martes, 15 de octubre de 2013

La curiosidad mató al gato

Entonces... se escuchó un grito pidiendo auxilio que me despertó. Me incorporé en la cama intentando recuperar el aliento. Creí que todo había sido un mal sueño y volví a acostarme. Pasé un rato dando vueltas intentando retomar el descanso, pero no fui capaz. Me levanté y fui arrastrando los pies hasta el baño. Oriné intentando atinar en la taza, pero aún estaba medio dormido. Al acabar, me lavé las manos y miré el reloj: las cuatro y cuarto; solo faltaban un par de horas para que sonara el despertador. De camino al dormitorio volví a oír las llamadas de socorro. No sabía exactamente de dónde provenían. Me acerqué a la ventana del comedor, pero no vi a nadie. Fui hasta los dormitorios que dan al patio interior; tampoco descubrí el origen de la llamada desesperada. Pensé que algún vecino debía estar viendo una película de terror y abandoné mi búsqueda.
Con el sobresalto se me había puesto un buen dolor de cabeza. Decidí tomarme una aspirina y entretenerme con el canal 24 Horas a ver si recuperaba el sueño. En la cocina preparé una taza con leche y la metí en el microondas. Cerré la puerta y seleccioné el tiempo: dos minutos. En ese momento sonaron los gritos con más fuerza. Un hombre amenazaba a una mujer que lloraba desesperada.
—¡Eres una zorra, te mataré!
—Cariño, por favor, te juro que yo no...
Dos minutos, tiempo más que suficiente para forcejeos, golpes, un grito ahogado, una respiración cada vez más pausada y un último estertor que entraron a través de la campana del extractor. Me quedé paralizado. En ese instante, la alarma del microondas sonó; mi única reacción fue soltar el bote de Nescafé que, al caer al suelo, se rompió en pedazos.
—¿Quién hay ahí? —preguntó el asesino.
Podía imaginarlo asomado a su campana esperando encontrar la cara de alguien, la mía. Tragué saliva y contuve el aliento, ni pestañeé. Al otro lado, el hombre empezó a silbar la marcha del Coronel Bogey. Mi corazón latía a toda velocidad, juraría que él podía oírlo desde su cocina. La alarma del microondas volvió a sonar. Me estremecí.
—¿Quién hay ahí? —insistió de nuevo.
Cerré la boca y los ojos con todas mis fuerzas. Él retomó la melodía. La música resonaba a través de la campana. Decidí sacar la taza antes de que volviera a avisar el electrodoméstico. Sin darme cuenta, caminé descalzo hasta la puerta y pisé algunos cristales. Mordí mi labio inferior intentando reprimir el grito de dolor, pero se me escapó un pequeño quejido.
—¿Qué, te has cortado? —su risa malvada martilleó mis oídos.
Miré hacia abajo y vi salir un hilo de sangre por debajo de mi pie derecho. Haciendo un esfuerzo, llegué hasta el microondas y saqué la leche maldiciendo por dentro mi dolor de cabeza.
—Si no me hubiera movido de la cama nada de esto habría pasado —pensé.
Dejé la taza sobre la encimera y miré la herida. Arranqué el cristal que tenía clavado y fue el sonido de una gota de sangre cayendo al suelo la que me hizo darme cuenta del silencio que había. Ya no sonaba nada, no había gritos ni silbidos. Enrollé papel de cocina alrededor del corte y fui a buscar mi móvil, debía avisar a la policía. Justo cuando pasaba por delante de la puerta de entrada, oí el silbido por la escalera. Mi cuerpo empezó a temblar de forma incontrolada. Ya había marcado el 112. El sonido era cada vez más cercano, debía estar bajando las escaleras. No sé porqué, pero un arrebato de curiosidad me llevó a levantar la mirilla. Allí estaba, cargando con el cuerpo de la mujer. Justo en ese instante, sonó una voz femenina al otro lado del teléfono: «Policía, ¿dígame?». Colgué la llamada, no quería que el asesino me descubriera. Permanecí unos segundos quieto, soportando el dolor de mi pie, con el miedo metido hasta el tuétano. De nuevo silencio, de nuevo la curiosidad. Corrí de una vez más la mirilla. Al otro lado estaba el hombre manchado de sangre, sonriéndome con la mirada fija. Levantó el brazo izquierdo, en su mano un cuchillo de cocina ensangrentado me apuntó directamente.
—Sé que estás ahí —rió burlonamente y continuó silbando mientras bajaba las escaleras.

1 comentario:

La Gatera dijo...

Uy, qué estremecimiento nos ha provocado esta historia...

Porque nosotros también estamos aquí...

¡Un saludo!