miércoles, 26 de octubre de 2011

Fábula del Pavo y la Liebre


Érase que se era un liebre joven y asustadiza a la que no le iba muy bien el vida. Un día, perdida en una zona de matorral, justo en la linde del reino donde habitaba, oyó un gorgoteo...
―Gordogordogordogordogordo...
―¿Quién anda ahí? ―Preguntó Liebre sin salir de su escondite.
―Gordogordogordogordogordo... Soy yo, Pavo.
Liebre, temerosa, permaneció al abrigo de las sombras, pero la curiosidad le hizo insistir.
―Dime, Pavo, ¿qué andas buscando? Aquí no hay más tierra seca.
―Gordogordogordo, solo quiero un poco de conversación.
Pavo y Liebre hablaron durante largo tiempo entre gorgoteos y pequeños chillidos, ella siempre en su escondrijo y él pegado a la linde.
Un día, Liebre, confiada, salió a su encuentro, y Pavo, engalanado con un peculiar plumaje a cuadros, le correspondió.
―Vaya no te esperaba tan diminuta.
―Ni yo tan grande.
Durante unas horas el tamaño pareció no importarles, conversaron sobre sus respectivos familiares, los decretos del gobernador, los impuestos y la vida cada vez más difícil en aquellas tierras. A la hora de la despedida, Liebre, sin poder desprenderse de su timidez, le dijo:
―Ya hablamos.
A lo que Pavo respondió...
―Gordogordogordogordogordo...
Pero nunca llegó otra conversación. Los días siguientes Liebre esperó y esperó como Penélope a Ulises, tejiendo y destejiendo su labor, y entre vuelta y vuelta, le dejaba notas de amor a los pies de la valla que marcaba los límites del reino. Con el tiempo y el silencio de Pavo, Liebre empezó a alejarse cada día un poco más de su madriguera, volviendo la mirada a cada paso por si volvía a encontrarlo.
Liebre no esperaría veinte años como hizo el personaje de La Odisea, ella solo viviría diez más y con suerte...
Un día, el azar quiso que Liebre supiera de la supervivencia de Pavo al margen de la suya propia. Lloró amargamente por ese y por otros motivos que ahora no vienen a cuento. ¡Qué sola se sentía la pequeña liebre! Cuando hubo acabado con las lágrimas, se percató del Mar que la rodeaba. Y allí se quedó, preguntándose durante una temporada: «¿Qué hago? ¿Aprendo a nadar o perfecciono la costura?».

Moraleja: Las dudas no son buenas cuando no sé sabe cuánto tiempo queda por vivir...



1 comentario:

Anónimo dijo...

Que siga tejiendo, la esperanza es lo último que se pierde. Un abrazo Ariola.