martes, 13 de septiembre de 2011

Exceso de sonrisas

Sentada en la terraza de un bar, esperando el último café del día, me fijé que desde dentro del local un niño de apenas dos años me observaba al otro lado del cristal. Mi hermana, que estaba sentada a mi lado, empezó a hacerle carantoñas y a seguirle el juego.
―Elena necesitas ser madre ya, eso o te llevas al niño a casa y le pones el nombre que quieras.
―¡Qué ocurrencias tienes! Pues claro que quiero, pero... ―ella siempre tiene un «pero» para todo.
El pequeño al ver que lo habíamos perdido de vista, salió fuera y se quedó junto a la mesa más próxima a la nuestra. Sin dejar de sonreír, se acercaba con disimulo atraído con las muestras de cariño que mi hermana tan generosamente le daba. «Es Luisillo, el hijo de Alberto, el sobrino de...». No la dejé acabar, llevo demasiado tiempo fuera de mi pueblo y por más explicaciones que me diera no iba a conocer al padre.
A pesar de mi indiferencia, Luis se siguió acercando a mí sin dejar de sonreír ―no es que los niños no me gusten, es solo que últimamente no había tenido muchos cerca y no sabía si sabría tratarlo―, hasta que llegó a mi altura y se colocó frente a mí.
―Dile algo al chico, no seas así... ―insistió Elena.
No dejaba de mirarme con esos ojos grandes y negros, ni de sonreírme en ningún momento. Mi hermana hizo ademán de cogerlo en brazos, pero no se dejó, se aferró a mis manos y entonces sentí algo. Despertó un sentimiento de curiosidad, de necesidad de cariño y atención que hacía tiempo no sentía, y cuando le devolví la sonrisa volvió satisfecho a la posición de salida, justo detrás del cristal, y no dejó de sonreírme hasta que cayó rendido en el sillón y se quedó dormido.
Supongo que nunca hay exceso de sonrisas :-)

:-) Para Dani :-)

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