Me pediste palabras, -palabras de amor-, y te escribí versos con sentimientos infinitos, y al recitar mis rimas descubriste que lo nuestro no tenía fin. Y te amarraste a mi cintura esperando que no amaneciera jamás; nos fundimos en un único abrazo, -interminable-, que nos hizo ser uno y deseamos que el tiempo se parara justo en ese intante.
Sentí cómo tus lágrimas dibujaban mi cadera, pero, ¿Por qué lloras vida mía?, te pregunté; y con todo el dolor de tu alma me confesaste que tenías un miedo terrible a que llegara el final... Te cogí suavemente por la barbilla y dirigí tus ojos hacia los míos: No temas, el amor no acaba nunca.
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