martes, 29 de diciembre de 2009

El último silencio

Se agolparon las palabras en mi garganta intentando salir todas a un mismo tiempo, peleando por ver la luz, queriendo escapar corriendo de mi interior para dejar de dolerme, de hacerme daño, porque sabían que se acercaba el final, sentían mi dolor fluyendo por ellas como la sangre por mis venas; si pudieran hubieran atravesado sus líneas dejando verter la tinta de sus versos, el veneno de las mentiras con tal de dejarme vivir, pero su única salida era escapar y como caballos al galope, locas, perdidas, se arrojaron contra mi boca.
Sentí un entremiciento y salió de mí una vida entera por escribir: historias, versos, cuentos, verdades y mentiras, todas ellas, disfrazadas de silencio...
― ¡No estábais tan desesperadas por abandonarme! Decidme, por favor, decidme ahora que no me pertenecéis porqué me dejáis tan sola, no podré continuar escribiendo mi camino.
Ellas, ya libres del yugo de mi tristeza, empezaron a estirarse disfrutando de la libertad tan ansiada y fue tanta la pasión que la muerte las llevó en mis propias manos y allí me quedé, sentada en el frío suelo de invierno, viendo como todo lo que alguna vez me importó se perdía entre la lluvia.
No sé el tiempo que quedé llorando mi destino, solo recuerdo que cayó la noche. Ya no importaba nada, ya no me quedaba nada... De qué me servían los recuerdos o los sentimientos si no tenía forma de expresarlos. Entonces se acercó Ella, mi niña Gris, con su andar sinuoso, su mirada de oro y su cálido ronroneo. « ¡Qué muerte tan dulce! » pensé, y dejé mi cuerpo caer en el más plácido sueño.

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