martes, 22 de febrero de 2011

Querida mamita

Cuánto tiempo, ¿verdad? Esto no es exactamente igual que abrir el buzón y sacar un sobre, pero espero que la sensación, el sabor de boca el final de la lectura, sea al menos parecido.
¿Sabes que tengo todas tus cartas guardadas? Sí, llevo años acumulando tus palabras y de vez cuando, cuando me entra la morriña, saco tu caja y las releo. Ya son muchos años separadas, desde el 98, cuando me vine a estudiar a la capital; y aunque he vuelto los fines de semana y los veranos, tu casa dejó de ser mía por aquel entonces, y más ahora que tengo la mía propia. Pero volver es importante para mí, estar contigo, sentadas en la mesa camilla de la cocina compartiendo tantas ideas mientras el cielo se torna en colores al atardecer.
No sabes lo que te echo de menos, eso que hablamos prácticamente a diario. Lo de poner el fijo en casa fue un acierto y más Internet. El teléfono es muy útil sobre todo cuando el proveedor te regala las llamadas a otros fijos, y la conexión a la red nos permite mantener otro tipo de comunicación, más íntima, compartiendo secretos que quedarán entre nosotras y Gmail. Pero no solo eso, las clases particulares que te doy cuando estoy por allí, esas que tanto te gustan y de las que siempre te quejas porque dices que no eres capaz de asimilar tanta información. ¿Qué no? Ya quisieran muchos tener tu iniciativa y tu capacidad de adaptación a ese sistema operativo llamado Debian que los windoseros solo ven como rarezas de frikis. Has aprendido a manejar su entorno, sus programas y el navegador; y con él, has aprendido a manejar el correo electrónico y has creado tu propio blog. ¿Te parece poco?
No te preocupes si olvidas algún detalle, es normal, a mí me pasa a diario. Ya sabes que para cualquier duda puedes llamarme a casa cuando quieras, además con mi lesión sabes que me pillas seguro; recuerda tener paciencia en los tonos que me cuesta moverme y tardo un poco en llegar al aparato.
No te voy a hablar de mi pie porque hay pocas novedades, te hablaré de mí en general. Sigo postrada en el sofá, cansada de no poder salir y con dolor de culo por no poder coger otra postura que no sea la de estar sentada. Me duele el tobillo, no tanto como al principio, pero sigue molestando para que no me olvide de él. Ya son 22 días así, con alti-bajos, es inevitable. Cada vez que tengo médico pienso que saldré de la consulta andando, pero después de la visita al especialista mis expectativas no están en su mejor momento.
Gracias, no sé si te las di el otro día, creo que no. Muchas gracias por venir con nosotros al hospital. No sabes la falta que me hacía vuestra compañía en ese momento. Y es que aunque mi lesión no sea cuestión de vida o muerte, me tiene a ratos sí a ratos no atrapada en la tristeza. Ya sabes que suelo tender al pesimismo y esto ayuda bastante. Aunque últimamente le he sacado un par de chistes a mi letargo, eso de: «aquí estoy con la pata estirada, que no estirando la pata». Hay que mirar el lado positivo, si es que lo tiene.
Escríbeme pronto, quiero saber cómo estás, pero sin disimulos y palabras justas. Ya sabes que estoy contigo en todo lo que hagas, salvo los deportes de riesgo que ya tienes una edad. Los recitales de poesía, las maratones de lectura, las charlas de filosofía y, sobre todo, las actividades en las amas de casa; asiste a todo eso y a más, si puedes. Aprovecha ahora que no te espera nadie en casa, ve a todo lo que te guste, a todo lo que te haga feliz; disfruta de la vida que para eso está. Y escribe, saca tus libretas improvisadas, esas que te montas con papel reciclado y un poco de lana; prepara el boli y empieza, yo estoy impaciente por escuchar cualquier nueva idea que se te ocurra.
Lo malo de escribir aquí es que no se acaba el folio... Y no es que quiera acabar ya la carta, pero espero visita, así que, de momento, lo dejamos hasta que me respondas o mi pie dé síntomas de dejarme volver a andar ;-)
¿Recuerdas cómo acababan tus cartas sobre papel? Con besos, muchos besos, pequeños y apretados por falta de espacio.
Tu hija que te quiere...

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