martes, 15 de noviembre de 2011

Noche de insomnio



No podía dormir. Tenía demasiadas cosas en la cabeza: pagar el seguro del coche, llevar los papeles del paro, llamar a los pintores, arreglar las humedades del baño... Cada día una tarea nueva que añadir a su «aburrida» vida de soltera, sin contar las habituales asociadas a la supervivencia.
Aquella noche lo había intentado todo. Contar ovejas no le funcionaba desde hacía bastante tiempo así que lo descartó directamente; uno de sus entretenimientos favoritos era repasar el alfabeto y pensar en alto lo más rápido posible cinco palabras que continuaran por cada vocal, pero llegando a la «ñ» siempre se rendía.
Se levantó y estiró la cama por enésima vez, cuidando de no dejar ni una arruga: la bajera, la sábana, la almohada, la manta y el edredón; todo perfectamente colocado. Volvió a meterse con cuidado de no desordenar nada.
Desenchufó el despertador, la radio y apagó la regleta con interruptor luminoso que, aun estando en el suelo, le molestaba. También bajó la persiana hasta abajo, corrió la cortina y cerró la puerta. Estaba en completa obscuridad y silencio.
«No puedo, no hay forma... Necesito dormir de una vez». Una sola noche de insomnio y empezaba a desesperar. «No lo entiendo: he comido bien, he hecho ejercicio, he salido a pasear al perro, no me duele nada. El seguro lo pagaré mañana, los papeles están preparados sobre la mesa del despacho, los pintores pueden esperar un par de días más y lo del baño tiene que secarse primero. No lo entiendo...». Por más que hiciera repaso y liberara su mente de preocupaciones, seguía sin pegar ojo.
Volvió a levantarse y abrió el cajón de la mesita. Siempre tenía aspirinas para el dolor de cabeza, pero de poco le servirían. Fue al baño y sacó el botiquín: antiinflamatorio, gasas, alcohol, algodón, mercromina y más aspirina, pero nada para dormir.
Intentó recordar algún remedio casero. Su madre siempre preparaba una mezla con hojas de naranjo y azúcar, pero no tenía ni lo uno ni lo otro, ella era de sacarina, de todas formas lo añadió a la lista de la compra que colgaba del frigorífico.
De pronto se acordó de un bote de valeriana que compró hace tiempo en el herbolario. Le costó encontrarlo. Cerca ya de las cuatro de la madrugada dio con él. «Caduca... ¡El año pasado! Bueno, tampoco puede ser tan grave, total, solo son hierbas». La duda era cuántas tomar. Hizo sus cuentas: si estaban caducadas no harían todo su efecto, así que decidió tomar ración doble. Se tapó la nariz y tragó hasta seis no sin esfuerzo.
Al día siguiente no fue al banco ni al paro, tampoco llamó a los pintores ni secó nada. Se levantó justo para la hora del café de sobremesa. Cuando llegó a la cocina lo primero que hizo fue tirar a la basura el bote del café. «A partir de ahora, descafeinado», y dicho eso, con el pijama aún puesto, se fue de nuevo al dormitorio a echarse una buena siesta.

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