lunes, 21 de noviembre de 2011

Día de Reyes


Alicia esperaba con impaciencia la llegada de los Reyes Magos, pero no la Noche sino el día, lo tenía claro desde hacía tiempo, el día clave es el 6. Tenía ya un ritual instaurado: levantarse la primera, ir sin hacer ruido al salón, asegurarse de que en la bandeja quedaba algún polvorón, encender las luces del abeto y abrir los paquetes.
Cualquiera de estas pautas que fallara podía dar al traste con la alegría del evento. Madrugaba mucho, preparaba las zapatillas delante de la cama y, por si acaso, escondía algún dulce en el bolsillo de la bata; las luces funcionarían perfectamente, siempre hacía la prueba justo antes de acostarse y para terminar, llevaba con ella un par de lazos preparados por si alguno de los paquetes no estaba adecuadamente envuelto.
Este año sería especial. Se había portado el doble de bien, así que en lugar del típico número de regalos, esperaba 6. Su madre se lo prometió, además conocía su secreto: los Reyes Magos no existen, son los padres. Si no cumplía ya había planeado no volver a comerse los cereales del desayuno hasta que le pidieran perdón.
Miró el despertador. Tenía la alarma preparada para sonar justo antes de que cantara el gallo. «¡1 hora entera todavía!», se empacientó. Todavía recuerdaba la decepción que se llevó a los 9 años: 8 paquetes bajo el árbol y ninguno era para ella, NINGUNO. Sus familiares pensaron que era más adecuado destinar el dinero a comprarle ropa y zapatos. Ella no estuvo de acuerdo, un regalo es un regalo y a esa edad siempre tocaban juguetes. Este año no le pasaría, era la «pequeña» oficial, sus hermanos necesitaban más la ropa ahora que estaban en pleno estirón.
Llegado el momento, se levantó con cuidado, todo estaba en silencio. Se calzó despacio y cogió la bata, faltaba algo; en el pasillo encontró a su perro mordisqueando la bolsa del almendrado que había reservado. «¡Dichoso chucho!», pensó. Ahora tendría que ir a la cocina a buscar más víveres, pero salirse de lo establecido no estaba en el plan. Lo dejó para después, sabía que su madre siempre tenía una caja de dulces escondida para estas emergencias. Cuando llegó al comedor lo primero que hizo fue encender las luces. «¿Solo 8? ¡Pero si anoche funcionaban todas!», Alicia empezó a temerse lo peor, las cosas no iban como ella esperaba.
Sonrió mientras se frotaba las manos satisfecha, la Reina Maga se había portado muy, pero que muy bien. Encontró 9 regalos alegremente adornados. Esta vez había una novedad: cada uno llevaba una etiqueta con un nombre escrito. «Bueno, puede que todos no sean para mí. Veamos: Luis, Abuelo, Carmen, Juanito, Papá y Mamá (qué descaro), Abuela, Brandy (¡si hasta el perro tiene regalo!)... ¿Solo 1? ¿Para mí solo un regalo?». Se sentó en el suelo decepcionada. «Y además es bien pequeño...». Al fin se decidió a abrirlo. En la cajita acolchada encontró un colgantito de plata con una inscripción que rezaba: «Te doy mi corazón».

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