sábado, 5 de noviembre de 2011

Problemas de tensión

Aquel día estaba resultando más largo de lo habitual: a primera hora discusión con mi pareja, de los nervios en el atasco matutino, por llegar tarde al trabajo me gané un rapapolvo de mi jefe, me quedé encerrada en el ascensor ―del que me sacaron un buen rato después de la hora de comer―, y para colmo me había bajado la regla y no tenía qué ponerme; al menos agradecí no haberme quedado embarazada por cuarta vez. Con tanta excitación mi tensión empezó a bajar a un ritmo descontrolado. Eva, la administrativa, se fue corriendo a buscar al encargado cuando empecé a palidecer. Entre los dos me sacaron a la calle. «El fresco te vendrá bien», dijeron sin tener en cuenta que estábamos en pleno diciembre a -5º.
Justo en el momento en que ambos entraban corriendo a la oficina temblando de frío, pasaba por allí mi amiga Lola.
―Chica, qué mala cara tienes.
―No sé qué me ha dado, un bajón o algo.
―Vamos, anda, te invito a una Coca-Cola.
Cuatro me tomé en menos de veinte minutos y ni así me espabilaba. Toñi, otra amiga de la infancia que trabaja de camarera en el bar, salió de la barra preocupada. «Tú lo que necesitas es un porro», dijo sentenciosa; nos fuimos las tres a la despensa del local. Allí con nuestra poca práctica en el tema acabamos fumándonos lo más parecido a un churro o una trompeta, depende de a cuál de las tres preguntaras.
No tardaron en aparecer las risas tontas, los bucles infinitos de carcajadas y viejos recuerdos de travesuras, pero nada, no se me pasaba el mal cuerpo. Antes de que ninguna pudiera darse cuenta caí desmayada sobre unos sacos de patatas viejas. Mis amigas, sumergidas en la hilaridad de la inexperiencia, me sacaron como pudieron a la entrada y, aún no sé cómo, me llevaron a urgencias. Después de pruebas, analíticas y alguna placa, el médico preguntó:
Señora, ¿consume usted drogas?
No supe qué responder, jamás bebía alcohol ni tomaba nada. Espera, creo recordar... Solté una carcajada. Me levanté de la camilla, tomé al doctor de la mano y lo llevé a la sala de espera. Allí me acerqué a Lola y le susurré al oído.
Tía, que me ha preguntado que si tomo drogas.
¿Y qué le has dicho?
Pues que no. ―Dije alargando el final casi entre dudas.
¡Eres tonta! Eso lo verán en los análisis.
Me erguí lentamente y me dirigí al médico:
¿Me preguntó que si tomo drogas? Se refiere a un porro, ¿no? Pues sí, estoy colocada. Yo y todos estooooooos. ―Dije levantando el brazo y señalando con el dedo a todos los allí presentes cómo quien marca los límites de su linde.
La gente, que no entendía lo que estaba sucediendo, guardó silencio. Las únicas que rompieron a reír a carcajada batiente fueron Lola y Toñi. Seguramente llevaban aguántandose la risa desde que llegamos al hospital.

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