martes, 1 de noviembre de 2011

Capítulo I - El consuelo

Elena tenía muchas personas con quien confesarse, a quien contarle su desdicha, pero le eligió a él. Habían compartido muchos años de sus vidas y ahora, en pleno trámite de divorcio, seguía siendo la única persona a la que conseguía confesarle sus secretos. A pesar del frío, permanecieron largo rato sentados en el banco de siempre. Álvaro le cogía la mano intentando consolarla, ella recostaba la cabeza sobre su hombro, llorando en silencio. La noche caía lentamente y con ella un rocío condensado que calaba hasta los huesos. Ya no había palabras de aliento, de nada servía esperar allí.
―Ven a casa. Cenamos algo, te tomas un buen vaso de leche caliente y te acuestas. Mañana verás las cosas de otra manera, vamos niña. Yo tengo que madrugar, pero puedes quedarte el tiempo que necesites.
Las palabras caían en saco rato. Elena había desconectado hacía rato, tenía la mirada perdida en el empedrado de la plaza de Santiago. Siempre decía que le gustaba contar las piezas que dibujaban la cuadrícula del centro y ahora las repasaba incansable.
―Falta algo... ―Dijo en un susurro.
Su todavía marido se levantó quedando en pie frente a ella. Insistió, no podían quedarse más tiempo. La tomó de las manos suavemente y tiró hacia él levantándola del asiento. La abrazó en un último intento de aliviar su dolor, pero ella seguía inmutable. El camino hacia el piso se hizo lento; él tiraba de Elena casi como un peso pesado. Cuando llegaban al portal, una vecina que volvía de echar la basura, se dio cuenta del estado en que se encontraba la mujer, pero no dijo nada, ni siquiera se acercó.
―Hablarán, lo sabes ¿Verdad? Vamos, nena, dime algo...
Ella bajó de nuevo la mirada y buscó las llaves en el bolso. Abrió la puerta y entró al rellano como siempre, tomando la barandilla y subiendo de dos en dos los escalones. Álvaro la observaba desde abajo, recordando viejos tiempos. Tomaron el ascensor recién estrenado.
―¿Recuerdas lo que te costó bajar las escaleras cuando estuviste escayolada? Sentada por miedo a perder el equilibrio. dejando caer los bastones en cada descansillo. Mari Carmen, la del 2º B, pensó que te habías caído de nuevo la primera vez que oyó el ruido. ―Álvaro rió tímidamente, no sabía bien cómo reaccionaría, pero no consiguió arrancarle ni una sonrisa, tampoco era un recuerdo grato para ella.
Llegaron a su planta. Antes de entrar, ella sacó el tabaco del bolsillo de su chaqueta.
―Puedes fumar dentro, si quieres. Haré una excepción.
Elena sacó el mechero y encendió un pitillo. Aspiró despacio y echó el humo de la primera calada en dirección al elevador ya vacío. La luz del descansillo se apagó, en el espacio solo se veía el tabaco encendido y el vaho de ambas respiraciones. El hombre volvió a tocar el interruptor.
―Como quieras... Yo voy dentro ¿Te hago una tortilla? Creo que tengo queso, ¿te pongo una loncha? No tardes, ¿vale?

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