lunes, 10 de octubre de 2011

Falsa intensidad


Las días se enlazaban con las noches por costumbre, continuando con la antigua tradición de no parar el tiempo. Pero las veinticuatro horas se me hacían eternas. A pesar del trabajo, de los intentos por mantener las rutinas, mi vida había dado un giro de 180º, algo inevitable cuando se pone fin a una relación intensa, repleta de sueños incumplidos, de intenciones silenciadas en el último rincón del armario. Durante años había aprendido a vivir a otro ritmo que no era el mío y, de pronto, algo vino a poner orden en el desorden desembocando en la inevitable separación. Me fui de casa dejando atrás todos mis recuerdos, las fotografías... Dejaba tantos años de compartir inútilmente. No hubiera querido que fuera así, rompiendo una familia, una historia aparentemente hermosa, pero a veces las cosas no salen como uno espera...

En los primeros días sentía la necesidad de hablar con alguien, de llenar ese vacío tan grande que me había quedado y entonces llegó él. Con una vida paralela a la mía, separado y con dos hijos. Me hablaba de ellos con pasión de padre, de su historia ya casi olvidada y de sus ganas de iniciar una nueva. Y surgió algo, un sentimiento hermoso y, a la vez, aterrador. Una extraña intensidad empezó a guiar mis pasos, mis decisiones, teniéndolo a él en cuenta para todo y me vi inmersa de nuevo en la misma marea, pero en distinto mar. Me llamaba a diario convirtiendo en sonrisas mi boca fría, planeando por los dos un devenir que, la principio, se me antojó perfecto. Me enviaba mensajes al móvil a cualquier hora del día, email cargados de propósitos ya conocidos y empecé a sentirme absorvida por un presentimiento, algo me decía que no era ni él ni el momento. Me asaltaron las dudas y puse nombre a lo que me conmovía: «falsa intensidad».

Le pedí que me concediera unos días para pensar y los fijamos de mutuo acuerdo: «Hablamos en un par de semanas». Necesitaba volver a mi espacio, a mi silencio, saber si le echaría en falta. Siempre recuerdo una cita de Jorge Luis Borges, Uno está enamorado cuando se da cuenta de que otra persona es única, y en poco tiempo supe que no tenía esa sensación. Después de unos días, había recuperado algo parecido a la normalidad. Volví a recuperar el sueño, los horarios, la dieta. Todo volvía a tener su sitio, a pesar de faltarme parte del corazón. Me di cuenta de que él no era, en realidad, la persona que estaba esperando.

A pesar de mi solicitud él insistía en seguir quedando, sin importar la hora, a cenar en familia, ir al cine o dar un paseo, cualquier excusa valía. Me sentía incluso molesta por tener que rogarle que cumpliera el acuerdo, de tener que silenciar el móvil para evitarle, pero la falsa intensidad me había mostrado la verdad: a veces se siente por la simple necesidad de cubrir una carencia sin ser objetivos.

Una amiga me dijo que en el amor no hay objetividad, que es algo absurdo mantener la cabeza fría cuando el corazón está caliente, pero ni eso sentía. Mi corazón latía tranquilo y nada lo alteraba.

Faltaban solo dos días para cumplir el plazo acordado. Casi le había olvidado cuando anoche, en medio de una conversación, sonó el teléfono con un número privado. Descolgué, era él:

―Hola cariño, estaba pensando... No sé, ¿te apetece ir mañana a cenar a ese restaurante chino que hay a la salida de mi trabajo? Pienso mucho en ti, en nosotros. Mi hijo el mayor ha preguntado por ti, le he dicho que cualquier día de estos te presentas con un Chupa Chups, de fresa, claro, que son sus favoritos...

Hablaba sin parar como si nada pasara, como si nos hubiéramos visto aquella misma tarde. Apenas me dejaba interrumpirle. Cuando hubo un silencio esperando respuestas a todas y cada una de las preguntas que me había hecho, solo pude decirle: «El miércoles hablamos».

Sé lo que es la falsa intensidad, la he vivido y no quiero caer en el mismo error dos veces.

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