viernes, 18 de noviembre de 2011

5 minutos



Tus cinco minutos de cortesía, mis cinco de tregua. Vernos en una pequeña cafetería para el primer encuentro.
Me gustan tus palabras.
―A mí tus sonrisas.
No hay habrá sitio para malos recuerdos, para experiencias pasadas, si acaso anécdotas que arranquen carcajadas.
―¿Te he dicho que me gusta reír más que nada?
Algo más habrá.
Solo frases cortas y entrecortadas. Mientras mantengamos la esperanza no habrá silencios que valgan.
Te diré...
―Yo tenía...
Tú primero, por favor.
―No, no importa.
Sin saber cómo romper el hielo ni quién de los dos iniciar la conversación agotaremos los segundos. Dejaremos pasar el tiempo, escucharemos la música, miraremos a nuestro alrededor para guardar en la memoria cada pequeño detalle.
―¿Qué hora es?
¿Tienes prisa?
―No, ninguna.
Ni yo.
¿Cuánto habrá pasado? Apenas unos minutos, dos, quizá tres. Seguiremos ensimismados, aislados en el pequeño mundo que entonces seremos tú y yo. No habrá distracciones más que manos inquietas.
¿Damos un paseo?
―Porqué no.
Pagaremos el café y saldremos a la calle. En la puerta ambos nos cederemos el paso «¿Salimos los dos a la vez?» Un primer acercamiento para aunar los latidos del corazón.
(Más sonrisas)
―(Más miradas calladas)
El suelo aún mojado por la última lluvia, el frío calando hasta los huesos y la noche, en alianza, nos regalará su mejor semblante. Caminaremos sin rumbo fijo. Compartiremos como lo hacen los amigos.
―¿Te apetece tomar algo?
Sí, claro.
Con la segunda cerveza llegarán oraciones más largas. Sabremos de nuestros nombres, deseos y añoranzas. Conciertos, teatros, visitas a otras ciudades... Y con cada historia compartida empezararán nuestros sueños.
Debo marcharme, ya es tarde.
―Sí, mañana me espera un día largo.
Te acompaño.
―No hace falta, estoy a un par de paradas de metro.
Otra salida compartida. Corazones que, por supuesto, ya latirán al mismo ritmo. Otro paseo, este más lento, queriendo alargar el tiempo. Y en mi parada bajaremos juntos las escaleras. El camino hasta el andén estará desierto, solo encontraremos un violinista tocando para sacar algo de dinero.
Y la despedida, siempre incierta. ¿Habrá más citas? ¿Seguirán nuestros corazones latiendo mañana al nuevo ritmo marcado?
Mirarás tu reloj, yo el mío. ¿Cuánto ha pasado? Dos minutos, quizá tres. La música lo envolverá todo.
―¿Qué hara tocando aún a estas horas?
Quizá nos estaba esperando.
Tu última sonrisa reclamará una palabra mía, pero ¿Cuál será la adecuada? Mientras consulte mi particular diccionario de tonterías, tú buscarás en tu bolsillo un par de monedas para el artista.
El tren llegará a la vía. La inquietud hará acto de presencia.
¿No dices nada?
―No tengo palabras.
El tren se irá, habrá más. El músico agradecido nos dedicará su última pieza.
Quizá...
―¿Te gustaría...?
Tú primero, por favor.
―No, no importa.
Cinco minutos bastarán, solo cinco para contener unas pocas horas que bien pudieran ser dos vidas.

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