lunes, 28 de noviembre de 2011

Mi estresante vida como ama de casa


Entre todas las obligaciones de casa, la que más pereza me da es fregar los cacharros. Tengo pocos: seis cubiertos de cada y un juego de platos de distinto tamaño, sin contar las escasas cazuelas que apenas utilizo, y mis tazas de gatos, imprescindibles para el café de cualquier hora. Agoto las herramientas hasta que no me queda más remedio que sacar el estropajo y el lavavajillas; siempre suele ser el viernes, rozando el fin de semana. Me consuela pensar que el sábado y el domingo solo fregaré las tazas pues siempre como fuera o me acoplo a la cena en casa de mi hermana.
Esta tarea se convierte desde el primer momento en todo un acto planificado hasta el último detalle. ―La NASA debería ficharme, se me da genial jugar al tetris ―, y es que entre colocar los platos por tamaño, los vasos por forma, los cubiertos por tipo y las tazas por color, el entretenimiento está asegurado. Llenar la pila de agua bien calentita consuela las manos con este frío, eso es lo único que me gusta. Una vez iniciado el proceso, en el momento de aclarado, debo determinar el sitio adecuado en el escurreplatos. «El tamaño importa, claro que importa», me digo siempre. Los vasos abajo, los platos por orden volumétrico arriba, y el resto en el escurridor comprado para el caso; y una vez terminado, el ritual de enjuagado del estropajo y la bayeta, todo un arte, aprovechando cada movimiento para dejarlo todo perfecto, sin muestra alguna de mi paso por la cocina. Todo en su sitio, correctamente estructurado.
El problema es que la limpieza nunca acaba ahí, siempre hay unas migas que recoger o una bolsa que doblar. Así que, como todo en esta vida, es cuestión de empezar; así, el resto de la tarde del viernes la dedico a recoger, barrer, colocar, fregar, secar... Y cuando quiero darme cuenta, llega la hora de planchar.
¡Planchar! Siempre me pregunto porqué la investigación se dedica a generar sandías cuadradas pudiendo inventar el teletransportín (esas máquinas del diablo) o una máquina que te deje la ropa impecable nada más sacarla de la lavadora. No se puede tener todo... Además es la excusa perfecta para ver cualquier película de la sobremesa. Y de nuevo el ritual: mover el sofá, sacar la tabla ajustándola a la altura adecuada, preparar el agua destilada y la plancha. ¿Y la ropa? Primero las camisetas de manga corta, luego las de larga, jerseis y chaquetas, después los pantalones y para el final, sábanas y toallas. Como poco me esperan un par de horas de escuadra y cartabón para dejarlo todo matemáticamente doblado, y eso contando con que la programación sea de mi agrado.
Todo un viernes de tareas domésticas para acabar rendida en el sofá, escuchando la radio o leyendo algún libro. «Tengo que meterle mano al puzzle... Qué pereza, con el frío que hace, mejor mañana cuando saque un hueco». Si alguien quiere visitarme, el día perfecto es en fin de semana.

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