Juraría que había oído golpes. Paré el secador y bajé el volumen de la radio, pero no sentí nada. Sonaba «Déjame», de Los Secretos, cuando terminé. Fui al dormitorio, sobre la cama tenía estirado el vestido de flores. Miré el reloj: las nueve y cuarto. Aún tenía un rato para terminar de arreglarme. Me entretuve buscando una chaqueta en el armario. Cuando cerraba la puerta del mueble, sonó el timbre. ¿Quién será? Anudé el cinturón de la bata y fui hacia la entrada. Reconocí a Laura, mi vecina de arriba, a través de la mirilla. Abrí la puerta. Empujó y entró con prisa cerrando con cuidado de no hacer ruido. Apagó la luz del hall.
–Pero, ¿qué haces? –le pregunté sorprendida.
–No digas nada –me susurró.
Laura se echó a llorar. Despedía olor a sudor mezclado con sangre.
La escasa luz que llegaba del salón me permitió ver su cara: sobre
su ojo derecho, un brecha abierta y, en el otro, un cardenal antiguo.
Llevaba la camisa rasgada.
–¡Dios mío! ¿Qué te ha pasado?
Puso su mano temblorosa sobre mi boca pidiendo silencio.
–Vamos, hay que limpiar esa herida.
Al pasar al baño se detuvo frente al espejo. Limpió la sangre que
caía por su mejilla con la manga. Le acerqué el taburete y la
invité a sentarse.
–Déjame que te vea ¿Qué ha pasado? –le pregunté mientras
tomaba su barbilla.
–Casi me mata. He aprovechado un despiste para salir corriendo
–balbuceó.
–¿Dónde están tus hijos? Deberíamos llamar a la policía.
–Están en casa de mi madre. ¡Por favor, no llames! –exclamó.
–Deja, al menos, que te cure.
Asintió sin decir palabra. Miré el reloj: las nueve y media
pasadas.
–Has quedado, ¿verdad? Déjalo, me voy –dijo haciendo ademán
de levantarse.
–No te preocupes, no es importante. Te preparo un baño y te
relajas. Ve quitándote la ropa, voy a buscarte algo limpio.
Recogí el vestido, ya tendría otra ocasión para estrenarlo. Saqué
un chándal para Laura y volví con ella. No pude evitar mi cara de
asombro al verla desnuda de cintura para arriba, con la espalda
marcada de cicatrices y moraduras. Parecía más pequeña de lo que
era. Al darse cuenta de mi presencia, tomó una toalla y se cubrió.
El timbre volvió a sonar. Eran las diez en punto. Ambas nos miramos
conteniendo la respiración.
2.
«Un hombre condenado por maltrato mata a su hija y se suicida. Con este son tres los crímenes cometidos durante Semana Santa...». Cambié de dial, no me gusta oír ese tipo de noticias, menos cuando hay menores de por medio. Recogí la cocina oyendo Kiss FM. Alekos Rubio comentaba algo sobre un comprador anónimo que había pagado un dineral por un álbum firmado por los Beatles. ¡Menuda pasta! El tío debe ser un friki y estar podrido de dinero, con la mitad me conformaba.
2.
«Un hombre condenado por maltrato mata a su hija y se suicida. Con este son tres los crímenes cometidos durante Semana Santa...». Cambié de dial, no me gusta oír ese tipo de noticias, menos cuando hay menores de por medio. Recogí la cocina oyendo Kiss FM. Alekos Rubio comentaba algo sobre un comprador anónimo que había pagado un dineral por un álbum firmado por los Beatles. ¡Menuda pasta! El tío debe ser un friki y estar podrido de dinero, con la mitad me conformaba.
Terminaba de colocar los cacharros secos cuando oí llorar al bebé
a través del intercomunicador. Fui a su habitación. El pequeño se
rebullía en la cuna y chupaba con ahínco su puño derecho, era su
hora de comer.
–¿Ya te has despertado, Iván? Ven aquí, gordo –le dije
cariñosamente mientras lo tomaba en brazos.
Sonrió agradecido y se abrazó a mi cuello. Me gustó la sensación.
Volví a la cocina con el niño y lo senté en la trona mientras
calentaba la papilla. La comida transcurrió entre cucharadas por
papá, mamá y los abuelos, la última la reservaría para mí. Hacia
la mitad del plato sonó mi móvil.
–Hola Bea, ¿qué haces? –me preguntó Rubén.
–Estoy dándole de comer al gordito. En cuanto llegue su madre me
voy para casa.
–¿Te apetece que vayamos al cine esta noche?
–¿Siguen poniendo «El lado bueno de las cosas»? Me apetece
mucho verla.
–Lo miro y ya te digo. Te recojo a las diez en casa, ¿vale?
–Genial, ya tengo una excusa para estrenar el vestido que me
regaló mi hermana.
Rubén se despidió con un beso, como hacía siempre, pero nunca se
atrevía a dármelo en persona. Era lo más parecido a un novio que
había tenido, pero ninguno de los dos dábamos el paso.
La programación musical hizo una pausa para emitir un boletín
informativo: «En la madrugada del domingo, un hombre mató
presuntamente a su hija de seis años y después se suicidó en
Campillos, Málaga. El padre, de 32 años...». Ya estamos otra vez.
Volví a cambiar el dial.
–¡Y esta por Beatriz! –invité a Iván para terminar la comida.
En la radio sonaba «Déjame», de los hermanos Urquijo. Tarareé la
canción para distraer al pequeño.
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