miércoles, 12 de octubre de 2011

Con luz propia


Aquella mañana algo distinto adornaba la avenida principal, la gente con la que me cruzaba rebosaba felicidad. ¿De dónde provenía aquel sentimiento? Todos parecían estar contagiados por la misma enfermedad, manifestaban los mismo síntomas: el brillo en la mirada, sonrisas inmensas y manos entrelazadas. Parejas, padres e hijos, pequeños o mayores, todos parecían estar infectados por el extraño virus.
Según bajaba hacia la plaza, un olor dulzón fue haciéndose cada vez más intenso, hasta que al final di con la fuente. Allí estaba ella, joven, hermosa, desprendiendo una luz propia, el origen de todo aquello. El que se acercaba a mirarla quedaba prendado de su belleza y, al instante, solos o en compañía quedaban marcados por el don.
Sentía curiosidad, necesitaba verla, preguntarle el porqué de esa alegría. Ella, adivinando mis intenciones se volvió hacia mí y me dijo con voz cálida: «Simplemente estoy enamorada».

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