Anoche tuve un sueño en el que
aparecías tú. Me tomabas de la mano y me llevabas a recorrer las
calles del Madrid nocturno, dibujadas en trazos borrosos, cruzándonos con seres grises que solo tomaban color cuando
tropezábamos con ellos. Llovían pequeñas plumas de almohadón; el
suelo estaba plagado de charcos blancos que salpicaban ligero al que
los pisaba.
En esa fría atmósfera de invierno
vacío aprovechábamos cada rincón para acercarnos. En esos momentos
siempre había luz; una luz cálida que desprendíamos atrayéndonos
inevitablemente el uno hacia el otro. Tus ojos me decían que aún me
deseas, tus manos inquietas se aferraban a mi cintura y yo me moría
por besarte, pero en cada aproximación alguien retomaba el pigmento
y volvíamos a los pasos sin rumbo fijo.
No recuerdo exactamente cuántas veces
quisimos amarnos, tantas como nos interrumpieron. Pero sé que en una
de ellas, el reloj se detuvo para concedernos ese tiempo tan ansiado.
Reconocí el espacio, te tenía tan cerca que apenas podía contar
las flores muertas de jarrón. En el sofá, semidesnudos, recorrimos
todos los rincones de nuestra piel. Besos apasionados, algún
mordisco, ambos cuerpos entrelazados respirándono al unísono. Y la luz, cegadora, terminó por despertarme de la fantasía justo en el
instante en el que al fin alcanzaba tu boca...
Contarte que anoche soñé contigo, con
nuestros cuerpos encendidos.
1 comentario:
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