Alicia esperaba con impaciencia la
llegada de los Reyes Magos, pero no la Noche sino el día, lo tenía
claro desde hacía tiempo, el día clave es el 6. Tenía ya un ritual
instaurado: levantarse la primera, ir sin hacer ruido al salón,
asegurarse de que en la bandeja quedaba algún polvorón, encender
las luces del abeto y abrir los paquetes.
Cualquiera de estas pautas que fallara
podía dar al traste con la alegría del evento. Madrugaba mucho,
preparaba las zapatillas delante de la cama y, por si acaso, escondía
algún dulce en el bolsillo de la bata; las luces funcionarían
perfectamente, siempre hacía la prueba justo antes de acostarse y
para terminar, llevaba con ella un par de lazos preparados por si
alguno de los paquetes no estaba adecuadamente envuelto.
Este año sería especial. Se había
portado el doble de bien, así que en lugar del típico número de
regalos, esperaba 6. Su madre se lo prometió, además conocía su
secreto: los Reyes Magos no existen, son los padres. Si no cumplía
ya había planeado no volver a comerse los cereales del desayuno
hasta que le pidieran perdón.
Miró el despertador. Tenía la alarma
preparada para sonar justo antes de que cantara el gallo. «¡1 hora
entera todavía!», se empacientó. Todavía recuerdaba la decepción
que se llevó a los 9 años: 8 paquetes bajo el árbol y ninguno era
para ella, NINGUNO. Sus familiares pensaron que era más adecuado
destinar el dinero a comprarle ropa y zapatos. Ella no estuvo de
acuerdo, un regalo es un regalo y a esa edad siempre tocaban
juguetes. Este año no le pasaría, era la «pequeña» oficial, sus
hermanos necesitaban más la ropa ahora que estaban en pleno estirón.
Llegado el momento, se levantó con
cuidado, todo estaba en silencio. Se calzó despacio y cogió la
bata, faltaba algo; en el pasillo encontró a su perro mordisqueando
la bolsa del almendrado que había reservado. «¡Dichoso chucho!»,
pensó. Ahora tendría que ir a la cocina a buscar más víveres,
pero salirse de lo establecido no estaba en el plan. Lo dejó para
después, sabía que su madre siempre tenía una caja de dulces
escondida para estas emergencias. Cuando llegó al comedor lo primero
que hizo fue encender las luces. «¿Solo 8? ¡Pero si anoche
funcionaban todas!», Alicia empezó a temerse lo peor, las cosas no
iban como ella esperaba.
Sonrió mientras se frotaba las manos
satisfecha, la Reina Maga se había portado muy, pero que muy bien.
Encontró 9 regalos alegremente adornados. Esta vez había una
novedad: cada uno llevaba una etiqueta con un nombre escrito. «Bueno,
puede que todos no sean para mí. Veamos: Luis, Abuelo, Carmen,
Juanito, Papá y Mamá (qué descaro), Abuela, Brandy (¡si hasta el
perro tiene regalo!)... ¿Solo 1? ¿Para mí solo un regalo?». Se
sentó en el suelo decepcionada. «Y además es bien pequeño...».
Al fin se decidió a abrirlo. En la cajita acolchada encontró un
colgantito de plata con una inscripción que rezaba: «Te doy mi
corazón».
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