Sentí un entremiciento y salió de mí una vida entera por escribir: historias, versos, cuentos, verdades y mentiras, todas ellas, disfrazadas de silencio...
― ¡No estábais tan desesperadas por abandonarme! Decidme, por favor, decidme ahora que no me pertenecéis porqué me dejáis tan sola, no podré continuar escribiendo mi camino.
Ellas, ya libres del yugo de mi tristeza, empezaron a estirarse disfrutando de la libertad tan ansiada y fue tanta la pasión que la muerte las llevó en mis propias manos y allí me quedé, sentada en el frío suelo de invierno, viendo como todo lo que alguna vez me importó se perdía entre la lluvia.
No sé el tiempo que quedé llorando mi destino, solo recuerdo que cayó la noche. Ya no importaba nada, ya no me quedaba nada... De qué me servían los recuerdos o los sentimientos si no tenía forma de expresarlos. Entonces se acercó Ella, mi niña Gris, con su andar sinuoso, su mirada de oro y su cálido ronroneo. « ¡Qué muerte tan dulce! »
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