hoy he pasado la peor noche de mi vida, entre sueños oía tu voz... De nuevo el mismo sueño...

No hay comentarios: