lunes, 7 de noviembre de 2011

La línea ecológica de Titan


Terminé de pintar las paredes. Según indicaciones del vendedor, mezclando el blanco con el verde de la nueva línea ecológica de Titan conseguiría darle a mi dormitorio el sosiego y la serenidad necesarias para el descanso. No entiendo de mezclas, tampoco de cantidades; al final el tono resultó ser algo más «alegre» de lo esperado en un principio.
Dejé los guantes en la cubeta y me levanté brocha en mano para admirar mi obra. Abrí la ventana de par en par, subí bien la persiana y encendí todas las luces para apreciar el resultado. Ninguna gota, todo perfectamente verde primaveral para un sueño que no se me antojaba precisamente relajante, pero después de tanto trabajo decidí dejarlo. Me subí las gafas instintivamente, sin recordar la pintura aún fresca en las cerdas. ¡Qué desastre! No veía nada, tenía los cristales manchados y en lugar de quitarme las lentes eché a andar a ciegas... ¡Qué desastre! Tropecé con el cubo y acabé derramando el resto de la mezcla, manchando la parte baja de la pared en frente de la ventana. Y de la perfección pasé a la catástrofe, una semana de trabajo para echarlo todo a perder un minuto escaso.
Me fui de allí sin pensarlo dos veces, enfadada conmigo misma, todavía con el pañuelo en la cabeza y restos del esmalte en la cara y los cristales.
Al día siguiente volví al piso dispuesta a recogerlo todo. Preparé un cubo con agua bien caliente y el raspador de la placa. La pintura se había agarrado bien a las baldosas y por más que me empeñara, las manchas no salían completamente. La pared ya era otro cantar, intenté quitar los restos con un trapo húmedo, pero nada. «Colocaré los muebles estratégicamente para ocultarlo ¡No lo voy a pintar otra vez!» Dejé de nuevo la ventana abierta para que ventilara y se secara cuando antes.
Aquel fin de semana no pasé por allí, llovió y decidí darme un descanso sobre todo para ver si se me pasaba el disgusto. Al lunes siguiente, incluso antes de llegar al portal, ya se percibía un olor especial. Intenté localizar el origen, pero mi olfato de fumadora no atinaba. No había duda, al abrir la puerta de mi casa supe de inmediato que aquel extraño olor a flores provenía de mi cuarto. Cómo era posible, estaba vacía, ni había más que brochas, cubos de pintura y la escalera. Me dirigí al dormitorio algo agitada, el perfume emanaba de allí con toda seguridad. Al llegar, descubrí con sorpresa todo un jardín nacido en las primeras manchas de la pared. Gracias a la lluvia y el sol que atravesaban la ventana, la línea ecológica había hecho crecer todo tipo de flores y plantas a lo largo de las cuatro paredes. El verde vivo había dejado paso a una vida inesperada, transformándose en un color pastel, convirtiendo la habitación en un hermoso vergel aportando esa paz deseada.
Parece que al final el dependiente de La Tienda del Pintor tenía razón.

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