Abrió la pequeña lata y sacó el
último bombón. Realmente no le gustaban, el único motivo por el
que los había comprado era la caja adornada en su tapa con un
detalle de Reviere, de Alphonse Mucha. No era ninguna
entendida en arte, conoció el autor porque en la parte de abajo
venía la referencia: «Chocolate-Amatller. Alphonse Mucha.
Centenario de la casa año 1900». No le cuadraba la fecha,
significaba que el chocolate tenía al menos 10 años.
La mujer del retrato, de tez pálida y
labios rosados, la miraba fijamente a los ojos. El vestido tan
adornado y tal cantidad de flores, todo en tonos cálidos, llamaban
enormemente su atención. Quizá quisiera avisarle de la caducidad
del contenido, peor no era más que una cara hermosa impresa sobre
lata fría. Pensó en darle mejor uso, pero no sabía qué guardar en
ella, demasiado pequeña como joyero, demasiado grande para guardar
las llaves. Tampoco servía de monedero, demasiado escandoloso. Quizá
para las especias, pero no quería concederle olor a albahaca a aquel
rostro tan hermoso.
Al día siguiente la caja seguía en el
mismo sitio, pero algo había cambiado. La mirada de la muchacha
decía algo distinto, apretaba la boca quizá con enfado o decepción.
«A ver, calma, solo es una caja de lata y he madrugado demasiado»,
se dijo. No le prestó más atención. Aquella mañana en el trabajo,
sacó hueco para mirar su correo personal y consultar en la web sobre
el pintor. Sentía curiosidad por saber quién era la mujer, ver el
resto del cuadro. Según la Wikipedia, Alphonse Mucha se dedicó
principalmente a diseñar decorados y publicidad; frustado y cansado
de luchar por el verdadero origen de su arte, se rindió a su
trabajo. Se fijó en un comentario que decía sobre el autor que la
intención de su arte era la de transmitir un mensaje espiritual,
pero ¿qué mensaje portaba la mujer de Reviere?
Localizó
la imagen completa. Flotaba en vestido vaporoso de anaranjados con
adornos en el pecho, un halo de flores enmarcaba la figura que,
sentada, se entretenía en leer una revista. «Como toda mujer en una
peluquería», pensó. Repasó cada detalle del torso pues era lo que
coincidía con su contenedor. Estaba segura de que había algo
distinto, encontraría ese mensaje del que hablaba Mucha porque juraría
que esta mañana tenía una expresión distina. Eran los ojos, donde
consultaba la imagen la mirada tenía un verde más suave. La buscó
en otras fuentes y en todas halló el mismo distintivo: el color de
sus pupilas.
Cuando
llegó a casa lo primero que hizo fue buscar la caja. No podía
creerlo... ¡La mujer había desaparecido! Lo siguiente que recuerda
fue un golpe en la cabeza. Cuando despertó se notó distinta, más
plana y lánguida, ahora era ella la que portaba el vestido naranja.
Vio a la joven terminando de subirse la cremallera de sus vaqueros
mientras se miraba el espejo de lado para ver cómo le quedaban. «Te
hubiera avisado, debiste informarte primero».
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