Con los años, el muchacho se atrevió
por fin a escribir de su puño y letra. Comenzó, como todos,
plasmando en ridículas poesías sus desengaños amorosos; por suerte
no fueron muchos dado que Satur, como solían llamarlo en el pueblo,
era poco agraciado. Sabiendo que lo tendría complicado en el plano
personal, decidió pasar a temas más profundos. Las ovejas y la
labranza poco le inspiraron, a pesar de ello consiguió reunir en un
poemario más de mil versos. Se esforzó mucho, pero el talento no
era algo que, a primera vista, había heredado.
Convenció a sus padres para que le
dejaran marchar a la capital a estudiar una carrera. Después de casi
una década, en la que su esfuerzo principal fue integrarse con sus
compañeros, Saturnino se graduó en Hispánicas. Contaba ya alguno
más de treinta y sentía un ansia terrible por empezar a escribir a
nivel profesional. Volvió a su tierra con la intención de
encerrarse en su cuarto y narrar todo aquello que le viniera a la
cabeza, pero a los pocos días, con solo un par de folios escritos y
el resto del paquete en la papelera, Saturnino empezó a desesperar.
Sus padres, ya mayores, se preocuparon por su hijo, todo hombre, sin
familia propia ni ingresos. «Soy un escritor maldito», les decía...
Escribió prosa y poesía, cuentos y alguna novela, todo lo mandaba a
concursos literarios, pero nunca consiguió ningún premio
importante, ni siquiera una mención; a pesar de su fracaso nunca se rindió.
Cuando poco le quedaba en la vida,
decidió actualizarse y comprar un ordenador, por fin había llegado
la era de Internet a su casa, y si antes salía poco, entonces menos.
Algo que tampoco ayudó fue su enfermedad: cáncer de estómago. Poco
a poco se fue encerrando en sí mismo, concentrándose en su dolor y,
a pesar de resultarle bastante inspirador, jamás escribió ni una
sola queja acerca de su suerte. Un amigo suyo le recomendó consumir
marihuana para controlar las molestias. Saturnino pensó que nunca
había probado el sexo ni el alcohol, pero no era tarde para las
drogas.
Al primer porro, pues conocía otro
medio, las palabras empezaron a fluir con una intensidad desmesurada.
Él, que no acertaba a coger el bolígrafo, quiso apuntarlas todas,
pero se le escapaban. Fue entonces cuando se dio cuenta de que solo
bajo el efecto de la droga conseguía por fin escribir algo de
calidad. Su última novela «Por los cerros de Úbeda» recibió los
máximos galardones de este año, pero Satur no llegó a disfrutar de
las mieles del éxito; murió de sobredosis.
No hay comentarios:
Publicar un comentario