viernes, 2 de diciembre de 2011

Por los cerros de Úbeda

Saturnino Compostizo, natural de La Alameda, siempre quiso ser escritor. Sus padres, de campo de toda la vida, vieron poco productivo que el niño dedicara su infancia a los libros en lugar de jugar o ayudar en casa. Ser el pequeño de siete hermanos y su naturaleza enclenque le libraron de las tareas más pesadas pudiendo dedicar casi todo su tiempo a lo que más le gustaba: las palabras.
Con los años, el muchacho se atrevió por fin a escribir de su puño y letra. Comenzó, como todos, plasmando en ridículas poesías sus desengaños amorosos; por suerte no fueron muchos dado que Satur, como solían llamarlo en el pueblo, era poco agraciado. Sabiendo que lo tendría complicado en el plano personal, decidió pasar a temas más profundos. Las ovejas y la labranza poco le inspiraron, a pesar de ello consiguió reunir en un poemario más de mil versos. Se esforzó mucho, pero el talento no era algo que, a primera vista, había heredado.
Convenció a sus padres para que le dejaran marchar a la capital a estudiar una carrera. Después de casi una década, en la que su esfuerzo principal fue integrarse con sus compañeros, Saturnino se graduó en Hispánicas. Contaba ya alguno más de treinta y sentía un ansia terrible por empezar a escribir a nivel profesional. Volvió a su tierra con la intención de encerrarse en su cuarto y narrar todo aquello que le viniera a la cabeza, pero a los pocos días, con solo un par de folios escritos y el resto del paquete en la papelera, Saturnino empezó a desesperar. Sus padres, ya mayores, se preocuparon por su hijo, todo hombre, sin familia propia ni ingresos. «Soy un escritor maldito», les decía... Escribió prosa y poesía, cuentos y alguna novela, todo lo mandaba a concursos literarios, pero nunca consiguió ningún premio importante, ni siquiera una mención; a pesar de su fracaso nunca se rindió.
Cuando poco le quedaba en la vida, decidió actualizarse y comprar un ordenador, por fin había llegado la era de Internet a su casa, y si antes salía poco, entonces menos. Algo que tampoco ayudó fue su enfermedad: cáncer de estómago. Poco a poco se fue encerrando en sí mismo, concentrándose en su dolor y, a pesar de resultarle bastante inspirador, jamás escribió ni una sola queja acerca de su suerte. Un amigo suyo le recomendó consumir marihuana para controlar las molestias. Saturnino pensó que nunca había probado el sexo ni el alcohol, pero no era tarde para las drogas.
Al primer porro, pues conocía otro medio, las palabras empezaron a fluir con una intensidad desmesurada. Él, que no acertaba a coger el bolígrafo, quiso apuntarlas todas, pero se le escapaban. Fue entonces cuando se dio cuenta de que solo bajo el efecto de la droga conseguía por fin escribir algo de calidad. Su última novela «Por los cerros de Úbeda» recibió los máximos galardones de este año, pero Satur no llegó a disfrutar de las mieles del éxito; murió de sobredosis.

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