domingo, 23 de octubre de 2011

Reflexiones sobre mi melancolía

Ayer tuve una conversación muy interesante con mi madre. Después del teatro, la acompañé hasta su casa en un paseo de unos veinte minutos. Me da la sensación ―dime si me equivoco― de que le gustaría hablar largo y tendido conmigo, pero no encuentra el momento oportuno. No lo hay, para mí no. Desde siempre me ha costado horrores abrir mi corazón. Agradezco enormemente a todos los que me rodean, especialmente a mi familia, que no me hayan preguntado abiertamente «¿Cómo estás?». A día de hoy, después de casi dos meses de mi decisión de abandonar mi vida anterior y de unos cuantos años sumida en una tristeza indeterminada... A día de hoy, me echaría a llorar como una cobarde.

Hablamos de melancolía, supongo que es porque me ve sumida en ese estado. Ella había oído en la radio hablar a algún entendido en el tema clasificándola  en activa y pasiva. Me llamó la atención, me dio una idea para un relato, al menos para iniciarlo.

Después de una larga noche de esperas e insomnio en el que prácticamente había olvidado el tema, me fui a la cama llevada por el aburrimiento. He dormido apenas 4 horas; me levantado de nuevo impulsada por el mismo motivo y, a pesar de tener tarea en casa, me he sentado a mirar el correo. Nada. Otra vez la larga espera. Y en la indecisión de ponerme a recoger (que no me apetece nada) o ponerme a escribir, ha vuelto de nuevo la conversación a mi cabeza.

En un principio, había pensado redactar algo relacionado con el silencio, pero me canso de leerme en ese aspecto. Así que me puesto a leer acerca de la melancolía esperando encontrar la clasificación de la que me hablaba mi madre. No la he encontrado, pero la información en la red me ha dado suficientes argumentos para definir, en cierto modo, lo que siento.

Es curioso el origen de la palabra... «del griego clásico μέλας "negro" y χολή "bilis"», bilis negra. No me entretendré en dar demasiados detalles, para eso consulten la Wikipedia. Lo primero que me ha venido a la cabeza fue un sueño que tuve el otro día. Moría, de mi cuerpo se iba desprendiendo la piel a jirones y debajo de ella solo había negro. Pensé que se trataba de esa obscuridad, del silencio, de mi propia sombra que al fin se había apoderado de mi cuerpo ―mis genes de escritora―. Ahora, empiezo a pensar que estoy enferma de melancolía.

No soy amiga de los fármacos, si acaso de la aspirina, así que no me daré a las pastillas pues en esencia no soy una persona triste, todo lo contrario. Conozco el origen: el estrés, la decepción sentimental, el miedo, la pena... Y reconozco los síntomas: inhibición, falta de esperanza, pérdida de interés, del apetito, de peso, cansancio y problemas de sueño.

Sé que es algo pasajero. En algún momento surgirá la chispa, el motivo por el que volveré a ser de nuevo yo misma, siempre con la sonrisa puesta, con un chiste en la boca, dispuesta a hacer reír, a trabajar, a moverme las 24 horas del día. Recobraré las fuerzas y las ganas de continuar. No, necesito prozac, conozco la cura: amar y ser amada, es lo único que quiero en esta vida pues es lo único que siempre me ha impulsado a hacer todo lo que hago.

Re-defino mi estado: Melancolía transitoria.


P.D. Y dicho esto, me voy a recoger el piso. Primer paso para la recuperación: mantenerme ocupada.

No hay comentarios: