Porque nunca te digo ni te
diré que te quiero, simplemente lo doy por hecho, que te quiero y
que me quieres, pero quién sabe si me equivoco; a veces, ni yo mismo
lo sé. Las dudas, eternas, esas que me han rendido a la evidencia
del silencio, son las que impiden declararte lo que siento. No, nunca
te lo he dicho ni creo que lo haga por una simple razón: las
palabras pierden su esencia cuando se repiten constantemente; la
rutina es el peor de los pecados. No, el «te quiero» que tú
esperas habré de guardarlo siempre para mí, como un profundo
secreto.
Porque no te doy ni te
daré ni una señal de cariño, y a pesar de eso sigues a mi lado,
cosa que jamás he entendido ni entenderé. Desde el primer momento
de nuestro estúpido enamoramiento fuimos raros, tú empeñada en tus
excesos amatorios y yo perdiéndome en tu deseo cual víctima del
síndrome de Estocolmo participando de cada uno de tus juegos,
cayendo inevitablemente en tu trampa. No, ni un beso ni una caricia
motu proprio, y no es que no ambicione poseer tu cuerpo, todo lo
contrario, es simplemente la certeza de que estarás a cada momento.
Deberás seguir esperando, resignada a tus anhelos para obtener la
parte proporcional de los míos hasta que nuestros organismos se
rindan al paso de los años.
Porque tampoco estoy ni
estaré a tu lado en los malos momentos. Soy un insulso, carezco de
la gracia necesaria para generar sonrisas cuando te faltan; soy un
cobarde, no tengo la capacidad de añadir valor a las situaciones
fatales. De veras, no entiendo porqué me quieres... Quizá es porque
al llegar a casa, mi hombro permanece donde siempre y tú lo aceptas
de buen grado para derramar las pocas lágrimas que te restan. No es
voluntario mi apoyo, solo es la parte de mi anatomía que espera tu
lamento. En este caso seré yo el que te permita salar mi clavícula
hasta que oxides la llave que dé paso a mi inmortalidad.
Menos aún escucho nada de
lo que dices o dirás. Tus palabras caen en saco roto hasta que otros
las encuentran y me las hacen llegar. ¿Acaso creíste lo de mi
sordera? Crónica, sí, pero a tus sentimientos. Soy capaz de anotar
la lista de la compra y las facturas pendientes de pago, pero no he
procesado ni una sola petición tuya desde que te conozco, ni creo
que lo haga; me agota solo pensarlo. Ahora, arrancando el último
pliego del calendario, me doy cuenta de que hace tiempo que dejaste
de anotarme aquellos «Te ansío», «Me apeteces» y «Te echo de
menos, pero nunca de más». ¿Te has cansado de esperar respuesta?
Haces bien, así mi conciencia descansa tranquila y compartiremos
mejor el féretro cuando llegue el momento.
De veras que no lo
entiendo por más que me esfuerzo... Llevas razón, como tantas
veces: no sé confeccionar «te quieros», mimos, miradas cómplices
ni la atención que mereces; y apesar de mis defectos sigues ahí,
después de tantas primaveras olvidando los enamorados. Sabiendo
cercana la visita de la parca, sigo empeñado en mi obstinación, así
pues deberás seguir esperando, fabricando paciencia hasta el fin de
los tiempos porque sé que justo en tu postrero aliento, o quizá en
el mío, saldrán de mi boca las últimas palabras que pronunciaré:
«te quiero», y no porque quiera hacerlo sino porque entonces, y
solo entonces, habremos de merecerlo.
1 comentario:
Mientras lo leia, podía sentir el desgarro que se siente en toda la carta, ese desgarro que deja el amor profundo. En el fondo se aman, lo que ocurre es que circulan por carreteras paralelas con un final conjunto.
Publicar un comentario