jueves, 15 de septiembre de 2011

Las Perseidas


Adaptación de «Cuento casi sufí», de Gonzalo Suárez

«Recogí a un vagabundo en la carretera. Me arrepentí enseguida. Olía mal. Sus harapos ensuciaron la tapicería de mi coche. Pero Dios premió mi acto de caridad y convirtió al vagabundo en una bella princesa. Ella y yo pasamos la noche en un motel. Al amanecer, me desperté en brazos del maloliente vagabundo. Y comprendí que Dios nos premia con los sueños y nos castiga con la realidad.»


Las Perseidas
Aquella calurosa noche de verano del 13 de Agosto dispuse las tumbonas por si a algún cliente le apetecía salir a observar la lluvia de estrellas. Había luna nueva y el cielo estaba despejado, la situación perfecta para disfrutar de las Perseidas. 
Me quedé allí sentada, esperando el paso de los meteoros cuando vi aparcar un coche. De él bajaron dos hombres. El conductor, bien vestido, cogía de la mano al compañero, un vagabundo con harapos. Ambos se dirigieron a recepción, el primero con paso firme y el otro tambaleante.
―Queremos una habitación, por favor ―se volvió mirando al acompañante con una sonrisa de oreja a oreja.
―La 12 tiene dos camas, ¿esa les vale?
―Quiero la mejor habitación, la suit de lujo.
―Disculpe, esto es un motel de carretera. Le puedo ofrecer la 18 que tiene bañera.
―Quiero la habitación que tenga la cama de matrimonio más grande, y traiga una botella de champán.
―Como mucho puedo ofrecerle un Valdepeñas.
El hombre asintió y tomó la llave.
―Peeeerdona, ¿tienes un pitillo?
―Tiene una máquina de tabaco fuera.
Salió a por un paquete y volví a coger aire.
―Disculpe que le moleste, ¿seguro que no quiere la 12? Su acompañante...
―Señora, no le permito que dude de la belleza de mi princesa.
Y salió hacia la puerta a recoger a su dama, y detrás yo. Anduvieron hasta la entrada de su habitación, el uno tocándole el culo al otro a través del agujero del pantalón y el otro descorchando la botella de vino y bebiendo a palo seco.
Volví a la tumbona. Al poco empezaron a oírse gemidos y alguna ostia. Y con el paso de la primera estrella cerré el chiringuito y me fui a dormir.
A la mañana siguiente, el hombre bien vestido vino a recepción con las gafas de sol.
―Disculpe, ¿tiene algún desinfectante? ¿O quizá un ambientador para el coche?
―Ni lo uno ni lo otro, ¿qué tal la habitación? ¿Han dormido bien?
―Señora, le agradecería que no comentara nada de esto. Y si puede ser, me diga dónde hay cerca algún centro médico.
―Unos nacen con estrella y otros estrellados.

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